Hace poco en una entrevista pedí a los católicos, ante la crisis actual de la Iglesia, "ser como Erasmo y no como Lutero". Si bien en el contexto se entendía bien, no quisiera que mis amigos luteranos lo malinterpreten. Por ende transcribo lo escrito sobre este punto en mi "Comenttario a la Suma Contra Gentiles", Instituto Acton, Buenos Aires, 2015.
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Todos
sabemos que en els. XVI católicos y luteranos tuvieron como punto teológico de
discordia si el ser humano se salvaba por la fe o también por las obras, como
si la primera dependiera de la gracia de Dios pero “no tanto” las segundas. Esa
diferencia no tiene razón de ser. Las “obras” del que recibe la Fe ya son las obras de quien
recibe la Fe , la Esperanza y la Caridad , y por ende todas
las obras del creyentes son meritorias porque si están en el orden de la Caridad , son fruto de la
gracia y por eso son “meritorias”. Puede haber actos moralmente buenos sin la
gracia, pero no son meritorios. Que esos actos buenos sean tenidos en cuenta
por Dios dependerá de la búsqueda sincera de la verdad por parte de quien
carece de la gracia de Dios, búsqueda que ya está dentro de una gracia actual.
Por ende, a
esta altura, el tema de la gracia iguala a protestantes y católicos no en algo
periférico, sino en algo fundamental, sobre todo al lado de ese pelagianismo
práctico en el cual viene muchos cristianos, ya sea por falta de Fe, o por
falta de formación que los hacen caer en los diversos neo-gnosticismos de la
new age. Cuando decimos “protestantes” nos referimos a los originados en esta
tradición lutarana. Esto se ve claramente en la “Declaración conjunta sobre la
doctrina de la justificación”, que el Vaticano firma con teólogos luteranos en
1999[1].
A efectos de lo visto y de lo que estamos diciendo, reproduciremos algunos
números:
“…15. En la fe, juntos tenemos la convicción de que la
justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para
salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la
encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación
significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual compartimos mediante el
Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre. Juntos confesamos: «Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra
salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y
recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y
llamándonos a buenas obras».[11]
16. Todos los seres humanos somos llamados por Dios a la salvación en Cristo. Solo a través de Él somos justificados
cuando recibimos esta salvación en fe. La fe es en sí don de Dios mediante
el Espíritu Santo que opera en palabra y sacramento en la comunidad de creyente
y que, a la vez, les conduce a la renovación de su vida que Dios habrá de
consumar en la vida eterna. 17. También compartimos la convicción de que el
mensaje de la justificación nos orienta sobre todo hacia el corazón del
testimonio del Nuevo Testamento sobre la acción redentora de Dios en Cristo: Nos dice que en cuanto pecadores nuestra
nueva vida obedece únicamente al perdón y la misericordia renovadora que de
Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito
propio cualquiera que este sea”.
Como vemos, estos pasajes
(ver sobre todo las partes subrayadas por nosotros) muestran claramente el
acuerdo fundamental sobre el carácter gratuito de la salvación del hombre,
fruto de la gracia de Dios. Sobre el famoso tema de la fe y las obras, se
aclara:
Finalmente, sobre el
misterio de la relación entre libertad y gracia:
“ …20. Cuando los
católicos afirman que el ser humano «coopera", aceptando la acción
justificadora de Dios, consideran que esa
aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana
de la innata capacidad humana. 21. Según la enseñanza luterana, el ser
humano es incapaz de contribuir a su salvación porque en cuanto pecador se
opone activamente a Dios y a su acción redentora. Los luteranos no niegan que una persona pueda rechazar la obra de la
gracia, pero aseveran que solo puede recibir la justificación pasivamente,
lo que excluye toda posibilidad de contribuir a la propia justificación sin
negar que el creyente participa plena y personalmente en su fe, que se realiza
por la Palabra
de Dios”.
Todo esto es totalmente
compatible con todo lo que hemos visto sobre el tema de providencia, libre
albedrío y gracia en ST. La reflexión adicional es: si esto es así, ¿por qué
seguimos separados? Todo el justificado enojo de Lutero contra Roma se hubiera
manejado de otro modo con los usos actuales de la Iglesia actual, y hubieran
impedido las exageraciones doctrinales en las cuales Lutero habría incurrido
(en ppio., negación del libre albedrío, corrupción total de la naturaleza
humana después del pecado, la negación de la transubstanciación, negación del
primado de Pedro y de seis de los siete sacramentos). Quiero decir: todo ello
no fue la esencia de lo bueno de Lutero. Lo bueno de Lutero fue su rechazo a la
corrupción dentro de Roma y un recordatorio de la primacía de la gracia, como
buen monje agustino. Si las cosas se hubieran manejado de otro modo, Lutero
hubiera sido hoy uno de los grandes reformadores católicos, como en su momento
lo fueron San Francisco y Santo Domingo. Y en la Iglesia sí se puede volver
al pasado: porque si hay acuerdo en lo fundamental, no hay motivo para estar
separados. ¿Cuál es el problema del libre albedrío, en la medida que esta
declaración conjunta lo afirma? ¿Cuál es el problema con la transubstanciación?
Es totalmente razonable que Cristo haya querido estar realmente con nosotros
siempre, mediante la renovación in-cruenta de su sacrificio. ¿Cuáles son los
problemas de los cinco sacramentos restantes? Corresponden precisamente al
desarrollo de la vida de la gracia, gracia sin la cual no hay cristianismo.
¿Cuál es el problema con el orden sagrado? Precisamente la participación en la gracia de ser sacerdote, profeta y rey de
Jesucristo no lo niega como único mediador entre Dios y los hombres,
precisamente porque ese único mediador hace participar realmente en la gracia
de su mediación y de ese modo muetra de modo más intenso la necesidad de su
gracia. ¿Cuál es el problema, entonces, con el sacramento de la Reconciliación ? Por
lo demás, la sabiduría psicológica de ese sacramento es única: el creyente es
el que se acusa a sí mismo, nadie lo acusa de nada sino él, el sacerdote lo
puede salvar de un falso escrúpulo y evita (justamente) que el creyente tenga
la tentación de auto-salvarse a sí mismo en un diálogo secreto con Dios que
dada la naturaleza humana da para todos los autoengaños posibles. Por lo demás,
la Reconciliación
muestra más la necesidad de la gracia, no porque rechace las sanas y necesarias
terapias psicológicas sino porque es una muestra de que de estas últimas no puede surgir la gracia de Dios. Y de
la confirmación, la unción y la extra-unción, ni qué hablar como vivencias
permanentes de la gracia de Dios en toda la vida del cristiano….
Lo que quiero decir: de la
necesidad de la gracia para la salvación, tema común a católicos y luteranos,
surgen “como el valle de la montaña” los otros seis sacramentos porque ellos
son los medios, precisamente, para la recepción de la gracia, dejando en las
manos de Dios, obviamente, los medios extra-ordinarios para su recepción, pero
sea de un modo u otro, la gracia siempre es necesaria….
Y finalmente, ¿cuál es el
problema con el primado de Pedro? Es
totalmente razonable que Jesucristo dejara una hermenéutica sobre-natural de
las Escrituras, porque de no ser así, habría tantos cristianismos como
cristianos hubiera. Más allá de esto, si los católicos han exagerado y abusado
de la infalibilidad pontificia, problema nuestro, de los católicos, y no de los
protestantes, que cuanto más rápído resolvamos nosotros más rápido podrán ellos
verlo claro; pero lamentablemente creo que pasará mucho tiempo antes de que los
católicos dejemos de ver en Pedro un monarca temporal absoluto que tiene que
hablar, decir, hacer y deshacer absolutamente y directamente de toda cuestión
humana que pudiera surgir.
Lo que quiero decir: no hay
motivos para estar separados, más allá de un pasado que no se puede negar, pero
sí curar. Y los católicos haríamos bien en recordar, como sucede en Hechos, 15,
que “…el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no poneros ninguna carga más
que estas impresciendibles…”. Haríamos bien, por ende, en revisar si no
deberíamos liberarnos de algunos lastres históricos que no forman parte del depositum fidei y que son un escándalo
para la unidad de los cristianos… Cuando algunos católicos dejen de hablar del Sacro
Imperio como un añorado dogma de fe y otros dejen de hablar de estatismo como
un autoritario dogma de fe… Cuando los católicos hayamos madurado todo esto… Entonces
tal vez demos un paso adelante en la unión con los demás cristianos……….
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