(Anexos 3 y 7 de los puntos 15 al 27 de mi Comentario a la Suma Contra Gentiles).
1. Sujeto, objeto y mundo
Se habrá observado que cuando
habla del conocimiento en Dios —igual que cuando habla del conocimiento en el
ser humano—, Santo Tomás no se plantea el problema del conocimiento como lo
hacemos hoy. Santo Tomás da por supuesto que “hay” conocimiento; no se plantea
“el problema” de cómo y si y en qué
medida y de qué modo el sujeto conoce el objeto. Que ese problema haya sido
planteado por Descartes es totalmente comprensible en la época de Descartes. (O
sea, como diría Ortega, “en torno a Descartes”). Pero hoy es cuestión de
replantear el problema; problema que algunos tomistas han asumido e intentado
resolver en los términos dejados por Descartes. Esto es: que “la realidad del
objeto” es evidente para el sujeto; que no hay necesidad de demostrar que el
mundo externo existe. Pero eso sigue manteniendo los términos del problema —sujeto,
objeto, mundo— como mundo físico externo al sujeto.
Pero es la misma noción de “yo
soy” cartesiana la que permitió a Husserl ir hacia el “nosotros somos” de la
inter-subjetividad, y, con ello re-plantear la misma noción de “mundo”. “Mundo”
ya no es la cosa física externa, sino el conjunto de relaciones intersubjetivas
en las cuales primariamente vivimos. “aquello que primero cae en la
inteligencia” es el mundo, como intersubjetividad. Para poner el famoso ejemplo
de Schutz, que es el más didáctico[1]: el
ser humano no conoce primariamente los objetos materiales de un aula, un
juzgado o una iglesia, sino que lo que vive primariamente es su mundo de la
vida: las relaciones entre las personas que determinan que la realidad vivida
sea un juicio, una ceremonia religiosa o una clase, y sin embargo sus elementos
materiales —bancos, escritorios, sillas, luz, aire, etc.— pueden ser los
mismos. Eso es “ser en el mundo”, y esa realidad
como relaciones entre personas se fundamenta perfectamente en la noción de
persona de Santo Tomás y en la conducta intencional, por un fin, y por ende en
los fines de cada interacción social[2].
Todo esto cambia totalmente la
noción de conocimiento y permite comprender por qué Santo Tomás no se plantea
el conocimiento como nos lo planteamos hoy: no era necesario. Fue necesario después
del siglo XVI. Lo que hizo Decartes fue totalmente comprensible, pero ya
podemos re-plantear la cuestión; eso sí, manteniendo una sana herencia
cartesiana: “el yo”, que no se abandona sino que pasa al “nosotros”.
Esto es: el esquema cartesiano y
pos-cartesiano del conocimiento es este:
Este es el
esquema que ha originado todos los dolores de cabeza de la filosofía pos-cartesiana.
¿Cómo sabe el sujeto que el objeto es real? Tiene al famoso “punte” que cruzar;
en ese puente se encuentra con una supuesta “idea” del objeto que lo
re-presenta y entonces nace la típica pregunta: ¿cómo sabemos que la idea
re-presenta “verdaderamente” al objeto; que no tiene respuesta así planteada?
La realidad se reduce además a la cosa física externa.
En cambio, el
mundo como intersubjetividad corta con todo ello:
O sea: la
persona está en el mundo (intersubjetivo); “está en” no tiene ningún puente que
cruzar y es su vivencia fundamental (= conocimiento, comprensión); no tiene
ningún objeto que “re-presentar” de
vuelta. Con lo cual todo se replantea nuevamente:
-
lo que antes era sujeto ahora es persona;
-
lo que antes era objeto ahora es mundo;
-
lo que antes era objetivo ahora es inter-subjetivo;
-
lo que antes era realidad externa ahora es mundo
inter-subjetivo;
-
lo que antes era subjetivo ahora es personal.
Y todo ello perfectamente fundado
en la noción de persona humana de Santo Tomás (que profundizaremos en el
comentario al libro II). Conocer, por
ende, es vivir-en, estar-en, y por tanto comprender lo vivido.
Así se supera hoy el famoso obstáculo
de la negación del conocimiento de las esencias, según Kant. Dicha negación solo
se entiende en el contexto del debate Descartes-Hume-Kant. Por lo mismo, lo que
Kant está negando es algo que tiene mucho que ver con la noción de “objeto” en
el planteamiento cartesiano y poscartesiano. En dicho planteamiento, el objeto
de conocimiento, como res extensa, se
matematiza, es cantidad; puede ser “totalmente” conocido según la geometría
analítica y, por lo demás, tiene a Dios como su garante de claridad y
distinción. Cuando Kant niega todo esto, niega por lo mismo que haya una “cosa
en sí” que pueda conocerse “totalmente”.
Cambiando, como vimos, todo esto
por el mundo de la vida, la dialéctica entre cosa en sí (como objetivo) y ser
en mí (como subjetivo) desparece. Ya no hay un sujeto que pueda conocer un
objeto que sea independiente del mundo de la vida, y ya no hay un objeto que
sea “subjetivizado” como si la realidad desapareciera en las concepciones
arbitrarias de un sujeto pensante. Lo que hay es intersubjetividad, en la cual
y a partir de la cual las cosas físicas son humanamente conocidas: los
artefactos, porque son fruto del mundo intersubjetivo, que es lo mismo que
decir cultural; las cosas físicas, no humanas, porque son conocidas en y desde
esa intersubjetividad; y las conjeturas de la físicia occidental, que son un
producto cultural también. Pondré un ejemplo que habitualmente utilizo: ¿Qué
conoce un ser humano del agua? Lo humanamente cognoscible dentro de su
inter-subjetividad: que moja; que implica sequía o inundación; que sirve para
beber; bañarse o lavar; que es aquello sin lo cual se puede tener sed; que es
el río Nilo o una botella de agua, que es divina o no, que es H2O o uno de los
cuatro elementos. Que sirva para beber y cosas así son las experiencias humanas
más simples y con posibilidad de ser compartidas en todos los horizontes
humanos. Esto es:
Como se puede observar, algo del
agua es humanamente cognoscible (lo cual entra dentro de las posibilidades
humanas de conocimiento desplegadas en la intersubjetividad), y ese “algo” es
el conjunto marcado por la intersección, mientras otros aspectos, fuera de
nuestras capacidades humanas de conocimiento, no serán conocidos; pero el “algo del agua conocido” deriva
antológicamente de lo que el agua es (creada y conocida absolutamente solo por
Dios) que no depende a su vez de que sea conocido por el ser humano. Por tanto,
se conoce siempre “algo de la esencia”, lo humanamente cognoscible, lo cual
concuerda con lo que Santo Tomás considera que es el objeto del intelecto
humano en estado de unión con el cuerpo,
la quiddtas rei materialis, pero,
recalcamos, en estado de unión con el
cuerpo[3]; cuerpo que, en Santo
Tomás, es unión de forma espiritual y materia (veremos eso después); coincidiendo ello con el “cuerpo viviente”
(leib) en Husserl[4]; y que es esencial
para el apercibimiento del otro en tanto otro; o sea la intersubjetividad; es decir que Santo Tomás presupone ya en su
momento que las captaciones del intelecto son en situación de
intersubjetividad. Todo lo cual, volvemos a decir, supera las negaciones
kantianas del conocimiento de la esencia, a
la vez que supera también un realismo de un “objeto” sin inter-subjetividad.
3.2. Verdad
En todo lo que venimos diciendo
presuponemos el tema de la verdad. Hemos visto en su momento el sentido de
verdad lógica y ontológica en Santo Tomás, pero ahora debemos complementarlo
con el problema de la verdad como
re-presentación.
Esto tiene mucho que ver con todo
lo que hemos planteado en el caso del conocimiento.
La mayoría de las objeciones pos-kantianas
al tema de la vedad como adecuación a la realidad no tienen que ver,
obviamente, con el contexto creacionista en el que Santo Tomás había planteado
el tema en De veritate, que ya hemos
comentado. Tienen que ver precisamente con el esquema sujeto-objeto pos-cartesiano,
donde la idea queda como la idea-copia que re-presenta a la realidad:
Sujeto/idea-objeto/(cosa real).
Porque si la idea queda como “lo conocido”, entonces el alejamiento de la
realidad es inevitable:
Como vemos, en ese caso el sujeto
conoce la idea como lo conocido, y el objeto queda fuera de su campo de
conocimiento. Claro, la idea es entonces una idea-copia (un signo como
cualquier otro, instrumental), pero entonces, ¿cómose sabe que la idea
re-presenta verdaderamente al objeto?
Esto implica re-trotraer la pregunta ad
infinitum. Si la adecuación con la realidad presupone una verdadera
re-presentación, esa representación “verdadera” ¿a qué realidad es adecuada?
Para responder a esto, el tomismo
actual[5] parte
de la distinción que hace Santo Tomás entre signum
quo[6] y signum quod. El primero es aquello a
través de lo cual conocemos la cosa; el segundo es la cosa conocida. Santo Tomás
se refiere al concepto (objetivo) no como a lo conocido, sino aquello a través de lo cual conocemos lo
conocido; el tomismo actual llama a eso signo
formal. ¿Es esto correcto? Si, en la medida que hayamos partido ya de un
presupuesto realista. Esto es: si conozco a Juan, pre-suponiendo que Juan es
real, entonces es obvio que todas las ideas, imágenes y conceptos de Juan que
pueda tener in mente son Juan mismo en
tanto conocido; y si a eso queremos llamarlo signo formal, de acuerdo,
porque obviamente ese “en tanto conocido” quiere decir que conozco al Juan real
a través de la intencionalidad real de “lo pensado”. (Unión Aristóteles-Santo Tomás-Fregue-Brentano-Bolzano-Husserl).
Pero ¿por qué presuponemos que
Juan es real? La respuesta está en la ya aludida inter-subjetividad. La realidad de Juan es innegable, una vez
que tenemos un compromiso existencial con él. Entonces podemos inferir cómo lo conocemos, no si lo conocemos. Esto es: la verdad
tiene su fundamento último en Dios y (pero) su fundamento inmediato en la
inter-subjetividad.
En ese sentido, volvemos a lo
anterior: ya no hay un mundo externo al que adecuarse, y en tal sentido la verdad
como adecuación a la realidad debería ser re-definida. Lo que hay es un mundo
inter-subjetivo, en el que estamos. En ese “vivir en” la verdad es captada como
con-comitante al mundo vivido. Por ejemplo: usted está leyendo este libro en
este momento. Si un amigo se le acerca y le pregunta qué está haciendo, y usted
le contesta “leyendo un libro”, con eso basta; no es necesario que le diga “es
verdad que estoy leyendo un libro”. En cambio, si su amigo le responde que no
lo está haciendo, entonces usted dirá seguramente: “sí, es verdad que estoy
leyendo un libro”, como re-afirmando la experiencia de mundo que en ese momento
está teniendo usted. En tal sentido, la verdad, más que una adecuación, es la expresión del mundo de vida habitado,
cuando esa expresión es necesaria y pre-suponiendo condiciones discursivas de
sinceridad en el enunciado. Por eso, según el Evangelio, Jesús decía muchas veces: “en verdad, en verdad os digo
que…”: para reafirmar lo que predicaba ante una audiencia incrédula.
Lo más interesante de esto es que,
de este modo, la verdad implica siempre una re-flexión intelectual sobre el
propio juicio. La verdad no es otro jucio, sino captar que el juicio emitido
expresa el mundo y esa captación implica un “ver de vuelta” al juicio, lo cual
sería imposible si la inteligencia fuera algo solamente físico, porque lo
físico no puede re-flexionar sobre sí mismo. Y por eso la verdad es una
expresión meta-lingüística y no parte del mismo juicio. Si se quiere analizar
cuál es el sujeto y cuál el predicado de “estoy leyendo un libro”, es obvio que
el sujeto tácito soy yo y lo demás es el predicado; pero si digo “es verdad que
estoy leyendo un libro”, el “es verdad” no forma parte del sujeto ni del
predicado, sino es un meta-enunciado sobre el enunciado mismo:
Como decimos, esa expresión
metalinguística es en general tácita y está captada por el intelecto, en un
acto reflexivo, que revela su naturaleza no corpórea[7].
La cercanía o lejanía al mundo habitado es lo que implica un mayor
grado de credibilidad del enunciado que afirma la verdad. El que habla del
mundo que habita, que conoce, habla con verdad, con mayor radicación en su
realidad intersubjetiva y, por ende, con mayor credibilidad para quien no habite
ese mundo,
A la verdad se llega, cuando hay dudas sobre ella, mediante el diálogo.
El diálogo no es la condición ontológica de la verdad; su condición ontológica
es el mundo intersubjetivo creado por Dios. Pero el modo humano de llegar a la
verdad es el diálogo. La verdad solo se entiende cuando es aceptada por medio
de la comprensión intelectual, y dicha comprensión nada tiene que ver con la
violencia, ni tampoco con la violencia liguística, ni con el miedo ni con los
premios, ni con argumentos meramente persuasivos. El derecho a la ausencia de
coacción sobre la conciencia, en todo lo que implique verdad, tiene que ver con
esto precisamente. Y las condiciones de diálogo de Habermas deben ser
entendidas en esta perspectiva, con total independencia del neokantismo del
autor. Lo mismo cabe decir de la actitud crítica en Popper..
Todo esto es muy importante,
porque en la cultura y filosofía del siglo XX el diálogo y la verdad parecen
haberse desencontrado. Los que tienen certeza de estar en la verdad no parecen ser
muy propensos al diálogo; y al revés: los que están abiertos a la comprensión
del otro sospechan que ello no es compatible con las certzas. El choque de
horizontes —en ese caso, entre neokantismos, pos-modernismos (que no son lo
mismo) y diversas corrientes neoescolásticas— es harto conocido para reseñarlo
ahora[8].
Pero, como vimos, no tiene razón de ser. Las
condiciones de diálogo, desarrolladas por filósofos neokantianos como Popper,
Habermas o Apel, son a la vez, en sí mismas, un derivado de las condiciones del
trato digno a la persona y su naturaleza racional, cuyo fundamento último está
en la persona como imago dei. Es
más, la desconfianza de encontrar la verdad es una amenaza para el diálogo: si
el que dialoga lo hace desconfiando de la verdad, ¿qué hará cuando la
encuentre? ¿Dejar de dialogar? El diálogo, por lo demás, va más allá de la sola
negociación, y menos aún tiene algo que ver con muros de contención de una
destrucción potencial. El diálogo es una actitud de respeto y convivencia, que
nace del convencimiento profundo de no
invadir la inteligencia y la voluntad del otro; de que el otro, por, ende
tiene una esfera íntima a la cual solo se puede acceder mediante su permiso,
cuando el otro percibe precisamente respeto y comprensión de nuestra parte. Ello también tiene profundas consecuencias
en filosofía política, donde el respeto a la libertad de conciencia, la
libertad religiosa, el derecho a la intimidad, la objeción de conciencia, etc.,
son derivados coherentes de las doctrinas de Santo Tomás sobre el derecho
natural[9].
Pero además, todo esto que hemos
visto de la verdad como manifestación del propio mundo de la vida nos da la
pauta para recuperar la verdad frente a cualquier escepticismo. No porque sea
esto una re-edición de las teorías fundacionistas de la verdad; es decir, no
porque el mundo de la vida sea un punto de partida como un punto cero de apoyo
de una palanca de Arquímedes gnoseológica —como intentó serlo en su momento el
yo cartesiano—, sino porque el mundo de la vida es el re-descubrimiento del
camino por el que vamos avanzando en actitud natural. La teoría sobre ese mundo de la vida es la filosofía, que se apoya por tanto
en una reflexión sobre las viviencias
más profundas de la vida (sobre todo, el amor verdadero). Por eso la filosofía
presupone una vida buena —no una buena vida—, donde las experiencias vividas de
amor al prójimo nos conduzcan a redescubrir todas las consecuencias ontológicas
de mirar al otro en tanto otro. Por lo mismo, el conocimiento moral por
connaturalidad es condición necesaria, mas no suficiente, para la filosofía y,
sobre todo hoy, para la vuelta a la filosofía y su armonía con la fe. En última
instancia, para no ser escéptico hay que haber despertado del sueño y la
anestesia de una existencia in-auténtica que nos sumerge en el odio, la
indiferencia, la vanalidad, el olvido del otro. De igual modo que no puede amar
a Dios quien no ama a su prójimo, a quien ve, no puede estar en el camino a la
verdad quien no tiene siquiera conciencia de estar radicalmente olvidado de su
prójimo. Aquí sí, la famosa pala de Wittgenstein se quiebra. El comienza su
libro Sobre la certeza diciendo: dime
que tienes una mano y te concederé todo lo demás; pero tendría que haber dicho
“dime que tienes un amigo y te concederé todo lo demás”, en cuyo caso el libro
hubiera terminado allí.[10]
[1] Schutz, A. On Phenomenology and Social Relations; University of Chicago Press,
1970, p. 197.
[2] Nos hemos detenido en ese tema en Zanotti, G.: “Intersubjetivity, Subjetivism, Social Sciences, and
the Austrian School of Economics”, en Markets & Morality (2007),
vol. 10, number 1, 115-141.
[5] Ver Llano, op. cit., y Metafísica y lenguaje, Eunsa, Madrid,
1979.
[6] Suma Teològica I, Q. 85 a.
2.
[7] Llano, op. cit., p. 181.
[8] Ver Leocata, F.: Estudios sobre Fenomenología de la praxis, Proyecto, Buenos Aires,
2007. Para las obras de Leocata on line, ver www.franciscoleocata.com.ar
[9] Ver García López, J.: Los derechos humanos en Santo Tomás de
Aquino, Eunsa, Pamplona, 1979, y Fuenmayor, Amadeo de: La libertad religiosa, Eunsa, Pamplona, 1974.
[10] Wittgenstein, L.: Sobre la certeza, Gedisa, Barcelona,
2000.
2 comentarios:
Conocemos muy poco y, generalmente, el ser humano tiene sed, de Conocimiento y de algo más. Si no cree en Dios entonces cree en otras cosas, generalmente, hay excepciones como los nihilistas, por ejemplo, y entonces cree en una ideología o en un equipo de fútbol o en una Patria...Existe la sed de Dios y, lamentablemente, la sed del diablo. Y del mismo modo que existe la sed de Eternidad, de Absoluto, de Infinitud, de Trascendencia, de Existencia, de Ser...existe el miedo a la Eternidad y supongo que a lo Absoluto, y supongo que también existirá la ser de Finitud, de Intrascendencia, de Inexistencia, de no Ser, o dicho con otras palabras, la sed de la Nada o del Vacío...Quizás bastantes suicidas sientan esta sed de la Nada o del Vacío, o simplemente ven la muerte como un mal menor, incluso supongo que habrá los que esperen un mundo mejor. Pero no podemos elegir lo que hay al otro lado. Ni siquiera tenemos capacidad ni conocimientos como para poder elegir con criterio. Estas posturas son respetables, cada uno es como es y ve y siente las cosas a su manera. ¿Que hay al otro lado? Quien sabe. Puede ser bueno, malo o inexistente. Pero yo soy de los que tienen sed de Dios, de la Eternidad, del Absoluto, de la Infinitud, dela Trascendencia, de la Existencia, del Ser...siempre que lo que haya al otro lado sea bueno o, por lo menos, no malo. Si no es así supongo que sería menos malo la Nada.
¿Sed de lo Absoluto?. De lo Absoluto bueno. Aunque quizás sea mejor no tener esta sed. No lo se. Depende, supongo.
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