El caso de la madre neuquina que
se negó a escolarizar a su hijo ha vuelto a despertar un viejo debate que, sin
embargo, a muchos argentinos les parece una novedad.
El asunto tiene muchas
implicaciones: desde el derecho a la libertad de enseñanza hasta temas de
legislación escolar, todo se ha mezclado y tal vez sea un error querer abarcar
todos los temas al mismo tiempo.
Hay uno, quizás, con el cual
podríamos comenzar. Las críticas a la escuela no son nuevas. Más allá de las críticas de
izquierda, muy comunes a partir de los 60, que la colocan como una extensión de
la opresión del capitalismo, hubo desde los 30 y 40 (e incluso antes, como en
el caso de J. Dewey) críticas clásicas al sistema escolar positivista del s.
XIX, creando un movimiento llamado “escuela nueva” que conformó, como mi padre
lo llamó, el segundo período de política educativa.
El asunto es, por ende, de larga
data.
Pero, por varias razones, las
propuestas de reforma no terminan de prosperar. En gran parte por el estatismo,
que inmoviliza al sistema, en gran parte por los sindicatos docentes, que no
quieren evidenciar su falta de preparación para lo nuevo, y en gran parte
porque “la escuela”, así como se la pensó en el s. XIX, ha pasado a ser como
una creencia cultural arraigada, una especie de ícono intocable, más o menos
como los símbolos nacionales o el día de la madre.
Cuesta tomar conciencia, por
ende, del daño severo y grave que la escolarización produce a casi todos. En
estos días de comienzos de clases he mirado con asombro las fotos que los
padres suben del primer día de clase de sus hijos, ignorando terriblemente el
cadalso al que los llevan. Aunque sea agotador, parece que hay que seguir
explicando el daño, casi irreparable, que al ser humano producen los sistemas
memorísticos y repetitivos, la eliminación de la creatividad, la penalización
del error, la evaluación como castigo, la falsedad intrínseca del sistema de
notas, etc. El resultado es, precisamente, un ser acostumbrado a repetir,
imposibilitado de crear, de verdaderamente entender y aprender: un ser humano
que ha sido moldeado conforme a una igualdad adaptativa a un sistema de vida
que luego nada tiene que ver con el sentido último de su existencia. Los
inadaptados, o sea los que se resisten –habitualmente niños con trastornos
leves de atención, genios que aprenden por su cuenta, artistas creadores, etc.-
son severamente penados y hasta son medicados para que “se adapten”, y
lamentablemente la mayoría lo hace. Los que tienen buenos recuerdos de la
escuela es porque memorizan bien, o porque aprenden por su cuenta lo que se les
pide, pero no todos tienen tanta suerte.
NO se termina de tomar conciencia
de que es verdaderamente un campo de concentración, un moderno sistema de
esclavitud. Se ha tomado conciencia del drama de la mujer golpeada, del daño
ambiental, de muchas cosas, pero este drama sigue sumergido en medio de símbolos
que ocultan su crueldad: el izar la banderita, el día de la maestra, el boletín
con 10, el día del compañero, etc. Hasta
cuesta decirlo: si los padres tomaran conciencia de lo que realmente sucede, se
horrorizarían a tal punto que no sabrían qué hacer, teniendo en cuenta que
descubrirían además que no tienen salida, como la heroica madre neuquina,
denostada y ridiculizada, y apresada si es necesario, por un soviet cultural
cruel y coherente. La escuela es un campo de adiestramiento, un sistema de
adaptación a lo igual mediante premios y castigos, una anulación de la esencia
individual, una destrucción de la creatividad, de la comprensión y de todo
aprendizaje, una fuente de corrupción, una moderna cabaña del Tío Tom
disfrazada de ternura, una generalización perfecta del engaño tal vez
misericordioso del padre del niño de la película “La vida es bella”, cuando le
esconde a su hijo el drama del nazismo.
Parece que es todo inútil y hasta
me pregunto, como Morpheus, si no es peor despertar a las personas de la Matrix
cuando están tan sumergidas en ella, como los terapeutas que no pueden sacar de
golpe de su delirio a un paciente, porque el delirio es paradójicamente
estructurante. Pero también estaban sumergidos en su delirio los espartanos que
tiraban al abismo a sus infantes "que no eran aptos". Alguna vez habrá que terminar con
ello.
Bibliografía recomendada: Landolfi, Hugo: Educación para la fragilidad, Dunken, Buenos Aires, 2015.
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