El Lunes 15 de Junio la
Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires me otorgará el premio de “Personalidad
destacada de la ciencia” y eso ha generado en mí ciertos temores sobre cómo
puede reaccionar mi vanidad frente a ello (porque nunca he sido vanidoso al
punto de pensar que la vanidad no me afecte).
Recuerdo para esto la magnífica
ironía –como todas ellas- de Woody Allen en su película “A Roma con amor” sobre
la figura de Leopoldo Pisanello, un buen señor ni fu ni fa al cual la fama le
cae de golpe y sin sentido. Al principio le cuesta ser una figura pública cuyas
declaraciones sobre qué cómo en el desayuno y qué calzoncillos usa son MUY
importantes, pero luego se acostumbra, y cuando la fama se va tan
repentinamente y tan sin sentido como llegó, lo lamenta, y le cuesta ser él
mismo de vuelta, porque, quizás….. ¿Quién era él mismo?
El autodescubrimiento de la propia
identidad es una clave filosófica y terapéutica a la cual hace tiempo que le
dedico mucho de mi pensamiento. Porque si no se sabe quién uno es, cualquier
distracción viene bien, o, mejor dicho, llena ese vacío que es entonces la vida
interior. Y, como es el corazón humano, si no sabemos quiénes somos, la fama es
un anestésico fuertemente adictivo para esa falta de sentido. Sustituimos la
falta del propio yo por la mirada de los otros, que no miran sino que ad-miran,
vaya a saber qué que también los llena, y por eso cuando la fama se va el vacío
es más intenso, y el síndrome de abstinencia es casi insufrible.
Cuando, al contrario, sabemos en
parte –porque nunca se sabe totalmente- quiénes somos, la mirada de los otros
no define nuestra existencia (excepto que, por supuesto, se trate de la existencia que es hacia-los-otros). La vida se convierte en una caminata constante
por nuestro propio sentido, que puede atravesar días soleados o lluviosos, pero
ello no define al caminante. El caminante se define porque desde sí mismo sabe dónde
va. Pueden aparecer famas y famitas comprensibles, el afecto de los amigos,
pueden aparecer también días de soledad e incomprensión, pero la caminata
sigue. La soledad puede dolernos, pero la caminata sigue; el afecto de los
amigos puede empalagarnos, pero la caminata sigue.
Ahora que el afecto de los amigos
me va a dar cierta famita, que no me confunda, porque ello mismo
retroalimentará el odio sordo pero estrepitoso de aquellos para los cuales mi
propio ser es el marciano más peligroso que han visto en su vida. Pero ni una
cosa ni la otra me moverán de mi yo. El 15 será un día de sol auténtico, del
más auténtico, como lo es la riqueza más extraordinaria: el afecto de amigos y
familiares. Pero al mismo tiempo está la lluvia de la incomprensión. Ante ambas
cosas, yo y mi paraguas. Yo y mi circunstancia. Yo y mi vida. Yo.
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