martes, 15 de mayo de 2012

SEMBLANZA DEL DOCTOR FRANCISCO LEOCATA, por Martín Grassi ( en ocasión de la inauguración del Grupo de Estudios consagrados a su filosofía).




La inauguración del Grupo de Estudios de la Obra del Padre Francisco Leocata, junto con la confección de la página web dedicada a la obra de este gran pensador argentino, me ha henchido de alegría. Cuando me enfrenté al ordenador para escribir unas pocas páginas al respecto de la figura de Leocata celebrando estos acontecimientos, me sorprendió la idea de escribir una pequeña semblanza de su persona, dejando un poco de lado la cuestión propiamente académica -que tanta dedicación merece, por otro lado- y aprovechando la ocasión para rendirle un sentido homenaje como su alumno y discípulo.
Como alumno de la Universidad Católica Argentina, caminaba las clases de los primeros años de la carrera de Filosofía un tanto mareado por las mareas filosóficas en las que me había aventurado. Todo era viejo y nuevo para mí... se hablaba en las aulas de aquello que, sin hablarse, acompaña la existencia de todo hombre que se digne de ese título. Algunos profesores entraban por la puerta con un universo de reflexiones tan vasto que los ojos de uno no alcanzaban a abrirse todo lo que la situación solicitaba. El tiempo parecía tomarse un pequeño recreo. Claro que esos profesores geniales eran contados, y uno empezaba a extrañar sus voces ya antes de haber concluido el curso. Pero uno encontraba un remedio a esa nostalgia, y era la promesa de profesores aún más excepcionales. Como sucede siempre que se trata de un gran maestro, la fama precede a su presentación efectiva, y tal era el caso con el Dr. Francisco Leocata. Ya en el primero de los años, uno era anoticiado del grato acontecimiento de las clases del titular de Historia de la Filosofía Moderna y de Filosofía del Lenguaje. No había alumno que no expresase su admiración por Leocata, ni alumno que fuera indiferente al testimonio de aquellos favorecidos por sus clases. Así fue que, apenas había recorrido parte de los pasillos de la UCA, ansiaba ya gozar de las mágicas sesiones que profetizaban los muchos oráculos.
La espera se hizo un tanto larga, pero, para mi alegría, llegó el día en que los corredores de la Facultad desembocaron en la cátedra de Filosofía Moderna. Había tenido, igualmente, la suerte de una primera cata de tan deliciosa cosecha en una Semana de la Filosofía, en la que el maestro Leocata había disertado sobre el “argumento ontológico”: como toda primera cata, salí en un estado de embriaguez escandaloso. Pero se trataba de una borrachera que no conocía resaca y que yo asimilaba al estado beodo de los interlocutores de Sócrates en esos Banquetes míticos. Aún sin que se haya abierto la puerta de la cátedra de Moderna, pues, ya conocía la fisonomía, la estatura, el tono de voz y la contextura física del gran maestro, como también algo de su mundo interior... pero ante los grandes hombres el estupor que despierta su presencia nunca se desvanece. Así fue que este hombre de pequeño porte apenas podía atravesar la puerta de la clase: estaba parado sobre los hombros de muchos gigantes. En efecto, la erudición del Padre Leocata dejaba boquiabiertos a quienquiera que lo escuchase o leyese, y no había país de la filosofía que él no haya visitado detenidamente. Nada de la filosofía le era ajeno... pero era cuestión de tiempo para caer en la cuenta de que tampoco le eran ajenas otras muchas disciplinas, como el arte, la historia, la psicología, la sociología, la teología, etc., etc. Su figura me retraía a la de los grandes sabios antiguos, aquellos que no dejaban terreno humano virgen, y que removían la tierra, cultivaban y cosechaban en todo campo que pudiera parecer a otros infértil a primera vista. Y es que éste es uno de los rasgos más característicos de Leocata, rasgo que lo destaca por sobre los demás profesores: su valentía y coraje, su vocación a la aventura del pensamiento. Allí donde algunos preferían mirar de reojo y pasar rápidamente por las puertas, sin atreverse a pedir permiso y entrar, allí Leocata se detenía y entraba a dialogar. Como excelente interlocutor que es, Leocata no hace violencia a ninguno de los anfitriones que lo reciben: sean de la corriente filosófica que fueran, sean de la disciplina que fuere, a todos escucha con devoción y atención, presto para recibir las riquezas que todo gran pensador pudiera ofrecerle. Como guardián del diálogo que es, sólo lo exasperaba y enojaba –si bien por su carácter no era lo más común- el descrédito y la desconfianza ante los grandes. Y una de mis primeras experiencias como testigo de dicho celo tuvo lugar en sus exposiciones de la filosofía de Descartes, a quien Leocata admira profundamente. Demasiado acostumbrados a las imprudentes enseñanzas de profesores anti-modernos, que subrayaban la decadencia de la filosofía a partir del Discurso del Método, los alumnos nos retirábamos azorados de las clases de Moderna, reflexionando en torno al horizonte inmenso que nos abría el filósofo francés para la filosofía y revisando esos prejuicios que irresponsablemente nos habían inculcado profesores cobardes. Pero no solo Descartes, sino todos los pensadores modernos, tan vapuleados por la mala escolástica de muchos, fueron reivindicados en las horas de clase del Padre Leocata. Todos ofrecían al pensamiento riquezas imprevistas y rumbos proféticos, aunque no siempre coincidieran con las concepciones tradicionales de la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Pero mientras que algunos huían despavoridos frente a filosofías como la de Malebranche, y tan solo se dedicaban a criticar –sin mucho estudio, por otra parte- su ocasionalismo o su ontologismo, Leocata lo examinaba con paciencia y extraía de sus fuentes minerales tan preciosos como los que pudieran encontrarse en la Suma Teológica.
Sin embargo, aún cabía la sospecha de que el Padre Leocata fuera tan solo –aunque no es para nada un título menor- un excelente historiador de la filosofía, un excelso profesor universitario. Pero la hipótesis no tardó mucho en falsearse –según las exigencias de Popper-: al año siguiente, me anoté con entusiasmo en la cátedra de Filosofía del Lenguaje, y mi asombro no fue desmentido, sino redoblado. ¿Quién imaginaría que no solo podríamos encontrar a un referente en el estudio de la Historia de la Filosofía, sino también a un pensador genial de carne y hueso, parado tímidamente frente a nosotros? Sus clases, que acompañaba con la lectura de su libro “Persona, Lenguaje, Realidad”, fueron un caldo de cultivo para la reflexión que no tiene precedentes en mi formación. En esta obra compleja y riquísima, Leocata dialoga no solo con los más diversos filósofos, sino también con las teoría más importantes de la lingüística y la semiótica, diálogo verdaderamente interdisciplinar (diálogo al que consagra su último libro, “Filosofía y ciencias humanas: Hacia un nuevo diálogo interdisciplinario”), para intentar comprender la esencia misma del lenguaje, y su relación con la realidad personal, con los otros hombres y con el mundo mismo. Tomando para sí el método fenomenológico, sobre todo en su vertiente husserliana, y rescatando la riqueza del pensamiento metafísico de la tradición tomista, Leocata intenta una síntesis, anclada en la noción de persona y de mundo de la vida (Lebenswelt), entre la reducción trascendental y el actus essendi, proponiendo una lectura no-idealista de la reducción, es decir, un abordaje personalista, gracias a la cual el hombre accede al acto de ser personal, acto de ser en el que se revela con mayor intensidad lo ontológico y metafísico. De allí que Leocata proponga un camino que va de la intimidad a la trascendencia que sigue las huellas de Agustín y Descartes, y que reivindica el giro moderno. Esta tremenda síntesis entre la fenomenología y el tomismo ha marcado un antes y un después en mi propio camino, confiando en las posibilidades metafísicas de la fenomenología trascendental, así como también en las posibilidades fenomenológicas de la metafísica tomista.
De allí en adelante, me convertí en un asiduo consultor de Leocata. Sus libros fueron ocupando los anaqueles de mi biblioteca, ubicándose al lado de Paul Ricoeur –filósofo que siento muy cercano a Leocata. Con lomo rojo resalta su segunda obra dedicada a la praxis (Estudios sobre fenomenología de la praxis), en la que se encuentra continuada la reflexión en torno a la raíz ontológica que motiva y sostiene la existencia personal en todas sus manifestaciones que ya estaba presente en “Persona, Lenguaje, Realidad”. El año pasado, a su vez, tuvimos el agrado de ver la edición de su última obra Filosofía y ciencias humanas, y cuya contribución más importante, a mi parecer, ha sido la incorporación de una nueva reducción fenomenológica, que Leocata llama reducción vital, y que sirve de pivote para articular la persona y el mundo de la vida a partir del cuerpo propio (Leib-körper), posibilitando así el legítimo abordaje objetivo de lo humano, propio de las ciencias humanas, puesto en cuestión por la filosofía de Heidegger y sus derivaciones. Por ello, este último libro y la incorporación de esta reducción vital a la reflexión filosófica anima a la constitución de una antropología filosófica que aborde todas las dimensiones del hombre a partir del fundamento de su ser personal y mundano, intersubjetivo e histórico. Su trilogía, pues, nos regala un océano riquísimo para ir a explotar sus recursos, proponiendo una base filosófica rigurosa y sugerente que permita avanzar con la reflexión hacia un personalismo metafísico, en cuyo centro encontremos la manifestación del Ser en el acto de ser de la persona. Así, esta propuesta filosófica permite entablar un diálogo fecundo con las filosofías actuales, y los desarrollos recientes de las ciencias humanas. Proseguir su obra exige muchísimo de nosotros, especialmente un coraje y una determinación extraordinarias para ir al encuentro de las voces más plurales, libando de las flores más dispares y llevando el néctar para nuestras colmenas.
Tengo la suerte de visitar asiduamente al Padre Leocata y encontrar en él un lector y crítico de mis escritos y estudios. La tercera característica que, por ello, me gustaría subrayar es la de su generosidad y disponibilidad. Leocata no es solo un gran pensador y escritor, sino un excelente maestro y docente, siempre dispuesto a ayudar a quien se lo solicite. Y quien a él se acerque encontrará siempre palabras de aliento, así como consejos metodológicos, además de recibir cierta instrucción sobre el marco general en el que se inscribe la investigación del consultante. En poco tiempo, uno adquiere un panorama claro y preciso de nuestra preocupación filosófica, además de llevarse consigo al terminar la entrevista una lista cuantiosa de bibliografía a leer. Si prestamos atención, esta vocación pedagógica de Leocata se hace manifiesta también en sus libros, los cuales atienden especialmente a la sistematicidad, el orden, y la claridad expositiva.  
Recordaré siempre algo que me dijo en una de nuestras últimas entrevistas: ante un escrito que le había alcanzado para que me diese su opinión, y que tenía una fuerte dosis de vitalismo, me dijo que, aunque no estuviera del todo de acuerdo con mi abordaje, sentía que cada filósofo tenía una intuición que motivaba toda su reflexión crítica, y que él confiaba siempre en las intuiciones de los filósofos, por lo cual de ninguna manera me invitó a dejar de lado mi intuición, sino que, por el contrario, me exhortó a que la prosiga. Esta confianza profunda en su interlocutor, en toda persona que dedique su tiempo y esfuerzo a pensar, es lo que para mí más define al Maestro Leocata. Su vocación a la reflexión encuentra una aliada en su vocación al diálogo y al debate, y creo que no se necesita más –ni menos- para ser un gran filósofo. Espero con alegría nuevas contribuciones del Maestro a la Filosofía, y ojalá el Grupo de Estudios y la Página Web dedicadas a su pensamiento, den lugar a la difusión y el debate en torno a la filosofía leocatiana. Mi humilde semblanza, pues, a la enorme persona de Francisco Leocata.               

Martín Grassi.

3 comentarios:

Gabriel Zanotti dijo...

Gracias Martín por esta semblanza!!!!!

Dolores dijo...

que linda semblanza!!!! gracias Gabriel por publicarla y por darme a conocer la pagina web de cuya existencia no tenia noticias...

Dolores dijo...

Gabriel, podrias publicar el link a la pagina a la que haces referencia, please? no la pude encontrar... ya la lanzaron?
gracias!