domingo, 20 de junio de 2010

SOBRE LO OPINABLE EN LA IGLESIA, UNA VEZ MÁS

Publicamos hoy un comentario realizado en el Instituto Acton el 19 Julio 2005 (http://www.institutoacton.com.ar/editoriales/editorial2.htm). Lo reiteramos ahora precisamente una semana después de la entrada del domingo anterior. A buen entendedor, pocas palabras.
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¿Qué es lo opinable? (19 DE JULIO 2005)
por Gabriel Zanotti

Parece que no son tiempos para hablar de lo opinable. Para dar ejemplos de temas que en la Iglesia no son opinables, Benedicto XVI ha dicho, para asombro –o enojo- de muchos, que el matrimonio es entre dos sexos diferentes (varón y mujer, por si hay alguna duda). Para dar otro ejemplo, Juan Pablo II tuvo que decir, en la Veritatis Splendor (1993), a todos los obispos de la Iglesia Católica, que el pecado se divide en mortal y venial....

Pero en el editorial pasado nosotros terminamos diciendo que el Acton Institute se mueve la mayor parte de las veces en temas “opinables”. ¿Qué significa eso? Si nos permite el lector, daremos nuestra opinión...

Los católicos tienen un ámbito de cuestiones no opinables que constituyen el “depósito de la fe”. Las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia constituyen las fuentes de la Revelación que se cree por la Fe: analógicamente, aquello que es la misma persona de Cristo asentado en nuestra vida por la Gracia.

En ese sentido hay cosas que son “de Fe”. Las decimos cuando decimos el “Credo”.
Pero el Credo no dice, por ejemplo: “creo en Dios, Padre Todopoderoso, y en la ley de gravedad”. No. Tampoco en la ley de la oferta y la demanda. ¿Por qué? ¿Acaso porque sean falsas? ¿O acaso porque tenemos que mirar con sospecha a todo aquello que no sea sagrado, que no forme parte del orden sobrenatural de la Gracia?
No, ni una cosa ni otra. Sencillamente el credo no dice eso, porque esas cosas no fueron reveladas. Y no fueron reveladas porque la revelación es de aquello que es necesario para la salvación. Ahora bien, el mundo creado por Dios, tanto natural como humano, es esencialmente bueno, precisamente porque está creado por Dios. Pero no todo lo creado por Dios ha sido revelado por Dios.

En las cuestiones sociales, hay tres elementos que no forman parte de la revelación y sin embargo forma parte de las premisas que asumimos sin darnos cuenta en los debates sociales. Ellos son: a) la evolución de determinadas teorías y-o ciencias sociales en determinado contexto histórico (por ejemplo, la teoría de la democracia constitucional); b) la evaluación de determinado contexto histórico a la luz de las teorías anteriores (por ejemplo, “hay naciones donde la democracia es apenas incipiente”); c) juicios prudenciales, concretos, sobre cursos de acción (por ejemplo: “habría que fortificar la democracia en América Latina”). Esos supuestos no forman parte del depositum fidei (el deposito de la Fe) y sin embargo partimos de ellos las más de las veces en cuestiones sociales. Por eso las conclusiones emanadas a partir de ellas son opinables en relación al depósito de la Fe, aunque desde el punto de vista del “orden natural” podamos tener certeza en nuestros juicios. Pero, ¿no es que lo Sobrenatural debe abarcar todo lo natural también, porque, actuando la Gracia de Dios, lo Sobrenatural supone lo natural y lo eleva? Si. Por supuesto. Pero ello sucede cuando los fieles –y especialmente los laicos- santifican todo ello con su acción cotidiana, especialmente en el mundo social, al estar esa acción inspirada en la Fe, la Esperanza y la Caridad. De ese modo lo Sobrenatural, en el mundo social, supone lo natural y lo eleva. Pero ello no borra la justa autonomía de las realidades terrenas, realidades en las cuales los fieles pueden equivocarse, y ese error los compromete a ellos, no a la Iglesia.

De ese modo, la Fe llega a todos lados, si, pero a las cosas que no son “de Fe” llega a través de la acción de los fieles laicos, que tienen legítima libertad de opinión en esos temas (CDC 227) mientras no contradigan, claro, a la misma Fe. Por eso dice el Vaticano II: “Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienen fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial pro el bien común...” (Nro. 43).

Nada de esto es sencillo. Conviene, sí, no olvidarlo, para ejercer nuestro derecho a la libertad de opinión en material temporal, para respetar absolutamente al católico que no piense como nosotros en el mismo tema, para no comprometer a la Jerarquía de la Iglesia en materia contingente, y para respetar al Magisterio de la Iglesia en las cosas que le son propias.

2 comentarios:

rojobilbao dijo...

Sobre lo opinable es bueno que haya mesurado debate, sobre lo no opinable, defensa cerrada, con buen tono y sin vehemencias innecesarias, pero prietas las filas, que es por ahí por dónde el Diablo puede hacer todo su daño, sembrando la duda en materias que no ofrecen lugar a discusión.

Lo cierto es que a veces los católicos tomamos como materia dogmática cualquier cosa que suelte un sacerdote (casi más si es obispo o cardenal) sin distinguir la temática sobre la que lanza sus aseveraciones.

Oscar Alberto Amiune dijo...

En Centesimus annus, Juan Pablo II decía: «Quiero proponer ahora una “relectura” de la encíclica leoniana, invitando a “echar una mirada retrospectiva” a su propio texto, para descubrir nuevamente la riqueza de los principios fundamentales formulados en ella, en orden a la solución de la cuestión obrera. Invito además a “mirar alrededor”, a las “cosas nuevas” que nos rodean y en las que, por así decirlo, nos hallamos inmersos, tan diversas de las “cosas nuevas” que caracterizaron el último decenio del siglo pasado. Invito, en fin, a “mirar al futuro”, cuando ya se vislumbra el tercer milenio de la era cristiana, cargado de incógnitas, pero también de promesas. […] De este modo, no sólo se confirmará el valor permanente de tales enseñanzas, sino que se manifestará también el verdadero sentido de la Tradición de la Iglesia, la cual, siempre viva y siempre vital, edifica sobre el fundamento puesto por nuestros padres en la fe y, singularmente, sobre el que ha sido “transmitido por los Apóstoles a la Iglesia”, en nombre de Jesucristo, el fundamento que nadie puede sustituir (cf. 1 Co 3, 11)» (Nº 3).

Las miradas de las que hablaba Juan Pablo II (la mirada retrospectiva al texto de la encíclica Rerum Novarum, la mirada alrededor a las cosas nuevas que nos rodean y en las que nos hallamos inmersos, y la mirada al futuro) no pueden prescindir de las premisas que asumimos en los debates sociales. No se puede prescindir de estas premisas aún cuando se mire «para descubrir la riqueza de los principios fundamentales de la encíclica leoniana». Miramos a la luz de teorías; en este caso, de las ciencias sociales. Por un lado «esos supuestos no forman parte del depositum fidei (el depósito de la Fe)», pero por otro lado, el Magisterio social de la Iglesia no puede prescindir de ellos».