domingo, 3 de noviembre de 2024

EN DEFENSA, UNA VEZ MÁS, DEL CONCILIO VATICANO II.

 Ante el pontificado de Francisco, sigue incrementándose la radicalización de los sectores tradicionalistas que atacan al Vaticano II como si este último fuera la causa de todo lo que actualmente sucede.

He tocado este tema en varias oportunidades (https://institutoacton.org/2024/02/19/las-aclaraciones-de-ratzinger-sobre-el-concilio-vaticano-ii-y-la-modernidad-catolica-gabriel-zanotti/); (https://www.institutoacton.com.ar/articulos/5artzanotti88.pdf); (https://institutoacton.org/2022/10/21/francisco-y-el-concilio-vaticano-ii-gabriel-zanotti/ ); todo el cap. VI de mi libro (https://www.amazon.es/Judeocristianismo-Civilizaci%C3%B3n-Occidental-Libertad-judeocristiano-ebook/dp/B079P7V1JC)  está dedicado al tema y como si fuera un signo de la Providencia, uno de mis primeros artículos académicos, cuando era muy muy joven, trató sobre este tema (https://biblioteca.csjn.gov.ar/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=349119). Por supuesto, nadie vaya a pensar que yo, un irrelevante total, pensé alguna vez que mis ensayos fueran importantes ad intra de la Iglesia. Yo lo único que quise hacer es explicar lo que pensaban los mismos pontífices que impulsaron y siguieron con el Vat II, y especialmente Benedicto XVI, en su discurso, que siempre cito, del 22 de Diciembre de 2005, sobre la continuidad y reforma del Vat II. Pero hasta mi artículo “…Las aclaraciones de Ratzinger sobre el Concilio Vaticano II y la modernidad católica” (Las aclaraciones de Ratzinger sobre el Concilio Vaticano II y la modernidad católica - Gabriel Zanotti - Instituto Acton)  me acompañó cierta ingenuidad que me acompaña en otros temas también. La ingenuidad de poder entablar con ciertos sectores tradicionalistas una línea de diálogo (sobre todo, citándoles el caso de Benedicto XVI). Pero no, es humanamente imposible. El Vat II no es una cuestión de contenidos. Es una cuestión de actitud, y si la Gracia de Dios no interviene, es todo inútil. Actitud que, en ellos, es una cerrazón total y completa a todo el mundo moderno, a toda la modernidad en cuanto tal. Pero, a su vez, ¿por qué? Por su cerrazón al diálogo, a la convivencia con lo no católico y lo sanamente laical (por eso Escrivá de Balaguer nunca rechazó al Vat II y se adelantó a Benedicto XVI) y por su interpretación de la Filosofía Moderna.

Repasemos por un momento el discurso de apertura de Juan XXIII (https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/speeches/1962/documents/hf_j-xxiii_spe_19621011_opening-council.html) 

Al ppio, nada por aquí, nada por allá. Pero de repente………… “…Tres años de laboriosa preparación, consagrados al examen más amplio y profundo de las modernas condiciones de fe y de práctica religiosa…”. Allí aparece el término “moderno”. Y luego: “….con oportunas "actualizaciones" y con un prudente ordenamiento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu hacia las cosas celestiales…”. Habla de “actualizaciones”, algo que tiene que ver con la percepción del mundo moderno. Pero sabe que algunos (¿muchos?) ven en ese mundo moderno sólo al mal. Entonces aclara: “…Ellas (“ciertas insinuaciones de algunas personas “) no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia”.

Y agrega, de vuelta: “…Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia”

No es necesario aclarar nada, creo….

Reconoce las dificultades de este mundo moderno, pero destaca una peculiar ventaja: “…Fácil es descubrir esta realidad, cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia”.

E insiste: “…Pero no sin una gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la Iglesia, libre finalmente de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en otros tiempos, puede, desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo Cenáculo Apostólico, hacer sentir a través de vosotros su voz, llena de majestad y de grandeza”.

Y propone nuevamente mirar al tiempo presente (1962): “…Mas para que tal doctrina (la de la Iglesia) alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico”

Y aparece entonces la palabra “progreso” que había sido condenada sin distinciones por Pío IX: “…Por esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación”.

Y establece consiguientemente los propósitos del Concilio: “…el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei", y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral”.

 

Observemos: “…a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno”. ¿Por qué? Porque “…Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei", y otra la manera de formular su expresión”. Por supuesto, el medio es el mensaje; por ende, en la nueva manera de formular su expresión, también habrá un mensaje: la Iglesia (antes de Francisco) está siempre en salida; como aclara Benedicto XVI, es siempre misionera, y en esa misión no está la condena de las personas, sino el diálogo con su corazón. Y por eso el carácter pastoral, “pero” que agrega una actitud de diálogo, de acogimiento, de comprensión: “…y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral”.

Por ello una actitud diferente ante los errores: “…Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas”. Pero la expresión “en nuestro tiempo” no es meramente circunstancial, no es una mera conveniencia del momento, no es una casi inmoral estrategia de “captación del enemigo”: es una verdadera aceptación de la verdad de la actitud dialógica.

Por eso ha terminado el tiempo donde solamente se decía el anatema sit. Luego de la Segunda Guerra, los tiempos han cambiado para bien: “…Cada día se convencen más (los hombres) de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen. En tal estado de cosas, la Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella”. (Las itálicas son nuestras).

Pero esta actitud, ¿es extraña, es contradictoria, con la Doctrina Católica? ¿La bondad, la paciencia, la misericordia, son temas doctrinales o pastorales? ¿No hay un sin sentido en esa pregunta? ¿No son actitudes que nacen de la misma esencia del depositum fidei?

Porque Juan XXIII tiene un ideal, que aún no se ha concretado, que pertenece al mundo moderno y al mismo tiempo a los ideales universalistas de la Iglesia: la unidad del género humano, tanto a nivel sobrenatural como a nivel social natural. No se ha logrado aún, y no se logrará, claro, con las actuales Naciones Unidas (cuya declaración de Derechos Humanos, en ese entonces, en 1963 -enc. Pacem in terris, un año después- pareció digna a Juan XXIII, y tuvo razón), pero es un ideal católico: que todos los seres humanos, conscientes de su misma dignidad y de sus mismos derechos, convivan sin guerras, aún en medio de sus diferencias religiosas y culturales: “…Esto se propone el Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual, mientras reúne juntamente las mejores energías de la Iglesia y se esfuerza por que los hombres acojan cada vez más favorablemente el anuncio de la salvación, prepara en cierto modo y consolida el camino hacia aquella unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la Ciudad terrenal se organice a semejanza de la celestial "en la que reina la verdad, es ley la caridad y la extensión es la eternidad" según San Agustín”.

Evidentemente, otra actitud, que se resume en el diálogo que, como hemos dicho, no es algo extraño a la Doctrina Católica.

¿Pero qué es el diálogo? ¿Es igual a relativismo, como temen ciertos tradicionalistas?

De ningún modo. El diálogo implica comprensión, como dice Gadamer, que no implica decir que todo lo que diga o haga el otro sea verdadero y bueno.

¿Y cuál era el problema?

¿Por qué no seguir con el estilo del lenguaje de Trento?

¿Es acaso falso que “el que dijere…”, “anatema sit”?

No, no es falso. Había y hay que custodiar a los hermanos en la Fe. No es una mera aclaración, no es un detalle menor. La Fe jamás cambiará. Las normas morales de la Iglesia, tampoco. El que las niegue no es católico. Pero, ¿por qué la negación? No nos referimos al criminal, al misterio del mal, al psicópata perverso. La pregunta es otra. ¿Por qué la Reforma? ¿Por qué la secularización no cristiana? ¿Por qué el ateísmo? ¿Por qué el “desencantamiento del mundo” (Weber)?

Había que hacerse esas preguntas y “en salida” ir, ir a hablar, a dialogar con todas las personas de buena voluntad.

Ante el protestante, o ante el Iluminista, ¿hasta cuándo íbamos a seguir diciendo, encerrados en nuestros muros, anatema sit? ¿Hasta cuándo? ¿For ever and ever sin ningún intento de comprensión, de conversación, de nueva evangelización?

Los tradicionalistas jamás lograron, ni logran, darse cuenta de que después de la Segunda Guerra, algo cambió en el ambiente intelectual europeo, cambio que recibieron mejor los teólogos que ciertos filósofos “católicos”. Buber, Levinas, Gadamer, Habermas, (autores que jamás leen, autores de los cuales no saben, en realidad, ni quiénes son pero sobre todo no saben qué son) no son una casualidad. Son todos frutos de un ambiente intelectual atento para siempre al rostro sufriente del otro (Levinas). Y con ese otro se dialoga, se conversa, se curan sus heridas y además se escuchan sus aportes. Los padres conciliares (entre ellos Wojtyla y Ratzinger) habían recibido ese mensaje. Para  ellos, era obvio que el diálogo, según esos autores, implicaba:

-          Ponerse en el horizonte del otro y comprenderlo mejor; que comprender no es aceptar, pero sí entender:

-          Ir a lo común de ambos horizontes;

-          Tomar lo bueno del otro;

-          Ir al encuentro caritativo con el otro.

Y no de casualidad, tampoco, entre esos padres conciliares estaba Montini, que luego como Pablo VI, un año antes de que terminara el Concilio, en 1964, escribe Ecclesiam suam, cuyo capítulo final está dedicado, precisamente, al diálogo.

Desde aquí, desde todo esto, se entiende ahora la actitud de fondo que hay detrás de los más importantes documentos del Vat II, que molestan tanto a muchos tradicionalistas. Sí, había que ir al encuentro con los hermanos separados, antes hermanos que separados; había que ir al encuentro con las religiones no cristianas; había que aclarar que la libertad religiosa era un derecho de todos; había que aclarar que el mundo moderno estaba en la verdad cuando distinguía la Iglesia del Estado; había que asumir la sana laicidad; había que hablar de la justa autonomía de lo temporal; había que asumir a la ciencia como emergente del Judeocristianismo; había que aclarar que el laico es un ciudadano más entre los demás, sin más ni menos derechos que los demás; había que establecer mejor la diferencia entre jerarquía y laicos, y había que aclarar que estos últimos no son ciudadanos de segunda en la Iglesia, sino que están llamados por su propia naturaleza a santificarse en el mundo y a santificar al mundo, por medio de las vocaciones esencialmente santas del trabajo y la familia. 

Pero claro, nada es perfecto. Por supuesto que todo documento eclesial, en sus aspectos humanos, es perfeccionable. Los tradicionalistas anti Vat II aplican esa obviedad de 1965 para adelante. Mirari vos; Quanta cura, Libertas, y ni qué hablar del “orden corporativo profesional” de Pío XI, serían todos documentos perfectos, intocables, inmaculados, que no necesitarían ninguna aclaración. Pero los documentos del Vaticano II……… Ah claro, esos sí las necesitan………….. ¿Las necesitan? ¡Claro que sí! ¿Quieren un aliado al respecto? Lean (lo digo ya sin ninguna esperanza de que lo hagan) los dos tomos (cosa que ya comenté) de Benedicto XVI sobre el Vat II, en sus Obras Completas, tomos VII y VIII. Vamos, lectores infatigables de Menvielle, son sólo 1000 páginas, una pavada para ustedes. El mismo Benedicto les dice allí que los documentos del Vat II necesitan aclaraciones, que son imperfectos, que todo se puede mejorar. ¿Les molesta la colegialidad? ¿Les molesta el tema de los dos sujetos? ¿Les molestan las “iglesias”, el “subsistit”? Pues allí tienen tooooooooooooodas las explicaciones de Benedicto XVI al respecto. Esos temas, ¿son dogmas de Fe? No. Pero sus objeciones tampoco. ¿Qué les costaba tomar al discurso del 2005 de Benedicto XVI como una clave de unidad en la diversidad y desde allí, sin irse de la Iglesia, seguir discutiendo? Ah no, que Francisco esto, que Francisco aquello. Bueno, si ustedes confunden a Francisco con Ratzinger, no es raro que tampoco entiendan qué es el diálogo y lo confundan con la indiferencia ante la verdad.

Ya está. Estamos en 2024 y luego de la renuncia de Benedicto, la Iglesia ha entrado en una de las fases más oscuras de su historia.

Pero ustedes, tradicionalistas que han despreciado al Magisterio de Benedicto, forman parte de esa oscuridad.

Que Dios se apiade de todos nosotros.