domingo, 14 de junio de 2015

LA PERMANENTE INJUSTICIA PARA CON EDMUND HUSSERL


En 1900 aparece la primera gran obra de Husserl: Investigaciones Lógicas. Allí, de la mano de Brentano, heredando una línea que se había dado en la escolástica, 2da. escolástica, Frege y Bolzano, Husserl distingue entre los productos de los actos de pensamiento y estos últimos, para refutar al psicologismo de Mill que afirmaba que el principio de no contradicción era un hábito mental y nada más.

Pero al final de esa obra, Husserl se da cuenta de que ese puede ser el nacimiento de una nueva manera de hacer filosofía en un fin de siglo XIX atrapado entre el neokantismo, el positivismo, el idealismo alemán y el historicismo. O sea, distinguir entre el acto subjetivo de pensar, noesis, y el contenido objetivo de ese acto de pensar, o sea lo pensado, el noema, era la clave para evitar caer en un relativismo que impidiera un conocimiento “objetivo” en ese sentido. Ese fue el mensaje principal de Ideas I, de 1913.

Para lograr la objetividad del contenido del pensamiento, había que poner entre paréntesis la existencia concreta de las cosas, que no era el acto de ser de Santo Tomás, sino lo indefinidamente concreto en relación a la esencia concebida en sí misma. (Que no es nada TAN diferente a la esencia concebida en sí misma, que Santo Tomás admitía perfectamente).

Pero a Husserl se le ocurre llamar eso “idealismo trascendental”, y para qué. ¡Idealista!!!! Fue inútil su aún desatendida aclaración en el epílogo de Ideas I, donde con toda razón protesta sobre cómo se pudo confundir ello con el idealismo psicológico que hacía depender la existencia concreta de las cosas de un acto de pensamiento. Se quedó sólo. Los tomistas lo ignoraron y además, retrospectivamente, lo comenzaron a acusar de idealista, y conozco uno, sólo uno, que incorpora Husserl a Santo Tomás en una síntesis (Francisco Leocata) y no sólo en  un condescendiente “no estaba tan mal” o porque les llega algo de la fenomenología del cuerpo o de los valores. Los positivistas, ni hablar. Y su discípulo Heidegger estaba muy metido ya en su conflicto con el logos como para seguirlo y eso fue clave como para que la filosofía continental posterior no pudiera volver a Husserl allí donde Husserl la había dejado.

En 1927 –cuatro años después de Ser y Tiempo- Husserl publica Meditaciones Cartesianas, donde en el cap. V toca el tema de la intersubjetividad, donde la realidad del otro en tanto otro quedaría incorporada como el salto a la realidad externa al propio yo. Se expande el diagnóstico de Ricoeur según el cual esa intersubjetividad cumple el rol que Dios tenía en la filosofía cartesiana: aquello por el cual el mundo externo queda demostrado como existente. Para colmo la noción de mundo, superadora de todo ello, es trabajada muy intensamente en su último y gran libro La Crisis de las Ciencias Europeas, la gran crítica al neopositivismo sin tener que seguir los avatares marxistoides de la Escuela de Frankfurt, pero queda olvidado como el libro por el cual Husserl pretendía seguir a su gran discípulo Heidegger. Otra gran injusticia, un disparate total, pero así de injusta es a veces la historia de la filosofía.

La verdad es que Husserl no se levanta un día de 1927 y “descubre” la intersubjetividad. Esta última estaba siendo trabajada desde sus clases y lecciones de 1910 en adelante, donde ya se manejaba la noción de “mundo circundante” que va evolucionando hacia mundo como intersubjetividad, cuya historicidad es trabajada ya en Experiencia y Juicio, escrito entre 1919 y 20 pero no publicado, lamentablemente, hasta después de su muerte. La noción de intersubjetividad aparece otra vez muy bien tratada en Ideas II, sobre todo para antropología filosófica y para filosofía de las ciencias sociales pero, de vuelta, queda casi en manuscritos sueltos si no fuera por la paciente labor de sus alumnos Ludwig Landgreve y Edith Stein.

La intersubjetividad no es simplemente otro puente cartesiano para un mundo externo puesto verdaderamente en duda. Es un planteo radical de la realidad misma, donde la relación con el otro re-plantea la noción misma de realidad y de conocimiento, que lleva a trascender la dialéctica entre sujeto y mundo externo, aunque Husserl siguiera hablando de subjetivo y objetivo para referirse a la noesis y al noema. La superación entre sujeto y objeto cartesiano no es un logro de Heidegger, por ende, sino de su maestro, que su discípulo mezcla luego con su propio conflicto luterano con el logos escolástico, confundiendo con ello a gran parte de la filosofía europea, al fabricar con ello todo el postmodernismo posterior, del cual se salva Gadamer en la medida que sea reinterpretado desde Husserl como núcleo central de la noción de horizonte.

Husserl es, pues, la madurez del realismo, donde el “mundo de la vida” es la realidad radical cuyo análisis implica luego el giro hermenéutico (conocer es comprender), lingüístico (hablar es vivir los juegos de lenguaje que son en el mundo de la vida) y epistemológico (las ciencias tienen incorporadas ya las nociones básicas del mundo de la vida donde son concebidas). Ortega cita y a la vez trata de distanciarse de Husserl pero su famoso yo y su circunstancia, que todos creyeron entender, no era sino la traducción castiza del mundo intersubjetivo husserliano. La filosofía de la ciencia también ignoró a Husserl pero el giro histórico introducido por Koyré, Kuhn, Lakatos y Feyerabend no es sino advertir el mundo, el horizonte filosófico en el cual y desde el cual emergió eso tan extraño, y que damos por dado, que se llama ciencia en Occidente.

Husserl es el gran re-conductor de la filosofía occidental. Back to Husserl o en el postmodernismo morirás, filosofía. Algunos ya están contentos con ese certificado de defunción. Pero yo no. No solamente no estoy en ningún funeral sino que estoy viendo el renacimiento de la mejor metafísica de Santo Tomás de Aquino en el otro, en la intersubjetividad, porque la finitud pasa por la experiencia de la finitud de la vida como mundo de la vida o se pierde en la biología más obvia.


La filosofía nace en un acto de misericordia en el cual salimos de la modorra y advertimos al otro. Y en ese otro confluyen, en un replanteo nuevo, la gnoseología, la metafísica, la antropología y la ética. Es una nueva etapa. Es la vuelta a la filosofía como razón, como certeza vital, como sabiduría existencial; es el abandono del escepticismo erudito y de la existencia inauténtica disfrazada de ponencia académica.  Y esa vuelta tiene un padre: Edmund Husserl.

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