Parece haberse
olvidado, incluso en ambientes católicos (bueno, hoy en día eso es un caos) que
nunca hubo una naturaleza humana “en tanto tal”. Hubo una naturaleza elevada
(antes del pecado original), una naturaleza caída (después del pecado) y una
naturaleza redimida (por el sacrificio de Cristo). La redención cura a la
naturaleza caída y saca lo mejor de la naturaleza humana. Pero sin esa
redención, muy pocos seres humanos, muy tardíamente, y con mezcla de error
(Santo Tomás) podrían llegar a las condiciones racionales para ver a la ley
natural (o sea, la inmortalidad del alma, la existencia de Dios y el libre
albedrío). MUY pocos y, reiteramos, en medio de grandes errores. Sólo la
Revelación Judeo-cristiana curó a esa naturaleza caída y le permitió resurgir
en parte “como había sido en el origen”. Pero en ese origen, en ese principio,
estaba elevada a la Gracia por la Gracia dei-forme de Dios y sus dones
preternaturales.
Cuando a Jesucristo le
preguntan por qué Moisés había permitido el libelo de repudio (divorcio) a la
mujer, responde: por la dureza de sus corazones. Así había quedado la naturaleza
humana después del pecado, “condescendida” por Dios en la primera fase de su
pedagogía. Pero Cristo viene a restaurar la ley en su plenitud: “en el
principio no era así”. ¿En qué principio? Adán y Eva, por supuesto, antes del
pecado original. La unión del varón y mujer, en matrimonio monogámico e indisoluble, pertenece a la ley natural,
claro, pero no se dio en una naturaleza pura, sino en una elevada, protegida
por los dones preternaturales. Desde el principio la unión entre hombre y mujer
fue sagrada.
Luego del pecado original,
todos hemos quedado muy bestias. Arrojados a nuestras pulsiones de la horda
primitiva, todos nacemos perversos polimorfos aunque inofensivos bebés. El
proceso civilizatorio, el re-direccionamiento de esas pulsiones hacia una
relativa sociabilidad, es arduo y difícil. Muchas veces sale mal y en el mejor
de los casos su precio es el conjunto normal de las neurosis.
En ese contexto,
visualizar la ley natural originaria, protegida por la gracia dei-forme, es
casi imposible, y hablar de una ley natural así, en ese contexto, como si
surgiera límpidamente de una razón no afectada por el pecado, no es correcto.
Una tentación
permanente de la Teología Católica, que va y viene según las épocas, es el
semi-pelagianismo, que espantó tanto a Lutero, según el cual (perdón la
definición poco académica) podríamos pedirle “mucho” al conocimiento y la
práctica de la ley natural. A veces, incluso, algunos han llegado a NO
diferenciar entre Santo Tomás y el iusnaturalismo racionalista del s. XVII. Y
por circunstancias históricas entendibles, en un mundo secularizado, donde
todos van a “acusar” al creyente de hablar de ley natural POR ser católico, la
tentación de incontables católicos ha sido (y es) hablar de una ley natural
como si fuera clara y distinta, como si se pudiera ver y practicar claramente
sin fe y así ser propuesta a todos los miembros de una comunidad política
plural.
Pero no, no es así.
Lo que hay que decir
claramente es que creemos en una ley natural que era plena “en el principio”.
Ante las diversas vivencias de lo sexual, que un católico, por su Fe, por su
Catecismo, no puede practicar, la mejor respuesta es “en el principio no era
así”, y que él, al ser Católico, cree en una revelación que, consumada en el
Nuevo Testamento, vuelve “al principio” mediante la redención. Ello, por
supuesto, es perfectamente racional, encaja perfecto en un diálogo razón-fe,
pero cuidado, es racional, es ley natural, como racional y natural es que una
mano gangrenada y séptica vuelva a ser sana luego de millones de antibióticos
(con los límites de la analogía, por supuesto).
Por lo tanto, en una
sociedad libre, lo que el católico debe decir, sencillamente, es que él intentará
vivir su sexualidad “como era en el principio” sabiendo que ello no va a
convencer a cualquiera de la misma forma en que se explica el teorema de
Pitágoras, por más ley natural que fuere. Puede dialogar, predicar, explicar, y
en todo ello mostrar “lo natural de la ley natural” pero eso lo hará en un
diálogo razón-fe, ofreciendo lo mejor de esa razón, dialogada con la fe, a
todos. Pero cuando todos, o muchos, no se convenzan con ella, inútil es que el
católico vocifere una ley natural como si el no creyente tuviera que verla
claramente so pena de ser acusado de infradotado. No, en todo caso, con “la
dureza de nuestro corazón” hemos nacido todos, y sólo en diálogo con Cristo,
movidos por la gracia, podremos ver “claramente” que “en el principio no era
así”.
Y si alguien, o
algunos, o muchos, quiere meternos en la cárcel por intentar vivir la
sexualidad “como era en el principio” y por afirmar que otras formas de
sexualidad son contrarias a ese principio, lo que tenemos que afirmar es otro
principio de la ley natural que muchos (protestantes, católicos, judíos y
algunos “librepensadores”) afirmaron allá lejos y hace tiempo más o menos en la
parte norte de América allá por 1776: la libertad religiosa, la libertad de
asociación, el derecho de propiedad.
Pero, claro, las cosas
han sido difíciles porque, excepto allí, y sólo más o menos en ese tiempo, los
católicos no han sabido vivir y afirmar la libertad religiosa, aunque forme
parte de su tradición más originaria, como bien lo vio Ratzinger (o sea, el cristianismo
de los primeros siglos). Es un tema que los tomó y los sigue tomando de
sorpresa. Ahora, en un mundo que afirma que lo natural es la multi-sexualidad
sea cual fuere, y que en realidad la heterosexualidad monogámica e indisoluble
es una insoportable imposición del patriarcado opresor, católico y capitalista,
los católicos, ok, hemos salido a hablar de vuelta de ley natural, pero
erróneamente, de una ley natural sin gracia de Dios, y a la vez (mala
combinación) hemos hablado muy poco de libertad religiosa.
(O hemos hablado de
ella de repente, o forzadamente, como un salvavidas que uno se pone de golpe,
que no quisimos nunca y no sabemos cómo utilizarlo).
Y, sin embargo, esa es
la clave de la convivencia civil. Después del pecado original, es ingenuo suponer
que todos van a ver tan bien (o poder vivir) a la ley natural, y la Revelación
de Cristo lo sabe, porque la suya es una religión de comprensión, perdón y
misericordia. Después del pecado original, lo mejor que podemos hacer es vivir
el fruto más precioso, precisamente, del Cristianismo primitivo, el de los
primeros siglos, el que “sólo” le pidió al emperador la libertar religiosa.
El emperador, ahora,
tiene otro nombre. Se llama feminismo radical, lobby LGTB, etc. De vuelta, sólo
reclamaremos libertad religiosa, para vivir y decir “en el principio no era
así”. Y nos mandarán al Coliseo nuevamente para que los leones tengan su
almuerzo. No, no nos “mandarán”: nos están mandando. Ya está sucediendo. Ya, ya
mismo.
Ante eso, nuevamente
diremos “no”. NO tal vez algunos católicos que se espera que lo digan, pero los
católicos que son aún el resto de Israel, sí, sí dirán que no.
No sé si me he
explicado bien. No sé si puedo darme a entender. Tal vez no sea la época de ser
entendido. Tal vez sea la época de ser comido. Los leones, contentos, y
nosotros, eh…. Ejem, también.