Ridley Scott, Roger Birnbaum,
Dami Moore, Suzanne Todd, Danielle Alexandra y David Twohy son los productores
y guionistas de la película G.I. Jane, de 1997. El argumento en simple: la
Teniente O´Neill entra en un programa de entrenamiento militar que no resisten
ni siquiera la mitad de los varoncitos que lo intentan. Entonces ella, por
supuesto, para demostrar la “igualdad de género”, entra. Y se aguanta todo.
El final es muy enternecedor. El
Capitán Salem, que es uno de los machos hetero-patriarcales que le hace la vida
imposible, casi muere en combate si no fuera porque O´Neill le salva la vida.
Salem se despide de ella con una carta de agradecimiento muy caballeresca y un
regalito. Algo que se hace con una dama, claro. Uf, los guionistas
traicionaron, al final, a la igualdad de género.
Pero lo más interesante es que en
el medio del duro entrenamiento, Salem tiene una pelea cuerpo a cuerpo con
O´Niell –como era esperado con los varones-. Salem la mira desafiante como
diciéndole “así que sos igual, no?”, y comienza a pelear con ella tirándole
todos los golpes habidos y por haber. La lastima, sí, pero O´Niell no se queda
atrás. Se defiende enérgicamente. Le pega duro. Es un empate. Bien. Ella
triunfó. Es un igual.
Es el momento de decir algo que
no viene al caso. Siempre me resultaron insoportables las pelis de
entrenamientos militares, donde unos pobres tipos son torturados al límite para
que supuestamente rindan en batalla. Habitualmente el sargento o lo que fuere,
el malo malo malo, termina haciéndose amigo de los pobres torturados que le
agradecen el servicio prestado. En fin, barbaridades de un mundo militar que
nunca entenderé. No creo que sea ético pero, sobre todo, tampoco creo que sea
efectivo, que sirva para algo. Pero en fin, Dios sabrá. No es mi mundo.
Por ende, hablando de igualdad de
géneros, les cuanto que yo nunca pegaría tampoco a un varón. Si me atacan, sin
embargo, me defenderé, sea varón, mujer, trans, marciano o vulcano. Seguramente
me hagan papilla pero me defenderé. Pero nunca atacaré, ni siquiera con la
excusa de un supuesto entrenamiento, a nadie, ni varón ni mujer.
Dicho lo anterior,
volvamos. Cuando Salem está haciendo papilla al bello rostro de O´Niell, los
demás soldados, varones, bajan la cabeza. No entienden. Pobres, son unos hetero-patriarcales
de miércoles. Creen que O´Niell es diferente. Qué horror.
Bueno, en un mundo donde los más
diversos pecados mortales son alentados y aplaudidos, yo cometeré un pecado
mortal tremendo y mal visto.
Afirmaré que O´Niell sí es
diferente: es mujer.
¡Oh!
Y si, por más que los guionistas
de esta película lo quieran, no, no le pegaré nunca a una mujer. A un varón
tampoco, pero a una mujer, menos.
¿Por qué?
Las feministas creen que digo
esto porque las considero inferiores, y me coloco en costumbres
hetero-patriarcales de superioridad.
Ellas creen, por ejemplo, que si
les digo “usted primero” es porque pienso “pobre, como eres mujer, pobrecita,
pasa primero”. Como si le dijera a un afroamericano varón “pase usted” porque
lo considero inferior.
Pero no, gente, es al revés.
Nunca le pegaré a una mujer, y tendré con ella toda y absolutamente toda mi
caballerosidad y dulzura, las trataré como la dama que es, precisamente porque es superior.
Es igual en dignidad, sí. Es
igual en derechos y deberes, sí. Pero es mujer. Es diferente. O sea, mejor. Es la receptora de la vida. Es más dulce,
más empática, más bella, más dulce, porque es mujer[1].
No son meros roles intercambiables. El
ser humano no es una conciencia asexuada por un lado, y un cuerpo
biológicamente masculino o femenino por el otro, con el cual esa conciencia
asexuada pueda hacer lo que quiera y cambiárselo como una ropa que no le guste.
No, cada ser humano es esencialmente varón o mujer. ¿Algunos no lo sienten
así o no lo piensan así? Claro, después del pecado original, todo se desordenó.
Pero “en el principio” no era así. Esa fue la respuesta de Cristo a sus
apóstoles cuando elevó el matrimonio a sacramento. Allí Cristo restauró el
orden del Génesis. ¿No creen en eso?
Tienen todo el derecho. A no creerlo y a decir que no lo creen. Y yo tengo el derecho a creerlo y a
decir que lo creo. Y, por lo tanto, a tratar a toda mujer como la dama
que es, porque así creo que es el orden natural originario de las cosas. ¿Las
feministas me quieren poner preso por eso? Que me pongan. Siempre podré seguir
leyendo a Mises en la cárcel.
Así que sí, estimados Ridley
Scott, Roger Birnbaum, Dami Moore, Suzanne Todd, Danielle Alexandra y David Twohy, no
le pegaré a una mujer. ¿Les parece mal? Bueno, ¿quién los entiende? Si pegas a
una mujer es violencia de género, si haces una peli donde se fomenta que se le
pegue a una mujer, es defender la igualdad de género. Primero sean coherentes.
Y después, no fomenten que se le pegue a una mujer. Jamás. Nunca. La mujer no
es mi igual. Es mi superior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario