(Punto 4 del cap. 7 del libro sobre mi padre, https://www.amazon.com/Luis-Jorge-Zanotti-fundamentales-importancia-ebook/dp/B0BC45843Y/ref=sr_1_1?crid=1EQGVXBBQOUQ8&keywords=Luis+Jorge+Zanotti&qid=1700944051&sprefix=luis+jorge+zanotti%2Caps%2C209&sr=8-1)
No, no es el título del capítulo III donde
mi padre trata este tema. Su título es “el sistema escolar de masas”. Pero no
creo que mi padre se hubiera opuesto a esa re-interpretación. Alude al
simbolismo de un episodio importantísimo: el docente que renunció porque no
podía luchar con el celular en el aula. Ello resume perfectamente la esencia de
la cuestión.
1.
Las
novedades del s. XX.
El primer punto de este capítulo lo dedica
mi padre a “los nuevos medios de comunicación del pensamiento”. Interesante
cómo los describe: no como tecnologías de la información, sino comunicación, y
no de datos, sino de pensamiento. Un gran diferencia[1].
Primero hace un paneo de todos los “juegos
de lenguaje” (él no usaba esa expresión de Wittgenstein pero la suponía) por
medio de los cuales los seres humanos se comunican. Lo hace con profundas
referencias históricas y referencias al problema educativo. Resumiremos estos
últimos aspectos.
Realiza entonces un análisis histórico de
la palabra oral[2],
la escrita y una primera gran revolución tecnológica: la imprenta. De allí pasa
a la prensa escrita periodística del s. XIX, que acompañó en gran medida al
ideal de la escuela redentora de fines del s. XIX. Pero ya con la prensa actual
de diarios y revistas comienza a darse un cambio en ese panorama. Comienzan
formas de comunicación, estilos, contenidos y juegos de lenguaje que comienzan
a superar lo que “la escuela” (la escolaridad en si misma) puede hacer.
“…Porque ha ocurrido que estamos en presencia de otra institución de tipo
escolar, no organizada como la escuela tradicional ni en forma de sistema
escolar, ni obligatoria, ni guiada o controlada por el Estado, pero que es, al
fin, otra escuela, de carácter
permanente y de inmensos recursos materiales y didácticos”. (Las negritas son
nuestras). Otra escuela, estirando el término, esto es, la ciudad educativa.
Pero este fenómeno educativo pasó
inadvertido para quienes siguen aferrados a la “educación” como escolaridad
formal: “…El movimiento de la escuela nueva no captó la importancia de la
prensa, en este siglo, como fenómeno educativo, como transmisor de un mensaje y
como proceso de culturalización por medio de la cultura letrada. Siguió
aferrado a la concepción anterior y continuó suponiendo que la escuela era el
‘hogar único’ de esa cultura letrada, de todo proceso de culturalización”. Y
esto, de modo generalizado: “…Tampoco comprendieron la significación de este
fenómeno, los diferentes sectores de la sociedad y sus instituciones, que mantuvieron sus disputas o batallas por
el dominio de la escuela más o menos en los términos anteriores, sin
advertir que estos nuevos medios de comunicación de masas eran mucho más
importantes para el proceso formativo integral que la misma escuela, porque
actuaban sobre los adultos y sobre los jóvenes, en forma permanente y con
posibilidades materiales infinitamente más amplias que las de la escuela” (Las
itálicas son nuestras). Volvemos a
aclarar: cuando mi padre dice que estos nuevos medios son superiores, en sus
alcances educativos, “a la escuela”, no se refiere a una escuela deficiente,
sino a la escolaridad en sí misma, por mejor que esté implementada.
La radiofonía también da un salto
importante: porque la palabra oral, con toda su emocionalidad, llega ahora de
modo masivo, rápido y simultáneo a sectores que antes dependían de medios no
tan veloces del mundo de la vida. Pero, de vuelta, tampoco fue advertido:
“… Casi nadie se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Mientras las
multitudes de todos los países –las masas– se incorporaban en un santiamén a
esta nueva forma de comunicación del pensamiento, y millones de hombres
‘escuchaban’ radio, durante una cantidad
de tiempo infinitamente mayor que el que destinaban a la lectura de libros o de
periódicos, las concepciones político-educativas siguieron inamovibles, desatendieron el nuevo fenómeno y
prosiguieron en la búsqueda de sus viejos objetivos sin advertir que, a su alrededor, el mundo era otro” (Las itálicas
son nuestras). Siempre el mundo de la vida espontáneo había sido otro que el
mundo de los métodos pedagógicos, pero ahora el mundo es otro porque ese mundo
de vida espontáneo tenía consecuencias educativas antes nunca vistas. Por eso
mi padre vuelve a recordar, para desesperación de todos los antiperonistas (él
incluido) el famoso ejemplo del mensaje radiofónico de Perón: “…Recordemos el
ejemplo de Perón en su último discurso de la campaña electoral del 46: “...
salten la tranquera o rompan la tranquera!”. Una cosa era oírlo, otra hubiera
sido leerlo, dentro de un amplio texto, en una hoja de papel. Para muchísimos
lectores, con seguridad, hubiera sido una frase sin importancia, hubiera pasado
quizá inadvertida. Ninguno de sus oyentes, en cambio, la ignoró”.
Otro paso decisivo, esencial, en toda esta
transformación, es el cine. Tan crucial, que mi padre resume toda la situación:
“…El círculo de la reconstrucción de la integralidad del mensaje se va
completando. El problema crucial que el hombre había afrontado era que la
palabra oral no perduraba en el tiempo ni se podía difundir más allá de un
cortísimo espacio (1). La escritura supera ambas barreras pero a costa de una
enorme pérdida, pues sólo deja el concepto, la racionalidad del mensaje (2). La
radiofonía permite dar un paso notable, como hemos visto. Sin embargo, la
imagen humana quedaba siempre ausente. La cinematografía es el otro paso (3): a
partir de ese momento, y sobre todo con la aparición del cine hablado, imagen y
voz pueden ser conservadas a través del tiempo. Aparece, en la historia de la
humanidad, al lado de la cultura oral y de la cultura letrada, la cultura de la
imagen” (la numeración es nuestra).
Luego una importante pregunta: “...¿Qué
extraño fenómeno determina que los pedagogos y los educadores están siempre
ausentes de estas novedades decisivas para la marcha de la humanidad?”
Y una muy interesante respuesta:
“…Nuevamente, la escuela, la política educativa, los docentes y los pedagogos
ignoraron el fenómeno. No comprendieron lo que significaba el cine como factor
educativo, no advirtieron el maravilloso instrumento didáctico que había
aparecido y la escuela siguió, impertérrita, igual a sí misma”.
El impacto cultural rompe esquemas
habituales: “…Y sin embargo, a partir de la difusión del cinematógrafo, en
todos los grupos sociales, en los cuales se introducía con cierta frecuencia
–es decir, en todos los ámbitos urbanos de dimensiones mínimas– comenzaba una diferencia capital, desde
los procesos de culturalización, la transmisión de los modos de vida, las
costumbres, ideales, formas de conducta, pautas morales, estilos de vida
familiares y criterios políticos, religiosos y sociales, en general, son el resultado de las producciones
cinematográficas, más que de las tradicionales formas de comunicación que
hasta entonces se manejaban, por ejemplo, la ‘convivencia’ tradicional”. (Las
itálicas son nuestras).
Y luego de una breve referencia al disco
(mi padre escribe eso cuando los discos son de 33 y el reproductor portátil más
avanzado tenía el mismo tamaño que un CPU de las computadoras de escritorio),
llega a la “…gran revolución de todos los tiempos, en materia de comunicación
del pensamiento”. O sea, la televisión. “…el gran debate del siglo XX, la gran
conquista para unos, la bestia negra de la cultura para otros, el avance
maravilloso para algunos, el tremendo retroceso de altísimos valores para
muchos”. Pero no entrará mi padre en el debate, sino que seguirá el hilo
conductor de su argumentación: “…No entraremos, en modo alguno, en el
debate. No interesa para seguir el hilo del razonamiento que venimos rastreando
desde el primer capítulo. Sólo necesitamos señalar el hecho de su aparición y
de su arrollador e incontenible avance. Allí donde aparece, penetra con la
velocidad del rayo.”
La televisión es como el sumun de lo que
se venía anunciando en las tecnologías anteriores: “…La palabra oral, el
mensaje de la voz humana, ha conquistado posibilidades inmensas, insospechadas
durante toda la historia de la humanidad hasta bien entrado este, nuestro
siglo”. Y por lo tanto, al combinar la imagen con la voz, aumenta
exponencialmente los rasgos emocionales de la recepción del mensaje: “…Por eso,
es natural, es comprensible, es nada más que un retorno a las formas de la
democracia ateniense o a las modalidades políticas de la ciudad-Estado, que
hoy, la televisión sea el instrumento decisivo de las campañas electorales; que
gane el candidato más simpático, más elegante en sus presentaciones
televisivas, es un escándalo para los racionalistas de la democracia que
siguen exigiendo al ciudadano que decida su voto, exclusivamente, sobre la base
de elementos racionales de juicio, con los que nada tiene que ver el tono,
la voz y el gesto del candidato” (Las itálicas son nuestras). Y concluye:
“… La pantalla de la televisión lleva a todos el mensaje envuelto en el
ropaje de la pasión, sin necesidad de que quien lo escuche sepa leer y
escribir. La inutilidad del alfabeto para las masas puede ser, quizá, algo más
que un aterrador fantasma de las obras de ciencia ficción”. Sí, la insistencia
de mi padre en la pantalla de la época no previó las formas de lectura actuales
con internet, pero cuidado, la televisión con los típicos programas
periodísticos y de entretenimiento masivo en horario central no han desaparecido.
2.
De la
escolaridad al mundo de la vida, de vuelta pero distinto.
Por lo tanto, la ilusión de que la
escuela, con sus métodos, positivistas o no, pueda ser el centro de la
educación de la persona, ha terminado. “La ciudad educativa” (expresión con la
cual mi padre designó a los mundos de la vida informales atravesados por las
nuevas tecnologías) ocupan ahora un lugar central. Siempre lo habían ocupado,
pero ahora, por las nuevas tecnologías, con ciertas diferencias específicas.
Uno, se pierde el cara a cara, con sus
ventajas e inconvenientes. Tal vez en su tiempo mi padre vio más ventajas que
inconvenientes. No pudo imaginar que se intentaría hablar de cosas íntimas por
whatsapp o las locuras u obsesiones actuales con el famoso zoom.
Dos, esta educación informal se hace
masiva.
Tres, pierde la prioridad el mundo de vida
local. Estos nuevos medios vencen las fronteras e internacionalizan el mundo
cotidiano.
Cuatro, estos medios parecen concomitantes
a la aceleración de la Historia. Las nuevas técnicas no sólo inundan los mundos
de la vida, los cambian rápido, sino que se comunican rápido. Como ya dije, a
mi padre lo asombró más que el descenso en la Luna tuviera transmisión
televisiva instantánea que el viaje en sí mismo.
Pero cuidado, no era sólo enterarse de la
carrera espacial o del discurso de un presidente en Marte. Había otra cosa:
“… Hay cosas más graves: las pautas morales pueden cambiar con facilidad
sorprendente. No será lo mismo que para aceptar una nueva bebida o un nuevo
artefacto hogareño, pero habida cuenta de la diferencia de categoría axiológica
que una y otra cosa representan, la velocidad con que se puede imponer el nuevo
criterio moral, resulta aterrador.” Allí mi padre agregaba a pie de
página: “…Lo cual no implica un juicio de valor sobre esa rapidez porque en última
instancia ese juicio siempre dependerá de lo que pensemos acerca del nuevo
criterio que se haya impuesto. En una ocasión nos parecerá formidable esa
rapidez; en otra, espantosa”.
Lo
que sigue es de una actualidad asombrosa. Dice mi padre: “…Por último, queda por mencionar otro
carácter que asume este tipo de culturalización, basado en los modernos medios
de comunicación de masas. Es la necesidad insuperable de que tales medios sean
manejados de manera colectiva por los grupos políticos o económicos que
detentan el poder. Porque la utilización de esos medios, exige, o un gran poder
económico o un gran poder político. Y
esto no ha hecho sino intensificarse y no hará sino ir en aumento en el futuro”.
Impresionante: ¿no es lo que está sucediendo actualmente con las big tech y la cultura de la cancelación?
Miren el ejemplo: “…Jesús, efectivamente, hubiera dispuesto de un
extraordinario aliado si hubiera tenido la televisión a su disposición, o la
radiofonía. Pero, ¿se la hubieran dejado
usar los poderosos de entonces? Porque no se trata de recursos al alcance
del hombre individual, solo, aislado y ni siquiera, a disposición de pequeños
grupos o de minorías armadas tan sólo con la fuerza de sus ideas. Estos medios
de comunicación, tan poderosos, de tan notables efectos, exigen una gran
concentración de poder económico o político para ser puestos en funcionamiento”
(las itálicas son nuestras). Obviamente, en 1972 nadie podía prever la magnitud
y tragedia actual de esta predicción. Incluso mi padre tiraba una esperanza:
“… La transmisión del mensaje cara a cara, en pequeños grupos, lleva mucho
más tiempo, pero puede alcanzar éxito al margen y aún en abierta oposición a
los designios de los grupos políticos o económicos que detentan el poder en
cada circunstancia histórica”. ¿Será así? Ojalá que sí. Creo que ahora, en el
2021, no podemos saberlo….
Concluye: “…Por todo lo expuesto, se
advierte que estamos, efectivamente, frente a un retorno de la cultura oral y
de la imagen, pero no ante un simple resurgimiento del ayer, sino frente a una
situación radicalmente nueva que coloca a la escuela ante un problema crítico”.
3.
Adiós
escuela adiós.
El siguiente punto es descripto por mi
padre sin miramientos: “…Desplazamiento
de la escuela como eje del proceso educativo”. Y lo resume en un párrafo que a
su vez resume lo ya dicho en Desdén y mito de la escuela, La misión de la
pedagogía y La escuela y la sociedad en el s. XX: “…Hasta mediados
del siglo XIX, para la gran masa de la población, el proceso de culturalización
y de formación general era un fenómeno ‘vital’, que se daba en los ámbitos
familiares y sociales (1). A partir de ese momento –es todo el desarrollo del
capítulo II de este trabajo– surge la idea de que ser ‘iletrado’ significa ser
‘inculto’, quedar al margen del proceso de culturalización. La escuela pasa a
ser, para la concepción político-educativa de ese momento histórico, el eje del
proceso educativo (2)”. En punto y a parte, sigue: “…El movimiento de la
escuela nueva (3) no altera esa concepción. Allí está el error que le
achacamos. Ese movimiento comprendió que no se habían logrado
satisfactoriamente los ideales redentores asignados a la escuela por la
política educativa del siglo anterior, pero en cambio se entendió que esos
ideales debían ser logrados por otros medios, se dispuso introducirlos en la escuela y a mejorar la escuela para
poder alcanzarlos”. “…Pero ahora –concluye-, ya entrada la segunda mitad
del siglo XX, nos encontramos con una situación radicalmente nueva (4), como
hemos dicho: se trata de la aparición de los medios de comunicaciones de masas,
y en particular los que se basan en la palabra oral y la imagen, que de hecho, y aunque la escuela y la política educativa
lo adviertan o no, lo acepten o no, lo han despojado de su papel de eje del
sistema educativo. Ese eje se ha desplazado nuevamente hacia la sociedad,
como antes, pero con una diferencia: ahora la sociedad no actúa directamente,
sino por obra de unos intermediarios que son los medios de comunicaciones de
masas”. (Las itálicas y la numeración son nuestras).
Despejemos una duda para el lector: ¿está
simplemente describiendo algo de lo cual habría que quejarse o en el fondo está
de acuerdo con que sí sea? En el fondo y no en el fondo, mi padre era un
entusiasta de estos cambios. Nunca tuvo la visión apocalíptica de los grandes
cambios tecnológicos ni de la educación informal, a pesar de que reconocía sus
peligros. Prefería correr los riesgos de la libertad. Era otro espíritu. Por
eso no encajó nunca en un país que era y es la expresión vívida del “miedo a la
libertad” del que hablaba Fromm.
4.
Las
tres etapas.
Finalmente, entonces, ¿cuáles son las tres
etapas de la política educativa?
Las dos primeras son la escuela redentora
y le escuela nueva, respectivamente. A pesar de que se siguen practicando, para
mi padre ya eran Historia.
La tercera es en la que aún estamos y ya
era difícil de caracterizar en su momento. “…. No se ha perfilado todavía de
manera clara”, dice mi padre. Es una etapa donde se comprende ya no puede
cumplir, no por deficiencia sino por su
misma naturaleza, los fines que la escuela redentora y la escuela nívea le
habían encargado. Esta tercera etapa será más bien una política cultural donde
la escuela sea una parte de un todo más amplio, un todo donde las nuevas
tecnologías de la comunicación del pensamiento jugarán un papel esencial.
Mi padre advierte la incertidumbre de ese
momento (1972) pero tenía sus esperanzas en la última década del XX: “…Cómo se
desarrollará concretamente esta nueva etapa, cuáles serán sus manifestaciones
legales o institucionales, y qué modalidades presentarán los conflictos que,
sin duda, habrán de suscitar, habremos de verlo en las décadas que faltan hasta
concluir el siglo XX. Es probable que sólo alrededor de la última década del
siglo se perfile definitivamente y logre montar mecanismos de acción propios, que
tendrán muy poco que ver con las modalidades educativas y de culturalización
que hasta este instante estamos habituados a conocer”. Esta predicción no se
cumplió, tal vez porque cierta paradoja, a la cual haremos alusión de
inmediato, se fue de las manos de ese optimismo moderado.
5.
¿Qué
paradoja?
La paradoja es la siguiente:
“… mientras las instituciones escolares son definitivamente desplazadas en
muchas de sus tareas y se desvanece la esperanza en una escuela mesiánica,
redentora de la humanidad, enfrentamos el problema de la 'explosión escolar', y
los sistemas educativos escolares no hacen sino crecer de manera
impresionante”.
¿Y por qué?
En primer lugar, las generaciones van
creciendo en sus aspiraciones y posibilidades escolares: los abuelos la
primera, sus hijos la secundaria, los nietos la universidad.
En segundo lugar, las nuevas tecnologías
demandan una nueva formación científica para la cual, a su vez, son necesarios
nuevos sistemas escolares.
Tres, el desarrollo económico reduce las
jornadas laborales dejando más tiempo para la escolaridad.
Pero la paradoja es aparente: “…Y sin
embargo, el proceso de culturalización total del ser humano, los fenómenos
educativos en su sentido integral, dependen cada vez menos de la escuela. La
sociedad, por medio de los fabulosos medios de comunicaciones de masas que ha
descubierto, ha recobrado su papel tradicionalmente decisivo en ese sentido.
Han caído las esperanzas de hacer sociedades perfectas –o casi– por la obra del
alfabeto y del maestro de escuela. Ahora sabemos que esta institución y este
trabajador pueden colaborar en la gran obra, pero nada más que colaborar”.
Pero entonces el papel de la política
educativa es re-ubicar a la escuela en este proceso cultural en el cual ya no
tiene el papel redentor de antaño.
6.
Visión
retrospectiva.
Sin embargo, mi padre no da en este texto
las soluciones para ello. Como veremos más adelante, esas soluciones tienen que
ver con un nuevo giro en la libertad de enseñanza y en el planteo de nuevas
funciones profesionales docentes. Ello es lo que lograría que esta tercera
etapa logre el dinamismo adecuado. Pero hemos usado el potencial porque a pesar
de esos escritos posteriores de mi padre, de hecho poco cambió. La escuela como
mito sigue habitando en lo profundo del simbolismo colectivo. El lo advirtió, y
por eso el próximo libro que veremos fue su último intento de cambiar algo.
Luego se dedicó al diario La Nación y se resignó a que la sociedad no estaba
preparada para sus propuestas o que él había estado equivocado. En cualquiera
de los dos casos, comenzó un proceso de silencio, que su temprana muerte habría
ratificado de modo definitivo. Este libro es el intento de cortar ese silencio,
hacerlo hablar de vuelta, porque esa escolaridad elevada a tótem intocable se
está convirtiendo en una grave crisis de paradigma, en términos de Kuhn, que
parece extenderse sine die[3].
En términos del mismo autor, mi padre, formado en el paradigma dominante, tuvo
la tensión esencial suficiente como para proponer el paradigma alternativo[4].
[1] Como educador, mi padre daba por
descontada la diferencia entre información y conocimiento, porque él (como
periodista también) nunca había sido informador, sino formador. Sobre este
tema, ver Zanotti, Gabriel J: Conocimiento
vs. Información, Unión Editorial, Madrid, 2011.
[2] Las
observaciones culturales vertidas en estos apartados tienen una gran riqueza
que no podemos resumir en este momento. Sólo me permito una cita con respecto
al estilo oral: “…Es una experiencia común para las personas
habituadas a pronunciar discursos o conferencias, sin escribir previamente el
texto que si graban su exposición y la vuelcan por escrito, fielmente, se
obtiene un resultado horroroso desde el punto de vista del estilo y de la
corrección gramatical y que cuesta muchísimo quitar, a posteriori, ese “sabor
oral”. Y aquí mi padre hace una cita que sorprenderá a algunos: “…Es
imposible extenderse más en este tema que resulta apasionante. Son abundantes
los estudios realizados al respecto aunque los escritos originalmente en
castellano no abundan en nuestro país –por motivos que no queremos tampoco
entrar a analizar ahora– parece volcarse con mucho más entusiasmo hacia los
aspectos gramaticales y puristas del idioma. Me permitiría citar, como consulta
muy conveniente para este punto, el prólogo que el P. Leonardo Castellani ha
puesto a sus comentarios de los Evangelios. (El Evangelio de Jesucristo,
Editorial Itinerarium, Buenos Aires, 1957)”.
[3] Contrariamente a lo que pueda
parecer, la crisis sanitaria del 2020 (que la Historia dirá si fue pandemia o
no) no ha hecho más que retrasar las reformas. Porque el famoso zoom, visto al
principio como una aceleración del gran cambio que iba a venir (al respecto,
ver mi blog: https://www.libertadyprogreso.org/2020/06/18/educadores-el-zoom-no-es-el-futuro/) no ha hecho sino entronizar aún
más al aula presencial, a la cual se demanda volver. Y está bien, porque ese
zoom forzado está lejos de ser lo que mi padre preveía en esta tercera etapa:
no es más que llevar a la computadora los vicios de la escolaridad formal, con
lo cual las cosas se agravan.
[4] Esto ya lo habíamos dicho cuando
comentamos su primer libro: “…Y aquí hay algo clave para
todo el análisis de todas sus obras: ya desde 1960 (y tal vez desde hacía mucho
tiempo antes) mi padre comenzó a ver los límites, las dificultades, del
paradigma en el que se había formado. Se podría describir toda la obra de mi
padre como un largo y paulatino desprendimiento de ese positivismo pedagógico,
tanto en lo didáctico como en la acción educativa del Estado. En términos
epistemológicos, fue el típico miembro del paradigma dominante que, merced a tu
tensión esencial (Kuhn) hace entrar al paradigma a ciertos elementos del
paradigma alternativo que terminan rompiéndolo como efecto dominó”.