Hace poco me enteré de algo espantoso.
Hace poco, en una de estas agitadas tardes del Octubre pasado, mientras el mundo hervía en Medio Oriente, en Ucrania, mientras las grades potencias urdían sus intrigas y por estos lares nos preocupábamos por ver cuál era la fuerza política más ridícula, unos laicos y frailes, con toda tranquilidad, olvidados del mundo, lejanos por un momento de todo ese frenesí, estudiaban a Santo Tomás de Aquino en una universidad del mismo nombre, en las tranquilas y silentes aulas de un convento terminado de construir circa 1805.
Repentinamente, idas, venidas, gente apurada, rostros taciturnos. Y, de repente, el anuncio. Se tienen que ir. Hay que cerrar las instalaciones. Un funcionario del Gobierno de la Ciudad lo ha clausurado por no cumplir con la normativa vigente.
No, no salió en ningún lado, y no sólo a nadie le importó, sino que, seguro, a algunos les debe haber parecido bien que el Gobierno de la Ciudad velara por su seguridad.
Claro, porque, con el mismo criterio, que entre ya mismo a cualquier casa, sin orden judicial, y con poder absoluto, que nos haga salir a la calle hasta que arreglemos esa peligrosa lámpara que no cumple con el reglamente municipal de lámparas.
La verdad, ¡qué dicha que el Estado nos cuide! En medio de todos los males, me quedo tranquilo por esta honrosa participación en el summun bomun.
Un grupo de gente estudiando a Santo Tomás. Hay que vigilarlos que lo hagan bien. A ver si se lastiman.
Qué bien estar oyendo una clase sobre Filosofía o Teología, en medio de la imperfección, como todo lo humano, y que venga un fucionario del Estado a cuidarte y a decirte que te vayas de tan peligrosas instalaciones. Eso sí que es la primacía del bien común.
Mientras tanto, todos los demás seguían con sus intrigas, sus corruptelas, sus pequeñas o no tan pequeñas maldades de siempre pero, eso sí, en instalaciones adecuadas. O intocables. O como las quieran llamar.
Casi no sucedió. No pasó nada, todo bien. Imperceptible, como el animalito atropellado al borde de la ruta, como el pajarito muerto, caído en la vereda, como la familia entera en la calle, pidiendo comida, como todas las crueldades, tristes y silenciosas, invisibles a los ojos del mundo, convertidas en nada ante el ruido de la vida, ante el ocaso de lo bello, de lo bueno, de lo eterno.
Exacto Gabriel!! Un atrpello a la libertad de enseñanza. Desde el 1997 curso doy clases en el centro de Estudios de la Orden y el progreso edilicio es constante. Nunca se registró un accidente y cuando cursó una señora en sillas de rueda cuatrfornidos alu.nos tenían la caridad de llevarla al aula. Dónde murió la nieta de Alfonsín? Era privado o publico el establecimiento? Cuantos establecimiento p<blicos se cerraron desde entonces? Luego fueron a la UCA. Larreta esvel nuevo quema iglesias.
ResponderEliminarRafael
ResponderEliminarTriste..... muy
ResponderEliminar¿Qué podemos esperar del globalista nefasto de Larreta? Peligrosísima esta gente que se dedica al estudio del Aquinatense... peligra la agenda actual.
ResponderEliminarLamentable. Pero no me extraña. De las garantías constitucionales no se acuerda casi nadie cuando obstaculiza un capricho burocrático y menos si es autocrático o "democrático" (de los de la democracia como "religión"): no se acuerdan ni los peronistas, ni los radicales, ni los nacionalistas, ni los conservadores ni los liberales. Menos del Gobierno de la Ciudad que no es nada de eso sino simple y puro "larretismo" progre
ResponderEliminarFernando Romero Moreno
El Estado no hace feliz a nadie, pero sípuede hacerte muy infeliz.
ResponderEliminarEs peligrosisísimo. El hábito de los frailes volando al viento puede hacer que se tropiecen, caigan y mueran. O que caigan sobre otros, con lo que es un mal sobre otros. Además, esos retrógrados creen que la historia de la humanidad hubo algo digno de mención antes de K. Marx. Eso, en las universidades estatales, no pasa. Por suerte, el estado presente nos cuida.
ResponderEliminarNachUNSTA, excelente ironía.
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