domingo, 26 de noviembre de 2023

SI, EL CELULAR TRIUNFÓ, PERO NO RENUNCIES

(Punto 4 del cap. 7 del libro sobre mi padre, https://www.amazon.com/Luis-Jorge-Zanotti-fundamentales-importancia-ebook/dp/B0BC45843Y/ref=sr_1_1?crid=1EQGVXBBQOUQ8&keywords=Luis+Jorge+Zanotti&qid=1700944051&sprefix=luis+jorge+zanotti%2Caps%2C209&sr=8-1) 

No, no es el título del capítulo III donde mi padre trata este tema. Su título es “el sistema escolar de masas”. Pero no creo que mi padre se hubiera opuesto a esa re-interpretación. Alude al simbolismo de un episodio importantísimo: el docente que renunció porque no podía luchar con el celular en el aula. Ello resume perfectamente la esencia de la cuestión.

1.      Las novedades del s. XX.

El primer punto de este capítulo lo dedica mi padre a “los nuevos medios de comunicación del pensamiento”. Interesante cómo los describe: no como tecnologías de la información, sino comunicación, y no de datos, sino de pensamiento. Un gran diferencia[1].

Primero hace un paneo de todos los “juegos de lenguaje” (él no usaba esa expresión de Wittgenstein pero la suponía) por medio de los cuales los seres humanos se comunican. Lo hace con profundas referencias históricas y referencias al problema educativo. Resumiremos estos últimos aspectos.

Realiza entonces un análisis histórico de la palabra oral[2], la escrita y una primera gran revolución tecnológica: la imprenta. De allí pasa a la prensa escrita periodística del s. XIX, que acompañó en gran medida al ideal de la escuela redentora de fines del s. XIX. Pero ya con la prensa actual de diarios y revistas comienza a darse un cambio en ese panorama. Comienzan formas de comunicación, estilos, contenidos y juegos de lenguaje que comienzan a superar lo que “la escuela” (la escolaridad en si misma) puede hacer. “…Porque ha ocurrido que estamos en presencia de otra institución de tipo escolar, no organizada como la escuela tradicional ni en forma de sistema escolar, ni obligatoria, ni guiada o controlada por el Estado, pero que es, al fin, otra escuela, de carácter permanente y de inmensos recursos materiales y didácticos”. (Las negritas son nuestras). Otra escuela, estirando el término, esto es, la ciudad educativa.

Pero este fenómeno educativo pasó inadvertido para quienes siguen aferrados a la “educación” como escolaridad formal: “…El movimiento de la escuela nueva no captó la importancia de la prensa, en este siglo, como fenómeno educativo, como transmisor de un mensaje y como proceso de culturalización por medio de la cultura letrada. Siguió aferrado a la concepción anterior y continuó suponiendo que la escuela era el ‘hogar único’ de esa cultura letrada, de todo proceso de culturalización”. Y esto, de modo generalizado: “…Tampoco comprendieron la significación de este fenómeno, los diferentes sectores de la sociedad y sus instituciones, que mantuvieron sus disputas o batallas por el dominio de la escuela más o menos en los términos anteriores, sin advertir que estos nuevos medios de comunicación de masas eran mucho más importantes para el proceso formativo integral que la misma escuela, porque actuaban sobre los adultos y sobre los jóvenes, en forma permanente y con posibilidades materiales infinitamente más amplias que las de la escuela” (Las itálicas son nuestras). Volvemos a aclarar: cuando mi padre dice que estos nuevos medios son superiores, en sus alcances educativos, “a la escuela”, no se refiere a una escuela deficiente, sino a la escolaridad en sí misma, por mejor que esté implementada.

La radiofonía también da un salto importante: porque la palabra oral, con toda su emocionalidad, llega ahora de modo masivo, rápido y simultáneo a sectores que antes dependían de medios no tan veloces del mundo de la vida. Pero, de vuelta, tampoco fue advertido: “… Casi nadie se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Mientras las multitudes de todos los países –las masas– se incorporaban en un santiamén a esta nueva forma de comunicación del pensamiento, y millones de hombres ‘escuchaban’ radio, durante una cantidad de tiempo infinitamente mayor que el que destinaban a la lectura de libros o de periódicos, las concepciones político-educativas siguieron inamovibles, desatendieron el nuevo fenómeno y prosiguieron en la búsqueda de sus viejos objetivos sin advertir que, a su alrededor, el mundo era otro” (Las itálicas son nuestras). Siempre el mundo de la vida espontáneo había sido otro que el mundo de los métodos pedagógicos, pero ahora el mundo es otro porque ese mundo de vida espontáneo tenía consecuencias educativas antes nunca vistas. Por eso mi padre vuelve a recordar, para desesperación de todos los antiperonistas (él incluido) el famoso ejemplo del mensaje radiofónico de Perón: “…Recordemos el ejemplo de Perón en su último discurso de la campaña electoral del 46: “... salten la tranquera o rompan la tranquera!”. Una cosa era oírlo, otra hubiera sido leerlo, dentro de un amplio texto, en una hoja de papel. Para muchísimos lectores, con seguridad, hubiera sido una frase sin importancia, hubiera pasado quizá inadvertida. Ninguno de sus oyentes, en cambio, la ignoró”.

Otro paso decisivo, esencial, en toda esta transformación, es el cine. Tan crucial, que mi padre resume toda la situación: “…El círculo de la reconstrucción de la integralidad del mensaje se va completando. El problema crucial que el hombre había afrontado era que la palabra oral no perduraba en el tiempo ni se podía difundir más allá de un cortísimo espacio (1). La escritura supera ambas barreras pero a costa de una enorme pérdida, pues sólo deja el concepto, la racionalidad del mensaje (2). La radiofonía permite dar un paso notable, como hemos visto. Sin embargo, la imagen humana quedaba siempre ausente. La cinematografía es el otro paso (3): a partir de ese momento, y sobre todo con la aparición del cine hablado, imagen y voz pueden ser conservadas a través del tiempo. Aparece, en la historia de la humanidad, al lado de la cultura oral y de la cultura letrada, la cultura de la imagen” (la numeración es nuestra).

Luego una importante pregunta: “...¿Qué extraño fenómeno determina que los pedagogos y los educadores están siempre ausentes de estas novedades decisivas para la marcha de la humanidad?”

Y una muy interesante respuesta: “…Nuevamente, la escuela, la política educativa, los docentes y los pedagogos ignoraron el fenómeno. No comprendieron lo que significaba el cine como factor educativo, no advirtieron el maravilloso instrumento didáctico que había aparecido y la escuela siguió, impertérrita, igual a sí misma”.

El impacto cultural rompe esquemas habituales: “…Y sin embargo, a partir de la difusión del cinematógrafo, en todos los grupos sociales, en los cuales se introducía con cierta frecuencia –es decir, en todos los ámbitos urbanos de dimensiones mínimas– comenzaba una diferencia capital, desde los procesos de culturalización, la transmisión de los modos de vida, las costumbres, ideales, formas de conducta, pautas morales, estilos de vida familiares y criterios políticos, religiosos y sociales, en general, son el resultado de las producciones cinematográficas, más que de las tradicionales formas de comunicación que hasta entonces se manejaban, por ejemplo, la ‘convivencia’ tradicional”. (Las itálicas son nuestras).

Y luego de una breve referencia al disco (mi padre escribe eso cuando los discos son de 33 y el reproductor portátil más avanzado tenía el mismo tamaño que un CPU de las computadoras de escritorio), llega a la “…gran revolución de todos los tiempos, en materia de comunicación del pensamiento”. O sea, la televisión. “…el gran debate del siglo XX, la gran conquista para unos, la bestia negra de la cultura para otros, el avance maravilloso para algunos, el tremendo retroceso de altísimos valores para muchos”. Pero no entrará mi padre en el debate, sino que seguirá el hilo conductor de su argumentación:  “…No entraremos, en modo alguno, en el debate. No interesa para seguir el hilo del razonamiento que venimos rastreando desde el primer capítulo. Sólo necesitamos señalar el hecho de su aparición y de su arrollador e incontenible avance. Allí donde aparece, penetra con la velocidad del rayo.”

La televisión es como el sumun de lo que se venía anunciando en las tecnologías anteriores: “…La palabra oral, el mensaje de la voz humana, ha conquistado posibilidades inmensas, insospechadas durante toda la historia de la humanidad hasta bien entrado este, nuestro siglo”. Y por lo tanto, al combinar la imagen con la voz, aumenta exponencialmente los rasgos emocionales de la recepción del mensaje: “…Por eso, es natural, es comprensible, es nada más que un retorno a las formas de la democracia ateniense o a las modalidades políticas de la ciudad-Estado, que hoy, la televisión sea el instrumento decisivo de las campañas electorales; que gane el candidato más simpático, más elegante en sus presentaciones televisivas, es un escándalo para los racionalistas de la democracia que siguen exigiendo al ciudadano que decida su voto, exclusivamente, sobre la base de elementos racionales de juicio, con los que nada tiene que ver el tono, la voz y el gesto del candidato” (Las itálicas son nuestras). Y concluye: “… La pantalla de la televisión lleva a todos el mensaje envuelto en el ropaje de la pasión, sin necesidad de que quien lo escuche sepa leer y escribir. La inutilidad del alfabeto para las masas puede ser, quizá, algo más que un aterrador fantasma de las obras de ciencia ficción”. Sí, la insistencia de mi padre en la pantalla de la época no previó las formas de lectura actuales con internet, pero cuidado, la televisión con los típicos programas periodísticos y de entretenimiento masivo en horario central no han desaparecido.

2.      De la escolaridad al mundo de la vida, de vuelta pero distinto.

Por lo tanto, la ilusión de que la escuela, con sus métodos, positivistas o no, pueda ser el centro de la educación de la persona, ha terminado. “La ciudad educativa” (expresión con la cual mi padre designó a los mundos de la vida informales atravesados por las nuevas tecnologías) ocupan ahora un lugar central. Siempre lo habían ocupado, pero ahora, por las nuevas tecnologías, con ciertas diferencias específicas.

Uno, se pierde el cara a cara, con sus ventajas e inconvenientes. Tal vez en su tiempo mi padre vio más ventajas que inconvenientes. No pudo imaginar que se intentaría hablar de cosas íntimas por whatsapp o las locuras u obsesiones actuales con el famoso zoom.

Dos, esta educación informal se hace masiva.

Tres, pierde la prioridad el mundo de vida local. Estos nuevos medios vencen las fronteras e internacionalizan el mundo cotidiano.

Cuatro, estos medios parecen concomitantes a la aceleración de la Historia. Las nuevas técnicas no sólo inundan los mundos de la vida, los cambian rápido, sino que se comunican rápido. Como ya dije, a mi padre lo asombró más que el descenso en la Luna tuviera transmisión televisiva instantánea que el viaje en sí mismo.

Pero cuidado, no era sólo enterarse de la carrera espacial o del discurso de un presidente en Marte. Había otra cosa: “… Hay cosas más graves: las pautas morales pueden cambiar con facilidad sorprendente. No será lo mismo que para aceptar una nueva bebida o un nuevo artefacto hogareño, pero habida cuenta de la diferencia de categoría axiológica que una y otra cosa representan, la velocidad con que se puede imponer el nuevo criterio moral, resulta aterrador.” Allí mi padre agregaba a pie de página: “…Lo cual no implica un juicio de valor sobre esa rapidez porque en última instancia ese juicio siempre dependerá de lo que pensemos acerca del nuevo criterio que se haya impuesto. En una ocasión nos parecerá formidable esa rapidez; en otra, espantosa”.

Lo que sigue es de una actualidad asombrosa. Dice mi padre: “…Por último, queda por mencionar otro carácter que asume este tipo de culturalización, basado en los modernos medios de comunicación de masas. Es la necesidad insuperable de que tales medios sean manejados de manera colectiva por los grupos políticos o económicos que detentan el poder. Porque la utilización de esos medios, exige, o un gran poder económico o un gran poder político. Y esto no ha hecho sino intensificarse y no hará sino ir en aumento en el futuro”. Impresionante: ¿no es lo que está sucediendo actualmente con las big tech y la cultura de la cancelación? Miren el ejemplo: “…Jesús, efectivamente, hubiera dispuesto de un extraordinario aliado si hubiera tenido la televisión a su disposición, o la radiofonía. Pero, ¿se la hubieran dejado usar los poderosos de entonces? Porque no se trata de recursos al alcance del hombre individual, solo, aislado y ni siquiera, a disposición de pequeños grupos o de minorías armadas tan sólo con la fuerza de sus ideas. Estos medios de comunicación, tan poderosos, de tan notables efectos, exigen una gran concentración de poder económico o político para ser puestos en funcionamiento” (las itálicas son nuestras). Obviamente, en 1972 nadie podía prever la magnitud y tragedia actual de esta predicción. Incluso mi padre tiraba una esperanza: “… La transmisión del mensaje cara a cara, en pequeños grupos, lleva mucho más tiempo, pero puede alcanzar éxito al margen y aún en abierta oposición a los designios de los grupos políticos o económicos que detentan el poder en cada circunstancia histórica”. ¿Será así? Ojalá que sí. Creo que ahora, en el 2021, no podemos saberlo….

Concluye: “…Por todo lo expuesto, se advierte que estamos, efectivamente, frente a un retorno de la cultura oral y de la imagen, pero no ante un simple resurgimiento del ayer, sino frente a una situación radicalmente nueva que coloca a la escuela ante un problema crítico”.

3.      Adiós escuela adiós.

El siguiente punto es descripto por mi padre sin miramientos: “…Desplazamiento de la escuela como eje del proceso educativo”. Y lo resume en un párrafo que a su vez resume lo ya dicho en Desdén y mito de la escuela, La misión de la pedagogía y La escuela y la sociedad en el s. XX: “…Hasta mediados del siglo XIX, para la gran masa de la población, el proceso de culturalización y de formación general era un fenómeno ‘vital’, que se daba en los ámbitos familiares y sociales (1). A partir de ese momento –es todo el desarrollo del capítulo II de este trabajo– surge la idea de que ser ‘iletrado’ significa ser ‘inculto’, quedar al margen del proceso de culturalización. La escuela pasa a ser, para la concepción político-educativa de ese momento histórico, el eje del proceso educativo (2)”. En punto y a parte, sigue: “…El movimiento de la escuela nueva (3) no altera esa concepción. Allí está el error que le achacamos. Ese movimiento comprendió que no se habían logrado satisfactoriamente los ideales redentores asignados a la escuela por la política educativa del siglo anterior, pero en cambio se entendió que esos ideales debían ser logrados por otros medios, se dispuso introducirlos en la escuela y a mejorar la escuela para poder alcanzarlos”. “…Pero ahora –concluye-, ya entrada la segunda mitad del siglo XX, nos encontramos con una situación radicalmente nueva (4), como hemos dicho: se trata de la aparición de los medios de comunicaciones de masas, y en particular los que se basan en la palabra oral y la imagen, que de hecho, y aunque la escuela y la política educativa lo adviertan o no, lo acepten o no, lo han despojado de su papel de eje del sistema educativo. Ese eje se ha desplazado nuevamente hacia la sociedad, como antes, pero con una diferencia: ahora la sociedad no actúa directamente, sino por obra de unos intermediarios que son los medios de comunicaciones de masas”. (Las itálicas y la numeración son nuestras).

Despejemos una duda para el lector: ¿está simplemente describiendo algo de lo cual habría que quejarse o en el fondo está de acuerdo con que sí sea? En el fondo y no en el fondo, mi padre era un entusiasta de estos cambios. Nunca tuvo la visión apocalíptica de los grandes cambios tecnológicos ni de la educación informal, a pesar de que reconocía sus peligros. Prefería correr los riesgos de la libertad. Era otro espíritu. Por eso no encajó nunca en un país que era y es la expresión vívida del “miedo a la libertad” del que hablaba Fromm.

4.      Las tres etapas.

Finalmente, entonces, ¿cuáles son las tres etapas de la política educativa?

Las dos primeras son la escuela redentora y le escuela nueva, respectivamente. A pesar de que se siguen practicando, para mi padre ya eran Historia.

La tercera es en la que aún estamos y ya era difícil de caracterizar en su momento. “…. No se ha perfilado todavía de manera clara”, dice mi padre. Es una etapa donde se comprende ya no puede cumplir, no por deficiencia sino por su misma naturaleza, los fines que la escuela redentora y la escuela nívea le habían encargado. Esta tercera etapa será más bien una política cultural donde la escuela sea una parte de un todo más amplio, un todo donde las nuevas tecnologías de la comunicación del pensamiento jugarán un papel esencial.

Mi padre advierte la incertidumbre de ese momento (1972) pero tenía sus esperanzas en la última década del XX: “…Cómo se desarrollará concretamente esta nueva etapa, cuáles serán sus manifestaciones legales o institucionales, y qué modalidades presentarán los conflictos que, sin duda, habrán de suscitar, habremos de verlo en las décadas que faltan hasta concluir el siglo XX. Es probable que sólo alrededor de la última década del siglo se perfile definitivamente y logre montar mecanismos de acción propios, que tendrán muy poco que ver con las modalidades educativas y de culturalización que hasta este instante estamos habituados a conocer”. Esta predicción no se cumplió, tal vez porque cierta paradoja, a la cual haremos alusión de inmediato, se fue de las manos de ese optimismo moderado.

5.      ¿Qué paradoja?

La paradoja es la siguiente: “… mientras las instituciones escolares son definitivamente desplazadas en muchas de sus tareas y se desvanece la esperanza en una escuela mesiánica, redentora de la humanidad, enfrentamos el problema de la 'explosión escolar', y los sistemas educativos escolares no hacen sino crecer de manera impresionante”.

¿Y por qué?

En primer lugar, las generaciones van creciendo en sus aspiraciones y posibilidades escolares: los abuelos la primera, sus hijos la secundaria, los nietos la universidad.

En segundo lugar, las nuevas tecnologías demandan una nueva formación científica para la cual, a su vez, son necesarios nuevos sistemas escolares.

Tres, el desarrollo económico reduce las jornadas laborales dejando más tiempo para la escolaridad.

Pero la paradoja es aparente: “…Y sin embargo, el proceso de culturalización total del ser humano, los fenómenos educativos en su sentido integral, dependen cada vez menos de la escuela. La sociedad, por medio de los fabulosos medios de comunicaciones de masas que ha descubierto, ha recobrado su papel tradicionalmente decisivo en ese sentido. Han caído las esperanzas de hacer sociedades perfectas –o casi– por la obra del alfabeto y del maestro de escuela. Ahora sabemos que esta institución y este trabajador pueden colaborar en la gran obra, pero nada más que colaborar”.

Pero entonces el papel de la política educativa es re-ubicar a la escuela en este proceso cultural en el cual ya no tiene el papel redentor de antaño.

6.      Visión retrospectiva.

Sin embargo, mi padre no da en este texto las soluciones para ello. Como veremos más adelante, esas soluciones tienen que ver con un nuevo giro en la libertad de enseñanza y en el planteo de nuevas funciones profesionales docentes. Ello es lo que lograría que esta tercera etapa logre el dinamismo adecuado. Pero hemos usado el potencial porque a pesar de esos escritos posteriores de mi padre, de hecho poco cambió. La escuela como mito sigue habitando en lo profundo del simbolismo colectivo. El lo advirtió, y por eso el próximo libro que veremos fue su último intento de cambiar algo. Luego se dedicó al diario La Nación y se resignó a que la sociedad no estaba preparada para sus propuestas o que él había estado equivocado. En cualquiera de los dos casos, comenzó un proceso de silencio, que su temprana muerte habría ratificado de modo definitivo. Este libro es el intento de cortar ese silencio, hacerlo hablar de vuelta, porque esa escolaridad elevada a tótem intocable se está convirtiendo en una grave crisis de paradigma, en términos de Kuhn, que parece extenderse sine die[3]. En términos del mismo autor, mi padre, formado en el paradigma dominante, tuvo la tensión esencial suficiente como para proponer el paradigma alternativo[4].


 



[1] Como educador, mi padre daba por descontada la diferencia entre información y conocimiento, porque él (como periodista también) nunca había sido informador, sino formador. Sobre este tema, ver Zanotti, Gabriel J: Conocimiento vs. Información, Unión Editorial, Madrid, 2011.

[2] Las observaciones culturales vertidas en estos apartados tienen una gran riqueza que no podemos resumir en este momento. Sólo me permito una cita con respecto al estilo oral: “…Es una experiencia común para las personas habituadas a pronunciar discursos o conferencias, sin escribir previamente el texto que si graban su exposición y la vuelcan por escrito, fielmente, se obtiene un resultado horroroso desde el punto de vista del estilo y de la corrección gramatical y que cuesta muchísimo quitar, a posteriori, ese “sabor oral”. Y aquí mi padre hace una cita que sorprenderá a algunos: “…Es imposible extenderse más en este tema que resulta apasionante. Son abundantes los estudios realizados al respecto aunque los escritos originalmente en castellano no abundan en nuestro país –por motivos que no queremos tampoco entrar a analizar ahora– parece volcarse con mucho más entusiasmo hacia los aspectos gramaticales y puristas del idioma. Me permitiría citar, como consulta muy conveniente para este punto, el prólogo que el P. Leonardo Castellani ha puesto a sus comentarios de los Evangelios. (El Evangelio de Jesucristo, Editorial Itinerarium, Buenos Aires, 1957)”.

[3] Contrariamente a lo que pueda parecer, la crisis sanitaria del 2020 (que la Historia dirá si fue pandemia o no) no ha hecho más que retrasar las reformas. Porque el famoso zoom, visto al principio como una aceleración del gran cambio que iba a venir (al respecto, ver mi blog: https://www.libertadyprogreso.org/2020/06/18/educadores-el-zoom-no-es-el-futuro/) no ha hecho sino entronizar aún más al aula presencial, a la cual se demanda volver. Y está bien, porque ese zoom forzado está lejos de ser lo que mi padre preveía en esta tercera etapa: no es más que llevar a la computadora los vicios de la escolaridad formal, con lo cual las cosas se agravan.

[4] Esto ya lo habíamos dicho cuando comentamos su primer libro: “…Y aquí hay algo clave para todo el análisis de todas sus obras: ya desde 1960 (y tal vez desde hacía mucho tiempo antes) mi padre comenzó a ver los límites, las dificultades, del paradigma en el que se había formado. Se podría describir toda la obra de mi padre como un largo y paulatino desprendimiento de ese positivismo pedagógico, tanto en lo didáctico como en la acción educativa del Estado. En términos epistemológicos, fue el típico miembro del paradigma dominante que, merced a tu tensión esencial (Kuhn) hace entrar al paradigma a ciertos elementos del paradigma alternativo que terminan rompiéndolo como efecto dominó”.

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