(Del cap. 3 de nuestro libro Antropología cristiana y economía de mercado, Instituto Acton, 2010).
4.1
La escuela de Frankfurt y la alienación
Con
el espíritu de aceptar aquello que, aunque originado en escuelas de pensamiento
no cristianas, sea compatible con una antropología cristiana, no podemos dejar
de nombrar un aspecto de la Escuela de Frankfurt, esto es, fundamentalmente,
Adorno, Horkheimer y Habermas[1]. Como es sabido, en estos
autores, la dialéctica de la Ilustración tiene una fase donde el capitalismo y
la industrialización consecuentes, dada la explotación según Marx, presenta
relaciones necesariamente de dominio
de los unos sobre los otros, al estilo dialéctica amo-esclavo en Hegel.
Nosotros no estamos de acuerdo, a parte de que nos parece no cristiana, con esa
visión dialéctica-marxista de la historia, pero el elemento a rescatar es la
sensibilidad que tienen estos autores por el tema de la alienación, que,
descontextualizado de la “izquierda hegeliana”, presenta algo perfectamente
coherente con una antropología y una ética cristiana. Y es el tema de la
relación dialógica yo-tú, presente en autores veterotestamentarios como Martin
Buber[2], pero también en las
condiciones de diálogo de Habermas[3], que, nuevamente, pueden
ser enfocadas desde una antropología cristiana[4]. Considerando la dignidad
humana que se desprende por estar creado a imagen y semejanza de Dios, la
relación adecuada con nuestros semejantes implica el respeto a su condición de
persona, esto es, tratarlo como otro en
tanto otro y no en tanto mero instrumento. Esto es, una relación yo-tu, en cambio de una relación yo-eso. Una relación yo-eso es la que se
tiene con una cosa-no-persona, que puede ser por ende un instrumento a nuestro
servicio, al cual legítimamente se lo
domina, se lo usa, se lo “manipula”, y si es necesario se deja de lado una vez
que ya no funciona. En cambio, nunca una persona puede ser reducida sólo a
instrumento, quedando reducida a una mera x dentro de mi esfera personal: ello
es precisamente alienarla, esto es, no respetar su propio yo y “convertirla en
otro”, precisamente, aquel que la manipula. Ello es contrario a la dignidad de
persona, es precisamente la situación a la cual quedan sometidas las personas
en los totalitarismos y autoritarismos diversos, y por ello es coherente que un
autor como K. Wojtyla haya considerado cristiano en sí mismo al segundo
imperativo categórico de Kant: nunca tratarás a otra persona como medio, sino
como fin[5].
En
lo que Habermas ha colaborado enormemente es en resaltar las condiciones
lingüísticas del tratamiento instrumental del otro o, en cambio, tratarlo
dialógicamente[6].
En principio –decimos así porque en estas cosas no hay normas absolutas- si yo
trato de captar lingüísticamente al otro, en una estrategia de manipulación,
ello no es diálogo sino razón instrumental, en términos de Habermas; en
términos de una antropología cristiana, ello no es tratar al otro confirme a su
dignidad de persona creada. Por supuesto, en una antropología no determinista, esta posibilidad de
manipulación al otro es eso: una posibilidad moral, no una necesidad de una
etapa dialéctica de la historia. Y esa posibilidad necesita lingüísticamente de
un acto del habla, esto es, de una acción que hacemos con el lenguaje[7], perlocutivo, esto es, que
intenta modificar la conducta o el pensamiento del otro. Nada de malo en ello,
al contrario, en las relaciones intersubjetivas siempre nuestro lenguaje tiene
efectos en el otro, y muchas veces tratamos de convencer al otro de un cambio
de pensamiento y-o conducta. La clave ética, para que ello no se convierta en
manipulación y, de ese modo, el otro no se vea alienado, es que el acto
perlocutivo sea abierto y que el
pacto de lectura sea relativamente claro, y la importancia de esto crece cuanto
más delicada sea la cuestión y más sensible sea el otro ante el mensaje. Por
ejemplo, si vamos a tratar de convencer a alguien de la verdad del Evangelio,
es importante que el destinatario del mensaje en cuestión esté relativamente
advertido de nuestra intención, no sea que nos escuche por otro motivo y luego
se sienta relativamente engañado. Son normas generales que, por supuesto, hay
que aplicar con prudencia a los casos concretos. Pero yendo a temas que todos
conocemos, el manejo de estos actos del habla ocultos, por parte de personas
psicóticas, hacia personas con un yo debilitado y susceptibles de ser alienadas
y caer en el engaño, es lo que explica en gran medida que la mayor parte de los
autoritarismos comienzan con discursos que luego generan fenómenos de masificación, con diversas hipótesis
psicológicas explicativas sobre las causas por las cuales la psiquis es pasible
de este tipo de manipulaciones[8].
Llega
entonces el momento de preguntar: ¿qué tiene todo esto que ver con el mercado?
Que, precisamente, para muchos, cristianos o no, el mercado sería uno de los
mejores ejemplos de manipulación y alienación, porque, en un acto de
compra/venta, el vendedor –es habitual pensarlo de ese modo pero podría ser al
revés- estaría aplicando una estrategia de venta y por ende tratando de lograr
que el comprador compre y, en ese sentido, estaría tratando de manipularlo.
Comprador y vendedor se verían como medios, uno con respecto al otro, de sus
respectivos fines, y no se trataría al otro conforme a su dignidad.
Es
una objeción grave, porque va mucho más allá de cualquier defensa que se pueda
hacer del mercado por la vía de su mayor eficiencia o productividad. Es una
objeción que toca el núcleo moral de la acción humana en el mercado.
Debemos decir
al respecto lo siguiente:
-
la posibilidad de manipulación del otro, como posibilidad
moral, es innegable, o de lo contrario no habría libre albedrío. Es una
posibilidad, por otra parte, no reducida sólo al ámbito del mercado, sino,
después del pecado original, a toda relación humana en sí misma buena. Puede
suceder en el matrimonio, en las relaciones legítimas de poder, etc. Pero por
ese mismo motivo, porque es una posibilidad moral, no es un proceso necesario de una determinada etapa de la
historia, como en el materialismo dialéctico, y eso es lo que distingue a la
alienación dentro de una posibilidad luego del pecado original y la alienación
como proceso necesario del capitalismo como etapa de la lucha de clases[9].
-
En ese sentido, cabe reiterar que “el mercado” del que
hablamos es un proceso espontáneo, connatural a la naturaleza humana que trata
de minimizar la escasez (ya hemos tratado este tema), que tiene sus diversas
fases de evolución y que no se identifica sólo con el capitalismo concomitante
y posterior a la revolución industrial, que, por lo demás, tampoco es
moralmente indebido en sí mismo[10].
-
Los actos de compra/venta en un mercado, y también en las
características culturales del mercado en Occidente, son habitualmente una
estrategia abierta, anunciada, conocida por conocimiento común del mundo de la
vida y del horizonte de pre-comprensión cultural, y en ese sentido no son
estrategias maliciosamente ocultas. El mercado implica, precisamente, personas
comunicándose, hablando, expresando sus preferencias y valoraciones, con pactos
de lectura que dependen de usos y costumbres culturales abiertos. Las normas de regateo cuando se compra o se
vende un departamento, o las normas de regateo en un mercado indígena de
Centroamérica, o las normas de compra/venta en un super-mercado occidental, se suponen conocidas para quienes
participan en esos “juegos de lenguaje”. Yo no puedo denunciar engaño porque
vaya a la India o a Nueva York y no conozca las normas implícitas que manejan
sus respectivos mercados. En este sentido, los
órdenes espontáneos, en tanto procesos de comunicación de conocimiento
disperso, se manejan con actos del habla perlocutivos abiertos y no caen,
por ende, en el carácter casi necesariamente manipulador de un acto del habla
ocultamente estratégico. O sea: en los mercados (igual que en la política o en
las relaciones entre los sexos) se manejan estrategias, pero son abiertas y, en
ese sentido, parte de pactos de lectura conocidos implícitamente. Para pasar a
otro ámbito, ningún caballero puede sentirse engañado porque una dama rechace
su primera invitación salir dando cualquier excusa, cuando en un determinado
“juego” ello es entendido como una prueba para ver si el caballero invita del
vuelta. Si el caballero decodifica “no quiere salir conmigo, punto”, es que no
está entendiendo el juego de lenguaje. De igual modo, si un comprador
interpreta “el precio es 100, yo compro sólo por 80, punto”, es la misma
situación. El mercado es por ende un juego de lenguaje abierto. Presuponiendo
el conocimiento común de un determinado mundo de la vida y un normal libre
albedrío, es un proceso natural de comunicación y no de alienación.
-
Desde el punto de vista jurídico, un acto de compra/venta puede ser perfectamente legítimo aunque la intención última de alguno de sus participantes sea “dominar
indebidamente” al otro. Ello es así porque, en los actos de compra/venta donde
rige la justicia conmutativa, se cumple también que en la virtud de la
justicia, un acto puede ser justo aunque la intención última del ser humano sea
otra. Y ello es así porque el objeto de la justicia es lo justo. Si yo devuelvo
a otro una suma debida, mi acto es justo aunque
mi intención última sea indebida, por ejemplo, sólo quedar bien con él. Por
ende, la justicia humana –esa ley humana que no puede abarcar, precisamente,
todo lo exigido por la ley natural-[11] no puede pedir el control
de las intenciones últimas de las personas intervinientes, donde entra
precisamente el fin último de la acción. O sea, la justicia humana, para seguir
la clásica característica tripartita de un acto moral, cae sobre el objeto, nunca sobre el fin y a veces sobre la circunstancia de la acción. O sea, si yo
ejecuto un acto de compra/venta sin atentar contra la justicia pero sin mirar
al otro en tanto otro, ello es moralmente
malo por ese “sin mirar al otro en tanto otro”, pero justo desde un punto de vista moral y legal. Por ello es importante, al realizar un acto de compra/venta, mirar al
otro no sólo como aquél que está
comprando/vendiendo, sino además como lo que es en sí mismo, persona, más allá
de que “me sirva”. Pero ello está más allá de lo que la ley humana pueda contemplar.
-
Por último, alguien podría decir que en el mercado hay
engaño si se vende o se compra a un precio mayor o menor de lo que la cosa vale en sí misma pero para contestar esa
objeción… Debemos pasar el punto siguiente.
4.2
La ética en los precios
Recordemos
que según Santo Tomás el deber ser es un analogado del ser. Ello se desprende
de la ética de Santo Tomás y de la filosofía cristiana en general, donde la ley
natural no es más que el despliegue de las capacidades de la naturaleza del ser
humano. Por eso, desde esa perspectiva, la famosa separación de Hume entre ser
y deber ser no tiene sentido.
Por
ende, para analizar el deber ser en los
precios hay que analizar el ser en
los precios, esto es, la naturaleza de esa relación intersubjetiva que llamamos
precios (norma que se cumple, mutatis
mutandis, para todas las cuestiones de ética económica).
Hasta
ahora hemos dicho algo que creemos importante, esto es, que los precios son
síntesis de conocimiento disperso, pero hay que extender el análisis de dicha
caracterización para el tema que nos compete.
Repasemos
dos cuestiones: propiedad y teoría del valor.
Analicemos
para ello un caso simple: Juan decide vender su automóvil por U$S 10.000 y
Roberto no lo quiere comprar por más de 8000. Por supuesto, una consecuencia
muy importante, a efectos de teoría económica, es que en ese caso no habrá
intercambio, pero a efectos de lo que estamos analizando, hay dos cuestiones
previas.
Uno. Que Juan decida
vender su automóvil presupone la
propiedad de su automóvil. Por ende la oferta, la demanda y los precios
presuponen la propiedad de los bienes y servicios que se intercambian. La
propiedad de la que hablamos aquí está justificada como precepto secundario de
la ley natural, según lo afirmado por Santo Tomás en I-II, Q. 94 a. 5 ad 3, por
su utilidad, como un “adinvenio” del
intelecto humano, que, como hemos visto en todo lo que venimos diciendo, en la
economía actual pasa por minimizar el problema de la escasez. La propiedad es
sencillamente una institución evolutiva para minimizar el problema de la
escasez y por ello es precepto
secundario de la ley natural[12].
Dos. Cuando dijimos que los precios son síntesis de
conocimiento disperso, dijimos que ello permite leer en el mercado la escasez
relativa de los bienes, esto, cuán escaso es un bien. Pero esa escasez no es
objetiva, sino, como todos los fenómenos sociales, inter-subjetiva y subjetiva.
¿Qué quiere decir ello? Que el valor de los bienes en el mercado, que se
traduce en los precios, no es una propiedad de
la cosa en sí misma independientemente de su intercambio humano, sino de la
cosa en tanto intercambiada y valorada por
las personas (“subjetivo”) que intercambian. Esto es muy conocido por los
economistas como teoría subjetiva del
valor, pero habitualmente choca con la noción escolástica de bien cuyo
valor, en tanto “bonum”, es
“objetivo” (“la cosa es apetecida por ser buena y no buena por ser apetecida”);
y por ello yo la estoy presentando de modo tal que no se produzca ese
conflicto, pero no por mi modo de presentación sino porque verdaderamente no lo
hay[13].
Por supuesto
que el valor moral es “objetivo”, en tanto que el bien moral de una acción
humana depende de un objeto, fin y circunstancias que no son decididos
arbitrariamente por la persona actuante. Por supuesto que además puede haber
otro tipo de valores involucrados en una mercancía (artístico, por ejemplo)
independientes del acto de intercambio. Por supuesto que el “bonum” es un trascendental del ente y
como tal el grado de bondad de una cosa depende de su “gradación entitativa”,
dependiente de su esencia[14]. Pero nada de ello obsta
a que, como hemos visto, la escasez de la que hablamos es inter-subjetiva, en
relación a lo humano, y por ello si un bien o servicio no es demandado en el
mercado no tiene valor (a ello llamamos subjetividad del valor en el mercado).
Puede ser que algo “deba” ser demandado por los consumidores, pero lo que
determina su precio en el mercado es que efectivamente sea demandado y
ofrecido. Por ello los economistas saben que la teoría subjetiva del valor
soluciona la famosa “paradoja del valor” de los economistas clásicos: algo tan
importante como el agua puede tener menos valor en el mercado que una pepita de
oro en la medida de que el agua en determinadas situaciones (no en un desierto)
sea más ofrecida en el mercado y el valor de cada unidad de agua (que los economistas llaman “utilidad marginal”) sea menor.
Por ende algo
vale en el mercado (repetimos: en el
mercado) en la medida que una persona valore lo que ofrece y lo que
demanda. Pero el precio implica el encuentro entre las valoraciones de oferente
y demandante. Si yo valoro mi celular en U$S 5000 y nadie me compra por esa
valoración, tendré que ir bajando mis pretensiones hasta encontrar un
comprador. Pero si mi celular comienza a ser altamente demandado por mucha
gente, puede ser que lo venda por esa valuación o más. Esto es, recién en el
momento del intercambio se establece el “precio”, que depende, como vemos, del encuentro de las valuaciones subjetivas de
oferentes y demandantes, y por eso los precios indican la “escasez
relativa”: porque la escasez en el mercado no depende de la cantidad objetivamente contable del
bien, sino de cuánto sea demandado y
ofrecido por personas. Y esto es importante porque, a su vez, como ya
explicamos, permite que las expectativas se ajusten: si yo soy oferente (tal
vez empresario) de celulares y “leo” que los precios de los celulares suben,
tal vez me decida a hacer inversiones adicionales en ese sector, lo cual
aumentará luego la oferta de celulares y su precio comenzará a bajar. Todas
estas explicaciones, que para algunos economistas (no todos) son muy conocidas,
las estamos resumiendo a fines de comprender la naturaleza de esas relaciones
intersubjetivas llamadas precios y por ende poder analizar bien su “deber ser”.
Las
conclusiones respecto a la ética de los precios, dado en análisis anterior, son
las siguientes:
-
La decisión de vender o no vender, comprar o no comprar
(A), que es lo que implica que aumente o
no la oferta y la demanda, depende de la propiedad como precepto secundario
de la ley natural (B). Por ende, si B es éticamente correcto, A lo será
también. Luego, si, por ejemplo, yo decidiera NO vender mi auto, y éste, a su
vez, fuera altamente demandado, su precio
potencial tendería a infinito, o sea, “no se vende”. Pero si la propiedad
de mi auto es éticamente correcta, entonces que el precio sea “alto” en el
sentido de tender al infinito, también lo es. Por ende un “precio alto” no es
fruto de una acción inmoral, sino de una propiedad éticamente justificada,
frente, a su vez, de una demanda del bien en cuestión.
-
La pregunta de si es lícito vender o comprar en el
mercado por más o menos de lo que la cosa vale está mal planteada en cuanto que
el valor en el mercado es subjetivo en el sentido que lo hemos explicado. La
cosa en el mercado vale lo que vale en el mercado. Es casi tautológico. Si tiene algún otro tipo de valor, no es el
valor que conforma los precios.
-
Cuando aumenta la demanda de un bien, alguien con buena
voluntad puede decidir mantener el precio como está o bajarlo, pero la cantidad
ofrecida del bien se acabará rápidamente. Un convento de benedictinos puede
estar vendiendo miel por $ 10 el frasco. Supongamos que la demanda de miel
aumenta repentinamente porque las personas están convencidas de sus propiedades
curativas o lo que fuere. Los benedictinos pueden decidir bajar el precio o más
aún, repartir todo su stock, y ello parecerá muy meritorio. Pero ese stock se
acabará rápidamente. Tienen que producir más cantidad, lo cual requiere más
inversión por parte de ellos, lo cual no es nada sencillo y, mientras tanto, si
no quieren agotar el stock, deberán (con “necesidad de medio”, no “ontológica”)
ver si pueden obtener un precio más
alto, si la demanda les responde,
para que no haya largas filas de demandantes alrededor del convento que luego
se queden sin miel, y para, a su vez, obtener un margen adicional de
rentabilidad que les permita obtener nuevos créditos para re-invertir en la
producción de miel. Nada de ello se produce por la maldad moral de los
benedictinos. A su vez, ese nuevo precio de la miel, más alto, atraerá a otro
oferentes (excepto que los benedictinos
tengan una licencia exclusiva para producir miel concedida por el gobierno)
que lentamente harán que el precio de la miel tienda nuevamente a la baja.
-
Dado el corazón humano después del pecado original, puede
ser perfectamente que alguien saque provecho de un precio alto, de un bien que
es su propiedad, sin importarle en absoluto el prójimo, sobre todo en
situaciones tales como ser vendedor de agua en un desierto, etc. Ello,
obviamente, no sería correcto moralmente. Pero entonces, ¿qué hacer? La
tentación es que los gobiernos (esto es, otras personas con poder de coacción)
intervengan ese mercado y expropien la producción o fijen precios máximos, etc.
Pero ello produciría los siguientes resultados: a) como explicamos antes, al
intervenir en un precio se borra la fuente de interpretación de la escasez relativa
en el mercado y la situación es peor; b) la expropiación de la producción en
cuestión desalienta los incentivos para la producción y la situación es peor,
atentando contra el principio de subsidiariedad.
-
Desde el punto de vista de la ley humana, hemos visto ya que Santo Tomás deja bien en claro que
dicha ley no abarca todo lo prohibido por la ley natural. Por ende, vender al
precio de mercado puede ser perfectamente bueno desde el punto de vista del
objeto, fin y circunstancias de la acción, o
no, pero en este último caso, por los motivos a y b, no es conveniente que
la ley humana interfiera en el proceso de mercado. Lo inteligente es, desde el
punto de vista de la ley humana, en un caso de emergencia, que una agencia
gubernamental compre el bien en cuestión y lo venda más barato o lo regale y
con ello no interfiere con el delicado proceso de precios. Por supuesto, esta
propuesta es alto opinable, y depende de condiciones que los economistas han
estudiado para los casos de “decisión pública”; en este caso se requerirían
condiciones harto difíciles como que el gobierno sea preferentemente municipal,
tenga sus cuentas en orden, no se financie con emisión monetaria o impuestos a
la renta[15],
etc.
-
Los precios en el mercado se manejan en una franja de
máximo y mínimo: el límite máximo de venta es aquel más allá del cual no se
encuentran compradores, y límite mínimo de compra es aquel por debajo del cual
no se encuentran vendedores. Yo puedo querer que mi computadora se venda a U$S
10.000 pero es muy factible que más allá de 500 no se encuentren compradores;
de igual modo, yo puedo querer comprar una computadora (usada) por U$S 1 pero
es muy factible que por debajo de 400 no se encuentren vendedores. Esos límites
están determinados precisamente por la oferta y la demanda del bien en cuestión
y no se pueden pasar so pena de que no haya intercambio. Por ende la voluntad
del vendedor o comprador en el mercado no “fija” los precios sino que depende
de la interacción con la otra valoración. Esa franja es lo que implica el
“precio de mercado”. Ahora bien, un cristiano debe tener en cuenta el bien de
su prójimo y por ende puede ser perfectamente bueno que, al vender algo, en
determinada circunstancia, no busque el límite máximo de venta sino el mínimo,
pero más allá del mínimo no va a poder bajar. Yo puedo ser farmacéutico y
propietario de mi farmacia y ante determinada circunstancia, bajar mi valuación
de un medicamento de 100 a 80, pero si lo sigo bajando, por un lado aumentará
enormemente la demanda y no voy a poder satisfacerla y, por el otro, los
vendedores del medicamento en cuestión dejarán de proveerme. En ese caso, es perfectamente cristiano seguir vendiendo
a 80 y, por otro lado, en una acción fuera
de mercado, distribuir gratuitamente medicamentos que yo haya podido
adquirir con mis recursos, ayuda de una fundación, etc. Hacemos todas estas
aclaraciones precisamente para que se vea que la ética de los precios no tiene
autonomía absoluta en la determinación de los precios. El nivel de los precios
no depende de la buena o mala voluntad de las personas; esta última puede
incidir pero hemos visto que el factor básico es la demanda subjetiva de los
bienes y todas las consecuencias de la interacción de las valoraciones cuyos ejemplos
hemos explicado.
Conclusión: la
cosa “en sí misma”, esto es, independientemente
de su intercambio en el mercado, puede tener tal o cual valor, pero ese
valor no tiene que ver con los
precios. Estos últimos surgen de las valoraciones inter-subjetivas de las
personas en el mercado, y hay que tener
en cuenta esto último para analizar la ética de oferentes y demandantes en el
mercado.
Pero este
mercado, como hemos visto, no es un mecanismo, que se mueva por acción y
reacción, sino un proceso, una inter-acción entre personas. Y el factor que lo
mueve hacia una mayor coordinación de expectativas es la referida tendencia al
aprendizaje, que se traduce en el factor empresarial. Pero ese papel –el
empresario, la empresarialidad- ha quedado muy desdibujado ante una ética
cristiana. Colocarlo nuevamente en el contexto de una antropología y ética
cristiano-católicas, es el cometido de nuestro próximo capítulo.
[1]Op.cit. y Habermas, Jürgen,
Teoría de la acción comunicativa,
Barcelona: Taurus, 1987.
[2]Buber, Martin, Yo y tú, Buenos
Aires: Ediciones Nueva Visión, 1994.
[3]Habermas, Jürgen, Teoría de la acción
comunicativa, op.cit, vol. I,
interludio I.
[4]Hemos
trabajado en esto en Zanotti, Gabriel, “Intersubjetividad y comunicación”,
en Studium, Tucumán: UNSTA, 2000: t.
IV, fasc. VI.
[5]Wojtyla, Karol, Cruzando el
umbral de la esperanza, Barcelona: Plaza y Janés, 1994.
[6]Habermas, Jürgen, Teoría de la
acción comunicativa, op.cit.
[7]Ver al respecto la clásica obra de Wittgenstein, Ludwig, Investigaciones filosóficas, Barcelona:
Crítica, 1988 y Austin, John L., Cómo hacer cosas con palabras,
Barcelona, Paidós, 1990.
[8]Sobre este tema, ver Frankl, Viktor
(1986), Ante el vacío existencial,
Barcelona: Herder, 1986 y Freud, Sigmund, “Psicología de las masas y análisis
del yo”, en Obras Completas, Buenos
Aires: El Ateneo, 2008: T. III.
[9]Ver al respecto, Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (1984),
“Instrucción sobre algunos aspectos de la ‘teología de la liberación’”, en L´Osservatore Romano, 1984: cap. 7-9.
[10]Nos referimos al punto 101 de la encíclica Quadragesimo anno; ver al respecto Doctrina Pontificia, Madrid: BAC, 1964, p. 672; sin olvidar, por
supuesto, el famoso punto 42 de la Centesimus
annus, op.cit.
[11]Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologiae, op.cit, I-II, Q. 96,
a. 2c.
[12]He
desarrollado en detalle ese aspecto en Zanotti, Gabriel, Crisis
de la razón y crisis de la democracia, Buenos Aires: UCEMA, 2008.
[Online] disponible en www.cema.edu.ar/publicaciones/doc_trabajo.html; e id, “La ley natural, la cooperación
social y el orden espontáneo”, en Revista
de la Facultad de Derecho Nº 19, Guatemala: Universidad Francisco Marroquín, 2001.
[13]Hemos desarrollado esto en detalle en nuestra tesis de doctorado de
1990, Zanotti, Gabriel, Fundamentos
filosóficos y epistemológicos de la praxeología, op.cit.
[14]Ver Ferro, Luis S., La
sabiduría filosófica siguiendo las huellas de Santo Tomás, op.cit., Tema 3.
[15]Hayek, Friedrich A. von, Nuevos
estudios, op.cit., cap. 8.
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