domingo, 30 de julio de 2017

LAS MANOS DE ROMANO (Sobre algunos enternecedores personajes de E.R. II: hoy, Robert Romano).



Muchos de los lectores que hayan visto E.R. no encontrarán a Robert Romano “enternecedor”. Es que a mí, como a Woody Allen, me llegan al corazón los neuróticos entre graves y limítrofes. Algunos son muy simpáticos y se hacen querer, como el Woody de “Hannah y sus hermanas”, otros, en cambio, son gritones y malhumorados, como este caso, pero también me llegan al corazón. Porque en el fondo lo que preocupa es su enorme sufrimiento.

Robert Romano es uno de los mejores cirujanos –junto con Peter Benton- de E.R. Es prácticamente infalible. No duda, no se equivoca; cuando sus manos entran al quirófano, son más o menos lo mismo que las de Marta Argerich cuando toca Chopin. Si un paciente se le muere, es porque estaba muerto. Si no, él lo revive.

“Pero” –esta vez los guionistas se permitieron cierto arquetipo no realista y muy simbólico, y en lo simbólico está el realismo- Romano es aparentemente “malo”. Mandón, autoritario, malhumorado, agresivo, es el terror de los residentes y los médicos jóvenes de E.R. Está solo. No tiene familia. Está SIEMPRE en el hospital. No necesita reemplazos, no tiene que ocuparse de nada extra. Es la presencia constante, la infalibilidad en el quirófano, el maltrato a los demás, y sus peleas con la jefa del servicio, Kerry Weaver, la única que le hace frente desde una actitud tal vez parecida.

“De repente” Romano se enamora de una excelente cirujana británica, Elizabeth Corday. Elizabeth declina con la cordialidad que puede las invitaciones a salir de Romano. Evidentemente su amor no es correspondido. Lizzy –como le dice Romano- no se enamora de él pero se enternece y comienza a verlo de otro modo. Los dos se entienden de otro modo. Con Lizzy, Romano no es autoritario. Es amigo, compañero, hasta sabio si es necesario. ¿Por qué? ¿Casualidad? ¿Por qué la ama? ¿O porque, en cierto modo, es amado?

Los guionistas no tienen problema en agregar este amor no correspondido a la gravedad de la neurosis de Romano, que siguen pintando de vez en cuando casi siempre de manera tragicómica.

Pero, en determinado momento, aumentan el nivel de tragedia del personaje a niveles muy simbólicos, muy arquetípicos, cosa que no se permiten con los demás personajes, más polifacéticos.
Romano está esperando un paciente en la terraza del hospital y una de las hélices del helicóptero le corta un brazo.

De algún modo se lo reinsertan, sí, pero obviamente no puede operar más. Tratan de ubicarlo como médico de guardia de E.R., pero él no puede hacer eso y su nivel de in-soportabilidad con los demás crece a niveles tragicómicos todo el tiempo. Se ha quedado sin sus manos. Se ha quedado sin él.

Con la única que puede hablar su total pérdida es con Lizzy, que es la única que a su vez trata de ayudarlo.

Con Lizzy, como dijimos, es sabio. En determinado momento Lizzy no puede aceptar el cáncer de su esposo, el gran Dr. Green. Romano le pregunta:

  Is he your husband?
 Yes.
Do you love him?
 Yes.

Y listo. La mira, lo mira, y Lizzy vuelve con su esposo a ayudarlo a enfrentar su muerte.

¿Cómo termina todo esto? ¿Se va un día Romano del hospital, con el despido afectuoso de sus compañeros? No, ya no podía ser eso, dentro de la coherencia del relato. Los guionistas, inmisericordemente, lo hacen morir de una manera encarnizadamente tragicómica. Un día Romano está en el patio interno del hospital. Un helicóptero tiene un accidente en la terraza. Y se le cae encima y lo aplasta. Sí, así. Un helicóptero lo terminan de matar, como un insecto gigante que no había terminado de picarlo bien. Interesante conjeturar qué desplazaron con su inconsciente los guionistas en ese símbolo: un insecto volador gigante y grotesco, contra, a su vez, su aparentemente grotesco Robert Romano. 

Pero lo que ahora queremos destacar es: Romano, al quedarse sin sus brazos, sin sus manos, se queda sin él.

Las manos son un símbolo importante. No son una prótesis, no son una droga, nuestras manos somos nosotros. Nuestras manos son el hacer de nuestro ser. Cuando más o menos hemos meditado sobre nuestro ser, podemos llegar a discernir nuestras manos de nuestro ser, no como algo separado, sino como la extensión activa del ser interior, que, más que actuar, es.

Pero cuando importantes conflictos no tratados anulan la reflexión de nuestro ser, nuestro ser se ve, se traslada, sólo a las manos que actúan. Y allí, sólo en esas manos “haciendo”, nos encontramos “siendo”.

Pero si entonces nos quedamos sin nuestras manos, ya no somos. Morimos.

Ese es el drama de la no-reflexión sobre el sentido de la vida, que traslada a la vocación auténtica el único refugio. La vocación es la extensión del ser, pero no el refugio del ser que no se ve.

La cirugía, para Romano, no era un escapismo. No era una adicción como las drogas, el alcohol, el juego o la sexualidad sin amor. Era su vocación auténtica. Pero sus conflictos interiores le impidieron meditar sobre su propio ser, y al perder la acción de su profesión, se perdió a sí mismo. Es más: se podría conjeturar que lo que le hizo perder su acción –operar- lo afectó tanto que creció y creció hasta convertirse en ese helicóptero que no sólo le corta un brazo sino que lo aplasta, porque él ya estaba muerto cuando se quedó sin su quirófano. Sólo una terapia MUY bien llevada le hubiera hecho re-descubrir que él seguía siendo él, intentando re-conducir su vocación por otros caminos alternativos que siempre están, porque cuando el ser interior se ve, se manifiesta como sea, pero se manifiesta.

A su velorio no va nadie. La única que está es Lizzy. Sólo pasan dos médicos que toman algo de la comida y se van.


Sí: era invisible, porque él había sido siempre invisible, excepto para los dos ojos que, a su modo, lo amaron y lo descubrieron. 



domingo, 23 de julio de 2017

SOBRE ALGUNOS ENTERNECEDORES PERSONAJES DE E.R., 1. HOY: ABBY LOCKHART




Vamos a iniciar algunas entradas comentando aspectos de los personajes más interesantes –a mi juicio, claro- de la famosa serie “E.R”, que tuviera 15 temporadas entre 1994 y 2009 y fuera uno de los éxitos televisivos –con justicia, no hablamos de Tinelli- más importantes de las últimas tres décadas.

La descripción de la sala de emergencias del County Hospital de Chicago ha sido considerada en general como bastante realista, y los casos médicos, también. Con respecto a sus protagonistas, la serie corta ya definitivamente con el esquema de series médicas de los 60 y los 70, como las de Ben Casey o como la famosa “Centro Médico” donde había dos personajes centrales y heroicos, el joven Doctor, brillante, y su mentor, con más experiencia, que lo guiaba y frenaba a veces sus demasiadas audacias. No, en E.R. los personajes son muchos, no heroicos, con sus problemas personales, sus neurosis, sus errores médicos y éticos, a veces muy graves, sus idas, sus venidas, etc., y ello constituye tal vez la clave del éxito de la serie, pues cada uno de estos personajes está muy bien logrado y actuado. Guión, dirección, actuación y música se combinan para dar un resultado único y clásico.

Comencemos hoy con Abby Lockhart.

Abby aparece primero como una enfermera especializada en neonatología y obstetricia –nada fácil- y pasa rápidamente a integrar el equipo de enfermeras de la sala de emergencia. A diferencia de su gran amiga, Neela, médica que luego se especializa en cirugía, Abby no es memorística, cosa difícil en la medicina actual. Tiene una comprensión global de los temas y las situaciones y una intuición del tema médico en cuestión que ayuda a que sus normales conocimientos vayan directamente al punto donde otros, más eruditos tal vez, dudan. Abby tiene además una empatía inusual para con sus pacientes, característica que los guionistas utilizan para el nunca terminado debate entre el apego y el desapego entre médicos y pacientes. Estudia luego la carrera de medicina, que está a punto de dejar precisamente por su falta de memoria, si no fuera por un gran profesor –que luego es su paciente- que la alienta a seguir. Va ascendiendo luego en toda la carrera médica de la sala de emergencias, sin pretenderlo, en medio del respeto y afecto de todos sus compañeros.

Pero –y esto es lo fascinante de la serie- no estamos hablando precisamente de Wonder Wooman. Abby es independiente, es decidida, tiene una mirada amante y penetrante, “ve” al paciente y a su caso, como uno solo, pero… Es frágil. Fuma y es alcohólica, siempre en tratamiento de recuperación. Tiene dos grandes amores: primero el profundo y sorpresivo John Carter, que la deja, y luego el callado, conflictuado y grandote Luka Kovac, que había llegado a EEUU de Croacia habiendo perdido a toda su familia. Esta relación prospera, pero no sin sus altibajos: Abby encuentra muy difícil la formalización de la boda y sus rituales y luego le cuesta aceptar su sorpresiva maternidad. Pero lo hace. Kovac, sin embargo, tiene que viajar a Croacia por la muerte de su padre y en esa situación, Abby se derrumba. Cae nuevamente el alcohol y así, alcoholizada, tiene una noche de contradictoria pasión con el Dr. Moretti –otro MUY complicado personaje- y su matrimonio casi se derrumba definitivamente, si no fuera porque detrás del grandote y callado Luka se encondía un amor y un perdón, por su profunda y complicada esposa, más grande de lo que él se imaginaba.

Esa Abby, frágil e hipersensible, es la misma que lo arriesga todo por sus pacientes, su vida entera si es necesaria, la que lo arriesga todo por sus compañeros de trabajo y sus amigos, la que comprende con mirada maternal y sabia las locuras de sus pacientes, la que sabe leer las miradas, la que tiene que luchar toda su vida con su madre bipolar –una de las mejores actuaciones de Sally Field- y también con su hermano bipolar, la que pide perdón delante de todo el staff por haber trabajado alcoholizada; la que mira a su esposo implorando por el perdón.

Finalmente Abby y Luka se van del County Hospital. El capítulo en el que Abby tiene su último día en el hospital es sencillamente conmovedor, como ella misma. No quiere decir que se va, pero todos lo descubren. Ese día salva a un adolescente del suicidio, salva a su amiga Sam Taggart de ser despedida, y finalmente, cuando llega el final de su turno, lee, como sólo ella puede leerlo, a Job, 38. 16-18: Have you entered into the springs of the sea, Or walked [a]in the recesses of the deep?17 “Have the gates of death been revealed to you, Or have you seen the gates of deep darkness? 18 “Have you understood the [b]expanse of the earth? Tell Me, if you know all this”. Luego intenta saludar a Neela, pero ella está operando. La saluda desde el vidrio del quirófano, pone su mano en el cristal, Neela la mira, no puede decir nada, se miran, en esas miradas indescriptibles. Luego le enseña a bailar a Frank, el recepcionista, ex policía, duro por fuera, llanto por dentro; luego sigue caminando, con la cabeza alta pero no tan alta como los soberbios, con su mirada nostálgica, hasta que llega a la puerta, donde la esperan sus compañeros, doctores y enfermeras, que la abrazan…. Y Luka la espera en el auto, con el bebé.

https://www.youtube.com/watch?v=JmsX5H0lI2A 

Abby está protagonizada por Maura Tierney, una de las mejores actrices contemporáneas, que sufre las injusticias de un público que a veces sólo demanda a las niñas sexys que no saben hablar ni dos líneas.


Abby hubiera sido imposible sin Maura Tierney.

domingo, 16 de julio de 2017

GREY´S ANATOMY Y LA SOCIEDAD LIBRE



En la séptima temporada de Grey´s Anatomy, Callie y Arizona están yendo de viaje un fin de semana. Arizona le pide a Callie que se case con ella. Pero entonces tienen un terrible choque con un camión y Callie, embarazada, queda herida gravemente.

Luego de un pequeño milagrillo médico que Shonda Rimes, la guionista, se permite como Deus ex maquina, tanto Callie como su bebé quedan bien. Cuando Callie despierta de lo que podría haber sido un coma irrecuperable, lo primero que dice (a Arizona, que está esperando un milagro) es “si”. Si, acepto.

Comienzan entonces los preparativos del casamiento. Pero entonces la madre de Callie, católica al estilo Shonda Rimes, se niega a cargar al bebé, le dice a Callie que eso no es un verdadero matrimonio y que se va a ir al infierno.

Por supuesto, no es la primera vez que los diversos guionistas hacen quedar a los católicos como perfectos idiotas. La madre de Callie tenía todo el derecho de seguir su conciencia y no considerar ello como un verdadero matrimonio, pero negarse a cargar a su nieto, juzgar la conciencia subjetiva de Callie y condenarla es algo contradictorio precisamente con la Fe Católica más ortodoxa. Por lo demás, no creo que asistir al cuasi-matrimonio de su hija sea aprobarlo. Puede ser, sencillamente, un decirle estoy contigo, siempre, aunque no concuerde. Aunque, por supuesto, hay que tener mucha autoridad conceptual y moral para hacer eso sin confusiones.

Algunos creerán que este es el tema de esta entrada. No. Lo que más me interesó es cómo Miranda, la genial y maternal cirujana de toda la serie, salva la situación. Callie había quedado devastada por lo que su madre le había dicho y decide suspender la boda. Pero Miranda se le acerca cariñosamente y le dice, sencillamente, que un matrimonio es lo que su conciencia decida lo que es un matrimonio.

Por supuesto, ya me he condenado ante muchos de mis amigos católicos, quienes me acusarán de no haber leído ni entendido la Veritaris splendor y colocar, como buen liberal hereje, a la conciencia subjetiva como origen de la moral.

Pero no. Lo que más los enoja es que conozco la distinción entre la moralidad del acto humano considerado en sí mismo (finis operis, el objeto) y la conciencia subjetiva del que lo realiza (finis operantis, la intención). Lo primero es objetivo en el sentido de que la conciencia del sujeto, que puede ser cierta, pero no recta (también conozco esa distinción, y si quieren les doy toda la clase) NO determina la moralidad del acto en sí mismo, aunque una obra buena en sí misma realizada con mala intención pueda ser un acto moralmente malo para el sujeto en cuestión.

Por ende no es que la conciencia decida lo que es en sí mismo un matrimonio. Tampoco la conciencia decide si Dios es uno y trino o si es uno pero no trino. Pero, en una sociedad libre, hay derecho a la libertad religiosa, que, según la Dignitatis humanae, consiste en que “…todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos”. Por ende un musulmán o un judío tienen derecho civil a la inmunidad de coacción sobre su conciencia cuando actúan y piensan según su conciencia, según la cual Dios es uno pero no trino. Su conciencia puede estar equivocada pero la libertad religiosa consiste precisamente en que no es función del estado determinarlo.

Por ende, en una sociedad libre, ninguna de las tres religiones llamará al estado para determinar si Dios es uno o uno y trino, y cada feligrés de cada una de las tres religiones seguirá su conciencia NO porque su conciencia determine la verdad, sino porque NO es tarea del estado determinarla.

Análogamente, en una sociedad libre cada uno puede casarse según su conciencia. Y, para ello, NO debe haber un matrimonio civil, sino que cada uno se casará según sus ritos, convicciones y costumbres, ante los testigos que quiera y como quiera, sin atentar contra derechos de terceros. Pero ello NO porque no exista una verdad objetiva sobre el matrimonio, sino porque en una sociedad libre el estado no interviene sino sólo para impedir la violación de derechos de terceros, y todo se maneja según el derecho a la libertad  religiosa, de convicciones, el derecho a la intimidad y de libre contrato, excepto contratos para violar derechos individuales.

Por ende Shonda Rimes, aunque ponga en boca de Arizona la queja de que no tengan un matrimonio estatal, en la boca de Miranda ha puesto la clave –pero no creo que se haya dado cuenta- de una sociedad libre y de la pacífica convivencia entre heterosexuales y homosexuales. Que no es pacífica hoy en día porque cada grupo demanda el matrimonio civil para sí, y no sólo se mandan al infierno mutuamente sino que se mandan a la policía mutuamente. Ambos grupos no terminan de entender lo que es una sociedad libre.

Ninguna novedad, porque el liberalismo clásico sigue siendo hoy ese gran desconocido.


Mientras tanto, ya que hablamos de sociedad libre, hubiera sido interesante un guión donde un colega católico de Callie y Arizona las haya tratado con amistad, respeto y comprensión, y donde ambas no le hayan exigido que diga “lo que ustedes hacer está bien”. Pero parece que un comportamiento así, de ambas partes, está lejos del mundo de hoy, donde la demanda de coacción mutua es lo que mutuamente nos destruye.

domingo, 9 de julio de 2017

LA VERDAD OS HARÁ LIBERALES (sobre el debate por el artículo de Vanesa Vallejo).



No es la primera vez que hay un debate interno sobre este tema entre los liberales (clásicos) pero ante este artículo de Vanesa Vallejo (https://es.panampost.com/vanessa-araujo/2017/07/01/conservadurismo-y-libertarismo/) y la crítica que recibió  (https://www.misescolombia.co/peligroso-coqueteo-vanesa-vallejo-conservadurismo/), el debate, que vengo escuchando hace ya casi 43 años, ha renacido nuevamente en las redes sociales liberales latinoamericanas.

El liberalismo clásico no es una ideología, no tiene dogmas ni pontífices, o autores sacrosantos e intocables.

Por lo tanto para resolver este tipo de cuestiones viene bien recurrir a la historia de las ideas políticas.
Creo que muchos podríamos estar de acuerdo en que el liberalismo político nace (y sigue) como un intento de limitar el poder de las autoridades políticas contra el abuso del poder. Desde Juan de Mariana hasta Francisco de Vitoria, pasando por Locke, Monesquieu, Tocqueville, los autores del El Federalista, Lord Acton, Mises, Hayek, y me quedo muy corto en una lista que es muy larga, todos coincidían en limitar el poder del estado.

¿Pero limitarlo por qué? Allí comienzan los problemas, porque si decimos “limitarlo en función de los derechos individuales”, parece que seguimos estando todos de acuerdo porque apenas rasgamos un poquito, el fundamento filosófico de los derechos individuales comienza a ser muy diverso.

Vamos a identificar, faliblemente, tres grandes corrientes.

Una, la neokantiana. En esta corriente (Popper, Mises, Hayek) la limitación del conocimiento es la clave de la sociedad libre, y la libertad individual tiene su obvio límite en los derechos de terceros.

Otra, la neoaristotélica. Con sus diferencias, autores como Rand, Rothbard y Hoppe (este último agregando a una ética del diálogo que en sí misma tiene origen en Habermas) plantean el eje central en la propiedad del propio cuerpo, como la propiedad de la persona, y por ende la moral se concentra en el principio de no agresión (no iniciar la fuerza contra terceros). Todos sabemos que Rothbard es anarcocapitalista y que los debates entre esta posición y la anterior suele ser muy duros y con excomuniones mutuas y frecuentes.

La tercera, la iusnaturalista tomista. Desde la segunda escolástica, pasando por Hooker, Locke, Tocqueville, Constant, Burke, Acton, Lacordaire, Montalembert, Ozanam, Rosmini, Sturzo, Maritain, Novak, y los actuales Sirico y Samuel Gregg (se podría perfectamente agregar a Joseph Ratzinger), estos autores fundamentan en Santo Tomás la laicidad del estado y la libertad religiosa, el derecho a la intimidad, los derechos a la libertad de expresión y de enseñanza como derivados de la libertad religiosa y por ende la limitación del poder político, con una fuerte admiración por las instituciones políticas anglosajonas. Es la corriente del Acton Institute.

Tanto en los autores como en los discípulos de la primera y segunda corriente, hay una tendencia a decir que la moral consiste en no atentar contra derechos de terceros pero, coherentes con el escepticismo kantiano en metafísica, y un aristotelismo que no llega al judeo-cristianismo de Santo Tomás, tienden a ser escépticos en la moral individual. Allí no habría normas morales objetivas, sino la sencilla decisión del individuo y nada más, siempre que no moleste derechos de terceros. Muchas veces su conducta individual puede ser heroicamente moral pero no la postulan como algo a nivel social. Pueden tener además cierta coincidencia con John Rawls (a quien rechazan obviamente pero por su intervencionismo económico) en que el estado debe ser moralmente neutro.

Para muchos de ellos, hablar de normas morales objetivas es un peligro para la libertad individual, pues los que así piensan tienen a imponerlas por la fuerza al resto de la sociedad.

Es comprensible, por ende, que frente a una Vanesa que ha afirmado firmemente sus principios morales SIN escepticismo y con fuerte convicción, se enfrentara con una respuesta que la coloca como un fuerte peligro contra el liberalismo que ella dice profesar.

Pero esa respuesta a Vanesa (no quiero hablar ahora por ella, sólo expreso mi opinión) deja de lado al iusnaturalismo tomista y su defensa de la libertad individual.

Los que sobre la base del derecho natural clásico hablamos de un orden moral objetivo, a nivel social e individual, afirmamos, precisamente sobre la base de ese orden moral objetivo, la laicidad del estado, y los derechos a la libertad religiosa y el derecho a la intimidad, pero NO como los derechos a hacer lo que se quiera mientras no se violen los derechos de terceros, sino como los derechos a la inmunidad de coacción sobre la conciencia. O sea que alguien tiene todo el derecho a pensar que la prostitución viola el orden moral objetivo pero ello no implica negar la libertad individual de quien decida (decimos “decida”, por eso la trata de blancas es otra cosa: un delito) ejercer el oficio más antiguo, sobre la base del respeto a su derecho a la intimidad personal. Y así con todo lo demás.

Por lo demás, muchos, actualmente, nos oponemos al lobby GBTB, pero NO porque NO respetemos la libertad individual de los gays, trans y etc., sino porque ellos están convirtiendo de su visión del mundo algo que quieren imponer coactivamente al resto, so pena de acusar a todo el mundo de delito de discriminación. Por ende la lucha de los liberales y libertarios contra el lobby GBTB NO se basa en que nosotros –y especialmente los que estamos en el iusnaturalismo- queremos negarles su libertad individual, sino porque defendemos la libertad individual de todos: la de ellos a vivir como les parezca, amparados en el derecho a la intimidad, y la de los demás, también a lo mismo, sobre la base de lo mismo. Por lo demás, no habría delitos de discriminación (me refiero a delitos, no al orden moral) si se respetaran los derechos de asociación, propiedad y contratación como siempre los planteó el liberalismo clásico.

Finalmente una pregunta a todos mis amigos liberales que piensan que la afirmación de un orden moral objetivo es un peligro para la libertad. Si la base para su liberalismo es el escepticismo sobre la moral individual, ¿qué va a pasar el día que dejen de ser escépticos en ese ámbito? ¿Se convertirán en autoritarios?

Es muy fácil respetar, por ejemplo, la libertad religiosa cuando consideran que no hay fundamento racional para la religión. Pero, ¿y si lo hubiera?

Si lo hubiera, es más, si lo hay, porque lo hay en Santo Tomás de Aquino, mejor para la libertad, porque en ese caso el respeto a la libertad del otro se basa en que no voy a invadir su conciencia, por más convencido que esté de que la otra posición es un error. Una sociedad libre no se basa en el escepticismo. Se basa en el respeto y la convivencia de todas las cosmovisiones sobre la base de no invadir coactivamente la conciencia de los demás. No se basa en el escepticismo sobre la verdad, sino en la certeza firme de que la verdad se basa sólo en la fuerza de la verdad y no en la fuerza física o verbal (aunque esta última no sea judiciable). Por eso muchos liberales que respetamos la libertad religiosa pedimos de igual modo que ni la Física, ni la Matemática ni nada de nada sea obligatorio, y por eso pedimos distinción entre Iglesia y estado, entre educación y estado, entre ciencia y estado (Feyerabend).

Así, la única cosmovisión del mundo que no podría convivir en una sociedad libre sería aquella que en su núcleo central implicara la acción de atentar contra los derechos de los demás. Ella se enfrentaría contra el legítimo poder de policía emanado del Estado de Derecho y de una Constitución liberal clásica. El liberalismo NO consiste en decir “vengan totalitarios del mundo y hagan con nosotros lo que quieran”.


Como siempre, estas aclaraciones no aclararán nada, porque los liberales se seguirán peleando, creo que por suerte. Pero ojalá se comprendieran un poco más y dejaran de excomulgarse mutuamente.  Lo dice alguien que sabe lo que es verdaderamente una excomunión y a qué ámbito pertenece.

domingo, 2 de julio de 2017

I´M DONE WITH HOUSE OF CARDS




Sí. Basta, the end, and the story.

Me vi las cuatro primeras temporadas y comencé la quinta. Me hartó.

¿Por qué?

Algunos supondrán que pienso que el mundo es mejor.

No. La historia de la humanidad es, en gran parte, la historia de los psicópatas en el poder, llámense reyes, emperadores, presidentes o gran conductor. Y el problema no son ellos, individualmente, que no deberían estar sino en tratamiento psiquiátrico, sino las masas que los siguen y que les dan el poder. Pero eso se llama alienación, fenómeno social permanente que ha sido estudiado muy bien por Freud (Psicología de las masas y análisis del yo) y por Fromm (El miedo a la libertad). La relación de la alienación con el poder es un tema de psicología política MUY importante que debería ser tenido más en cuenta por todos aquellos que se preguntan cómo pasa lo que pasa.

Por lo demás, como buen liberal clásico, para mí la lectura de Buchanan es obligada, y por ende ya sé lo que es la “política sin romance”. Hemos sido casi todos educados en que el gobernante busca el bien común, mientras que el privado, su bien particular. Ok, que “deba” buscar el bien común es una cosa, pero que lo busque, es otra. Y en general no lo busca porque la política, precisamente al no ser el mercado, es la oferta y demanda de bienes públicos, que NO son el bien común escolástico. Son los bienes estatales que el político ofrece a su demanda, los votantes, y él se los ofrece, buscando precisamente su bien particular (su fama, su poder, su reelección), y se los da, total, él no los paga. En todo caso lo pagan las futuras generaciones con impuestos y endeudamiento. Qué bien.

Claro que ese inmenso poder puede ser aprovechado por psicópatas como Frank Underwood. Pero no son ellos los que han producido ese poder: lo han producido los intelectuales buenitos que han generado las ideas que han conducido a la ampliación de las atribuciones de los poderes ejecutivos y legislativos. Todos los que con buena voluntad pensaron y piensan que el estado debe ocuparse de la salud, la educación, la seguridad social, la política fiscal, la redistribución de ingresos, el comercio exterior, el comercio interior, el dinero, la banca, etc etc etc. Todos esos intelectuales, seguramente muy buena gente, generan las “estructuras de pecado” que luego son aprovechadas por los miles de frankes underwoods vestidos y revestidos de mil maneras culturales.

Ahora bien, si la situación fuera, como dice Hayek, una “política bajada de su pedestal”, donde los bienes públicos estatales son pocos y el poder del gobierno es limitado, entonces uno podría darse el lujo de no ocuparse de una política que no puede interferir en nuestras vidas. Pero la situación no es así y el sistema tiene que cambiarse desde dentro. Quedarse afuera no es opción, porque estas situaciones en la historia terminan en el colapso del sistema o en una revolución violenta.

Por ende el problema de los tiempos actuales es que es un tiempo de crisis donde se necesita que la gente honesta se involucre de algún modo, pero NO para ocupar los mismos puestos gubernamentales que los intervencionistas, sino para derogar, desregular, eliminar, desmantelar, todo ese sistema, desde el poder mismo. Como en la Europa de la post-guerra, donde gran parte de sus primeros ministros fueron santos varones que nada tenían que ver con un Aníbal Fernández ni con una Hilary Clinton. O como la reconstrucción del Japón de la post-guerra.

¿Pero entonces qué necesitamos? ¿Una guerra?

No, claro. O sí, claro, si no hacemos nada. Y series como House of Cards son un incentivo para no hacer nada. Ah, esa es la política de miércoles, piensa el ciudadano honesto. Ya está, jamás me meteré en eso. Ok, entonces los Frank Underwood florecerán como por encanto, que en EEUU serán los Underwood, y en otros lares son los Maduros, los Castro, los Pol Pot, y toda la lista de pequeños o grandes hítleres que, como bien sabemos hoy, estaban ya muy chiflados desde pequeñitos.


No, señores, la política no es necesariamente House of Cards. La política concreta no será para mí, que no sé jugar su ajedrez, pero sí es para gente con piel dura e ideas claras y distintas. Ronald Reagan no fue Frank Underwood. Gandhi, tampoco. Mandela, tampoco. J.F. Kennedy, tampoco. Estaban, sí, un poco locos, pero no eran psicópatas del poder, eran estadistas (NO estatistas). Y si no te gusta ninguno de ellos, selo tú, y deja de protestar contra la política para que luego termines asesinado por ella mientras pensabas que tu mundillo seguiría inalterable.