Gran impacto ha causado
la carta del profesor que renuncia porque está agotado del uso de las nuevas
tecnologías en su clase. Ha habido variadas reacciones. Algunos lo han apoyado,
otros han dicho que lo seguirán intentando, otros han propuesto, de vuelta, la
incorporación de las nuevas tecnologías al aula.
Vamos a hacer algunas
distinciones básicas. La educación, como proceso de transmisión cultural, puede
ser formal o informal. La informal es espontánea y se identifica con el aprendizaje
espontáneo que todos los seres humanos tienen de su propio horizonte cultural.
La formal se identifica con escolaridad en sentido técnico: métodos especiales,
no espontáneos, de educación, para el aprendizaje de contenidos más complejos.
Esta distinción ha existido en todas las épocas con sus obvias diferencias
culturales[1].
Por ende el problema no
es la educación formal ni la escolaridad, sino la educación formal positivista
concebida por los estados sobre todo a fines del s. XIX. Esa fue la “primera
etapa de la política educativa”[2],
donde los estados tratan de unificar e incorporar a los ciudadanos a la unidad
del estado-naciòn. Su modelo fue coherente con lo que el positivismo supone
como aprendizaje: incorporación pasiva de datos. Por eso surge el “aula” como
ahora la concebimos: alguien que habla, alguien que es el activo, y los demás
pasivos, copiando, memorizando, cual computadoras humanas a las que se les
incorpora un pendrive.
Los límites de este
sistema con respecto a la “vida” del educando fueron advertidos por la 2da
etapa de la política educativa, con los que proponen “la escuela nueva”[3].
La cuestión era incorporar al aula elementos más vitales y activos, con una
concepción más humana del educando. Muy bien. Pero el problema fue que el aula
positivista y la vida no se concilian. El movimiento de la escuela nueva se
enfrenta con el uso de una herramienta contradictoria con sus fines.
Obsérvense las épocas:
la primera etapa corresponde a fines del s. XIX. La segunda surge más o menos
por los 20, con límites difusos.
La tercera etapa[4],
según Luis J. Zanotti, que lo afirma en la década de los 70, son los modernos
medios de comunicación, que él en su tiempo identifica con la telemática. Sin
darse cuenta previó la revolución en las comunicaciones y el aprendizaje que
implicó luego el internet.
Por ende, es raro que
no se advierta que estamos hablando de cosas viejas. El diagnóstico de Luis J.
Zanotti, hecho ya en los 60 y los 70, es que el aula derivada del positivismo
era incompatible con los nuevos modos de aprendizaje, y que el problema del
movimiento de la escuela nueva era no haber advertido esa limitación. El
problema es esa aula. Pretender
incorporar en ella a la tercera etapa es
como pretender arreglar una carreta para ir a la Luna. No, no se arregla,
sencillamente se cambia.
Por supuesto, parece
que no se puede. El aula positivista sigue allí, como un ícono cultural.
Seguimos utilizando ese antiguo elemento y nos sumergen allí obligatoriamente
desde los 6 –ahora para que desde los 3- hasta más o menos los 25. El daño que ello produce a las personas es
casi irreparable.[5]
Por supuesto, lo que se
produce –por ello dije “casi”- es que la educación real del individuo va por
contrabando. Va por youtube, por netflix, por redes sociales, por infinitas
páginas de internet que interesan verdaderamente a niños, adolescentes y
adultos. Y la escolaridad formal, en vez
se ser concebida como un medio de acompañamiento de todo ello –y por ende radicalmente transformada-
se presenta como una competencia inútil y perdedora de su imparable competidor.
Y los docentes, aferrados, encerrados o adictos al viejo sistema, explotan. Es
que obviamente no pueden enseñar en el aula, en el sistema formal positivista,
con sus premios y castigos, con incentivos perversos como las notas, con
sistemas de vigilancia iguales al sistema carcelario. No pueden verdaderamente
enseñar allí, pero lo intentan, fracasan, se desesperan. Los que aplican a
gusto todos los elementos carcelarios del sistema creen que tienen éxito.
Claro, no se dan cuenta de lo que sucede. Pero los que intenten incorporar
internet al aula fracasan también. El problema es el aula. La noción de
educación formal, en esta circunstancia, es otra. Es un acompañamiento a la
autoeducación que cualquiera naturalmente hace. Luis J. Zanotti ya lo explicó
hace más de 40 años[6]
y tampoco estaba entonces descubriendo América.
Por supuesto, me
preguntarán cómo hago yo. No me parece pertinente hacerlo. Frente a este drama,
cada uno de nosotros -los docentes- se
las ha arreglado como ha podido y es inútil que ahora intentemos presentar
nuestra propia experiencia personal como una panacea universal, peleándonos,
además, entre nosotros. La cuestión es que el sistema debe cambiar, y la
cuestión es tomar conciencia de que esas propuestas de cambio tienen casi más de un siglo ya. Así que
basta de asombrarse. Docentes, lean un poco más de historia de la educación,
política educativa y filosofía de la educación. Allí tienen la obra completa de
Luis J. Zanotti. www.luiszanotti.com.ar
Tomen, lean, tomen conciencia de lo que ocurre y cálmense. Entonces, cada uno
sabrá mejor qué hacer.
Una pena; otra vida en manos del bulling.
ResponderEliminarNos encanta acusar. Nos encanta tirar esa "primer piedra" desde la impunidad del inocente... y no se bien si nos olvidamos de que la piedra cae sobre una persona, o si el hecho de saberlo es lo que nos motiva a hacerlo.
(Gabriel, quisiera hacerte una consulta respecto de unos libros. Si no es muy invasivo, me dirias tu mail? El mio es damian.n.marasco@gmail.com. Desde ya muchas gracias. Saludos. Damian)
Claro que si, no any problem, el mío es gabrielmises@yahoo.com
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