Entre los muchos
regalos que Dios me ha dado, comenzando por El mismo, están también algunas de
sus más asombrosas creaciones. Entre ellas se destaca Fr. Luis S. Ferro.
Por supuesto, Dios
comenzó a hacer todo como corresponde cuando El quiere algo. Lo primero que
hizo fue una “premoción física”, cuando, a mis 18 años, incapaz yo de
distinguir a un dominico de un marciano, incapaz de distinguir al ente de la
película homónima, vi el programa de filosofía de la UNSTA Buenos Aires y me
dije: “TENGO que estudiar esto o reviento”.
Durante el primer año,
en el cual aún no teníamos Metafísica, todo me resultaba fascinante pero
oscuro.
Hasta principios de
Marzo de 1980, cuando entró –a las 17,45, o 17,50, siempre antes- Fr. Luis
Santiago Ferro, O.P., a la clase.
Ferro desplegaba sus
libros –viejas, vividas, subrayadas y marcadas ediciones Marietti de la obra de
Sto Tomás, toda en Latín- y sus papeles con notas y etc. Todo papelito impreso
podía ser una nota de estudio en su reverso, que a su vez servía como marcador
para los libros. A las 18 en punto comenzaba a hablar. Anunciaba el tema y
comenzaba. Su palabra era precisa y calma como el autor que enseñaba, mientras
iba desplegando los cuadros sinópticos de todo lo que decía, en Latín, en
pizzarón negro y con tiza (yeso). La oscuridad fue desapareciendo. Todo comenzó
a aclararse. Cuando vi la distinción esencia-esse,
toda la materia se desplegó ante mí, y toda la teología natural se hizo una
límpida cascada de lógicas consecuencias. Cuando vi el bonum, toda la ética se desplegó. Cuando vi la composición
acto-potencia de la esencia de los entes corpóreos, toda la filosofía de la
naturaleza se entendió. El Padre Ferro fue para mí toda la carrera. Todo lo
demás fue un continuar, un despliegue, un detalle, una acotación, una
subordinada del decir principal.
Y lo tuve tres años. Un
año entero en Metafísica, otro entero en Teología natural, otro entero en Temas
de Metafísica. Tres años. Tres años escuchándolo, aprendiendo Sto Tomás con él.
Aún no termino de agradecer a Dios por eso. Marcó mi vida para siempre, mi
comprensión de todo, mi concepción del mundo. Es que Ferro, como decían los
frailes, imprime carácter (como los sacramentos). Sí: en mi vida de Fe, yo tuve
Bautismo, Comunión, Confirmación, Confesiones, Matrimonio y Ferro.
No sé por qué algunos
le tenían miedo. Yo lo amaba. Le preguntaba en clase con toda naturalidad, y sé
que él me quería, incluso una vez se le escapó un “Fr. Gabriel” al contestarme,
a lo que los reales frailes reaccionaron con un “nooooooooooooooo” :-). Cuando terminaba la clase lo perseguía por los pasillos, y casi siempre le
decía “lo que usted quiso decir es esto,
no”. A lo cual él contestaba habitualmente “si”, y ese sí quedaba conformando mi comprensión.
A los tres meses de
cursar con él, más o menos, mi Fe se confirmó. Estaba yendo a comulgar. De
repente todo encajó. Lo infinito, el bonum,
el verum, el ipsum esse, y Cristo en la Cruz. Y me dije “ahora sé qué estoy haciendo
aquí”. Por eso tenía que estudiar
“esto”. Dios siempre sabe lo que hace.
Al terminar quinto año,
le sugerí tímidamente ser su ayudante, pero él declinó con estilo japonés la
sugerencia. Sólo cinco años después, misionando con él en Catamarca, él me dijo
si quería ayudarlo en Temas de Metafísica. Yo no lo podía creer. ¿Qué había
cambiado? Nunca lo sabré. El asunto es que a partir de allí comencé a ayudarlo en
Metafísica también. El, con mentalidad militar, me llamaba, delante de otros,
“Doctor Zanotti” y me ponía al mando de la tropa, cuyos soldados tenían que
perdonarle esa debilidad para conmigo. Pero no tuvieron que preocuparse mucho
tiempo. Cuando las fuerzas de Ferro comenzaron a declinar, yo podría haber
quedado perfectamente a cargo de la materia. Pero no quise. Yo, que siempre
cambiaba todos los planes, programas y etc., yo, que siempre armaba mis propias
clases, esta vez no quise. No pude. No me atreví. No sé bien por qué. Hay allí
un margen de misterio, pero no me atreví a ser su sucesor en la Unsta Buenos
Aires. No quise cambiar nada de lo que él había hecho. Y como nunca pude
repetir, dejé.
Nunca pensamos igual en todo. El era demasiado aristotélico. Yo no. Pero él lo sabía. Una vez
alguien se lo señaló, y él dijo, refiriéndose a mi: “él siguió su camino”. Impresionante.
El verdadero maestro sólo prepara al discípulo para seguir su propio camino. Y los verdaderos discípulos no fuerzan a su
maestro a seguir los suyos.
Recuerdo que en el
examen de Metafísica, me hizo la clásica pregunta. Qué fórmula era mi favorita
para la distinción esencia-esse. Yo
le dije: “Deus, simul dans esse, producit
id quod esse recipit” (1). Y él me preguntó con afecto: “Y Dios de dónde
salió?”. No sé qué le contesté, pero me la perdonó. Ya se notaba entonces que
mi esquema era una via resolutionis
completa, sin via inventionis. Pero
nunca le preocupó. NO me perdonó, en cambio, cuando en Teología natural me
preguntó si podíamos conocer la esencia de Dios, y yo muy suelto de cuerpo le
contesté: bueno, Dios es aquel cuya esencia es ser, luego, sí, podemos conocer
su esencia. Su rostro se nubló. Luego de un pequeño forcejeo me señaló que eso
era sólo por analogía. Me bajó dos puntos. Hoy estoy hecho un Pseudo-Dionisio
total...
Pero yo conocía también
al sacerdote, al dominico, al servicial, al humilde entre los humildes. Una vez
le ordenaron algo, yo tuve la impertinencia de sugerirle que discutiera lo que el
provincial le había ordenado. El me miró como Jesús a Pedro. No me dijo
“aléjate de mi Satanás”, pero sí me dijo algo que lo define de cuerpo entero y
de lo cual no me he olvidado nunca: “yo, ante todo, soy fraile”. De vuelta, por
favor, démonos cuenta de lo que dijo: “yo,
ante todo, soy fraile”. Desde entonces siempre me he referido a él como Fr.
Luis S. Ferro. Era, sí, Fr. Pbro. Dr.
Luis etc. Pero ante todo, fraile. Fraile dominico, fiel, leal, servicial,
caritativo, docente, obediente, casto, pobre. Un modelo a seguir de vida dominica
y de santidad.
Académicamente, su bajo
perfil casi impide que sus aportes fueran conocidos. Finalmente la Orden y
algunos discípulos laicos lograron que publicara sus dos obras fundamentales de
Metafísica y Teología natural, los textos de Sto Tomás con los cuales todos
estudiábamos, comentados por él. Muchos que se dedican a Sto. Tomás deberían
estudiar en profundidad los aportes de Ferro en temas como trascendentales,
predicación predicamental y trascendental, la separatio, la analogía. En los 80 estaba muy influido
por Cornelio Fabro en el tema participación. Hacia el final de su vida
académica estaba muy conmovido por la encíclica Fides et ratio y él mismo comenzó a dar a su metafísica un giro
antropológico. Su enfermedad no le permitió continuar. Pero creo que mi
travieso “Deus simil dans esse…” me
permitió leer su libro nunca escrito.
El día que murió, sobre
todo a la mañana, estuve sumergido en la nostalgia. Sólo mi padre y Francisco
Leocata pueden igualar lo que su palabra significó para mí. Ahora debe estar hablando
con su querido Santo Tomás. Ahora todo lo que escribió, igual que a Santo
Tomás, le debe parecer nada. Pero, por favor, querido Ferro, intercede para que
tus nadas sigan alimentando al resto de los mortales y, sobre todo, a los que
tanto te amamos y bebimos del cáliz de tu docencia.
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(1) Lo dije de memoria, NO porque "hablara" en Latín. Una traducción sería "Dios, al mismo tiempo que da el ser, produce aquello que recibe el ser".
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(1) Lo dije de memoria, NO porque "hablara" en Latín. Una traducción sería "Dios, al mismo tiempo que da el ser, produce aquello que recibe el ser".
una noble semblanza a la que me sumo a la distancia, con tu permiso. gracias. Adrián Cervera
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