lunes, 11 de enero de 2016

SISTEMA PRESIDENCIALISTA FUERTE EN ARGENTINA. PLENA COMPRENSIÓN HISTÓRICA, PERO CUIDADO

La Constitución de 1853 fue el único intento de Argentina de organizarse como una república. Ya hemos dicho varias veces que no lo logró pero, al menos, marcó un ideal.

Igual que en EEUU, el sistema preveía un presidencialismo donde, a pesar del contralor del Congreso y la Corte, las atribuciones del Poder Ejecutivo son muy extensas y le dan una amplia capacidad de mando sin pasar por el Congreso.

Obviamente, la tradición política de Argentina siempre interpretó al poder ejecutivo como una monarquía, limitada a lo sumo por la Corte y, a veces, por el límite que significa una monarquía electiva. Pero la historia del país es una vasta colección de monarcas para los cuales las demás instituciones son una molestia. Rosas, Urquiza, luego los conservadores, luego el golpe del 30, luego Perón, y luego una sucesión de golpes militares con alternancias civiles donde el gobierno civil era el débil. Luego el golpe del 76………………….. Y luego, algo curioso: la opción militar se acabó (ya sabemos por qué). Queda entonces a la Argentina un desafío ante el cual aún se encuentra: lograr una república democrática.

Pero esa “cultura política”, como dicen los politólogos, implicó que, a partir del 83, el poder ejecutivo sea ejercido, sociológicamente, por un “macho fuerte”. La idea de “tener el poder”, mandar, “no ser un b….”, acompaña fuertemente la idea del votante medio argentino y de quien va a gobernar. Alfonsín, Menem y Nestor Kirchner cumplieron perfectamente ese desplazamiento (en términos freudianos) de lo que se podría llamar el inconsciente colectivo argentino. Por eso la experiencia de De la Rúa –alguien perfectamente preparado para un sistema parlamentario europeo- fue traumática, no por la crisis del 2001, sino por su estilo de poder. NO ser De la Rúa es clave para cualquier presidente argentino.

Cristina cumplió el mismo rol y agravado. No llegó a anular la Suprema Corte, pero ejerció el poder de modo cuasi-dictatorial generando temor en sus subordinados y en casi todos, generado ello, por supuesto, por la ideología leninista que la alimentó a ella y a quienes la rodeaban. No fue sólo una cuestión de corrupción. Fue –si fue- una cuestión de ideas. Aún es un milagro digno de varias tesis doctorales cómo no terminamos con el ejército de Chávez en la Casa Rosada.

Ahora ella sigue siendo la misma desde las sombras, pero parece que a los asesores de su sucesor la obsesión no es no ser ella, sino NO ser De la Rúa. Esto es clave. Según ellos hay que ganar poder, mostrar que se es nuevamente el macho fuerte de la manada y cuando las cosas salgan bien, algunas desprolijidades institucionales se habrán olvidado totalmente.

Cuidado con eso. No soy yo el indicado para resolverlo, no sé qué haría si estuviera en los zapatos de Macri y no me voy a plegar al coro de lamentos kirchneristas pro-conducta institucional intachable, lo más hipócrita y deleznable que he visto en mi vida.  Pero soy el típico filósofo molesto que no tiene más que preguntarse si no habrá otra forma de liderazgo, que supere la dialéctica entre el vacío de poder y el macho fuerte. Porque el macho fuerte no es Locke. Es Hobbes. Y como he reconocido a muchos amigos, si Hobbes es la cuestión para enfrentar a los hobbes leninistas, ok, pero entonces dejemos de hablar de liberalismo para siempre, o sea de república, y que las instituciones sean sólo el adorno lingüístico de un sistema autoritario conservador, moderado, preferible, claro, a Venezuela y Cuba, pero liberalismo, liberalismo en serio, parece que se acabó…… Y lo dramático es que en EEUU ya pasó, a pesar de algunos que llaman allí a un regreso a sus instituciones liberales clásicas originarias.

Macristas, tienen razón. De la Rúa, no. Pero otro hay que pensar, pensar, otro tipo de liderazgo. Si, tal vez no sea el momento de pensar, pero cuando dentro de ocho años vuelva Cristina tampoco.

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