(Anexo 5 del cap. 48 del libro II de mi Comentario a la Suma Contra Gentiles de Santo Tomás)
La teoría hilemórfica de
Aristóteles juega, como hemos visto, un rol central en el pensamiento de Santo
Tomás, aunque, como hemos visto, Santo Tomás demuestra en la Suma contra gentiles la subsistencia del
intelecto y el libre albedrío de la voluntad sin recurrir a ella como premisa mayor. Respecto a la unidad
alma/cuerpo, hemos recurrido a la “experiencia fenomenológica del cuerpo”,
donde tampoco la teoría hilemórfica funcionaba como premisa mayor. Sin embargo,
la teoría hilemórfica de Santo Tomás es una de las más importantes hipótesis
sobre filosofía de la física utilizada ampliamente por él. Amerita ser tratada
conforme a los paradigmas científicos actuales.
Se podría decir que la teoría
hilemórfica es una tesis de la filosofía de la naturaleza, que no utiliza el
método hipotético-deductivo, y que por lo mismo se mueve en un plano diferente
de las hipótesis científicas, sean cuales fueren. Pero ello no es tan simple.
En su momento fue el eje central de la física
de Aristóteles: de lo que hoy llamaríamos física. Fue concebida por Aristóteles
fundamentalmente en el margen de los debates griegos sobre lo uno y lo múltiple,
donde la diferencia entre filosofía y física no estaba planteada en términos
actuales, y además creemos que fue concebida por Aristóteles fundamentalmente
desde su experiencia como biólogo. Pero aun en el caso de que, como hoy, en la
mayoría de los manuales tomistas la teoría hilemórfica se presente como una
filosofía de la naturaleza, con certeza
filosófica no ligada al nivel hipotético-deductivo de las ciencias naturales,
eso es muy difícil. En la experiencia fenomenológica de lo corpóreo, este último
es visto desde lo humano, pero la teoría hilemórfica, como tal, no parece
depender del leib husserliano. Si
respetamos esa característica, la teoría hilemófica dependerá necesariamente de
lo que cada época histórica considere —consciente de ello o no— que son las
hipótesis fundamentales sobre lo material. O sea: ¿Qué es la naturaleza física,
independientemente de la experiencia humana de lo corpóreo? Y ahí comienzan los
problemas. La respuesta del atomismo prearistotélico fue una; la de Aristóteles,
otra (la teoría hilemórfica); la de Copérnico-Galileo-Kepler-Newton, otra; la
de Einstein, otra; la de Plank-Heisenberg-Schrödinger, otra; la de Howking, otra; y así indefinidamente.
Pero entonces ¿se puede, como pretende el tomismo
actual, mantener una versión de la teoría hilemórfica que sea como una especie
de filosofía de la física, que integre a los diversos paradigmas físicos
actuales?Trataremos de contestar la pregunta.
5.1 El atomismo, el
neopitagorismo y el “mundo clásico”.
Ante todo, no olvidemos que
Aristóteles rechaza uno de los programas de investigación que a finales de los
siglos XVIII y XIX tuvo una notable progresividad teorética y empírica: el
atomismo. Leucipo y Demócrito concibieron un mundo atomista; fue su modo de
resolver el problema de Parménides: hay diversos infinitos, materiales e
indivisibles unos, eternos e inmutables otros. Aristarco incluso concibió al
cosmos casi como Newton, que lo concibió veinte o veintiún siglos después. Pero
Aristóteles no consideró buena esa solución, y su teoría de la materia y la
forma fue su modo de integrar las ideas platónicas con la diversidad de lo
material, ende su teoría de la potencia y el acto. Todo esto es bien conocido.
Solo quiero recordar al lector el contexto en el que la teoría hilemórfica fue
concebida y el por qué de su rechazo del atomismo.
Pero la teoría de
Aristóteles no era solo físico-biológica (en sus propios términos), sino
mantenía una tesis ontológica que provenía de Platón y que Santo Tomás reintroduce en su contexto
creacionista. Todo ente, con la máxima analogía del ente, es uno de Dios para
abajo. Por lo tanto, la razón metafísica última de Santo Tomás para afirmar que incluso un ente “físico” es “un”
ente es que el acto de ser no se dice de varios al mismo tiempo, sino de “un”
ente. Por lo tanto este, tigre, en
tanto tiene acto de ser, es de algún modo un
tigre, y no varias cosas unidas accidentalmente.
Pero este aspecto de la
metafísica de Santo Tomás no pudo sobrevivir a la caída del paradigma
cosmológico aristotélico-ptolemaico. Decartes lo elimina sin darse cuenta, al
rechazar la teoría hilemórfica, cosa que por otra parte no presentaba ningún
problema en su ontología, porque la res
extensa es geométrica y por tanto la unidad de las cosas “extensas” es
obviamente accidental. El hombre es uno, sí, pero paga con ello el precio de un
dualismo antropológico clásicamente conocido y que nosotros hemos rechazado
desde la experiencia fenomenológica del leib.
El motivo de la caída del
paradigma aristotélico-ptolemaico no es solo en el nivel filosófico de la
filosofía de la naturaleza cartesiana frente la aristotélica. El neoplatonismo
y el neopitagorismo del siglo XVI, según conocidos estudios de Koyré y Kuhn, y
de los cuales estoy convencido, re-introduce la alta matemática neoplatónica
por la crisis del paradigma ptolemaico, como Kuhn lo ha explicado. Copérnico
introduce su “sola hipótesis matemática” como una solución matemática al
problema de la retrogradación de los planetas. Con ello, dándose cuenta o no,
tira abajo la división entre el mundo sub-lunar y el supra-lunar, y como efecto
dominó, una nueva concepción del universo se expande: una física-matemática
universal. No tenemos conciencia hoy de lo que significó esto en su momento.
Hasta entonces el mundo sublunar, el de todos los días, estaba exento de las
matemáticas precisamente por su contingencia. Desde Copérnico en adelante;
desde el centro del universo para todos lados; esto es, desde el sol hacia todos
lados, el universo físico “es” matemático. Galileo ensancha la inercia a todo
el universo; Kepler concibe las órbitas elípticas; Newton sistematiza inercia,
gravitación, masa y movimiento, pero, además, introduce la “tesis” del universo
infinito en el espacio. Nuevamente, es Koyré el que nos recuerda la revolución
conceptual que ello significó. El universo físicomatemático es infinito en el
espacio. Agreguemos a ello las nuevas hipótesis astronómicas del siglo XIX,
donde el Sol no es más que una estrella lejana en una elipse de una galaxia
entre infinitas galaxias, para que se pierda toda noción de referencia absoluta
al decir “dónde” estamos. Allí estsaba Einstein, a un paso. De allí a la
relatividad del espacio-tiempo no había mucha “distancia”; que lo que llamamos
cuerpos no son más que energía “concentrada”; que la gravedad es una curvatura
en el espacio-tiempo no fue tanta revolución. Porque, finalmente, todo ello es
el universo clásico: aun en Einstein, un gato es un gato, aunque vuelva más
joven que todos nosotros si viaja y vuelve a la estrella más cercana cerca de
la velocidad de la luz, o aunque pueda evitar desintegrarse viajando por un
agujero de gusano Einstein-Rosen.
Esto es lo mismo que con la
lógica matemática. La gran diferencia no es entre la lógica aristotélica y las
lógicas matemáticas: ambas son lógicas clásicas, donde el principio de no
contradicción es el mismo, donde si p entonces q, y donde no
puede ser al mismo tiempo que p y no-p. En la física, el mundo
clásico abarca desde siempre hasta Einstein. Vayamos entonces por pasos. En ese
mundo, ¿cabe una versión “universal” de la teoría hilemórfica de Aristóteles,
interpretada por Santo Tomás, que sea compatible con la transformación de la
física desde Copérnico en adelante? El tomismo clásico respondió en dos pasos:
primero, con algo que Santo Tomás ya había concebido en su momento: la teoría
de los cuerpos mixtos. Santo Tomás sabía ya que en cuerpos complejos, como los
vivientes, convivían al mismo tiempo los “elementos” ya conocidos desde
Aristóteles. El tomismo posterior (Hoenen, Jolivet, Selvaggi, Tresmontant), al
tanto de las transformaciones de la física y la química, coherentes con las
teorías atómicas clásicas (Rutherford, Bohr), actualizaron la tesis de los
elementos en los cuerpos mixtos, como la existencia “virtual” de los elementos
en el compuesto, en estado de “potencia próxima al acto”: una molécula de agua
tiene la “forma sustancial” agua. Sabemos que está compuesta por dos átomos de
hidrógeno y uno de exígeno, pero no conforman por ello una unidad accidental,
como los ladrillos de una casa o las partes de un juego para armar, que se
arman y se desarman para conformar diversas formas “accidentales”, pero no
sustanciales. No: están en el compuesto en estado de potencia próxima al acto.
Si se divide la molécula (el “mínimo natural”) deja de ser una molécula de agua
para pasar a ser “otras cosas”, pero ya no agua, y los elementos pasan al acto
(hidrógeno y oxígeno); antes estaban en potencia; habían adquirido la forma
sustancial del agua, pero mantenían sus propiedades básicas para, una vez
dividido el compuesto sustancial, volver a “ser plenamente” lo que eran. Buena
hipótesis. Si la llevamos a cuerpos donde hay mayores grados de unidad, como
los mamíferos superiores, la “forma sustancial” aparece con más claridad como
un principio organizativo del cuerpo, que lo hace ser tal cuerpo, compatible
ello con la teoría actual del ADN. Si lo llevamos a lo humano, por ejemplo:
parece evidente que cada uno de nosotros es uno; Juan, por ejemplo, es uno; no
hay millones y millones de juanes, por más que sus átomos sean millones de
millones: es que su forma sustancial es el principio organizante de una materia
que, de lo contrario, sería “nada”, y esa forma sustancial da el ser tal a sus elementos. O sea: todo en Juan
es humano: los hidratos de carbono que circulan por su sangre, por ejemplo, son
“humanos”, pero, como están en estado de potencia próxima al acto, vuelven a
ser azúcares “sustanciales”, una vez expelidos del cuerpo humano.
Un segundo paso
—indispensable a mi juicio— fue dado por Artigas y Sanguineti. Por Artigas,
sobre todo en sus últimos libros[1].
Como ya hemos comentado, la tesis principal de la filosofía de la física de
Artigas, donde conecta al big bang,
el evolucionismo y la providencia en Santo Tomás, es la autoorganización de la
materia; esto es casi lo contrario de la entropía. La evolución del universo
hacia moléculas macroorgánicas, y de ahí hasta el hombre, no solo da razón al
principio entrópico, sino que además muestra en el universo un “dinamismo”, una
finalidad, hacia “estructuras” cada vez más “unas”, que conforman finalmente a
los seres vivos y al hombre. Ese dinamismo y estructuración originan esos
“sistemas centrales” que se ven sobre todo en los seres vivos, y es ahí donde
Artigas ve la forma sustancial de Aristóteles como el principio organizante y
unificador de las “sustancias” en ese sentido; incluso, asignando al ADN un
papel de “información” en la naturaleza, también autoorganizado. Detrás de esto
se ve una tesis ontológica que encaja con el unum como trascendental: del principio del universo hasta ahora,
“cada vez más” unum (unidad), que
encaja con lo que habíamos visto como despliegue analógico de la unidad del
ente. Si combinamos ahora esto con lo que sabemos de física y cosmología,
parece obvio que esa unidad es cada vez más sólida cuanto más alto es el filum
evolutivo de los seres vivos. La “forma” no solo ordena —esto es, da una
“unidad de sentido” (al decir de Leocata) a cada ser vivo—, sino que es la clave
del orden natural. Como hemos dicho, para ir al “detalle” de este orden natural
dependemos de hipótesis, de conjeturas, pero no parece ser una conjetura que
“tiene” que haber un orden, incluso si viéramos todo esto sin presuponer a Dios
creador, cosa que en Santo Tomás siempre se supone. Incluso, si S. Hawking
tiene razón y el universo implota y explota de una singularidad en la que no
están las leyes físicas como hoy las conocemos. Sin embargo, es la filosofía de
la física, y no la física, la que nos dice que “algo tiene que haber ahí” que
conecte armónicamente el momento cero con el momento 10 a la -43 segundos del
universo (si bien sus condiciones iniciales no son ontológicamente necesarias).
Todo esto es muy
interesante, “pero” estamos aun en el mundo clásico, como dijimos. La
dificultad surge ante los intrincados problemas ontológicos del mundo cuántico,
en relación con el cual —no por casualidad— se han desarrollado lógicas no
clásicas. La pregunta audaz es esta: ¿Queda algo de la forma sustancial en el
mundo cuántico?
5.2 Física cuántica y forma
sustancial
Obviamente, todo lo que
estamos afirmando sobre la física actual no es nada más que lo que cualquier
lector puede encontrar en obras de divulgación. Mi única propuesta, más allá de
eso, es la combinación con Santo Tomás y con la teoría de la materia y la forma.
Mucho más lo será así con lo que diremos ahora, que está lejos de ser una
introducción a la física cuántica. Solo se tratará de recordar al lector
interesado en ella que el principio de indeterminación de Heisenberg ha
sido interpretado en general de modo gnoseológico, como si la cuestión fuera
que no podemos intentar “ver” la posición de una partícula sin modificar su
posición. Por lo que hemos leído, eso no es así. La física de las partículas
elementales nos introduce en un mundo de verdaderos desafíos ontológicos, en
indeterminaciones ontológicas, y no solo gnoseológicas y/o metodológicas. Las
nociones habituales que aplicamos a lo que hemos llamado mundo clásico se
quedan muy cortas —por decir lo menos— cuando nos aventuramos por el mundo
cuántico. Los núcleos, electrones, quaks, etc., no son como soles, planetitas y
pequeños satélites, respectivamente. La dualidad onda-partícula que se daría en
ellos nos acicatea en nosotros un verdadero interrogante sobre su naturaleza,
que está lejos de haber sido respondido. La física cuántica se mantiene hoy
como cualquier programa de investigación progresivo, pues sus predicciones se
aplican al macrocosmos, pero las hipótesis son sencillamente increíbles. No es
que no podamos “ver” dónde están las partículas elementales: es que parece que
en realidad son nada de lo que podamos concebir y que obviamente no están en
ningún lugar definido. El experimento de la doble rendija, el famoso gato de
Schrödinger, el experimento mental de EPR, cuya paradoja gnoseológica fue
convertida en ontológica por los teoremas de Bell[2]
y el teorema de Kochen-Specker, nos muestra una verdadera indeterminación
ontológica, para lo cual nacieron las lógicas no clásicas cuánticas. El famoso
experimento mental del gato de Schrödinger tendría implicaciones ontológicas
profundas. Como se sabe, cuando la caja está cerrada, no sabemos si el gato
está vivo o muerto, pero cuando la abrimos, el gato está vivo o muerto. Lo
mismo ocurre con el experimento de la doble rendija: un observador intenta ver si
el electrón se comporta como onda o como partícula cuando todo vuelve a
“comportarse normalmente”; de lo cual se ha inferido que sería la conciencia
del observador lo que hace que la función de onda (de las partículas
elementales) “colapase” y entonces todo aparezca en un tiempo-espacio
determinado como suponemos en el mundo clásico. El término “colapsar” significa
aquí lo contrario de lo habitual: lo que “colapsa” es la indeterminación
cuántica; esto es, un gato que estaría vivo y muerto al mismo tiempo; es decir,
una partícula elemental que es realmente al mismo tiempo onda y partícula, y es
una “nada” de cualquier cosa que pudiéramos concebir como “sustancia tal o
cual”. Para decirlo en términos de un genial divulgador[3],
el mundo cuántico es como Toy Story:
los juguetes realmente hablan y se mueven, pero cuando el niño los ve parecen
fijos. El mundo, cuando lo vemos, parece hecho por cosas grandes o chiquitas;
sabemos que se mueve, que se expande, pero está realmente compuesto por
partículas elementales que van más allá de la suposición de “cositas muy
pequeñas”: serían cuántos discretos, verdaderamente indivisibles, de energía,
que realmente no estarían en ningún lugar y no serían nada de lo que podemos
caracterizar en términos ontológicos tradicionales; como mucho, parecen ser una
nube de posibilidades definible con la matemática de la física cuántica y con
predicciones que se cumplen en el mundo macroscópico. Esto desafía no solo a
Aristóteles y a Santo Tomás: desafía también a Newton y a Einstein.
¿Cómo puede ser esto
posible? No se puede salir por la tangente de que esto es solo un modelo
matemático y que las teorías no tienen por qué tener algo que ver con la
realidad, aunque sus predicciones se cumplan. Esto sí es ya mi especialidad:
Bass Van Frassen[4]
tiene razón en sus objeciones al realismo, si queremos basar al realismo
científico en la sola lógica del método hipotético-deductivo; pero yo estoy
trabajando en una tesis epistemológica, que permita refundamentar el realismo
popperiano en un isomorfismo no exacto entre valores epistémicos (coherencia,
simplicidad, etc) y acercamiento a la realidad. Si quiero ser coherente con
ello, no puedo ser instrumentalista cuando una teoría complica mis supuestos
ontológicos, y realista en todas las demás.
Uno podría detenerse aquí y
decir: no resuelto y listo. Pero no sería coherente con la audacia del mundo
cuántico no seguir largando conjeturas explicativas. Claro, mi rol no es el de
S. Hawking, que espera unificar su big
bang con Einstein y la teoría cuántica, pero sí puedo aventurarme a largar
una conjetura de filosofía de la física que tenga que ver con la teoría
hilemórfica. ¿No dice esta última que la materia es nada sin la forma? ¿Y no
nos sumerge el mundo cuántico en una física de partículas donde estas son nada de lo que habitualmente llamamos
“sustancia”? ¿No serán esas partículas la verdadera materia prima del universo,
que nada es sin la forma? ¿No
habremos llegado con la física cuántica a conjeturar un modelo que describa lo
que sería la materia sin la forma?
Lo que estoy sugiriendo es
esto: el universo cuántico no colapsa por la presencia de la conciencia. Está
colapsado por la forma sustancial, que produce ontológicamente sustancia allí
donde las partículas elementales no lo son. Obviamente, no puedo formular esto
de manera matemática; tal vez alguien pueda; pero si es así, la física cuántica
sería el verdadero atomismo, porque los cuantos son verdaderamente
indivisibles; pero se trataría de un atomismo mucho más compatible con la forma
sustancial, porque es esta última la que hace que la función de onda colapase,
y entonces sí las partículas están no
en un lugar, en un espacio-tiempo determinado, sino en una estructura que sí
puede concebirse como ladrillitos del macrocosmos. Y si pensamos que la forma
sustancial es nada sin el acto de ser, que el acto de ser está siempre dado por
Dios, y que además la forma no es más que el grado de ser de lo creado, saque
el lector sus propias conclusiones sobre cómo interviene Dios en el orden
físico por él creado.
Alguien me dirá: esto es un
delirio. Puede ser. Estoy en estado de intederminación cuántica-filosófica.
Pero si quremos compatibilizar la física actual con la teoría hilemórfica de
Santo Tomás, no se puede evitar pasar por la física cuántica. Yo no soy el adecuado
para ese viaje. Pero el que pueda que lo haga. Yo solo quise convencerlo de
sacar los pasajes, con la esperanza de que no termine como el astronauta de los
agujeros negros de S. Hawking.
[1] La inteligbilidad de la naturaleza y La mente de universo, op. cit.
[2]Ver Hawking, S.
(compilador): Los sueños de los que está
hecha la materia, Crítica, Barcelona, 2011; La flecha del tiempo; Crítica, Barcelona, 1988; y Lombardi, O.: Mecánica cuántica: ontología, lenguaje y
racionalidad, en Racionalidad en ciencia y tecnología, VVAA, Unam, 2011
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