INSTITUCIONALIZADOS
La película The Shawshank Redemption es hoy considerada un clásico. Basada en una novela de Stephem King,
narra la historia de la amistad de dos presos de muy diversos origen pero que
se unen en sus sueños de libertad
(que fuera su título en Argentina).
A fines de lo que
vamos a decir, no importa ahora el argumento, que el lector puede encontrar en
internet. La cuestión es que en un momento, uno de los convictos más ancianos,
el encargado de la biblioteca, Brooks, tiene el beneficio de la libertad condicional.
Pero Brooks no quiere salir. Acostumbrado a sus 50 años de cárcel, es ya su
hogar, lo que conoce, aquello a lo que está acostumbrado. Sin embargo, tiene
que hacerlo.
El mundo exterior, “la
libertad” le resulta definitivamente extraño. No hostil. Le es dado un trabajo
en un supermercado, una vivienda, humilde pero digna… Pero está definitivamente
fuera de su mundo. No lo soporta. Y se suicida.
El personaje
protagonizado por Morgan Freeman, Ellis (alias Red) explica lo sucedido. Su tesis es la siguiente: Brooks estaba “institucionalizado”.
Se había acostumbrado a tal punto de la institución carcelaria, que ya no
concibe otra vida. Lo que para nosotros es la libertad, para él es una prisión,
y al revés. Así de simple y trágico.
Debemos
preguntarnos: socialmente, ¿no ocurre lo mismo? Pienso en los millones de
ciudadanos de todo el mundo acostumbrados al Welfare State, a los diversos estados de bienestar, con sus
variantes, en diversas partes del mundo. No, no pienso en estados totalitarios,
pienso en lugares, desarrollados incluso, donde las personas gozan de ciertas
libertades pero se han acostumbrado totalmente a depender del estado para casi
todos los aspectos más importantes de su existencia: salud, educación,
seguridad social, etc… Para ellos, la libertad es eso. Esos son sus “derechos”.
Cuando nosotros, los liberales clásicos, hablamos de libertades individuales,
no comprendemos, tal vez, que estamos enviando a Brooks al mundo, fuera de su
cárcel, cárcel para nosotros, libertad para él. Nosotros, los adalides de la “no
agresión” no nos damos cuenta, muchas veces, de que para ellos somos los
violentos, los que queremos que salgan de su paraíso de seguridad, aunque
ilusorio. ¿Libertades individuales? ¿What?
Ni siquiera para qué: ¿what? La primera crisis es salir de la
secundaria. Aunque hayan protestado siempre por las órdenes de los padres y de
los profes y etc., en el fondo la libertad los aterra. Mis alumnos de 1ro
quieren, en el fondo, que yo los siga coaccionando. Hacen sus habituales
travesuras, esperando que yo amenace, les tome parcial al día siguiente, los
reviente con la nota, y aunque en la superficie protesten, en el fondo es lo
que esperan: creen que el mundo es así, suponen que eso es lo que yo debo hacer
y que eso es lo que ellos harán cuando les toque. Cuando no lo hago, se
asombran. Sólo les recuerdo que son libres de estar allí, que no tienen por qué
estar escuchándome, que pueden salir ya mismo de la clase y que si algún papá
llama preguntando dónde está su nene, la respuesta correcta, universitaria, es:
su nene ya no lo es y puede estar donde se le canta. Y, en el fondo, eso los
asusta. El sistema educativo los ha institucionalizado, es ya la prisión de oro
que los ha preparado para el welfare
state. Si, habrá que trabajar algo, pero siempre esperando sus “derechos” a
recibir educación, salud, seguridad social y educación, y si por ello deben ser
esclavos, ni se lo plantean………………….
Nosotros tenemos un
argumento moral importante. Muchos esclavos no estaban tiranizados como en La cabaña del tío Tom. Eran bien
tratados, tenían vivienda, comida, estaban seguros y hasta educados. Es más,
muchos esclavistas sostenían como argumento que no iban a poder cuidarse por sí
mismos si dejaban de ser esclavos. Pero claro, el problema es que eran
esclavos. Ese era el problema.
Y lo sigue siendo.
Están casi todos institucionalizados. Podemos tener argumentos morales de
nuestro lado, y hasta económicos, por supuesto, porque esa gran cárcel llamados
estados-nación-providencia ni pueden hacer cálculo económico de sus servicios
(Mises) ni pueden coordinar el conocimiento disperso que esos servicios
requieren (Hayek). Pero lo que nos queda “muy” pendiente es este “pequeño
detalle” psicológico-cultural. Al final, aunque sus diagnósticos no hayan sido
del todo correctos, tenía razón Fromm: hay miedo a la libertad. Y los miedosos
votan dictadores que a su vez creen que su misión es ser los dueños benévolos
de la granja.
¿Tiene esto
solución? No lo sé, pero es mejor tomar conciencia de ello. Las cárceles sólo
asustan cuando finalmente se convierten en campos hitlerianos de concentración
o cuando el dueño de la granja decide matar a todos, como Stalin –el héroe de
Diana Conti-. Pero mientras tanto, las cárceles espaciosas, bonitas y
aparentemente super-abundantes son una tentación permanente para una naturaleza
humana muy compleja. A veces pienso que el liberalismo (clásico) es sólo el
difícil contrapeso de una historia cuya balanza parece inclinarse todo el
tiempo hacia la tenebrosa historia de la esclavitud.
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