Después del debate que se
armó esta semana al respecto, lo conveniente sería, tal vez, no decir nada más,
pero no me he pasado la vida, precisamente, diciendo lo conveniente.
El tema despierta
pasiones, pero bueno, aquí voy.
No es cuestión de
condenar sin distinciones el pasado de la Iglesia y el uso de su poder
temporal. Hay que recordar en primer lugar que si hubo algo que cortó de raíz
la idea de un poder temporal como expresión de la divinidad, fue el Judeo-Cristianismo,
como bien recuerda Ratzinger en su Introducción
al Cristianismo. Pero el poder político, como tal –que no es lo mismo que “el estado”- no fue condenado por Jesucristo.
Es comprensible, por ende, que después del Edicto de Constantino, el entusiasmo
por una Roma “cristianizada” comenzara una relación entre Iglesia y poder
temporal que dura casi 17 siglos. Por lo demás, la Iglesia cumplió, luego de la
caída del Imperio Romano de Occidente, una función temporal subsidiaria,
civilizadora, que explica que el Renacimiento Carolingio fuera un renacimiento
“cristiano” porque toda Europa era ya cristiana. Ya en la Alta Edad Media, no
se puede hablar de “estado” como hablamos hoy. La Iglesia no tenía un estado en ese sentido, sino que era el criterio
de legitimidad del Emperador –un criterio clerical, si-. Las cosas hubieran
evolucionado de un modo tranquilo en otro universo paralelo: Santo Tomás afirma
tranquilamente que un reino NO cristiano puede ser “bueno” y la Segunda
Escolástica comienza a establecer una teoría católica de la des-clericalización
del poder –aparte de sus contribuciones a la economía de mercado-. Pero nuestro
universo fue otro. La lucha armada entre católicos y protestantes, más el
surgimiento de las monarquías nacionales, impidieron una fina evolución de la
doctrina escolástica. Los reyes imponían su credo a tu territorio como modo de
solucionar la contienda entre ambas denominaciones cristianas, y la
circunstancia histórica no estaba preparada para nada más. Los territorios
pontificios quedaron como una monarquía absoluta más, a la defensiva, además,
frente al laicismo de la Revolución Francesa y el avance del Imperio
Napoleónico.
Finalmente, como sabemos,
Garibaldi avanza sobre los territorios pontificios y Pío IX se declara prisionero
del “estado” Italiano, “estado” ahora en términos de estado-nación, algo
inconcebible anteriormente.
La “cuestión romana”
tarda décadas en cicatrizar. Como todos sabemos Pío IX firma el tratado de
Letrán con Mussolini de lo cual surge el “estado pontificio” actual, casi una
ficción, pero que da a la Iglesia del s. XX la libertad de movimientos y
autonomía que necesitaba.
El advenimiento del
Vaticano II pone muchas cosas en su lugar desde el punto de vista de Estado e
Iglesia, teniendo en cuenta que se habla ya de un estado-nación post-Revolución
Francesa. Siguiendo una línea de pensamiento que surge con “mi reino no es de
este mundo”, afirmada por Gelasio I, la Segunda Escolástica y con mucha
sutilidad por León XIII (siguiendo a Mons. Dupanloup) y por Pío XII, el
Vaticano II distingue con mucha claridad entre las esferas de la Iglesia y del
estado, afirma la autonomía relativa de lo temporal, coloca a los derechos
personales como el criterio de legitimidad de cualquier poder y declara
solemnemente el derecho a la Libertad Religiosa. Pero eso no es todo: hablando
en un lenguaje que aún no ha pasado a la praxis, distingue con precisión entre
jerarquía y laicos, afirmando al mundo político como el mundo directo de estos
últimos: son estos los que están llamados a la santidad en la familia, en el
trabajo, en la política, en un mundo
donde las repúblicas democráticas tienen criterios de elección de poder que no
dependen ya para nada de la Jerarquía de la Iglesia, permitiendo a esta última, por ende, un carácter más profético de su
ministerio, despojada de las ataduras temporales de antaño.
Así las cosas, no ha
llegado el momento de pensar, al menos de pensar, si el próximo paso en esta
evolución no sería el desprendimiento de la Iglesia de su simbólico actual “estado”,
que la ata demasiado a cuestiones diplomáticas, a una política que propiamente
debe ser ejercida por los laicos en el ejercicio de sus derechos, en los
diversos estados, y no por un jefe de estado de un estado pontificio?
No sería esta la gran
reforma que estanos esperando, en vez de supuestos cambios en un Depositum fidei, depósito de la Fe que
el Vaticano II nunca negó, sino siempre afirmó?
No sería este paso el que
daría a la Iglesia una plena autoridad moral para moverse en un mundo tan
afectado por las luchas de poder?
No sería un gran acto de
Fe, al abandonarnos plenamente a la indefectibilidad de la Iglesia, que NO
depende de un estado, de un territorio, de un banco, sino sencillamente de la
promesa de Cristo, cabeza de la Iglesia?
Creo que es el tiempo de
pensarlo. De hacerlo, no sé, pero al menos de pensarlo y de dialogarlo con
calma.
Siguiendo la línea del Papa Francisco, eso debería venir. Pero no creo que pase. Es la forma que tiene para relacionarse con los demás países y administrar los bienes.
ResponderEliminarNo voy a entrar en consideraciones históricas ni teológicas, ya he dicho en este mismo blog el fundamento de los estados pontificios –la libertad e independencia de la Iglesia católica romana del poder civil- y a ellos me remito (ver comentario de Marcelo en http://gzanotti.blogspot.com.ar/2014/09/que-es-el-vaticano-extracto-de-una.html), con argumentos que no fueron respondidos.
ResponderEliminarClaro, podría decirse que aquello es irrelevante con los actuales ocupantes del vaticano.
Sin embargo, encarando la cuestión desde otro ángulo, no puede soslayarse que en el mundo contemporáneo existen muchos Estados, y abundan los Estados poderosamente armados, prevalece la práctica de un intervencionismo desorbitado interna y externamente en lo educativo, cultural, social y económico (ni las conversaciones y mail privados se salvan…), Estados creadores de horrorosos campos de concentración y torturas, asi como generadores de daños colaterales de toda especie, etc. Estados, además, cuyo compartimiento es ajeno a la ley natural y a ley divina cristiano católica, las que están soslayadas en casi todo el debate político público.
En este contexto, emprenderla contra el pequeño estado vaticano (que entre otras cosas, no tiene divisiones armadas, Stalin dixit) es inexplicable.
Por eso, mejor sería que vos Gabriel, y Benegas Lynch (h), si pretenden ser verdaderamente liberales y libertarios, promuevan otras cosas, máxime si encima invocan el catolicismo.
Es que no pueden ignorar que no van a ser mejor las cosas si se disuelve el estado vaticano (pasará a Italia o a la Unión Europea,o a la Onu, tal vez ….). Probablemente, si desaparece “este” vaticano, ocurrirá que también en ese territorio se levantarán –-al lado de las históricas basílicas católicas-- mezquitas, sinagogas y pagodas, abrirán algun sex-shop, el servicio social distribuirá anticonceptivos y pagará abortos, dictarán una ley antidiscriminatoria y mandarán a los tribunales a quién sostenga públicamente la doctrina tradicional…¿Acaso puede tener alguna autoridad moral quién facilite ese resultado?
Marcelo
Marcelo no me acuerdo qué cosas tuyas no fueron respondidas. Si me las querés enviar de vuelta, con todo gusto.
ResponderEliminarPor lo demás mi crítica hacia esos estados es permanente. No sé a qué te estás refiriendo.
En ese contexto, no la "emprendo contra" el estado del Vaticano como si fuera uno más. sino que sólo digo que creo que la Iglesia tendrá más libertad y autoridad si se desliga de sus funciones temporales.
Tu última preocupación la comprendo, tal vez no estemos preparados aún para afrontar esos resultados con la naturalidad de quienes ya no tienen ningún poder temporal. Pero mientras tanto deberemos seguir pagando los precios de pontífices metidos en diplomacias y politicas que corresponden a los laicos, cosa que evidentemente te parece no sólo un mal menos sino al parecer un bien..........................
Gabriel, me remito -–otra vez—- al comentario realizado en tu blog http://gzanotti.blogspot.com.ar/2014/09/que-es-el-vaticano-extracto-de-una.html,
ResponderEliminardonde fueron indicados los fundamentos históricos y doctrinales de los estados pontificios.
De ellos se desprende que cierto poder temporal facilita la libertad, autoridad e independencia de la Iglesia, o sea todo lo contrario de lo que vos decís. No hay que confundir las dificultades o errores inherentes al ejercicio del poder temporal, o las funciones asignadas, o las correcciones que deban hacerse, con la legitimidad de ese poder.
Que el poder temporal no sea esencial al papado ni a la Iglesia
--cuya indefectabilidad se mantiene aún en las persecuciones-- no obsta a que en el mundo real facilitó su misión, así ha sido históricamente y por ello fue defendido por las autoridades apostólicas. De allí, los obvios y penosos resultados -–que no negás, pero decís que debemos afrontar "con naturalidad" (?)-- que implica su abolición.
Marcelo no niego que las circunstancias históricas anteriores hayan justificado los estados pontificios. Lo que ahora estamos debatiendo es si las actuales circunstancias, más la evolución conceptual que se ha dado en el Vaticano II, los justifican ahora. Creo que allí está nuestra diferencia. Yo no soy un crítico más del pasado de la Iglesia. Al contrario.
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