Corre lo opinión de que
Francisco sería hoy el auténtico intérprete de los alcances del Vaticano II,
mientras que Benedicto XVI habría intentado hacer retroceder la historia de la
Iglesia. Ello es falso, y estoy seguro que el mismo Francisco se opondría a
dicha interpretación de la situación actual de la Iglesia.
Fue el mismo Benedicto
XVI, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, quien, en 1985, le dijo claramente a
Vitorio Messori que ello era una falsa impresión debida a que sus amigos de
entonces (cuando él y Wojtyla era jóvenes entusiastas de las reformas) fueron
los que siguieron avanzando más allá del auténtico espíritu de los textos del
Vaticano II, mientras que ellos sencillamente se quedaron donde debían estar.
Cuando Benedicto XVI “autorizó”
nuevamente la Misa en el rito tradicional, lo hizo aclarando que el Vaticano II
NO la había abrogado, y que por ende él estaba simplemente recordando que seguía vigente junto con el nuevo rito. Benedicto
XVI, en una de sus fundacionales intervenciones magisteriales, aclaró bien la “hermenéutica
de la continuidad y la reforma” del Vaticano II, el 22 de Diciembre del 2005,
hablando claramente de la continuidad en lo esencial, reforma en lo accidental.
Benedicto XVI siguió afirmando claramente que la salvación es a través de
Cristo, como lo había afirmado como Prefecto en el famoso documento Dominus iesus. Benedicto XVI, como
ningún otro papa anterior, se refirió específicamente al sentido positivo de la
palabra “liberalismo”, no una vez, sino tres veces, y en sus discursos ante
Mery Ann Glendon (2008), el Parlamente Británico (2010) y el Parlamento Alemán
(2011) se refirió específicamente al origen cristiano de los derechos
personales y la limitación del poder, afirmando la sana laicidad del estado tal
cual lo hicieron León XIII, Pío XII y Juan XXIII. Benedicto XVI, como nadie
antes, dialogó específicamente con Rawls y Habermas, en su discurso a La
Sapienza en Enero del 2008.
Si todo ello no es
reafirmar el auténtico espíritu del Vaticano II, ¿qué es? El problema surge
cuando se cree que del Vaticano II surge la negación de dogmas fundamentales en
la Fe y en la Moral, errónea tesis contra la cual Juan Pablo II y su prefecto,
luego Benedicto XVI, tuvieron que advertir permanentemente. La encíclica Veritaris splendor, de 1993, donde se
aclara, entre otras cosas, nada más ni nada menos que la elemental distinción
entre pecado mortal y venial, estaba dirigida específicamente a los obispos. ¡A los obispos había que
recordar tales cosas!!!!!
Es insólita la versión
que muchos, por izquierda y por derecha, se han hecho del Vaticano II, como si
fuera una nueva iglesia contraria a la “Católica pre-conciliar”. Claro, todo se
lee conforme a un horizonte, y ello muestra el horizonte desde donde muchos
leían las declaraciones conciliares. El concilio no cambió nada de lo esencial.
Llamó al diálogo con los hermanos separados (ecumenismo) desde la autenticidad
de la unidad de la Iglesia Católica, no desde su disgregación. Afirmó el
derecho a la libertad religiosa desde la libertad del acto de Fe, no desde el
indiferentismo religioso. Afirmó la sana laicidad del estado desde la legítima
autonomía de lo temporal, no desde el laicismo. Afirmó los derechos de le
persona frente al poder desde la dignidad humana, no desde una autonomía moral
desligada de Dios. Y así sucesivamente.
Quienes lean otra cosa
en el Vaticano II es porque ya tienen otra cosa en su cabeza. Ello tardará en
solucionarse, pero presentar a Francisco, ahora, como el único intérprete del
Vaticano II, no ayuda en nada, y al primero al que no ayuda, es a Francisco.
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