domingo, 26 de abril de 2015

domingo, 19 de abril de 2015

FRANCISCO, BENEDICTO XVI Y EL VATICANO II


Corre lo opinión de que Francisco sería hoy el auténtico intérprete de los alcances del Vaticano II, mientras que Benedicto XVI habría intentado hacer retroceder la historia de la Iglesia. Ello es falso, y estoy seguro que el mismo Francisco se opondría a dicha interpretación de la situación actual de la Iglesia.

Fue el mismo Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Ratzinger, quien, en 1985, le dijo claramente a Vitorio Messori que ello era una falsa impresión debida a que sus amigos de entonces (cuando él y Wojtyla era jóvenes entusiastas de las reformas) fueron los que siguieron avanzando más allá del auténtico espíritu de los textos del Vaticano II, mientras que ellos sencillamente se quedaron donde debían estar.

Cuando Benedicto XVI “autorizó” nuevamente la Misa en el rito tradicional, lo hizo aclarando que el Vaticano II NO la había abrogado, y que por ende él estaba simplemente recordando que seguía vigente junto con el nuevo rito. Benedicto XVI, en una de sus fundacionales intervenciones magisteriales, aclaró bien la “hermenéutica de la continuidad y la reforma” del Vaticano II, el 22 de Diciembre del 2005, hablando claramente de la continuidad en lo esencial, reforma en lo accidental. Benedicto XVI siguió afirmando claramente que la salvación es a través de Cristo, como lo había afirmado como Prefecto en el famoso documento Dominus iesus. Benedicto XVI, como ningún otro papa anterior, se refirió específicamente al sentido positivo de la palabra “liberalismo”, no una vez, sino tres veces, y en sus discursos ante Mery Ann Glendon (2008), el Parlamente Británico (2010) y el Parlamento Alemán (2011) se refirió específicamente al origen cristiano de los derechos personales y la limitación del poder, afirmando la sana laicidad del estado tal cual lo hicieron León XIII, Pío XII y Juan XXIII. Benedicto XVI, como nadie antes, dialogó específicamente con Rawls y Habermas, en su discurso a La Sapienza en Enero del 2008.

Si todo ello no es reafirmar el auténtico espíritu del Vaticano II, ¿qué es? El problema surge cuando se cree que del Vaticano II surge la negación de dogmas fundamentales en la Fe y en la Moral, errónea tesis contra la cual Juan Pablo II y su prefecto, luego Benedicto XVI, tuvieron que advertir permanentemente. La encíclica Veritaris splendor, de 1993, donde se aclara, entre otras cosas, nada más ni nada menos que la elemental distinción entre pecado mortal y venial, estaba dirigida específicamente a los obispos. ¡A los obispos había que recordar tales cosas!!!!!

Es insólita la versión que muchos, por izquierda y por derecha, se han hecho del Vaticano II, como si fuera una nueva iglesia contraria a la “Católica pre-conciliar”. Claro, todo se lee conforme a un horizonte, y ello muestra el horizonte desde donde muchos leían las declaraciones conciliares. El concilio no cambió nada de lo esencial. Llamó al diálogo con los hermanos separados (ecumenismo) desde la autenticidad de la unidad de la Iglesia Católica, no desde su disgregación. Afirmó el derecho a la libertad religiosa desde la libertad del acto de Fe, no desde el indiferentismo religioso. Afirmó la sana laicidad del estado desde la legítima autonomía de lo temporal, no desde el laicismo. Afirmó los derechos de le persona frente al poder desde la dignidad humana, no desde una autonomía moral desligada de Dios. Y así sucesivamente.

Quienes lean otra cosa en el Vaticano II es porque ya tienen otra cosa en su cabeza. Ello tardará en solucionarse, pero presentar a Francisco, ahora, como el único intérprete del Vaticano II, no ayuda en nada, y al primero al que no ayuda, es a Francisco.



domingo, 12 de abril de 2015

INSTITUCIONALIZADOS

La película The Shawshank Redemption es hoy considerada un clásico. Basada en una novela de Stephem King, narra la historia de la amistad de dos presos de muy diversos origen pero que se unen en sus sueños de libertad (que fuera su título en Argentina).


A fines de lo que vamos a decir, no importa ahora el argumento, que el lector puede encontrar en internet. La cuestión es que en un momento, uno de los convictos más ancianos, el encargado de la biblioteca, Brooks, tiene el beneficio de la libertad condicional. Pero Brooks no quiere salir. Acostumbrado a sus 50 años de cárcel, es ya su hogar, lo que conoce, aquello a lo que está acostumbrado. Sin embargo, tiene que hacerlo.


El mundo exterior, “la libertad” le resulta definitivamente extraño. No hostil. Le es dado un trabajo en un supermercado, una vivienda, humilde pero digna… Pero está definitivamente fuera de su mundo. No lo soporta. Y se suicida.


El personaje protagonizado por Morgan Freeman, Ellis (alias Red) explica lo sucedido. Su tesis es la siguiente: Brooks estaba “institucionalizado”. Se había acostumbrado a tal punto de la institución carcelaria, que ya no concibe otra vida. Lo que para nosotros es la libertad, para él es una prisión, y al revés. Así de simple y trágico.


Debemos preguntarnos: socialmente, ¿no ocurre lo mismo? Pienso en los millones de ciudadanos de todo el mundo acostumbrados al Welfare State, a los diversos estados de bienestar, con sus variantes, en diversas partes del mundo. No, no pienso en estados totalitarios, pienso en lugares, desarrollados incluso, donde las personas gozan de ciertas libertades pero se han acostumbrado totalmente a depender del estado para casi todos los aspectos más importantes de su existencia: salud, educación, seguridad social, etc… Para ellos, la libertad es eso. Esos son sus “derechos”. Cuando nosotros, los liberales clásicos, hablamos de libertades individuales, no comprendemos, tal vez, que estamos enviando a Brooks al mundo, fuera de su cárcel, cárcel para nosotros, libertad para él. Nosotros, los adalides de la “no agresión” no nos damos cuenta, muchas veces, de que para ellos somos los violentos, los que queremos que salgan de su paraíso de seguridad, aunque ilusorio. ¿Libertades individuales? ¿What? Ni siquiera para qué: ¿what? La primera crisis es salir de la secundaria. Aunque hayan protestado siempre por las órdenes de los padres y de los profes y etc., en el fondo la libertad los aterra. Mis alumnos de 1ro quieren, en el fondo, que yo los siga coaccionando. Hacen sus habituales travesuras, esperando que yo amenace, les tome parcial al día siguiente, los reviente con la nota, y aunque en la superficie protesten, en el fondo es lo que esperan: creen que el mundo es así, suponen que eso es lo que yo debo hacer y que eso es lo que ellos harán cuando les toque. Cuando no lo hago, se asombran. Sólo les recuerdo que son libres de estar allí, que no tienen por qué estar escuchándome, que pueden salir ya mismo de la clase y que si algún papá llama preguntando dónde está su nene, la respuesta correcta, universitaria, es: su nene ya no lo es y puede estar donde se le canta. Y, en el fondo, eso los asusta. El sistema educativo los ha institucionalizado, es ya la prisión de oro que los ha preparado para el welfare state. Si, habrá que trabajar algo, pero siempre esperando sus “derechos” a recibir educación, salud, seguridad social y educación, y si por ello deben ser esclavos, ni se lo plantean………………….


Nosotros tenemos un argumento moral importante. Muchos esclavos no estaban tiranizados como en La cabaña del tío Tom. Eran bien tratados, tenían vivienda, comida, estaban seguros y hasta educados. Es más, muchos esclavistas sostenían como argumento que no iban a poder cuidarse por sí mismos si dejaban de ser esclavos. Pero claro, el problema es que eran esclavos. Ese era el problema.


Y lo sigue siendo. Están casi todos institucionalizados. Podemos tener argumentos morales de nuestro lado, y hasta económicos, por supuesto, porque esa gran cárcel llamados estados-nación-providencia ni pueden hacer cálculo económico de sus servicios (Mises) ni pueden coordinar el conocimiento disperso que esos servicios requieren (Hayek). Pero lo que nos queda “muy” pendiente es este “pequeño detalle” psicológico-cultural. Al final, aunque sus diagnósticos no hayan sido del todo correctos, tenía razón Fromm: hay miedo a la libertad. Y los miedosos votan dictadores que a su vez creen que su misión es ser los dueños benévolos de la granja.


¿Tiene esto solución? No lo sé, pero es mejor tomar conciencia de ello. Las cárceles sólo asustan cuando finalmente se convierten en campos hitlerianos de concentración o cuando el dueño de la granja decide matar a todos, como Stalin –el héroe de Diana Conti-. Pero mientras tanto, las cárceles espaciosas, bonitas y aparentemente super-abundantes son una tentación permanente para una naturaleza humana muy compleja. A veces pienso que el liberalismo (clásico) es sólo el difícil contrapeso de una historia cuya balanza parece inclinarse todo el tiempo hacia la tenebrosa historia de la esclavitud.


domingo, 5 de abril de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL ESTADO DEL VATICANO


Después del debate que se armó esta semana al respecto, lo conveniente sería, tal vez, no decir nada más, pero no me he pasado la vida, precisamente, diciendo lo conveniente.

El tema despierta pasiones, pero bueno, aquí voy.

No es cuestión de condenar sin distinciones el pasado de la Iglesia y el uso de su poder temporal. Hay que recordar en primer lugar que si hubo algo que cortó de raíz la idea de un poder temporal como expresión de la divinidad, fue el Judeo-Cristianismo, como bien recuerda Ratzinger en su Introducción al Cristianismo. Pero el poder político, como tal –que no es lo mismo que “el estado”- no fue condenado por Jesucristo. Es comprensible, por ende, que después del Edicto de Constantino, el entusiasmo por una Roma “cristianizada” comenzara una relación entre Iglesia y poder temporal que dura casi 17 siglos. Por lo demás, la Iglesia cumplió, luego de la caída del Imperio Romano de Occidente, una función temporal subsidiaria, civilizadora, que explica que el Renacimiento Carolingio fuera un renacimiento “cristiano” porque toda Europa era ya cristiana. Ya en la Alta Edad Media, no se puede hablar de “estado” como hablamos hoy. La Iglesia no tenía un estado en ese sentido, sino que era el criterio de legitimidad del Emperador –un criterio clerical, si-. Las cosas hubieran evolucionado de un modo tranquilo en otro universo paralelo: Santo Tomás afirma tranquilamente que un reino NO cristiano puede ser “bueno” y la Segunda Escolástica comienza a establecer una teoría católica de la des-clericalización del poder –aparte de sus contribuciones a la economía de mercado-. Pero nuestro universo fue otro. La lucha armada entre católicos y protestantes, más el surgimiento de las monarquías nacionales, impidieron una fina evolución de la doctrina escolástica. Los reyes imponían su credo a tu territorio como modo de solucionar la contienda entre ambas denominaciones cristianas, y la circunstancia histórica no estaba preparada para nada más. Los territorios pontificios quedaron como una monarquía absoluta más, a la defensiva, además, frente al laicismo de la Revolución Francesa y el avance del Imperio Napoleónico.

Finalmente, como sabemos, Garibaldi avanza sobre los territorios pontificios y Pío IX se declara prisionero del “estado” Italiano, “estado” ahora en términos de estado-nación, algo inconcebible anteriormente.

La “cuestión romana” tarda décadas en cicatrizar. Como todos sabemos Pío IX firma el tratado de Letrán con Mussolini de lo cual surge el “estado pontificio” actual, casi una ficción, pero que da a la Iglesia del s. XX la libertad de movimientos y autonomía que necesitaba.

El advenimiento del Vaticano II pone muchas cosas en su lugar desde el punto de vista de Estado e Iglesia, teniendo en cuenta que se habla ya de un estado-nación post-Revolución Francesa. Siguiendo una línea de pensamiento que surge con “mi reino no es de este mundo”, afirmada por Gelasio I, la Segunda Escolástica y con mucha sutilidad por León XIII (siguiendo a Mons. Dupanloup) y por Pío XII, el Vaticano II distingue con mucha claridad entre las esferas de la Iglesia y del estado, afirma la autonomía relativa de lo temporal, coloca a los derechos personales como el criterio de legitimidad de cualquier poder y declara solemnemente el derecho a la Libertad Religiosa. Pero eso no es todo: hablando en un lenguaje que aún no ha pasado a la praxis, distingue con precisión entre jerarquía y laicos, afirmando al mundo político como el mundo directo de estos últimos: son estos los que están llamados a la santidad en la familia, en el trabajo, en la política,  en un mundo donde las repúblicas democráticas tienen criterios de elección de poder que no dependen ya para nada de la Jerarquía de la Iglesia, permitiendo a esta última, por ende, un carácter más profético de su ministerio, despojada de las ataduras temporales de antaño.

Así las cosas, no ha llegado el momento de pensar, al menos de pensar, si el próximo paso en esta evolución no sería el desprendimiento de la Iglesia de su simbólico actual “estado”, que la ata demasiado a cuestiones diplomáticas, a una política que propiamente debe ser ejercida por los laicos en el ejercicio de sus derechos, en los diversos estados, y no por un jefe de estado de un estado pontificio?

No sería esta la gran reforma que estanos esperando, en vez de supuestos cambios en un Depositum fidei, depósito de la Fe que el Vaticano II nunca negó, sino siempre afirmó?

No sería este paso el que daría a la Iglesia una plena autoridad moral para moverse en un mundo tan afectado por las luchas de poder?

No sería un gran acto de Fe, al abandonarnos plenamente a la indefectibilidad de la Iglesia, que NO depende de un estado, de un territorio, de un banco, sino sencillamente de la promesa de Cristo, cabeza de la Iglesia?


Creo que es el tiempo de pensarlo. De hacerlo, no sé, pero al menos de pensarlo y de dialogarlo con calma.