Se ha olvidado, hoy en día, que Freud caracterizó al bebé como un
perverso polimorfo. Es uno de los conceptos claves de su psicoanálisis, tapado
luego por la apropiación frankfurtiana-marxista de Freud, por las permanentes
acusaciones de pansexualismo, por el desprecio de las neurociencias, por el
rechazo, en última instancia, a un diagnóstico psicológico-cultural que puso el
dedo en una llaga crucial de la existencia humana.
El asunto es que el bebé es, efectivamente, un perverso polimorfo. Todas
las conductas que en la vida adulta llamaríamos perversas, el bebé las tiene
como un conjunto de pulsiones indiferenciadas, resumidas, si se quiere, en la
pulsión de vida y de muerte, invisibles y casi inofensivas, en sus miradas,
gestos, sonrisas y llantos, que nos derriten a los adultos.
¿Qué ocurre entonces? Que el rol paterno es el rol que mediante sus “no”
incorpora, a este tierno perverso, las normas básicas familiares y sociales (si
hay alguna diferencia) que luego como adulto le producen ese “malestar de la
cultura”, otro de los diagnósticos más desafiantes de Freud. Esos “no” son
incorporados desde la más tierna infancia en el pre-consciente mediante una
“represión” que nada tiene que ver con el control que luego el adulto tiene que
ejercer sobre sus pulsiones conscientes. Es la canalización de las pulsiones
originarias hacia conductas adaptadas y socializadas, que tienen el precio,
obviamente, de neurosis diversas –histeroides, fóbicas, angustia, ansiedad- cuyos
síntomas derivan en conflictos que luego deben ser psicoanalíticamente tratados
según su intensidad. O sea que la visión de Freud como alguien que habría
propuesto la liberación de las pulsiones originarias como “solución”, no podría
ser más falsa; equivale de decir que santo Tomás era ateo o que Mises era
marxista (bueno, sé que hay algunos que lo dirán). Sin la incorporación de los
“no”, en el preconsciente durante la primera infancia (que luego evolucionan
hacia el super-yo y el principio de realidad) el sujeto se convierte
precisamente, en la vida adulta, en un psicótico o un perverso. El adulto
normal que no lo es, no lo es y está muy bien que no lo sea, con el inevitable
precio, desde luego, de ser el neurótico woodyallinesco, en diversos grados, y
el psicoanálisis es precisamente el modo de minimizar el sufrimiento de las
neurosis.
Por lo tanto, la ausencia del rol paterno, la caída del rol paterno por
las crisis sociales que ponen en tela de juicio todo tipo de autoridad, la
paradójica presencia de padres ausentes, ya sea físicamente, y-o porque son
casi adolescentes que no pueden y no se atreven a ser adultos frente a sus
hijos, y la disgregación de lazos familiares elementales, conducen a la
producción en masa de perversos y psicóticos en la vida adulta, cuyo proceso
patológico es ya casi irreversible. Expresan sus pulsiones de vida y de muerte
de manera socialmente inadaptable y pueden cometer los crímenes más horribles
con la misma ausencia de culpa que un adorable bebito de dos meses tira su bracito
ante su hermanita más grande o, al contrario, la abraza. Claro, 20 años más
tarde, si no hubo rol paterno, ello se convierte en asesinato o incesto.
Ciertos tipos de violencia a la cual estamos asistiendo tienen que ver
con todo esto. Que una adolecente sea asesinada cruelmente por sus pares, a
golpes, “porque se hacía la linda” o cosas por el estilo, puede tener muchos
orígenes, pero hay que tener en cuenta el diagnóstico de Freud, del Freud
auténtico, luego destrozado por los que lo utilizaron para todo lo contrario.
Freud era un médico, un neurólogo, tierna e ingenuamente positivista y muy
conservador. Atento a los aspectos más oscuros de la naturaleza humana, logró
darse cuenta del poder de nuestras pulsiones originarias, y cómo andamos por la
vida arrastrándolas en el inconsciente reprimido y transformadas en neurosis de
diversa intensidad. El psicoanálisis fue siempre un modo de hacer consciente el
origen de esos conflictos y por ende de dar al paciente una mayor
auto-conciencia de su interior de tal modo de encontrar una canalización
positiva a esos conflictos. El psicoanálisis, lejos de ser la absurda
liberalización que muchos suponen, es la re-incorporación del rol paterno
perdido o desdibujado, pérdida que produjo que el adorable bebito perverso
polimorfo se convirtiera en una bomba de tiempo.
Por lo tanto, las formas de violencia que más nos horrorizan y
sorprenden tienen su causa, entre otras, en la caída del rol paterno. Rol
paterno que no tiene por qué ser autoritario: puede ser y debe ser dialogante,
pero “tiene que” ser. El niño y el adolescente captan perfectamente la
presencia del adulto firme, que no grita, cuya sola presencia impone los
valores que vive. El niño y el adolescente captan perfectamente que ese adulto,
si es tal, no va a gritar, no va a levantar la mano, pero no va a ceder, va a
decir, de una u otra manera, “no”. No son necesarias muchas palabras. Pero si
el supuestamente adulto es otro niño, inmaduro y caprichoso, que para colmo
grita, pega y llora como otro bebé, lo que saldrá de allí es algo terrible:
será el conjunto de noticias que hoy nos llenan de perplejidad y de horror.
Por qué la caída del rol paterno, daría para más. Por ahora, sería bueno
que quienes se decidan a ser padres –si es que lo deciden, porque muchas veces
no- se preguntaran si pueden serlo.
Interesante comentario sobre el pensamiento de Freud y las consecuencias de la "caída" del rol paterno. Nunca lo había visto así. Gracias por el articulo.
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