Mi muy querido Gabriel: Kentenich –y no es el único que lo decía- habló
de que la crisis de nuestra sociedad es ante todo una crisis de la imagen del
padre que, es en definitiva, la dificultad del hombre para recuperar una visión
de la “autoridad” que no viene de la jerarquía formal, ni menos aún de la
capacidad de sancionar u obligar. Tampoco (sorprendente!) se funda en la
“verdad”.
Estas son formas
distorsionadas y distorsivas de la autoridad.
Se la ha fundamentado
en el poder de la “mayoría”, sin darse cuenta que esto sirve solo para resolver
–todavía bastante mal- algunos problemas. Cuando la mayoría es suficiente
lúcida [i], suficientemente
informada y solidaria, la opinión
mayoritaria quizá sea un buen método para establecer lo que debe hacerse y lo que
no. Por ahora, solo “aplica” en algunos casos.
Se la ha fundado
también en la ley, que los positivistas han convertido en una forma de presión
violenta y perversa. Como en principio la ley es lo que tiene a la fuerza
pública y al castido de su lado, o haces lo que te digo o pagas con el castigo.
Autoridad es entonces capacidad de castigar al que no obedece, hasta que lo
haga.
Se la ha fundado
también en la razón o en la ciencia, como si la decisión de hacer una u otra
cosa (el clásico y no bien comprendido “acto voluntario”) fuera una cuestión
que atañe solo a la inteligencia.
Y se la ha fundado en
la “autoridad”. Es tan burda la falacia que la sabiduría popular desprecia a
los “jefes” o a los superiores de las diveras pirámides jerárquicas, distinguiéndolos
por su incapacidad para comprender, entender y guiar.
Frente a ello Kentenich
señalaba que la autoridad es algo que se gana por el reconocimiento libre del
otro y que solo me autoriza a pedirle que me acompañe, que me ayude, que venga
conmigo y se “juege” en aquellos casos en que, por diversas razones, él no
puede ver lo que yo veo y yo no se lo puedo mostrar.
Si uno analiza este
aspecto de la autoridad, ve que solo en muy contadas oportunidades un hombre
echará mano de la “autoridad” en condiciones de libertad. Sé que hay un mundo
de circunstancias en las que la “autoridad” es formal, y el mundo organizado
funciona así, por necesidad. Esto claramente no se aplica a la educación. En
los demás casos quienes ejercen la autoridad formal, sin poder contar con el
consenso o la adhesión de los subordinados, deberían tener siempre en claro que
cada paso que damos en ese sentido (imposición sin convencimiento) nos aleja de
la sociedad democrática, participativa y solidaria.[ii]
Recuerdo que en la
infancia de nuestros hijos muchas veces les dije que no, y a veces los
castigué. Supongo que habré cometido muchos errores, pero traté de “asegurarme”
con una idea rectora, para que el “no” o el castigo fueran, ante todo, actos de
cariño y educativos. Me propuse que en lo posible el “no” debía significar un
desafío, y no solo una restricción: “no a esto. Creo que podemos vivir mejor si
ello”. Mis hijos, al tiempo, lo aprendieron. Supieron que los síes eran, en
realidad, dependencias facilistas. Dependencia de la publicidad, del mercado o
de la moda. Porque casi siempre se trataba de comprar o consumir más. Vieron
que había “otros” valores y que se podía vivir mejor sin tanta cosa. Y en cuanto al “castigo”, me propuse
aplicarlo solamente si me iba a doler más que a ellos. Basta un poco de
reflexión para que cualquiera pueda darse cuenta cabal de qué efectos tiene
esta regla a la hora de aplicar una sanción. A menudo uno termina abandonando
la idea del castigo y piensa en algo más positivo.
Para terminar y
“brevitatis causa” diré que si la autoridad es tal cuando se funda en un
verdadero amor recíproco, con una gran comprensión de los implicados. Si no es
solo alguna de las deformaciones de la misma que llevan sin duda, a los
trastornos psicológicos que afectan a los educandos, pero también, y por cierto
más gravemente, a los educadores, padres o maestros. Seguramente Freud lo había
descubierto.
[i] Ver, para ampliar el
concepto, evitar equívocos y por qué no para solaz del espíritu “Ensayo sobre la lucidez”, de Saramago).
[ii] Por eso el pueblo sano le
pide a los que tienen el poder que justifiquen sus decisiones, no solo con
razones sino con un estilo de vida “republicano”, esto es sobrio y solidario
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