Queridos amigos,
Cumpliendo mi promesa de opinar algo, opino algo :-)
No me imaginaba que el tema del pecado original iba a preocupar tanto, pero me alegra que preocupe, es un tema importante. Al respecto, sólo les transcribo una cosita que escribí en el 2007 y salió publicado hace poco:
“Nuestra relación con el Dios de Israel no es de justicia, es de esperanza en su misericordia.
¿Qué queremos decir con ello?
Ante todo, si somos creados de la nada, no podemos “exigir” ser creados como si ello fuera una exigencia de justicia, un “derecho”. Análogamente, la sinfonía 40 de Mozart no tenía derecho a exigirle a Mozart su existencia. El la compuso porque quiso. Dios también, nos crea porque nos quiere, para compartir con nosotros su “ser”. De igual modo que los hijos no podían exigir a sus padres el “derecho” de nacer, y por ello la actitud respecto a nuestra existencia es de agradecimiento.
Pero a esta existencia, gratuitamente dada por Dios, a través de nuestros padres, la afecta la privación, el mal. Tenemos ante todo la experiencia humana de privar al otro de su bien y privarnos por ende de nuestro propio bien. Tenemos la experiencia interna de no poder arrojar la primera piedra, conforme a la famosa respuesta de Jesús: quien no tenga pecados que arroje la primera piedra.
De algún modo la relación de “estar mirando hacia Dios” se quebró. De algún modo esta existencia nuestra, finita, está afectada por algo que limita nuestro ser más allá de nuestra finitud: la privación, el dolor de una herida que nos afecta de nacimiento. Una sombra parece haberse interpuesto entre nosotros y Dios. Una sombra que se manifiesta ante todo con el otro. No tenemos la experiencia humana inmediata de estar en guerra con Dios. Pero sí tenemos la experiencia del odio, el resentimiento, las guerras, los asesinatos, la destrucción. Sí tenemos la experiencia de murmurar, de mirar al otro como un trapo de piso, del egoísmo. Finalmente terminamos diciendo “Dios no existe”. La sombra entre cada uno de nosotros y el prójimo termina siendo la sombra entre nosotros y Dios. Edith Stein, tratando de explicar este misterio, que los creyentes judeo-cristianos llamamos pecado original, opina: “…Dios previó en el primer pecado todos los pecados futuros y en los primeros hombres nos vio a todos, a nosotros que estamos bajo el imperio del pecado. Aquel de entre nosotros que tuviera la intención de acusar a nuestros primeros padres porque habrían atraído sobre nosotros el peso del pecado original, el Señor podría responder, como respondió a los acusadores de la mujer adúltera: ´que aquél que de entre vosotros esté limpio de pecado, arroje la primera piedra´”.
Obviamente, estas cosas no se “solucionan”: se meditan…
Opino también que el pecado original no afecta a lo creado en tanto “mundo físico”, pero al parecer esta es una cuestión de libre opinión en los teólogos cristianos.
También pienso, con Santo Tomás, que la creación no es un proceso que “comenzó”, (ver ST I, Q. 46 a. 2; CG, II, 16-17) sino que siempre Dios está sosteniendo en el ser, y que ello no es incompatible con las conjeturas que afirman la evolución (ver Artigas, Mariano: “La mente del universo”; Eunsa, Pamplona, 1999).
Opino también (y ahora voy a dar un doble mensaje) que las conjeturas newtonianas sobre la gravedad y etc. son plausibles, interesantes y tal vez verdaderas.
Creo también que el discurso católico tiene más autores que Santo Tomás, como muy bien se ve en la encíclica “Fides et ratio”. Creo que Santo Tomás, como dije, es un modelo de relaciones entre razón y fe que es “inclusivo” de diversos autores, aunque siempre, por supuesto, el proceso de discernimiento puede ser históricamente doloroso (como pasó con Rosmini). Pienso también que Argentina y España se vieron muy afectadas por la asimilación política que el autores franquistas quiseron hacer de Santo Tomás y eso desdibuja totalmente la percepción que podemos tener del pensamiento del Aquinate.
Pienso finalmente que es muy bueno que MS se escandalice ante una fe católica meramente declamada como un uso y costumbre más, análogo al dulce de leche, las mediaslunas... Claro que ello nada tiene que ver con la fe. Pero la fe... Es algo milagroso e inefable, pero no al punto de que no podamos “dar razones” de nuestra fe al que lo pregunta; y que sea misterio no implica, tampoco, que sea esotérica: es exotérica, predicable, porque está dada por Dios a todos y para todos. En esa delgada línea, entre el Misterio inefable, y la razón humana que dialoga, se mueve la Fe, y, con ella, nuestra amistad, nuestra prudencia y la profunda convicción de que Dios... Está mirando con ternura nuestra babel de discusiones, conflictos y perplejidades...
domingo, 31 de mayo de 2009
domingo, 24 de mayo de 2009
JUAN ROBERTO BRENES
El Jueves 14 de este mes, en un trágico accidente, murió Juan Roberto Brenes, junto con Claudia de Araneda, Rafael Araneda y Helmut Wintzer. Sin olvidar de ninguna manera a Claudia, a su esposo Rafael y a Helmut, quisiera hoy referirme a JuanRo.
Juan Roberto fue un amigo entrañable. Con él compartí inolvidables períodos académicos en la Facultad de Economía de la UFM, y él fue parte importante de quienes hicieron de esos primeros viajes allí una de mis más importantes experiencias educativas.
Hablar de su bondad es decir poco. Decir que era un caballero, un amigo fiel, una sonrisa siempre dispuesta, un entusiasmo por la vida extraordinario, es decir poco. Todo ello ha sido destacado en estos días por todos sus amigos, pero sabe a poco, no por la poca profundidad de las palabras de sus amigos, sino porque revela una vez más la finitud de las palabras, de los textos, al lado de aspectos humanos de la existencia que, como diríamos en epistemología, son relativamente inconmensurables. Sólo cabe agregar que tenía un grado especial de santidad, perceptible desde la Fe. Una Fe, por otro lado, que le había sido dada en abundancia, y articulaba el eje central de su vida, sin altisonancias.
Pero hay un aspecto que yo quisiera particularmente destacar: su visión intelectual. El vio desde un principio, en un instante, la articulación, la no contradicción, entre el liberalismo clásico, como limitación al poder, y la Doctrina Social de la Iglesia. Lo vio con una claridad que le daba al mismo tiempo el conocimiento de la relevancia del tema. Y cuando digo “lo vio”, lo digo expresamente, porque el intelecto es fundamentalmente ese “ver”, ese ver que puede ser falible, si, y por eso todos nosotros corremos los riesgos de defender “lo visto” y exponernos a la crítica.
Fue la voluntad de Dios que él no tuviera tiempo, casi, de escribirlo. Pero yo, como testigo silente de su enorme capacidad intelectual, quiero dar testimonio, en este homenaje, de la profundidad y claridad de su visión, de la que pude ser testigo en conversaciones personales, durante muchos años, en esos extrañados momentos de paz y bondad que era encontrarse con él, sencillamente, a conversar.
La muerte es uno de los temas fundamentales de la filosofía y de mi reflexión filosófica. Una muerte como límite de lo humano y como encuentro con Dios. Pero, precisamente por ello, una muerte que no anestesia su dolor, sino que tiene sentido, que es diferente. Por eso, quiero manifestar públicamente mis lágrimas, mi quedarme mudo, en el silencio de mi llanto, cuando me enteré. Con toda la esperanza, sí, de que lo veré junto a Dios, y con todo el dolor de no encontrarme nunca más con él, en mi querida Guatemala, con en JuanRo de la carne y los huesos de este mundo.
Juan Roberto fue un amigo entrañable. Con él compartí inolvidables períodos académicos en la Facultad de Economía de la UFM, y él fue parte importante de quienes hicieron de esos primeros viajes allí una de mis más importantes experiencias educativas.
Hablar de su bondad es decir poco. Decir que era un caballero, un amigo fiel, una sonrisa siempre dispuesta, un entusiasmo por la vida extraordinario, es decir poco. Todo ello ha sido destacado en estos días por todos sus amigos, pero sabe a poco, no por la poca profundidad de las palabras de sus amigos, sino porque revela una vez más la finitud de las palabras, de los textos, al lado de aspectos humanos de la existencia que, como diríamos en epistemología, son relativamente inconmensurables. Sólo cabe agregar que tenía un grado especial de santidad, perceptible desde la Fe. Una Fe, por otro lado, que le había sido dada en abundancia, y articulaba el eje central de su vida, sin altisonancias.
Pero hay un aspecto que yo quisiera particularmente destacar: su visión intelectual. El vio desde un principio, en un instante, la articulación, la no contradicción, entre el liberalismo clásico, como limitación al poder, y la Doctrina Social de la Iglesia. Lo vio con una claridad que le daba al mismo tiempo el conocimiento de la relevancia del tema. Y cuando digo “lo vio”, lo digo expresamente, porque el intelecto es fundamentalmente ese “ver”, ese ver que puede ser falible, si, y por eso todos nosotros corremos los riesgos de defender “lo visto” y exponernos a la crítica.
Fue la voluntad de Dios que él no tuviera tiempo, casi, de escribirlo. Pero yo, como testigo silente de su enorme capacidad intelectual, quiero dar testimonio, en este homenaje, de la profundidad y claridad de su visión, de la que pude ser testigo en conversaciones personales, durante muchos años, en esos extrañados momentos de paz y bondad que era encontrarse con él, sencillamente, a conversar.
La muerte es uno de los temas fundamentales de la filosofía y de mi reflexión filosófica. Una muerte como límite de lo humano y como encuentro con Dios. Pero, precisamente por ello, una muerte que no anestesia su dolor, sino que tiene sentido, que es diferente. Por eso, quiero manifestar públicamente mis lágrimas, mi quedarme mudo, en el silencio de mi llanto, cuando me enteré. Con toda la esperanza, sí, de que lo veré junto a Dios, y con todo el dolor de no encontrarme nunca más con él, en mi querida Guatemala, con en JuanRo de la carne y los huesos de este mundo.
domingo, 17 de mayo de 2009
EL ORDEN NATURAL ME DESORDENÓ NATURALMENTE EL DEBATE :-))
Sí, fue una “consecuencia no intentada”, que según Hayek son la clave de los órdenes espontáneos, aunque las más de las veces, como ahora, fue un desorden espontáneo…. Aunque de consecuencias positivas.
Yo no pensaba, cuando escribí sobre el orden natural en Santo Tomás, en términos aristotélicos-ptolemaicos. Como epistemólogo, pensaba obviamente en conjeturas falibles, al estilo popperiano, sobre el universo, lo cual incluye abrirse a los debates sobre la evolución, el indeterminismo, etc., pero también, desde Santo Tomás de Aquino, pensaba en la no contradicción de todo ello con nociones metafísicas fundamentales que aparecen en Santo Tomás, tales como la contingencia, la casualidad (para el mundo físico) y el libre albedrío y la relación con el mal moral (mundo humano), todo ello compatible, según él, con la providencia divina. O sea que lo que quise resaltar es que Santo Tomás de Aquino es un teólogo que afirma la creación divina y su providencia de una manera tal que no sólo, en su tiempo, le posibilitó la razonabilidad del misterio de la relación entre la libertad humana y la providencia divina, sino que ahora nos proporciona elementos de diálogo (en relación al mundo físico) con el “azar y la necesidad”, el indeterminismo, el evolucionismo, dado que todo ello podría estar comprendido perfectamente en la creación y providencia de Dios. No es poca cosa.
Pero quise decir algo más. Lo que digo puede sonar novedoso pero es bien conocido varios tomistas que el s. XX se dedicaron a la filosofía de la ciencia. Su herencia aristotélica los dejó con una sensibilidad especial para lo que al universo físico se refiere. Eso fue la clave para que en el Vaticano II muchos pudieran hablar de una autonomía relativa de las ciencias respecto al Dogma, dando por superados viejos debates y problemas. Pero lo que quise sugerir es que falta un paso: llevar el mismo espíritu a las ciencias sociales. Se puede hacer, pero falta mucho. Factores ideológicos, que influyen mucho precisamente en la presentación del “orden natural”, implican que las ciencias sociales sean sustituidas directamente por la ética social, como si no hubiera una fenomenología de los procesos humanos, no separada pero sí distinta a la ética social. Ese es uno de los programas de investigación que he estado desarrollando siempre, y al cual creo que Santo Tomás y el espíritu de su pensamiento puede dar decidido apoyo.
Los tiempos no están de mi lado, pero en realidad…. Sólo Dios, precisamente, sabe esas cosas. El ser humano, lo que puede hacer, es ir al límite de la pared de su tiempo, des-centrarse positivamente del círculo del horizonte de comprensión cultural de su tiempo, e ir al límite, y empujarlo, empujarlo… Es difícil, pero sólo posible por la re-configuración de los paradigmas teoréticos.
Yo no pensaba, cuando escribí sobre el orden natural en Santo Tomás, en términos aristotélicos-ptolemaicos. Como epistemólogo, pensaba obviamente en conjeturas falibles, al estilo popperiano, sobre el universo, lo cual incluye abrirse a los debates sobre la evolución, el indeterminismo, etc., pero también, desde Santo Tomás de Aquino, pensaba en la no contradicción de todo ello con nociones metafísicas fundamentales que aparecen en Santo Tomás, tales como la contingencia, la casualidad (para el mundo físico) y el libre albedrío y la relación con el mal moral (mundo humano), todo ello compatible, según él, con la providencia divina. O sea que lo que quise resaltar es que Santo Tomás de Aquino es un teólogo que afirma la creación divina y su providencia de una manera tal que no sólo, en su tiempo, le posibilitó la razonabilidad del misterio de la relación entre la libertad humana y la providencia divina, sino que ahora nos proporciona elementos de diálogo (en relación al mundo físico) con el “azar y la necesidad”, el indeterminismo, el evolucionismo, dado que todo ello podría estar comprendido perfectamente en la creación y providencia de Dios. No es poca cosa.
Pero quise decir algo más. Lo que digo puede sonar novedoso pero es bien conocido varios tomistas que el s. XX se dedicaron a la filosofía de la ciencia. Su herencia aristotélica los dejó con una sensibilidad especial para lo que al universo físico se refiere. Eso fue la clave para que en el Vaticano II muchos pudieran hablar de una autonomía relativa de las ciencias respecto al Dogma, dando por superados viejos debates y problemas. Pero lo que quise sugerir es que falta un paso: llevar el mismo espíritu a las ciencias sociales. Se puede hacer, pero falta mucho. Factores ideológicos, que influyen mucho precisamente en la presentación del “orden natural”, implican que las ciencias sociales sean sustituidas directamente por la ética social, como si no hubiera una fenomenología de los procesos humanos, no separada pero sí distinta a la ética social. Ese es uno de los programas de investigación que he estado desarrollando siempre, y al cual creo que Santo Tomás y el espíritu de su pensamiento puede dar decidido apoyo.
Los tiempos no están de mi lado, pero en realidad…. Sólo Dios, precisamente, sabe esas cosas. El ser humano, lo que puede hacer, es ir al límite de la pared de su tiempo, des-centrarse positivamente del círculo del horizonte de comprensión cultural de su tiempo, e ir al límite, y empujarlo, empujarlo… Es difícil, pero sólo posible por la re-configuración de los paradigmas teoréticos.
domingo, 10 de mayo de 2009
OTRA REFLEXIÓN SOBRE SANTO TOMÁS DE AQUINO
Les in-sisto (perdón) hoy con Santo Tomás de Aquino, reproduciendo un artículo que salió en La Escuela Austríaca en el s. XXI, (2009), nro. 13, publicación digital de www.hayek.org.ar, y que saldrá también en la página de Instituto Acton. Lo comparto con todos ustedes porque hay cosas que digo, creo, por primera vez: cuestiones de relaciones entre razón y fe, filosofía y teología, el tema político, la posible aplicación de una actitud muy propia de Tomás a las ciencias sociales de hoy, la exposición de su pensamiento sobre la base de dos estilos y una síntesis, y, de vuelta, qué podemos hacer con su pensamiento “hoy”. Es también una manera de explicar un modo propio, mío, de hacer filosofía, que deja extrañados a veces a amigos y a no tan amigos :-))
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Santo Tomás de Aquino nació en lo que hoy es Italia en el castillo de Roccasecca, perteneciente a la poderosa familia de los condes de Aquino. Hay relativo consenso sobre que nació en 1224 y murió en 1274. Fue educado en una abadía benedictina, dando desde pequeño signos evidentes de inteligencia y piedad. La familia planificaba un futuro brillante para el niñito Tomás, dentro de la carrera eclesiástica. Pero Tomás tenía otros planes. Se hace dominico, esto es, entra en la reciente orden fundada por Santo Domingo de Guzmán, dedicada al estudio y la predicación. La familia se opone porque, en aquella época, esta nueva orden religiosa, junto con la franciscana, era como una especie de izquierda de la Iglesia, que trataban de volver al auténtico espíritu del Evangelio en contra de la degeneración de las costumbres que se manifestaba sobre todo en esas carreras eclesiásticas como la que la familia quería para su pequeño. De allí una de las principales anécdotas, siempre contada: la familia encierra en su castillo al joven Tomás cuando éste manifiesta su voluntad de “irse” con los dominicos, e incluso intentan convencerlo con métodos no del todo ortodoxos. Pero Tomás no acepta nada, sigue en lo suyo y finalmente “cuenta la leyenda” que algunos hermanos, con la tolerancia de la madre, ayudan a Tomás a escapar del castillo en cuyas afueras lo esperaban esos misteriosos frailes vestidos de blanco. Fin de su carrera eclesiástica.
Dentro de la orden fue un estudiante aplicado aunque muy callado. Sus dotes religiosas e intelectuales no escaparon a su maestro, San Alberto Magno, quien era uno de los audaces introductores de la metafísica y antropología de Aristóteles, hasta entonces manejada sólo por los árabes. En 1256 es nombrado “Maestro de Teología” y enviado a París, ciudad que junto con Nápoles y Roma constituyen los centros de su enseñanza y vida universitaria.
Santo Tomás no leía Griego. Un amigo de la orden y experto helenista, Guillermo de Moerbeke, le traduce al latín sistemáticamente casi toda la obra de Aristóteles, que circulaba desperdigada en traducciones árabes, persas, etc. Tomás comenta sistemáticamente todas las obras de Aristóteles. Quien tuviera en sus manos uno solo de esos comentarios ya lo vería como la obra de toda una vida. Pero además de todos esos amplios y detallados comentarios –donde Santo Tomás “traduce” Aristóteles al cristianismo-, 12 en total, escribe 9 “Cuestiones Disputadas” (que eran las obras típicamente universitarias de la época), 11 Comentarios a las Escrituras, 14 de lo que hoy llamaríamos “artículos” (opúsculos, tratados), 5 consultas, 16 largas cartas, 7 obras litúrgicas y sermones, y 3 síntesis teológicas, por las cuales es más conocido. Una de estas es la famosa Suma Teológica, una obra larguísima, cuasi interminable; bien, de hecho quedó inconclusa (muere antes de terminarla). A ello hay que agregar todo lo demás, en un lapso de 30 años aproximadamente.
Santo Tomás es el gran sistematizador de la teología católica. Su estilo es analítico pero no escribe tratados como a los que estamos acostumbrados desde la modernidad. Sus obras son largas colecciones de problemas concretos, uno tras otro, con sus respuestas, sus objeciones y sus respuestas a las objeciones. Tiene en cuenta siempre la opinión de todos los teólogos católicos que le preceden pero también la de los teólogos árabes y judíos, sobre todo Avicena, Averroes y Maimónides. En sus obras universitarias es muy detallista en la exposición de todas las opiniones; en sus síntesis teológicas es más conciso. De hecho su Suma Teológica es un manual para estudiantes dominicos, y su Suma Contra Gentiles sería –no se sabe muy bien- un manual para frailes predicadores en tierras árabes. Ninguna de sus obras tiene esa neta diferencia entre filosofía y teología que se usa después. El distinguía entre las conclusiones que tenían como premisa mayor a una verdad revelada y las conclusiones cuya premisa mayor era una verdad “de razón”, pero las usa al mismo tiempo. No define in abstracto sino que va construyendo sus profusas distinciones en relación a cada problema concreto que va tratando. Distinguía entre “Sacra Doctrina”, y la filosofía, sí, que para él era sencillamente la obra de los antiguos, sobre todo Aristóteles, a quien llama “el filósofo” (así como a Averroes lo llama “el comentador”). Toda su vida estuvo dedicada al estudio, la enseñanza y sobre todo a su vocación como fraile y sacerdote dominico. Nunca ejerció ningún cargo de gobierno en la orden pero sí intervino activamente en los debates universitarios de la época, a veces por pedido de sus superiores. Sus comentarios de Aristóteles eran muy de avanzada para la época, lo cual le valió graves acusaciones de alejarse de la ortodoxia católica y de hecho una famosa condenación de ciertas proposiciones filosóficas, por parte del obispo de París, parecían tenerlo a él claramente como blanco. Su maestro San Alberto Magno, extraño caso de longevidad para la época, tuvo que salir en su defensa, ya muerto Santo Tomás de Aquino, en un famoso concilio.
La gran originalidad de Santo Tomás de Aquino radica en dos “estilos” y en una síntesis teológica. Los estilos a los que nos referimos son: a) la armonía razón/fe. Ni se le pasa por la cabeza que razón y fe puedan estar separados. Las distingue, precisamente, para que puedan trabajar juntas. El camina directamente con las dos, como sus dos piernas de su larga caminata intelectual. b) La clara incorporación, a todo tema y problema, del orden natural de las cosas. El hace teología incorporando totalmente a la biología y fisica de su tiempo, sobre todo a través de la síntesis aristotélica-ptolemaica. Eso puede ocasionar problemas al intérprete actual, sobre todo para distinguir lo ya caduco de ese paradigma de las cuestiones estrictamente teológicas, y además porque incorpora un juego de lenguaje aristotélico para hablar de cuestiones metafísicas que Aristóteles no tenía in mente en absoluto. Pero la ventaja de ello radica en esta enseñanza: toda la revelación cristiana y la vivencia de lo sobrenatural no sólo es compatible sino que debe ser acompañada por la visión del orden natural de las cosas, porque dicho orden natural es creación de Dios y no puede presentar la más mínima contradicción con la revelación. Eso vale para hoy, y pensemos si trasladáramos ello a las ciencias sociales que Santo Tomás no conoció.
Su síntesis teológica no sólo sistematiza en un corpus unitario todas las piezas sueltas anteriores (desde la patrística en adelante) sino que además une en una sola metafísica a Platón y a Aristóteles. Se podría decir que Tomás es sobre todo un agustinista que agrega a San Agustín toda la “técnica” filosófica de Aristóteles, que no es poco. Pero los temas centrales, el “núcleo central” de lo que Tomás está pensando, son cuestiones que a ningún filósofo antiguo se le pudieron haber ocurrido. Santo Tomás piensa en la creación, como dar el ser de la nada; en la Providencia, donde la infalibilidad del conocimiento divino es compatible con el libre albedrío, el mal, la casualidad y la contingencia. Todo ello, por supuesto, tratado analíticamente con argumentos que provienen tanto de la razón como de la revelación. Es un error ver a Santo Tomás como un comentarista a Aristóteles que “además” hablaba de esos otros temas. Es precisamente al revés: hablaba fundamentalmente de todo ello “junto con” un tratamiento analítico de la terminología aristotélica que le permitió sortear temas en los cuales sus otros colegas teólogos habían quedado tambaleantes. De ese modo la relación entre Dios y las criaturas, tema que en el catolicismo no puede ir ni para el panteísmo ni para el deísmo, Tomás lo trata desde la “participación” neoplatónica junto con el tratamiento de la analogía de Aristóteles. O en su antropología teológica, donde el ser humano es desde luego la criatura intelectual y libre cuyo fin último es Dios, junto con la unidad psiqui-soma que proviene de Aristóteles. Nadie había hecho nunca antes esas síntesis. Santo Tomás se pasa su vida entera uniendo piezas sueltas que estaban separadas y que parecían irreconciliables. Eso también es un estilo de su modo de hacer teología y lo que hoy llamaríamos “filosofía”.
En temas sociales, Santo Tomás no se sale de su época, y se pronuncia con menos claridad y mayores ambivalencias. Miro con simpatía el trabajo de algunos colegas que quien encontrar en él a la economía de mercado y la democracia liberal, pero, para ello, vayan directamente a Mises y Hayek. Si, es verdad que tiene un famoso pasaje donde parece adelantar la teoría subjetiva del valor, pero a su vez cuando toca los precios en la Suma, se pregunta si es lícito vender algo “por encima de lo que vale”. Si, es verdad que en la Suma Teológica tiene pasajes donde defiende el gobierno mixto, y en ese sentido “el elemento” democrático, pero en su anterior tratado sobre el gobierno de los príncipes tiene una clara defensa de la monarquía de su tiempo que los franquistas “de este tiempo” supieron aprovechar bien haciendo una ensalada hermenéutica digna de la peor filosofía. No hagamos nosotros lo mismo. Lo que Tomás tiene para ofrecernos, para los problemas actuales, son elementos de su metafísica y de su síntesis teológica/filosófica, que fueron utilizados para cuestiones de su tiempo pero que por su profundidad sirven también para el actual. Su distinción entre lo natural y lo Sobrenatural se traslada a una más precisa distinción entre teología, filosofía y ciencias. Su tratamiento de la ley natural puede ser hoy uno de los fundamentos de los derechos humanos. Su distinción entre la ley natural y la ley humana puede ser hoy uno de los fundamentos del derecho a la intimidad. Su distinción entre el poder eclesial y el poder secular del príncipe puede ser hoy fundamento de la distinción entre Iglesia y estado. Su tratamiento de la propiedad como precepto secundario de la ley natural da un fundamento utilitario a la propiedad compatible con las ventajas que actualmente le damos para el cálculo económico. Su distinción entre el acto concreto de concebir y lo concebido lo pone en línea con Frege, con la primera etapa de la fenomenología de Husserl y con el mundo 3 de Popper. Su tratamiento de la acción humana como libre e intencional lo pone directamente en línea con una fundamentación antropológica de la praxeología. Y así sucesivamente. O sea: no tenemos que buscar en él la superficie de los temas. Tenemos que ir al núcleo central de su síntesis teológica/filosófica y traerla para nuestro tiempo, con cuidado, teniendo en cuenta que estamos saltando 7 siglos en una montaña rusa que da una vuelta desde el Sacro Imperio Romano Germánico hasta el mundo actual.
Santo Tomás de Aquino fue, ante todo, un fraile dominico. La gracia de Dios le dio una inocencia “de niño” (uso las comillas para que los freudianos me entiendan) y una bondad que maravillaba a sus compañeros de orden y a sus familiares. Su poder de concentración era enorme; “se dice” que dictaba 3 obras al mismo tiempo a su fiel compañero de orden y “secretario”, Fray Reginaldo. No se sabe si al final de su vida tuvo una revelación divina, o un derrame cerebral o un golpe cuando iba a loma de burro o las tres cosas (¿qué importa?), el asunto es que repentinamente dejó de escribir, diciendo que todo lo escrito le parecía sencillamente nada. Meses después, murió. Se cuenta que preguntaba permanentemente: “¿Señor, he hablado bien de ti, he hablado bien de ti?”
Su pensamiento ha sido utilizado actualmente para muchas cosas, hasta para cualquier cosa. No hagamos nosotros lo mismo. Yo espero, Santo Tomás, haber hablado bien de ti.
Gabriel Zanotti
Febrero de 2009.
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Bibliografía: la bibliografía sobre Santo Tomás de Aquino, en cuanto a biografías, introducciones a su pensamiento y etc., es inabarcable. Voy a recomendar sólo tres obras. Por su cientificidad y rigor histórico, Weisheipl, J.A.: Tomás de Aquino, vida, obras y doctrina, Eunsa, Pamplona, 1994. Por su originalidad, Chesterton, G.K.: Santo Tomás de Aquino, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1986. Por su relación a su situación histórica concreta, Pieper, J.: Filosofía medieval y mundo moderno, Rialp, Madrid, 1973.
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Santo Tomás de Aquino nació en lo que hoy es Italia en el castillo de Roccasecca, perteneciente a la poderosa familia de los condes de Aquino. Hay relativo consenso sobre que nació en 1224 y murió en 1274. Fue educado en una abadía benedictina, dando desde pequeño signos evidentes de inteligencia y piedad. La familia planificaba un futuro brillante para el niñito Tomás, dentro de la carrera eclesiástica. Pero Tomás tenía otros planes. Se hace dominico, esto es, entra en la reciente orden fundada por Santo Domingo de Guzmán, dedicada al estudio y la predicación. La familia se opone porque, en aquella época, esta nueva orden religiosa, junto con la franciscana, era como una especie de izquierda de la Iglesia, que trataban de volver al auténtico espíritu del Evangelio en contra de la degeneración de las costumbres que se manifestaba sobre todo en esas carreras eclesiásticas como la que la familia quería para su pequeño. De allí una de las principales anécdotas, siempre contada: la familia encierra en su castillo al joven Tomás cuando éste manifiesta su voluntad de “irse” con los dominicos, e incluso intentan convencerlo con métodos no del todo ortodoxos. Pero Tomás no acepta nada, sigue en lo suyo y finalmente “cuenta la leyenda” que algunos hermanos, con la tolerancia de la madre, ayudan a Tomás a escapar del castillo en cuyas afueras lo esperaban esos misteriosos frailes vestidos de blanco. Fin de su carrera eclesiástica.
Dentro de la orden fue un estudiante aplicado aunque muy callado. Sus dotes religiosas e intelectuales no escaparon a su maestro, San Alberto Magno, quien era uno de los audaces introductores de la metafísica y antropología de Aristóteles, hasta entonces manejada sólo por los árabes. En 1256 es nombrado “Maestro de Teología” y enviado a París, ciudad que junto con Nápoles y Roma constituyen los centros de su enseñanza y vida universitaria.
Santo Tomás no leía Griego. Un amigo de la orden y experto helenista, Guillermo de Moerbeke, le traduce al latín sistemáticamente casi toda la obra de Aristóteles, que circulaba desperdigada en traducciones árabes, persas, etc. Tomás comenta sistemáticamente todas las obras de Aristóteles. Quien tuviera en sus manos uno solo de esos comentarios ya lo vería como la obra de toda una vida. Pero además de todos esos amplios y detallados comentarios –donde Santo Tomás “traduce” Aristóteles al cristianismo-, 12 en total, escribe 9 “Cuestiones Disputadas” (que eran las obras típicamente universitarias de la época), 11 Comentarios a las Escrituras, 14 de lo que hoy llamaríamos “artículos” (opúsculos, tratados), 5 consultas, 16 largas cartas, 7 obras litúrgicas y sermones, y 3 síntesis teológicas, por las cuales es más conocido. Una de estas es la famosa Suma Teológica, una obra larguísima, cuasi interminable; bien, de hecho quedó inconclusa (muere antes de terminarla). A ello hay que agregar todo lo demás, en un lapso de 30 años aproximadamente.
Santo Tomás es el gran sistematizador de la teología católica. Su estilo es analítico pero no escribe tratados como a los que estamos acostumbrados desde la modernidad. Sus obras son largas colecciones de problemas concretos, uno tras otro, con sus respuestas, sus objeciones y sus respuestas a las objeciones. Tiene en cuenta siempre la opinión de todos los teólogos católicos que le preceden pero también la de los teólogos árabes y judíos, sobre todo Avicena, Averroes y Maimónides. En sus obras universitarias es muy detallista en la exposición de todas las opiniones; en sus síntesis teológicas es más conciso. De hecho su Suma Teológica es un manual para estudiantes dominicos, y su Suma Contra Gentiles sería –no se sabe muy bien- un manual para frailes predicadores en tierras árabes. Ninguna de sus obras tiene esa neta diferencia entre filosofía y teología que se usa después. El distinguía entre las conclusiones que tenían como premisa mayor a una verdad revelada y las conclusiones cuya premisa mayor era una verdad “de razón”, pero las usa al mismo tiempo. No define in abstracto sino que va construyendo sus profusas distinciones en relación a cada problema concreto que va tratando. Distinguía entre “Sacra Doctrina”, y la filosofía, sí, que para él era sencillamente la obra de los antiguos, sobre todo Aristóteles, a quien llama “el filósofo” (así como a Averroes lo llama “el comentador”). Toda su vida estuvo dedicada al estudio, la enseñanza y sobre todo a su vocación como fraile y sacerdote dominico. Nunca ejerció ningún cargo de gobierno en la orden pero sí intervino activamente en los debates universitarios de la época, a veces por pedido de sus superiores. Sus comentarios de Aristóteles eran muy de avanzada para la época, lo cual le valió graves acusaciones de alejarse de la ortodoxia católica y de hecho una famosa condenación de ciertas proposiciones filosóficas, por parte del obispo de París, parecían tenerlo a él claramente como blanco. Su maestro San Alberto Magno, extraño caso de longevidad para la época, tuvo que salir en su defensa, ya muerto Santo Tomás de Aquino, en un famoso concilio.
La gran originalidad de Santo Tomás de Aquino radica en dos “estilos” y en una síntesis teológica. Los estilos a los que nos referimos son: a) la armonía razón/fe. Ni se le pasa por la cabeza que razón y fe puedan estar separados. Las distingue, precisamente, para que puedan trabajar juntas. El camina directamente con las dos, como sus dos piernas de su larga caminata intelectual. b) La clara incorporación, a todo tema y problema, del orden natural de las cosas. El hace teología incorporando totalmente a la biología y fisica de su tiempo, sobre todo a través de la síntesis aristotélica-ptolemaica. Eso puede ocasionar problemas al intérprete actual, sobre todo para distinguir lo ya caduco de ese paradigma de las cuestiones estrictamente teológicas, y además porque incorpora un juego de lenguaje aristotélico para hablar de cuestiones metafísicas que Aristóteles no tenía in mente en absoluto. Pero la ventaja de ello radica en esta enseñanza: toda la revelación cristiana y la vivencia de lo sobrenatural no sólo es compatible sino que debe ser acompañada por la visión del orden natural de las cosas, porque dicho orden natural es creación de Dios y no puede presentar la más mínima contradicción con la revelación. Eso vale para hoy, y pensemos si trasladáramos ello a las ciencias sociales que Santo Tomás no conoció.
Su síntesis teológica no sólo sistematiza en un corpus unitario todas las piezas sueltas anteriores (desde la patrística en adelante) sino que además une en una sola metafísica a Platón y a Aristóteles. Se podría decir que Tomás es sobre todo un agustinista que agrega a San Agustín toda la “técnica” filosófica de Aristóteles, que no es poco. Pero los temas centrales, el “núcleo central” de lo que Tomás está pensando, son cuestiones que a ningún filósofo antiguo se le pudieron haber ocurrido. Santo Tomás piensa en la creación, como dar el ser de la nada; en la Providencia, donde la infalibilidad del conocimiento divino es compatible con el libre albedrío, el mal, la casualidad y la contingencia. Todo ello, por supuesto, tratado analíticamente con argumentos que provienen tanto de la razón como de la revelación. Es un error ver a Santo Tomás como un comentarista a Aristóteles que “además” hablaba de esos otros temas. Es precisamente al revés: hablaba fundamentalmente de todo ello “junto con” un tratamiento analítico de la terminología aristotélica que le permitió sortear temas en los cuales sus otros colegas teólogos habían quedado tambaleantes. De ese modo la relación entre Dios y las criaturas, tema que en el catolicismo no puede ir ni para el panteísmo ni para el deísmo, Tomás lo trata desde la “participación” neoplatónica junto con el tratamiento de la analogía de Aristóteles. O en su antropología teológica, donde el ser humano es desde luego la criatura intelectual y libre cuyo fin último es Dios, junto con la unidad psiqui-soma que proviene de Aristóteles. Nadie había hecho nunca antes esas síntesis. Santo Tomás se pasa su vida entera uniendo piezas sueltas que estaban separadas y que parecían irreconciliables. Eso también es un estilo de su modo de hacer teología y lo que hoy llamaríamos “filosofía”.
En temas sociales, Santo Tomás no se sale de su época, y se pronuncia con menos claridad y mayores ambivalencias. Miro con simpatía el trabajo de algunos colegas que quien encontrar en él a la economía de mercado y la democracia liberal, pero, para ello, vayan directamente a Mises y Hayek. Si, es verdad que tiene un famoso pasaje donde parece adelantar la teoría subjetiva del valor, pero a su vez cuando toca los precios en la Suma, se pregunta si es lícito vender algo “por encima de lo que vale”. Si, es verdad que en la Suma Teológica tiene pasajes donde defiende el gobierno mixto, y en ese sentido “el elemento” democrático, pero en su anterior tratado sobre el gobierno de los príncipes tiene una clara defensa de la monarquía de su tiempo que los franquistas “de este tiempo” supieron aprovechar bien haciendo una ensalada hermenéutica digna de la peor filosofía. No hagamos nosotros lo mismo. Lo que Tomás tiene para ofrecernos, para los problemas actuales, son elementos de su metafísica y de su síntesis teológica/filosófica, que fueron utilizados para cuestiones de su tiempo pero que por su profundidad sirven también para el actual. Su distinción entre lo natural y lo Sobrenatural se traslada a una más precisa distinción entre teología, filosofía y ciencias. Su tratamiento de la ley natural puede ser hoy uno de los fundamentos de los derechos humanos. Su distinción entre la ley natural y la ley humana puede ser hoy uno de los fundamentos del derecho a la intimidad. Su distinción entre el poder eclesial y el poder secular del príncipe puede ser hoy fundamento de la distinción entre Iglesia y estado. Su tratamiento de la propiedad como precepto secundario de la ley natural da un fundamento utilitario a la propiedad compatible con las ventajas que actualmente le damos para el cálculo económico. Su distinción entre el acto concreto de concebir y lo concebido lo pone en línea con Frege, con la primera etapa de la fenomenología de Husserl y con el mundo 3 de Popper. Su tratamiento de la acción humana como libre e intencional lo pone directamente en línea con una fundamentación antropológica de la praxeología. Y así sucesivamente. O sea: no tenemos que buscar en él la superficie de los temas. Tenemos que ir al núcleo central de su síntesis teológica/filosófica y traerla para nuestro tiempo, con cuidado, teniendo en cuenta que estamos saltando 7 siglos en una montaña rusa que da una vuelta desde el Sacro Imperio Romano Germánico hasta el mundo actual.
Santo Tomás de Aquino fue, ante todo, un fraile dominico. La gracia de Dios le dio una inocencia “de niño” (uso las comillas para que los freudianos me entiendan) y una bondad que maravillaba a sus compañeros de orden y a sus familiares. Su poder de concentración era enorme; “se dice” que dictaba 3 obras al mismo tiempo a su fiel compañero de orden y “secretario”, Fray Reginaldo. No se sabe si al final de su vida tuvo una revelación divina, o un derrame cerebral o un golpe cuando iba a loma de burro o las tres cosas (¿qué importa?), el asunto es que repentinamente dejó de escribir, diciendo que todo lo escrito le parecía sencillamente nada. Meses después, murió. Se cuenta que preguntaba permanentemente: “¿Señor, he hablado bien de ti, he hablado bien de ti?”
Su pensamiento ha sido utilizado actualmente para muchas cosas, hasta para cualquier cosa. No hagamos nosotros lo mismo. Yo espero, Santo Tomás, haber hablado bien de ti.
Gabriel Zanotti
Febrero de 2009.
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Bibliografía: la bibliografía sobre Santo Tomás de Aquino, en cuanto a biografías, introducciones a su pensamiento y etc., es inabarcable. Voy a recomendar sólo tres obras. Por su cientificidad y rigor histórico, Weisheipl, J.A.: Tomás de Aquino, vida, obras y doctrina, Eunsa, Pamplona, 1994. Por su originalidad, Chesterton, G.K.: Santo Tomás de Aquino, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1986. Por su relación a su situación histórica concreta, Pieper, J.: Filosofía medieval y mundo moderno, Rialp, Madrid, 1973.
domingo, 3 de mayo de 2009
LOS LÍMITES DEL LENGUAJE Y DEL DIÁLOGO
Toda mi vida he practicado el diálogo y he escrito sobre él. Bueno, he tenido mis malos días, como todos. Muchas veces no he dialogado cuando debía, muchas veces no he comprendido al otro, y, además, a veces he tenido que dejar de dialogar en defensa propia. Pero sin embargo puedo afirmar que el diálogo es uno de los ejes de mi existencia, muy criticado (o criticada) por aquellos que creen que diálogo es incompatible con la verdad.
Pero esta vivencia del diálogo me ha llevado, últimamente, a darme cuenta de sus límites. Cuidado, no es una renuncia ni una claudicación, casi al contrario, es una re-afirmación, porque no se puede practicar lo irreal.
Mis colegas, por ejemplo, tienen una fascinación por las notas al pie. No sólo porque eso les, nos, permiten publicar esas cosas en el publish or perish, sino porque creo que las suponen análogas a los datos de las ciencias naturales, que obviamente son también una ilusión. Creen que citado el texto, terminado el debate, “se demuestra lo que el autor quiere decir”, y el debate se hace peor si del otro lado hay otra ametralladora de citas y así ad infinitum. Por algo dijo Gadamer que las citas no prueban nada. ¿Quieren la cita? :-))
Tuve una experiencia especialmente delicada una vez que un discípulo brillante me preguntó algo, yo le respondí, y él me dijo que no le había respondido. Yo insistí: ya sé que no estás de acuerdo, pero te respondí. No, no le había respondido, porque no era la respuesta que él esperaba. Impresionante.
Hace poco me pidieron participar en un blog. No tenía muchas ganas pero lo hice, para defender a un amigo. Dije “tal cosa”, y que tal cosa estaba demostrada en mi tesis de doctorado, y obviamente invité a su lectura para que me pudieran refutar si querían. Pero no: mi contra-opinante sostuvo que yo no le había respondido, a lo cual yo respondí que sí, que había respondido, con la salvedad de que una tesis no se puede resumir en un blog. Al menos en mi humilde opinión. Pero obviamente del otro lado siguieron esperando que yo sintetizara toda mi tesis en 20 renglones, y que si no, “no respondía”.
O para dar otros ejemplos, esos debates interminables entre miembros del mismo paradigma. Como los tomistas que han debatido ad infinitum sobre el constitutivo formal de la sustancia, o los actuales austríacos que se siguen matando ad infinitum sobre 100% de reserva o sistema fraccionario. Y todo con acusaciones mutuas de heterodoxia, de “infidelidad” a un supuesto sistema de pensamiento o a un supuesto gran autor. ¿No será que no advierten que hay algo, complejo, que no puede ser “concluído” por una supuesta precisión de un humano discurso? ¿No será que hay un hablar de tal modo que dejemos siempre abiertas al infinito nuestras humanas y razonables certezas? ¿No será que ese infinito es Dios?
Y líbrate Dios de las llamas del infierno si llegas a decir que no puedes o no tienes tiempo o no te llegó el momento vital de leer a tal autor que, para el que te recomienda leerlo, es desde luego “el” autor. ¡Ah, es que estás cerrado a la verdad!!!!!!!!
Todas estas experiencias me han llevado a cierto escepticismo sobre las posibilidades del lenguaje, de los relatos, discursos y del diálogo, o mejor dicho, más que escepticismo, conciencia de sus límites. ¿Qué es un texto sin contexto? Ya sabemos que casi nada. ¿Y qué es el contexto? Es un misterio, tan fascinante como lapidario. ¿Qué es el contexto que lleva a la mutua comprensión? Es una mirada, es una escucha, es un abrazo, es un silencio, es una actitud, es transferencia, es cualquier cosa excepto un texto. Y lo mismo, todo ello, todo ello tan humano es lo que lleva a no comprenderse. Y no hay texto que lo resuelva.
Así que Wittgenstein tenía razón. De lo que no se puede hablar, mejor callar. O, mejor, hablar de otro modo. ¿De qué modo? No lo sé muy bien, o ya lo dije, o no vale la pena decir más. ¿Cómo puedo, además, seguir hablando de esto? ¿Qué texto puede suplir el contexto al que me refiero? Claro, cualquier cosa puede ser “texto”… Persona, acción…. ¿Acaso la creación no es el texto de Dios?
Dentro de poco, para que vean que no me he vuelto escéptico, saldrá un “texto” mío donde hablo de esas cosas que para los neopositivistas no tienen sentido. Pero no tendrá, esta vez, de mi parte, ninguna explicación del contexto para entender el texto. Hay mensajes muy importantes que están en el texto pero no están explícitos. Para los que quieran/puedan leer el contexto, toda aclaración será innecesaria. Para los que no, toda aclaración será insuficiente.
Yo, obviamente, seguiré hablando, pero el silencio, oh divino silencio, será insustituíble.
Pero esta vivencia del diálogo me ha llevado, últimamente, a darme cuenta de sus límites. Cuidado, no es una renuncia ni una claudicación, casi al contrario, es una re-afirmación, porque no se puede practicar lo irreal.
Mis colegas, por ejemplo, tienen una fascinación por las notas al pie. No sólo porque eso les, nos, permiten publicar esas cosas en el publish or perish, sino porque creo que las suponen análogas a los datos de las ciencias naturales, que obviamente son también una ilusión. Creen que citado el texto, terminado el debate, “se demuestra lo que el autor quiere decir”, y el debate se hace peor si del otro lado hay otra ametralladora de citas y así ad infinitum. Por algo dijo Gadamer que las citas no prueban nada. ¿Quieren la cita? :-))
Tuve una experiencia especialmente delicada una vez que un discípulo brillante me preguntó algo, yo le respondí, y él me dijo que no le había respondido. Yo insistí: ya sé que no estás de acuerdo, pero te respondí. No, no le había respondido, porque no era la respuesta que él esperaba. Impresionante.
Hace poco me pidieron participar en un blog. No tenía muchas ganas pero lo hice, para defender a un amigo. Dije “tal cosa”, y que tal cosa estaba demostrada en mi tesis de doctorado, y obviamente invité a su lectura para que me pudieran refutar si querían. Pero no: mi contra-opinante sostuvo que yo no le había respondido, a lo cual yo respondí que sí, que había respondido, con la salvedad de que una tesis no se puede resumir en un blog. Al menos en mi humilde opinión. Pero obviamente del otro lado siguieron esperando que yo sintetizara toda mi tesis en 20 renglones, y que si no, “no respondía”.
O para dar otros ejemplos, esos debates interminables entre miembros del mismo paradigma. Como los tomistas que han debatido ad infinitum sobre el constitutivo formal de la sustancia, o los actuales austríacos que se siguen matando ad infinitum sobre 100% de reserva o sistema fraccionario. Y todo con acusaciones mutuas de heterodoxia, de “infidelidad” a un supuesto sistema de pensamiento o a un supuesto gran autor. ¿No será que no advierten que hay algo, complejo, que no puede ser “concluído” por una supuesta precisión de un humano discurso? ¿No será que hay un hablar de tal modo que dejemos siempre abiertas al infinito nuestras humanas y razonables certezas? ¿No será que ese infinito es Dios?
Y líbrate Dios de las llamas del infierno si llegas a decir que no puedes o no tienes tiempo o no te llegó el momento vital de leer a tal autor que, para el que te recomienda leerlo, es desde luego “el” autor. ¡Ah, es que estás cerrado a la verdad!!!!!!!!
Todas estas experiencias me han llevado a cierto escepticismo sobre las posibilidades del lenguaje, de los relatos, discursos y del diálogo, o mejor dicho, más que escepticismo, conciencia de sus límites. ¿Qué es un texto sin contexto? Ya sabemos que casi nada. ¿Y qué es el contexto? Es un misterio, tan fascinante como lapidario. ¿Qué es el contexto que lleva a la mutua comprensión? Es una mirada, es una escucha, es un abrazo, es un silencio, es una actitud, es transferencia, es cualquier cosa excepto un texto. Y lo mismo, todo ello, todo ello tan humano es lo que lleva a no comprenderse. Y no hay texto que lo resuelva.
Así que Wittgenstein tenía razón. De lo que no se puede hablar, mejor callar. O, mejor, hablar de otro modo. ¿De qué modo? No lo sé muy bien, o ya lo dije, o no vale la pena decir más. ¿Cómo puedo, además, seguir hablando de esto? ¿Qué texto puede suplir el contexto al que me refiero? Claro, cualquier cosa puede ser “texto”… Persona, acción…. ¿Acaso la creación no es el texto de Dios?
Dentro de poco, para que vean que no me he vuelto escéptico, saldrá un “texto” mío donde hablo de esas cosas que para los neopositivistas no tienen sentido. Pero no tendrá, esta vez, de mi parte, ninguna explicación del contexto para entender el texto. Hay mensajes muy importantes que están en el texto pero no están explícitos. Para los que quieran/puedan leer el contexto, toda aclaración será innecesaria. Para los que no, toda aclaración será insuficiente.
Yo, obviamente, seguiré hablando, pero el silencio, oh divino silencio, será insustituíble.