El Jueves 14 de este mes, en un trágico accidente, murió Juan Roberto Brenes, junto con Claudia de Araneda, Rafael Araneda y Helmut Wintzer. Sin olvidar de ninguna manera a Claudia, a su esposo Rafael y a Helmut, quisiera hoy referirme a JuanRo.
Juan Roberto fue un amigo entrañable. Con él compartí inolvidables períodos académicos en la Facultad de Economía de la UFM, y él fue parte importante de quienes hicieron de esos primeros viajes allí una de mis más importantes experiencias educativas.
Hablar de su bondad es decir poco. Decir que era un caballero, un amigo fiel, una sonrisa siempre dispuesta, un entusiasmo por la vida extraordinario, es decir poco. Todo ello ha sido destacado en estos días por todos sus amigos, pero sabe a poco, no por la poca profundidad de las palabras de sus amigos, sino porque revela una vez más la finitud de las palabras, de los textos, al lado de aspectos humanos de la existencia que, como diríamos en epistemología, son relativamente inconmensurables. Sólo cabe agregar que tenía un grado especial de santidad, perceptible desde la Fe. Una Fe, por otro lado, que le había sido dada en abundancia, y articulaba el eje central de su vida, sin altisonancias.
Pero hay un aspecto que yo quisiera particularmente destacar: su visión intelectual. El vio desde un principio, en un instante, la articulación, la no contradicción, entre el liberalismo clásico, como limitación al poder, y la Doctrina Social de la Iglesia. Lo vio con una claridad que le daba al mismo tiempo el conocimiento de la relevancia del tema. Y cuando digo “lo vio”, lo digo expresamente, porque el intelecto es fundamentalmente ese “ver”, ese ver que puede ser falible, si, y por eso todos nosotros corremos los riesgos de defender “lo visto” y exponernos a la crítica.
Fue la voluntad de Dios que él no tuviera tiempo, casi, de escribirlo. Pero yo, como testigo silente de su enorme capacidad intelectual, quiero dar testimonio, en este homenaje, de la profundidad y claridad de su visión, de la que pude ser testigo en conversaciones personales, durante muchos años, en esos extrañados momentos de paz y bondad que era encontrarse con él, sencillamente, a conversar.
La muerte es uno de los temas fundamentales de la filosofía y de mi reflexión filosófica. Una muerte como límite de lo humano y como encuentro con Dios. Pero, precisamente por ello, una muerte que no anestesia su dolor, sino que tiene sentido, que es diferente. Por eso, quiero manifestar públicamente mis lágrimas, mi quedarme mudo, en el silencio de mi llanto, cuando me enteré. Con toda la esperanza, sí, de que lo veré junto a Dios, y con todo el dolor de no encontrarme nunca más con él, en mi querida Guatemala, con en JuanRo de la carne y los huesos de este mundo.
Gracias Gabriel,efectivamente las palabras se quedan muy cortas, pero en tu caso has logrado "expander" su capacidad para tratar de expresar esa visión de JuanRo. La impresión ha sido enorme. Parece mentira que después de casi 10 años de no tener una conversación como la que describes, la herida y el dolor sea tan grande. De donde compruebo que sus palabras, su cariño, su sonrisa y sus oraciones dejaron una huella profunda y permanente en la vida de los que le tratamos.
ResponderEliminarQue sepamos perpetuar su legado, que sepamos poner por obra su ejemplo, que los que le debemos algo a JuanRo, sepamos pagar con obras y de verdad, con generosidad.
Si alguno siente o mejor dicho "ve" utilidad en dejar algo en el Blog que levanté en honor a este amigo-hermando, visitelo http://herenciadejuanro.blogspot.com/
Muchas gracias, Dr. Zanotti. Es consolador y a la vez muy estimulante ver que tantas otras personas -y personas de talla como la de usted- también han sabido reconocer el valiosísimo legado humano e intelectual de JuanRo. Consolador, porque nos une y nos hermana en el saber que JuanRo con sus enseñanzas dejó huella, y estimulante, porque nos hace más concientes del deber y responsabilidad que tenemos por haber tenido acceso a esas enseñanzas y ejemplo. Nuevamente, gracias.
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