¿Cómo llegó ahí? ¿Cómo sobrevivió a todas los avatares a los que no sobreviven las cosas que nos importan?
¿Cómo sobrevivió a las mudanzas? Se lo tiene que haber dado mi abuelo Vicente a mi madre, o sea que pasó de la casa de mi abuelo en San Telmo a la casa de Carlos Calvo, de allí fue a Ituzaingó, y de allí fue a Tacuarí, y de allí llegó..... A mi cajoncito de las cosas gloriosamete inútiles (como este texto), de esas que se resisten al minimalisnmo y al desprendimiento.....
¿De quién fue por primera vez? ¿De mi abuelo? ¿De qué relojería salió? ¿Cómo llegó a esa relojería? ¿Qué pensaba mi abuelo cuando lo compró?
¿Cuántas y qué conversaciones escuchó ese reloj? ¿Cuántas veces calmó ansiedades o advirtió irreparables olvidos?
Un reloj que no sólo mide el tiempo, sino que tiene tiempo. Un reloj que es un símbolo del tiempo, de un tiempo que nos sobrepasa y nos supera. Yo ahora trataré de cuidarlo, bajo las protestas de que hay que desprenderse de las cosas, pero, ¿no lo perderé? Y si no lo pierdo, ¿me sobrevivirá? ¿Cuál será su final? ¿En que trasto de cosas viejas terminará, dónde será finalmente tirado, dónde será finalmente aplastado o fundido, sin que nadie le de las gracias?
¿Y si el reloj tuviera conciencia de que de algún modo lo amo y lo admiro? ¿Qué me diría? ¿Marcaría la hora mejor o peor? Si un reloj pudiera ofenderse, ¿qué pasaría con el tiempo? Y si el tiempo pudiera enojarse, ¿se iría, molesto? ¿Nos quedaríamos sin tiempo?
Aquí sigue, delante mío, marcando la hora. Su segundero sigue imperturvable. ¿Me estará mirando? ¿Me estará midiendo?
¿Y si dejara de funcionar? Estamos hablando de un mecanismo que funciona tal vez desde principios del 1910 o 1920. ¿Por qué seguirá funcionando, ante tantas cosas que se descomponen? Pero si dejara de funcionar, ¿no lo guardaré de vuelta en ese cajón? ¿Y hasta cuándo estará allí?
Cuántas preguntas. Y así con todo.......... Lo pequeño nos sobrepasa. Lo pequeño tiene un tiempo inconmensurable. Nos supera; también los seres vivos pequeños sufren de nuestro desdén e indiferencia.
Bueno reloj, por ahora vivirás conmigo.
No es mucho, pero es todo lo que tengo.
Así es, ya lo dijo de otra forma tu amigo Tomás de Aquino: hasta "lo pequeño nos sobrepasa"...
ResponderEliminarEl reloj misterioso me recordó un pequeño texto de Cortázar que quizás conozcas y que está en las antípodas de lo que escribís: ni siquiera la reducción del objeto a útil, sino del ser humano a útil del reloj.
ResponderEliminarPreámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno
florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente
el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque
es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente
ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo.
Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un
nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es
tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito
desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle
cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo
un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas
de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico.
Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga
al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una
marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj
con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te
ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
Cortázar, J. (1995), Historias de Cronopios y de Famas, Alfaguara, Buenos
Aires, p. 13.