Había pensado en inmolarme nuevamente y especificar una por una las razones por las cuales Trump era un mal menor que Harris, pero ante las últimas declaraciones de Trump, ya no sé si es una batalla que valga la pena.
Trump habría dicho ayer
que los peores enemigos de los EEUU son los internos y que a ellos había que
enviar la Guardia Nacional o el Ejército. Utilizo el potencial porque soy consciente
del problema del contexto.
Se podría decir, irónicamente,
que Trump dice abiertamente lo que los demócratas hacen sin decirlo, pero ya ni
las ironías caben.
Todos saben que Trump
emerge en el panorama político de los EEUU por una crisis de dirigencia del
Partido Republicano.
Aún los mejores
candidatos que compitieron en las internas contra Trump, allá por el 2015,
tenían la sonrisa dibujada y la marca de la burocracia de Washington en sus
rostros.
Trump no, pero, ¿a qué
precio?
Desde el debate con
Harris, con un Trump totalmente a la defensiva, sin ir a los problemas de
fondo, el diagnóstico fue obvio: no está a la altura de las circunstancias. Tal
vez nunca lo estuvo, pero las circunstancias se agravaron, precisamente. Creo
que nadie termina de comprender el grado de degradación moral de los demócratas
y sus prácticas totalitarias, ante lo cual sólo un nuevo tipo de liderazgo
hubiera podido salvar a los EEUU de su lamentable declinación.
Un EEUU que fue
concebido, precisamente, contra la perversión de los poderes humanos. Un EEUU
que quiso basarse en la fortaleza de las instituciones y no en los liderazgos fuertes.
Un experimento que, tal vez -eterno debate- nunca funcionó.
Pero es a esas instituciones
a las que hay que volver en el relato. La Constitución de los EEUU, el Bill
of Rights, la Declaración de Independencia, explicar su sentido, defender
todo ello de la cultura woke: he allí lo que hubiera debido ser el eje central
de una campaña que nunca fue.
La declinación institucional
de los EEUU, la pobreza y miseria intelectual de sus colleges, la falta de
altura moral de sus dirigentes, es una pena profundísima para los que amamos la
libertad. Tal vez una nueva muestra de que la lucha por la libertad debe verse
desde una Teología de la Historia donde la Historia es la Historia de Caín, con
un Abel que sólo muy de vez en cuando logra levantarse. Uno de esos momentos
fue, precisamente, la Declaración de Independencia de 1776. Esa que Martin
Luther King llamó a prevalecer en su discurso del 63. Esa que fue tal vez
demasiado buena para ser verdad, esa que nació en medio del drama de la
esclavitud, mancha de la cual nunca pareció reponerse.
Gane quien gane en Noviembre,
no sé qué tiene que pasar para que EEUU salga de su letargo. Mientras tanto,
may God have mercy on us.
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