PUBLICADO EN CRITERIO, NOV/DIC 2023
1100
páginas, sin los apéndices y los índices. Esa es la extensión de las
aclaraciones y comentarios de Joseph Ratzinger al Vaticano II, publicados como
los tomos VII/1 y VII/2 de sus Obras
Completas.
Ninguna de las objeciones habitualmente hechas contra el Vaticano II desde
sectores tradicionalistas está sin responder. Coherentemente con su
hermenéutica de lo continuidad en lo esencial, y reforma en lo contingente,
todo está explicado desde allí: desde la Revelación y Eclesiología de Lumen gentium y Dei verbum, hasta la libertad religiosa en Dignitatis humanae, el diálogo con las religiones no cristianas en Nostra aetate, el ecumenismo en Unitatis redintegratio, las reformas
litúrgicas, el tema de la colegialidad, la famosa Nota explicativa previa, el famoso subsistit…… Y, por supuesto, largos comentarios a Gaudium et spes, el significado de
“mundo”, de aggiornamento….
No
he visto nunca ninguna referencia a estos dos tomos, cuya edición alemana es
del 2012, en los habituales críticos tradicionalistas (que abarcan una
diversidad de posiciones: desde los lefebvrianos moderados hasta los radicales,
los sedevacantistas, y católicos que sin negar al Vaticano II les piden
aclaraciones –que yo no niego que en los
tiempos actuales puedan ser pertinentes, no por defectos intrínsecos del
Vaticano II, sino por sus interpretaciones progresistas en total
dis-continuidad-). Pero que yo no las haya visto no quiere decir que no
existan. Se me pueden haber escapado muchas cosas.
La
relevancia de estos dos tomos en los tiempos actuales es absoluta. Hacia fines
del pontificado de Benedicto XVI, el diálogo con los sectores moderados del
lefebvrismo iba avanzando. Pero luego, por supuesto, todo se detuvo. Algunos
sostienen que las actuales crisis post-moderna en la Iglesia, esto es, una
interpretación del cristianismo en clara contradicción con el Catecismo de la
Iglesia Católica, se debe directamente al Vaticano II. Ratzinger es la clave
para comprender que ello no es así.
¿Es
la intención de este artículo resumir el contenido de estos dos tomos? Por
supuesto que no. Creo que ello sería entre imposible y contraproducente. Los
dos tomos ya son un resumen de la vida de Joseph Ratzinger como protagonista
del Vaticano II. Hay que leerlo con calma desde ese contexto y en relación a
todo el pensamiento de Ratzinger. Un resumen aún mayor haría pensar que el tema
es breve o que las respuestas pueden ser taxativas. Ello sería contrario no
sólo al espíritu del autor, sino a la importancia del tema. A los que
consideran que el Vaticano II es el origen de todos los males, habría que
decirles tolle lege. Conozco algunos
coherentes que sostienen que Ratzinger e incluso su magisterio como Benedicto
XVI está equivocado en estos temas. Bueno, que lo reiteren, pero si citan estos
textos sería mejor.
Pero
hay un tema, como filósofo, que querría comentar, y que creo que está en la
clave de todos estos temas teológicos, si es que la filosofía y la teología se
pueden separar en estos temas.
Lo
que está en juego en todo esto es la relación entre Catolicismo y Modernidad.
Porque, como el mismo Ratzinger aclara, en el Vaticano II la Iglesia no se
habla a sí misma, como fue necesario, históricamente, en Trento y en el
Vaticano I. Habla al mundo, y el “mundo” al que habla (que tampoco es “externo”
a la Iglesia, porque los laicos forman parte del mundo en sentido propio) es el
mundo moderno.
Pero,
¿qué es la Modernidad? Esa es la clave de la cuestión. Porque el contexto
histórico del Vaticano I es la segunda fase del pontificado de Pío IX, quien se
enfrenta, siguiendo a Gregorio XVI, a todo el mundo moderno, sin distinciones.
Porque lo que allí sucede es la NO distinción entre Modernidad e Iluminismo, carencia conceptual que padecen tanto los
católicos que se oponen a todo diálogo con el mundo moderno, como los no
creyentes que siguen pensando que la Iglesia está irremisiblemente unida a la
oscuridad de la irracionalidad, el fanatismo y la superstición.
Pero esos no creyentes son en realidad iluministas. La distinción entre
Modernidad e Iluminismo es esencial en dos autores: Augusto del Noce y
Francisco Leocata.
Ambos aclaran que la clave de un mundo post-medieval contradictorio con toda
trascendencia está en el libertinismo erudito. Leocata lo ha aclarado bien a lo
largo de toda su obra, pero especialmente en La vertiente bifurcada (op.cit), lo aclara muy bien: autores como
Montaigne, Charron, La Mothe Le Vayer, Naudé, etc.,
habrían tomado lo peor del escepticismo y el hedonismo de la filosofía antigua
para exponer una visión del hombre que sí se resume en una vida humana librada
a la arbitrariedad de sus pulsiones y por ende identificada con ese libertinaje
total, que aún hoy ciertos tradicionalistas atribuyen al “liberalismo”, citando
al famoso libro de Felix Sarda y Salvany, como
si todo ello se identificara con Locke, Montesquieu, Tocqueville, El
Federalista….
El
Iluminismo no es por ende la Modernidad. El Iluminismo se caracteriza por su
radical voluntad de inmanencia, al decir de Leocata. Eso es lo que lo aparta de toda
trascendencia cristiana, y se concentra en el ala radical de la Revolución
Francesa y en los autores más cientificistas de La Enciclopedia, como
D´Alambert, más moderadamente, y Diderot, más radicalmente.
Ese Iluminismo radical no es lo mismo que el más moderado de Kant, donde
aún se mantienen valores morales y preocupaciones ontológicas, en algo compatibles
con la escolástica anterior.
La
Modernidad, por ende, es otra cosa. Sintetizando al pensamiento de Leocata con
el de Ratzinger, la modernidad se caracteriza por lo siguiente. Primero, la
emergencia de la ciencia y de la técnica como un resultado del neoplatonismo
cristiano medieval, donde Dios es el autor de un mundo físico regido por una
matemática que es reflejo de la mente de Dios.
Ese era el pensamiento de Copérnico, Galileo, Copérnico y Newton, a lo cual se
agrega la autonomía de las causas segundas de Sto. Tomás, todo lo cual implica,
uno, la famosa autonomía relativa de lo temporal en las ciencias, y dos, una
noción de mundo sanamente secularizado y des-mitificado, totalmente compatible
ello con la idea de creación.
Segundo,
un replanteo de la relación entre príncipe secular e Iglesia, sobre todo a
partir de la des-clericalización llevada adelante por Francisco de Vitoria,
que toma elementos de Aristóteles y Santo Tomás en cuanto a que el bien común
temporal es causa eficiente principal en su propio ámbito. Ello lleva
coherentemente a la justa autonomía de lo temporal en materia social y a la
noción de sana laicidad, tan cara al pensamiento de Ratzinger.
Tres,
un replanteo de la dignidad humana como que todo ser humano está creado a
imagen y semejanza de Dios, pero llevado ello a las nuevas circunstancias del
descubrimiento de América y la consiguiente evangelización, que llevan a la
emergencia histórica de los derechos del súbdito ante el príncipe secular. Ese
es el fundamento católico de las libertades civiles y especialmente de la
libertad religiosa, cuya clarificación conceptual en la Iglesia es recién en
1965,
luego de largas aclaraciones necesarias por el enfrentamiento con laicismo de
la Revolución Francesa.
Todo
ello es la modernidad católica. Nada más ni nada menos.
Todo
ello pudo ser visto por Rosmini,
pero no por Pío IX. No es que la Quanta
cura esté equivocada: el problema es su rechazo radical al Iluminismo sin las aclaraciones pertinentes sobre
la Modernidad en lo político, que van surgiendo con León XIII, Pío XII y Juan
XXIII,
y se concretan, precisamente, en los documentos más controvertidos del Vaticano
II. Nostra aetate, Unitatis redintegratio, Gaudium et spes y Dignitatis humanae son
precisamente la modernidad católica. Es coherente que sean rechazados por los
sectores tradicionalistas que nunca vieron, precisamente, la distinción entre Iluminismo
y modernidad. La modernidad católica de esos documentos fue un logro de pensadores
y teólogos católicos que luego de la primera guerra fueron fermentando todas
esas nociones que luego se concretaron en esas declaraciones y decretos, que no
surgieron por ende de la nada.
Pero
no esquivemos un bulto. La declaración de infalibilidad del Vaticano I fue
impulsada por Pío IX en el contexto de su rechazo total al “mundo moderno” sin
distinciones, unido ello a una intensa concentración del poder religioso del
pontífice. Así se entiende la respuesta de Pío IX al Cardenal Guidi,
cuando le propuso una formula superadora entre los partidarios y opositores a
la declaración (impulsados estos últimos por Dollinger, santo varón sepultado
injustamente en el olvido). Esa respuesta, que, gracias a Dios, nunca mejor
dicho, no formó parte de la declaración, fue “la tradición soy yo”.
Todos los grandes teólogos que redactaron esas declaraciones (entre ellos
Ratzinger) conocían perfectamente este episodio, aunque no se acostumbraba
recordarlo en público.
La doctrina de la colegialidad del Vaticano II fue, y
sigue siendo, precisamente, la respuesta –basada en la tradición de los doce
apóstoles- a esa afirmación de Pío IX.
No quiere decir (y esto va para todo el Vaticano II) que haya sido una
respuesta definitiva, cerrada a ulteriores aclaraciones, y que no haya quedado
dentro de un humo de conflictos como la misma Nota explicativa previa lo manifiesta. Pero los tradicionalistas, que no quieren ni quisieron saber nada con
la colegialidad, agradézcanle la colegialidad a la no sutil franqueza de Pío
IX.
Resumiendo:
los sectores tradicionalistas seguirán rechazando al Vaticano II, o seguirán
pidiendo aclaraciones y aclaraciones (como los epiciclos a los epiciclos) mientras
no comprendan la distinción entre Iluminismo y Modernidad, y mientras no
comprendan la noción de diálogo que los teólogos del Vaticano II aprendieron de
Gadamer, de Buber y de Levinas, y que se encuentra asumida en la Ecclesiam suam de Pablo VI,
escrita no de casualidad un año antes del cierre del Vaticano II.
Por
supuesto, habrá muchos que se horrorizarán de esta conclusión. Pero en los
tiempos actuales, de caos doctrinal absoluto, donde hay tantos catolicismos
como católicos, no hay más remedio que hacer aún más lo de siempre, esto es, seguir la conciencia. Y mi
conciencia me dicta fidelidad a la hermenéutica de la continuidad y la reforma
explicada por Benedicto XVI.
Sobre del Noce, ver Riva Posse, C., La filosofía hecha mundo. La interpretación
filosófica de la historia contemporánea en Augusto del Noce, Instituto Acton, Buenos Aires, 2023.
De Leocata, sobre estos temas, ver Del
iluminismo a nuestros días. Síntesis de las ideas filosóficas en relación con
el cristianismo, Buenos Aires, Ediciones Don Bosco, 1979; Estudios sobre fenomenología de la praxis,
Buenos Aires, Centro Salesiano de Estudios, 2007; y, sobre todo, La
vertiente bifurcada: La primera modernidad y la ilustración, Buenos Aires,
EDUCA, 2013.
Sobre este tema, ver Koyré, Alexandre, Estudios
galileanos, Madrid, Siglo XXI, 1990; Estudios de historia del pensamiento
científico, Madrid, Siglo XXI, 1990, y Del mundo cerrado al universo
infinito, Madrid, Siglo XXI, 2000.
Este punto está muy bien explicado en Fazio,
Mariano: Francisco de Vitoria.
Cristianismo y Modernidad, Eds. Ciudad Argentina, Buenos Aires 1998.
Sobre Rosmini, ver MURATORE, U., Antonio Rosmini. Vida y pensamiento,
BAC, Madrid 1998. Antonio Rosmini es un perfecto ejemplo de la modernidad
católica, y una víctima de las lamentables intrigas vaticanas ultramontanas.
Sobre su total rehabilitación, ver Nota sobre el valor de los decretos
doctrinales con respecto al pensamiento y a las obras del sacerdote
Antonio Rosmini Serbati, de
la Sagrada Congregación sobre la Doctrina de la Fe, 2011, escrita y firmada no
de causalidad por Joseph Ratzinger: https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20010701_rosmini_sp.html