martes, 27 de septiembre de 2022

GIORGIA MELONI NO ES RON PAUL PERO TAMPOCO ES MUSSOLINI



En nuestro artículo “Globalización y globalización” (https://puntodevistaeconomico.com/2021/01/22/globalizacion-y-globalizacion/) hemos tratado de distinguir entre una globalización que emerja del liberalismo clásico y aquella que surge de las imposiciones estatistas de las Naciones Unidas. Como sabemos, la primera ya no existe y lo que rige es la segunda, lo cual genera reacciones nacionalistas que deben ser distinguidas en dos. Una, la de un nacionalismo contrario al liberalismo clásico, donde en nombre de una tradición cultural se rechazan las libertades individuales, y otra que para defender estas libertades debe adherirse a una antigua noción de soberanía nacional como única opción para no ser invadida por un gobierno mundial que las elimine.

Todas estas distinciones deben tenerse en cuenta a la hora de evaluar los nuevos movimientos políticos y diversos liderazgos que están surgiendo como reacción a una agenda que baja de la ONU y que consiste en:

1.      Imposición obligatoria de educación sexual y reproductiva sin tener en cuenta los derechos de los padres;

2.      Imposición de aborto y transexualismo (incluidas campañas de anticoncepción) SIN tener en cuenta la libertad religiosa, la libertad de asociación, etc.

3.      Imposición de políticas estatistas con la excusa del cambio climático;

4.      Una apertura de fronteras que no tiene que ver con el libre comercio sino con la entrada de poblaciones que reclaman su propia nación y sus propias leyes violando las libertades individuales del territorio que quieren habitar (indigenismo y estados plurinacionales)

5.      Imposición del llamado lenguaje inclusivo sin tener en cuenta la libertad de expresión;

6.      Eliminación de la libertad de expresión, con la excusa de “desinformación”, de todos aquellos que se opongan a los puntos anteriores, con acusaciones adicionales de nuevos delitos como odio, discriminación, “White supremacist”, “domestic terrorist”, etc.

Hemos criticado siempre esa agenda sobre la base de las libertades individuales. NO sobre la base de un contenido específico. Por supuesto que esos seis puntos convierten al Catolicismo (el “en serio”, no el pachamama-catolicismo) y otras religiones tradicionales en un delito, como en el Imperio Romano (la analogía NO es casual) pero NO es en nombren de tales o cuales religiones que hay que oponerse a esa agenda global, sino en nombre de las libertades individuales violadas. Los puntos 1 y 2 violan la libertad de enseñanza, religiosa y de asociación. El punto 3, las libertades económicas. El punto 4, todas. Los puntos 5 y 6 eliminan la libertad de expresión e instauran una policía del pensamiento al mejor estilo nazi y soviético. NO es como católico, islámico, etc., que debo reclamar, por ejemplo, que los gobiernos no impongan una educación que vaya en contra de ciertos valores, sino que es en nombre de la libertad (en este caso la libertad religiosa) que les corresponde a todos los seres humanos por ser tales. Católicos, islámicos, judíos, agnósticos, ateos, marcianos y venusinos deberíamos unirnos todos en un pacto político originario donde la clave sean las libertades individuales protegidas por una Constitución Federal, o sea, los “constitutional essentials” (Rawls) o su “fe secular” (Maritain).

Desde esta perspectiva, las clasificaciones a los movimientos que resistan a la agenda de la ONU, como “fascistas”, “ultraderecha”, etc., se quedan cortas o son directamente falsas. Y la categoría de “populismo de derecha” se queda corta. ¿Por qué? Por varias razones, que están basadas en el análisis anterior:

-        La resistencia a la agenda globalista puede estar dictada por nacionalismos NO liberales así como también por libertarios, como por ejemplo Ron Paul y la mayoría de los paleo-libertarios de EEUU. Poner a todos ellos en la misma bolsa es erróneo.

-        Un líder nacionalista NO liberal NO es necesariamente “fascista” en el sentido técnico del término. Fascismo es Mussolini, Franco. Pero gran parte de estos nuevos líderes no van a eliminar la división de poderes, ni la suprema corte ni la libertad de expresión, y menos aún la economía de mercado. Sí, en general son proteccionistas y cuando se oponen a los referidos seis puntos lo hacen mezclando al nacionalismo no liberal con la defensa de las libertades. Sus discursos no son el colmo de la coherencia y en general su juego de lenguaje es aguerrido, y sus personalidades poco tienen que ver con la diplomacia. Eso tiene hipótesis psicológicas. Los líderes que encarnan reacciones no hablan como Sir Laurence Oliver, en general.

-        Por lo tanto, llamarlos inmediatamente “fascistas” es caer en la manipulación ideológica de la izquierda, como mínimo, o posicionarse directamente en una malicia política desde la cual hasta Hayek y Mises han sido llamados así.

-        La izquierda globalista es uno de los fenómenos totalitarios más agudos de toda la Historia de la humanidad. No avanza como Hitler en Polonia, a la luz del día. Esconde su totalitarismo bajo ingenuas herencias terminológicas heredadas del Estado de Derecho. Inventan nuevos derechos y los que están en contra son delincuentes. Y si alguien que no sea de ellos gana una elección, entonces es fascista, ultraderecha, white supremacist, terrorista, etc. Eso si no consiguieron manipular la elección.

 

A la luz de todo lo anterior, el juicio que nos merece alguien como Giorgia Meloni debe ser matizado, especialmente por aquel que venga del liberalismo, aún en sus formas más laicistas. Sí, libertaria no es. Pero fascista tampoco. Sí, ya sé que no es cuestión de cometer el mismo error que los anticomnunistas europeos anteriores a la Segunda Guerra, que los llevó a apoyar a diversos movimientos europeos fascistas en sentido técnico. Pero las actuales circunstancias históricas han cambiado. El mundo ya no es el de la post-guerra ni tampoco el del 91. Sí, ojalá Ron Paul hubiera ganado las elecciones en el 2012; ojalá lo hubiera hecho Alsogaray en 1973 en Argentina. Pero los juicios políticos concretos no se hacen de ojalaces que forman parte de universos paralelos. En este universo que nos tocó, las opciones son difíciles y los juicios deben ser más matizados, a la luz de nuevos planteos teóricos que no sé si estábamos preparados para hacer. 

domingo, 25 de septiembre de 2022

SANTO TOMÁS, ESSENTIA Y ESSE Y DESPUÉS

 Cada tanto veo papers en los cuales se insiste de manera muy acentuada en la típica crítica heideggeriana a Santo Tomás, donde la distinción entre esencia y acto de ser es vista como necesariamente aviceniana y por ende irrecuperable de los errores que conducen al argumento ontológico y la consiguiente imposibilidad intrínseca de demostrar a Dios como causa primera del ente finito.

Lo que más me sorprende de esos papers no es tanto el contenido sino el estilo. Sus autores están convencidos de que el método académico convencional, de citar texto tras texto en un artículo académico clásico, con referato y etc., puede demostrar algo. Es lo que yo llamo el positivismo de los textos: el texto como el “fact” que pudiera terminar con las interpretaciones diversas.

De lo que quiso decir Santo Tomás con esa distinción, y de cómo lo dijo, se ha hablado ya hasta el cansancio. Desde Gilsón, Fabro, hasta llegar a los minuciosos análisis terminológicos de Raúl Echauri, los tomistas analíticos, los heideggerianos y los tomistas heideggerianos, y las actuales críticas de Dewan a la posición de Fabro, bueno, todo es casi un callejón sin salida. Que si esencia, esse, acto de ser, acto de la esencia, co-principio, dos aspectos, accidente de la esencia, principio formal, que si tuvieron razón o no Suárez, Capreolo, Duns Escoto, Cayetano, etc., todo parece ser una pléyade caótica de interpretaciones dicotómicas cuyos partidarios tienen todos sus textos para probar lo radicalmente equivocado que está el otro.

Una de las críticas más curiosas es que Santo Tomás violaría el sentido original de la metafísica en Aristóteles al introducir la creación. Qué novedad, claro que sí. Como si se pudiera interpretar una sola letra de Santo Tomás SIN la concepción judeocristiana de la creación. Como si las categorías aristotélicas no hubieran sido radicalmente transformadas por la lectura de Santo Tomás. Obvio.

Que Santo Tomás sea aviceniano es una conjetura interpretativa plausible a partir de ciertos textos, sobre todo de su juventud. Pero lo sorprendente es que quienes lo afirmen lo afirmen como si la noción de conjetura interpretativa, de Umberto Eco, no existiera. Y sin embargo es una de las claves de la hermenéutica de los textos.

Lo que queda para dirimir estas cuestiones es distinguir entre la letra y el espíritu del autor. Pero esa distinción depende de grandes intuiciones hermenéuticas cuya única validación es una permanente apertura al diálogo, y no sé si los artículos académicos con referato son el camino para captar al espíritu del autor: esa captación es anterior, no posterior, al entrelazamiento de los textos. En última instancia, de igual modo que, Popper dixit, no hay base empírica sin carga de teoría, no hay textos sin carga de horizonte de pre-comprensión de los textos. Y ese horizonte tiene que ver con espíritu del autor.

Claro que la distinción entre esencia y ser, o mejor dicho, entre lo que fuere y lo que fuere, no es previa a la concepción cristiana del mundo. No hay una filosofía antes que la teología; hay “Sacra doctrina” que depende de una concepción cristiana del mundo, donde la creación es esencial.

De la creación depende que haya entes finitos que no sean Dios. Y en esos entes finitos se da la distinción entre (….) y (…..), dígaselo como se lo quiera decir. Porque esa distinción no es más que afirmar que todo excepto Dios es ser creado. Sí, esencia y existencia fue un modo muy erróneo de decirlo. Tal vez, co-principio potencial participante y co-principio actual participado,  sea mejor. Pero nunca perfecto. El lenguaje humano llega a su límite porque estamos hablando nada más ni nada menos que de la distinción creador-creado. Siempre habrá por ende mejores formas de decirlo.

Claro que por lo tanto para demostrar que Dios es causa primera hay que partir de una noción revelada del ente, que es la creación. Nadie que no crea realmente en el Génesis puede estar de acuerdo con la verdad de la metafísica de Santo Tomás. Pero ello no es petición de principio, es círculo hermenéutico. Santo Tomás nunca habló como lo que HOY llamamos un filósofo, pequeño detalle que creo que se le escapó al tomismo de fines del s. XIX pero no a Gilsón.

Y listo. Si el debate académico consiste en ensayar pequeñas conjeturas interpretativas sobre cómo mejorar el lenguaje de Santo Tomás para decir lo indecible, bien. Pero si son artículos donde se trata de llegar a una conclusión textual exacta sobre un inexistente filósofo llamado Santo Tomás, game over. Ya seas positivista, heideggeriano, o tomista como seguidor del tomismo, game over. And the story.

domingo, 18 de septiembre de 2022

CON RAZÓN BENEDICTO XVI NO PUDO SEGUIR SIENDO PAPA

 http://www.institutoacton.com.ar/articulos/16artzanotti90.pdf 


LOS FUNDAMENTOS DEL ESTADO LIBERAL DE DERECHO SEGÚN BENEDICTO XVI 

 Benedicto XVI sigue enseñando el liberalismo político de más alta calidad; ese liberalismo por el cual muchos católicos nos han querido condenar absolutamente, ese liberalismo que según muchos católicos es pecado y ese liberalismo del cual habla ahora Benedicto XVI, en esos términos (“estado liberal de derecho”, y no sólo “estado de derecho”), novedad terminológica inédita en el Magisterio Pontificio y ante la cual muchos se hacen los distraídos. Pero no es cuestión de insistir sólo con ese tema. La cuestión es reflexionar sobre los contenidos del liberalismo de Benedicto XVI, cuya calidad y profundidad son sólo comparables a los discursos de Pío XII cuando también hablaba del derecho natural(1)

 Nos referimos esta vez a su discurso en el Bundestag alemán del 22 de Septiembre de 2011(2) . Benedicto XVI comienza recordando una célebre frase de San Agustín que para la conciencia histórica alemana tiene especial significación: "Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?", dijo en cierta ocasión San Agustín (“De civitate Dei”, IV, 4, 1)”. Esto es, el gobierno, sin el límite del derecho, donde se encuentran los derechos fundamentales del hombre, ¿qué legitimidad tiene? Ninguna, y por ende, al usar la coerción, su diferencia con una banda de bandidos es sencillamente nula. Lamentablemente Benedicto tiene que recordar cómo afecta especialmente a los alemanes esa tragedia: “…Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo”. Pero salvando las distancias, no hay que colocar a la historia alemana como el único ejemplo. Un pontífice latinoamericano también podría haber dicho que nosotros, los latinoamericanos, estamos lamentablemente acostumbrados a los bandidos en el poder como situación habitual, a su descaro e hipocresía, ocupando puestos en la OEA como si fueran verdaderos estadistas, con toda la complicidad y banalidad del mal de dichos organismos internacionales, que los admiten y los aplauden, con todo su estatismo y su autoritarismo desenfrenado, que frena el desarrollo de los pueblos produciendo la pobreza, el hacinamiento, el hambre y la desnutrición de millones de personas, verdaderos pecados sociales que claman al cielo, que para colmo son luego interpretados como “capitalismo”.  

Pero entonces, continúa Benedicto XVI, ¿cómo reconocer lo que es justo? De vuelta, en la espantosa experiencia de la resistencia al nazismo se ve que hubo personas que reconocieron en el criterio de mayoría una total insuficiencia para contestar a esa pregunta. La resistencia a la barbarie nazi se basó intuitivamente en un derecho natural más allá de la elección democrática de Hitler y de la sola legalidad positiva de sus “leyes”. Vuelve entonces a hacer la misma pregunta, sobre cómo reconocer lo que es justo. Y allí el Papa sorprende con una tesis histórica que unifica gran parte de la historia del derecho occidental: “…los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado en el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano (Cf. W. Waldstein, "Ins Herz geschrieben. Das Naturrecht als Fundament einer menschlichen Gesellschaft" (Augsburg 2010, 11ss; 31- 61). De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de este vínculo precristiano entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico del Iluminismo, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 "los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo”. Obsérvese algo fundamental: para el Papa no hay contradicción, sino evolución, entre el derecho romano, la Edad Media y el desarrollo jurídico de la Ilustración. Algo casi idéntico a la tesis de Hayek en el cap. 11 de “Los fundamentos de la Libertad” (3). Pero sorprenderá a muchos, también, la sana secularización que Benedicto XVI supone en ese proceso. Muchos filósofos actuales contraponen a un derecho natural religioso, solamente proveniente de una arbitraria voluntad de Dios, con el ordenamiento jurídico secular de la sociedad. Contrariamente, Benedicto XVI sostiene que “…Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la razón creadora de Dios”.

 Este párrafo es ininteligible para gran parte de la cultura neokantiana y neopositivista actual. Los pensadores cristiano-católicos nunca han pensado que lo bueno es tal porque Dios lo ordena de modo arbitrario, sino que lo bueno se basa en la naturaleza de las cosas creada por Dios, siendo el modelo de este pensamiento, por supuesto, Santo Tomás de Aquino. Esto es, podemos encontrar en los fundamentos del derecho una naturaleza humana que puede ser reconocida por todos los seres humanos –como en los terribles momentos del nazismo- y al mismo tiempo ello presupone una armonía razón-fe, porque esa naturaleza humana está creada por Dios y, por ende, se inscribe en la tradición judeo-cristiana. A esto volverá Benedicto al final de su discurso. Pero, ¿por qué esta dificultad de reconocer a la naturaleza humana? Benedicto diagnostica dos cuestiones: una, la escisión ser/deber ser y dos, y de modo coherente, la razón instrumental positivista, que impide reconocer algo fuera de los cánones del método científico. Benedicto XVI se opone de manera frontal al paradigma dominante de la época, el neopositivismo, (al cual los post-modernismos, agregamos nosotros, no hacen más que                      retroalimentarlo). “…La razón positivista –dice el Papa- que se presenta de modo exclusivista y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, y sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los "recursos" de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo”. Obsérvese la referencia a un mundo “auto-construido”: por similar vía van las crítica de Hayek al constructivismo, aunque el liberalismo de Benedicto XVI agrega a Hayek lo que le faltaba: la base de la crítica al constructivismo en el derecho natural cristiano. Pero si es “cristiano”, ¿cómo puede ser “sanamente secular”, cómo puede darse en una sana laicidad abierta a todos los pueblos? Benedicto XVI ya había explicado este tema cuando habló de la razón pública cristiana, una razón que tomando sus temas del Cristianismo, es razón humana y, por ende, capaz de comunicarse con todos sin cortar con su propia identidad. Por eso la cultura Europea es una cultura cristiana y a la vez secular, que abre a la sana laicidad pero no al laicismo, al reconocimiento de los derechos del hombre fundados en Dios –como en la declaración de la independencia norteamericana- y por ello mismo abiertos a todos en un ámbito de libertad. Por ello así termina este, nunca mejor dicho, magistral discurso del magisterio de Benedicto XVI: “…A este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción sobre la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la consciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su totalidad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma – del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico”. 

Gracias, Benedicto, por este discurso histórico.                                                             

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(1)  Ver Zanotti, G.: “La importancia del Magisterio Social de Pío XII”, en http://gzanotti.blogspot.com/2008/12/la-importancia-del-magisterio-social-de.html 


(2)L´Osservatore Romano, ed. en lengua española, (2011), 39, 25-9-2011. Versión electrónica en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/september/documents/hf_benxvi_spe_20110922_reichstag-berlin_sp.html


(3) Unión Editorial, Madrid, 1975.



domingo, 11 de septiembre de 2022

DESPUÉS DE LUJÁN: EL NUEVO CREDO DE LA IGLESIA NACIONAL PERONISTA




Creo en Perón,

Dios padre todopoderoso 

Creador de toda la miseria

De toda la visible y la invisible.

Creo en un solo Partido, Justicialista, hijo único de Perón 

Nacido de Mussolini antes de todos los siglos

Perón de Perón

Luz del Estado

Perón verdadero de Perón verdadero,

Engendrado, eso seguro

De la misma naturaleza del hambre

Por quien todo fue deshecho, 

Que por nosotros los hombres 

Y para nuestra perdición 

Subió del infierno 

Y por obra del poderoso Estado 

Se encarnó de Evita, la Santa

Y por nuestra causa 

se fue corriendo

En tiempos que casi te mato. 

La pasó bomba y fue exaltado

Y resucitó a la tercera de cuarta

Según sus escritores 

Y subió a la gloria

Donde está sentado a la derecha del hambre

Y de nuevo volvió con sorna

Para arruinar a vivos y muertos, 

Y su reino no tiene fin. 

Creo en el espíritu del líder

Señor y dador de muerte

Que procede del odio y la envidia

Y con el odio y la envidia

Recibe una misma adoración y gloria 

Y que habló por sus profetas.

Creo en la iglesia peronista

Que es una, chanta, caótica y alcohólica

Confieso que hay un solo partido para el perdón del capital

Espero en la resurrección de Néstor,

Y en Cristian eterna 

Amén.

domingo, 4 de septiembre de 2022

DOWNTON ABBY Y LOS CAMBIOS SOCIALES



 

La impecable serie británica Downton Abby (https://es.wikipedia.org/wiki/Downton_Abbey) nos genera una reflexión muy importante para los tiempos actuales.

La serie (perfectamente actuada, guionada y dirigida) narra la vida de una familia aristocrática británica entre 1912 y 1925, enfocándose en los graduales cambios en las costumbres sociales que Gran bretaña y el mundo enfrentan en esa época.

En todos los personajes, rígidos usos y costumbres tienen que adaptarse a ciertas flexibilidades y moderaciones que algún conservador podría considerar una involución. Pero veremos que no es así.

Robert, el pater familis, está adherido sin darse mucha cuenta a su posición social y a la rígida moral victoriana, pero tiene un buen corazón que le permite perdonar y comprender. Da la imagen del custodio de tradiciones que juzga, pero va apareciendo gradualmente un salomon que dicta muchas veces la palabra final de una justicia adaptada a la misericordia y la comprensión.

Cora, su esposa norteamericana, lo ayuda en esos cambios. Su personaje actúa muchas veces a través de miradas y gestos totalmente elocuentes. Viene de EEUU, sabe lo que es la igualdad bañando como un suave aceite a los engranajes delicados de la aristocracia de la que ahora forma parte.

Violet, la madre de Robert, sin duda uno de los personajes mejores logrados y actuados, encarna a la perfección la defensa de las tradiciones inglesas. Pero de esas tradiciones puede surgir, precisamente, una sabiduría práctica, a veces tragicómica, que le permite resolver para bien los osados cambios que llegan, inevitablemente, a través de la vida de sus nietas y las nuevas circunstancias de la Inglaterra posterior a la Primera Guerra. En la sexta temporada tiene unas líneas escritas, al parecer, por Hayek: la aristocracia es la defensa de la libertad individual ante el avance del Estado. Cora le responde: ya no estamos en 1215. No. Lamentablemente no.

Mary, la hija mayor, tiene un super yo aristocrático casi tan enorme como la Abadía de Westminster. Pero la pérdida de su virginidad prematrimonial, pecado social terrible para una mujer de su posición, la muerte de su primer esposo, su enamoramiento posterior de un noble sin recursos y las peleas con su hermana Edith la van ablandando hasta convertirla en heredera de la comprensión de su padre.

Edith es la que más sufre ante la condena social de su tiempo. Tiene una hija extramatrimonial a la que ama entrañablemente pero se ve obligada a ocultarla. Pero, lentamente, todos se van enterando, y todos, a su modo, tienen que aprender a amar y aceptar, incluso la rígida madre de su segundo gran amor. Edith, además, sale adelante como editora de una revista femenina en Londres. Es una mujer emprendedora. Sin abandonar a su familia, sale en conquista de su lugar en el mundo.

Sybil, la menor, es la más revolucionaria. Convierte a su cuasi-castillo familar en un hospital de campaña durante la primera guerra, donde ella misma hace de enfermera, y no tienen problemas en enamorarse y casarse con el chofer de la familia, de cuyas ideas laboristas se enorgullece. Muere trágicamente al dar a luz quedando envuelta en un halo de santidad revolucionaria.

Tom es el chofer “socialista”, anti-monárquico, que se casa con Sybil. Impresionante cómo Tom, y a la vez Robert, Violet y también Mary, tienen que cambiar su mirada. Ambos grupos aprenden que puede haber decencia de ambos lados. Tom sabe comprender y a la vez guardar distancia, y sabe dar el giro a la izquierda sin provocar accidentes.

Y así sucesivamente. Esta entrada no pretende describir todos los personajes. Sólo estoy dando algunos ejemplos.

La relación con la “servidumbre” es también conmovedora. Los Crawley saben que su trabajo no los convierte en esclavos y los tratan con amor y dignidad. Entre la llamada servidumbre se ven los tironeos de los tiempos. Carson es la defensa de la tradición. Daisy es la revolucionaria. Molesley es elevado a maestro de la escuela de Downton, porque se había educado a sí mismo (cosa que hoy, en tiempos supuestamente más audaces, NO se podría hacer); Beryl, la cocinera, instala su propia posada; Anna y Bates encarnan un amor entrañable e inquebrantable. Barrow es homosexual y todos, hasta él mismo, aprenden a amarlo, a convivir con él, a aceptarlo. Afín a pequeñas intrigas maquiavélicas al principio, tal vez como resultado del rechazo social, su corazón también se ablanda y crece en la comprensión hacia los demás.

Tal vez alguien pudiera pensar que estas tensiones entre lo viejo y lo nuevo deberían ser mal vistas por algún defensor de valores morales objetivos. De ningún modo. Dentro de la moral está la comprensión, la misericordia, la tolerancia, la convivencia con la imperfección, el abstenerse de juzgar a los demás, el saber que nadie puede tirar la primera piedra. Que ello se confunda con relativismo es comprensible pero no es así. Mary no tenía que ser considerada “material averiado” por haber perdido su virginidad, y menos aún Edith por haber tenido un hijo fuera del matrimonio, que debía ser aceptado y amado, como finalmente ocurrió. Tom enseña con su prudencia que él era un igual en dignidad y nobleza, aunque no fuera “noble”, y su matrimonio con Sybil así lo demuestra. La comprensión de Robert y Violet ante los problemas de su familia y de su tiempo no es debilidad: es fortaleza y justicia.

Alguno me va a decir por qué no veo con tan buenos ojos a los cambios que actualmente propone el lobby LGBT. Muy simple: porque yo no acepto la coacción. Sí, hace perfectamente bien toda la familia Crawley en NO denunciar a Barrow a la policía, pero a Barrow no se le ocurre que un mundo al revés pudiera ser justo, o sea, un mundo donde los denunciados a la policía (bajo acusaciones de odio y discriminación) somos todos los que pensamos diferente.

La diversidad de posiciones morales y sociales, sobre la base del respeto mutuo, era la bandera del liberalismo clásico. Esa era la verdadera diversidad, la que iba avanzando sobre una moral victoriana que era cruel en su juicio y ejecución. La diversidad proclamada por el lobby LGBT y ETC es una farsa, sólo esconde el intento totalitario de cancelar, precisamente, a todo lo diverso a lo LGBT. En un mundo liberal clásico no hay persecuciones mutuas. Sólo hay personas y relaciones entre personas que ejercen su liberad individual. Dentro de la cual está la libertad del error de ser intolerante y cruel con el que piensa diferente: quien cometa ese error se quedará solo, mascullando sus prejuicios, pero sólo lo que atenta contra la vida, propiedad y libertad está prohibido.

Downton Abby, desde mi intentio lectoris, es liberal clásica. Quienes la interpreten diferente (no sé sus guionistas) no advierten la diferencia entre le evolución y la violencia, entre la convivencia y el relativismo. Sí, la diversidad llegó para quedarse, pero la diversidad no es violencia, la diversidad es libertad.