De mi libro Luis Jorge Zanotti: sus ideas educativas fundamentales y su importancia para nuestro tiempo, de próxima aparición.
--------------------------------------------------------
1. Una fenomenología de la escolaridad y la cultura.
Como
dije antes, comienza ahora un análisis de la esencia misma de lo que llamamos
“escolaridad”, como concepto universal, más allá de esta o aquella escuela,
distinguida a su vez de educación y cultura.
El tema comienza claramente cuando mi
padre distingue entre los modos de educación. El primero tiene que ver con la
educación como la espontaneidad de la vida en cualquier cultura (lo que se
llama habitualmente educación in-formal): “….El proceso educativo, como tantos
otros fenómenos que aparecen en la vida del hombre, se desarrolla en un primer
momento sin que el hombre tome conciencia clara de su realización, sin que el
hombre reflexione sobre el proceso. Así como el hombre piensa primero, sin que
eso quiera decir que reflexiona sobre el pensar como fenómeno educativo: se
cumple de modo que podríamos llamar espontáneo, sin que el hombre tome
conciencia plena de que ello está ocurriendo, tanto desde el punto de vista del
proceso interior de este educarse, como de este proceso por el cual el hombre
educa a su prójimo”.
Esta educación concebida así, como el
nacer inmerso en un horizonte cultural, que se absorbe en el mundo cotidiano de
la vida, nunca fue un detalle menor para mi padre. Fue la base de la relación
entre escuela y sociedad y lo que luego llamó “la ciudad educativa”, como luego
veremos.
En esa espontaneidad, pocos reflexionan
sobre el fin de los fenómenos educativos, pero en algunos ámbitos muy ligados a
ese mundo de la vida los fines comienzan a ser más conscientes, como la
familia: “…Todos los fenómenos de la educación inconscientes o espontáneos que
se realizan en el marco de lo social siguen teniendo vigencia aunque se añadan
estos otros que tienen idea clara de fin, que seleccionan contenidos; en una
palabra, que se realizan conscientemente. Pero a pesar de realizarse de esta
manera, este tipo de procesos no requieren obligatoriamente un marco de
sistematización o de organización. Pueden realizarse perfectamente,
conscientemente, con idea de fin, con contenidos más o menos seleccionados,
pero de manera ocasional, asistemática; es decir, de acuerdo con lo que las
circunstancias van determinando en cada momento. Ejemplo de esto es en buena
medida el marco de la educación en el ámbito de la familia. Los padres
participan de una labor de educación consciente, algunos de ellos tienen idea
clara de los fines que persiguen con la educación de sus hijos, no utilizan
cualquier elemento dentro del marco cultural de que disponen, pero no hay en el
ámbito familiar una acción educadora que pueda llamarse sistematizada…”
Hemos cortado allí porque esa
sistematización de métodos para la enseñanza es la clave de la escolaridad en
sí misma. A medida que la complejidad de los contenidos culturales supera lo
que el aprendizaje espontáneo puede hacer por sí mismo, para lograr ciertos
fines es necesario cierto método: “…Cuando llegamos a este punto estamos ya en
la escuela, pero como institución social, como un establecimiento con su
personal especializado para cumplir este tipo de labor educadora, pero ello no
significa en modo alguno que todos los demás aspectos hayan desaparecido,
decaído, o hayan cobrado menor importancia. Es una especie de tendencia mental
casi irrefrenable suponer que cuando aparece la escuela la educación como
acción social, como fenómeno humano, ha quedado encerrada en la escuela”. Este
párrafo es fundamental. Por un lado explica la esencia misma del fenómeno
llamado escolaridad: una institución social con métodos específicos para lograr
transmitir contenidos culturales complejos. Esto es lo llamado habitualmente
“educación formal”, y NO se identifica necesariamente con las múltiples formas
que puede abarcar: privada/pública, positivista o no, etc. Pero cuidado, y esto
es clave, la educación NO se agota en ello. Cuando la escuela surge, las
personas tienen a igualar educación con escuela: “…Es una especie de tendencia
mental casi irrefrenable suponer que cuando aparece la escuela la educación
como acción social, como fenómeno humano, ha quedado encerrada en la escuela”. Y
eso lleva a suponer que la sociedad es hija de la escuela y por ende a pedirle
a la escuela un papel redentor que la sobrepasa. Pero no: la escuela es una
parte de un fenómeno educativo concomitante a la vida social en sí misma de la
cual la escuela es efecto más que causa. “…El proceso educativo
institucionalizado y organizado en el ámbito escolar es nada más que una parte
de todo un proceso muy amplio, que es el fenómeno educativo que hemos analizado
anteriormente”.
Llega así su definición de la esencia del
fenómeno escolar: “…En síntesis, si recopilamos lo dicho podemos llegar ya a
una especie de definición de escuela que no sería sino armar todo lo que hemos
venido diciendo. Escuela, según esto, ¿qué es? Simplemente una institución
creada por la sociedad (Estado, Iglesia, familia, etc.) para ocuparse
específicamente de la transmisión a las jóvenes generaciones de los contenidos
culturales que por su complejidad no pueden ser transmitidas mediante la acción
educadora asistemática, habitual, de la sociedad”.
Pero, insiste mi padre, e insistirá en
esto toda su vida, esa escolaridad no puede reemplazar a la educación como
transmisión cultural: “…La definición también debe ser pensada desde otro punto
de vista, y es el siguiente: la escuela nace para realizar tareas educativas
que no puede cumplir la sociedad mediante esa labor de acción educadora
asistemática y espontánea, pero no para reemplazar absolutamente nada de la
acción educadora general que la sociedad cumplía antes y que sigue cumpliendo.
Porque esta es la gran confusión: apenas aparece la escuela, inmediatamente
aparece la errónea creencia de que la escuela reemplaza a la sociedad en
algunas de sus funciones educadoras”; “….La escuela nunca reemplaza ni puede
reemplazar nada de lo que la sociedad hace por sí misma, sino que nace para
realizar algunas funciones educadoras que la sociedad no puede hacer”; …”La
escuela nunca reemplaza ni puede reemplazar nada de lo que la sociedad hace por
sí misma, sino que nace para realizar algunas funciones educadoras que la sociedad
no puede hacer”; …”Hay en nuestro tiempo una tendencia bastante peligrosa a
pretender que la escuela realice acciones educadoras que por su índole no puede
hacer, y esta tendencia deriva un poco de esa confusión de creer que la escuela
al nacer va limando, quitando funciones educadoras a la sociedad y a todas sus
instituciones, familia, iglesia, comunidad, gremios, etc. De ninguna manera: la
escuela nace para cumplir todo aquello que no puede hacer la sociedad, que es
mucho y que a medida que pasa el tiempo es cada vez más”.
Por supuesto, algunas instituciones
escolares van adquiriendo un merecido y comprensible prestigio en la cultura en
la que se desarrollan, produciéndose por ello una retroalimentación, un círculo
virtuoso. La escuela puede influir para bien en su cultura: “…Cuando esto
sucede, aquella influencia que venía de la sociedad y sus instituciones hacia
la escuela comienza a revertirse, y va de la escuela hacia la sociedad, y como
la historia enseña con tantos ejemplos, se advierte que las instituciones
escolares han influido decididamente en la sociedad en diversos ámbitos, y
hasta hemos visto cómo ciertas instituciones sociales han detenido en algunas
ocasiones su propio poderío frente a la institución escolar”. Pero ello no
implica olvidar la naturaleza misma del fenómeno escolar, dependiente de la
cultura que la origina: “…Resulta sumamente necesario no olvidar, sin embargo,
el punto inicial en cuanto a la dependencia original y básica de la escuela con
respecto a la sociedad”. Este “olvido del ser de la escuela”, implica que se le
pidan a ella tareas que por naturaleza NO puede efectuar (veremos más adelante
que ese fue el problema de la “escuela nueva”): “…Si esto no se tiene en
cuenta, no se puede entender el papel que la escuela cumple en realidad. Los
educadores somos los primeros que debemos tener siempre en cuenta esta relación
inicial, esta dependencia de la escuela con respecto a la sociedad, este papel
que asumimos en cuanto mandatarios de una sociedad determinada. Ello conduce a
recordar que muy habitualmente se formulan quejas contra lo que la escuela hace
y contra lo que la escuela logra. A menudo esas quejas son ciertas y muy justas
pues es verdad que hace mal muchas cosas, pero otras veces estas quejas son
simplemente equívocos con respecto a la misión de la escuela y a lo que la
escuela puede hacer, porque, debido a que se olvida esto de que la escuela, por
ejemplo, es fruto de una sociedad y hecha a su imagen y semejanza, se le pide
de pronto a la escuela que determinados problemas de la sociedad los resuelva
por sí misma, y como si los educadores y la escuela fueran artífices
todopoderosos, se les pide que, transformando una serie de circunstancias de la
vida social, tomen a su cargo una serie de tareas que ellos no están en
condiciones de hacer”. Esto es, la escuela no puede reemplazar al mundo de la
vida. Si se lo intenta, su fracaso no sólo será inevitable, sino que en
términos de la escuela de Frankfurt, que mi padre no usaba, ello llevará (como
ya lo ha hecho) a la racionalización del mundo de la vida y por ende a la
progresiva anulación de la creatividad intelectual y el pensamiento crítico. Mi
padre lo explica de este modo: “…Los fracasos de la escuela o de lo que a la
escuela se le ha pedido pueden ser muy a menudo fracasos de lo que la escuela
no podía hacer, o sea: el error estuvo en pedir a la escuela lo que ella no
estaba en condiciones de hacer”; “…Es necesario saber poner las cosas en su
lugar y decir con toda franqueza: la escuela no puede ser igual que la vida”.
La escuela no puede ser igual que la vida.
Qué olvidado que está esto por los padres que abandonan a sus hijos en las
garras de la educación formal, en depósitos de hijos que molestan, olvidando su
misión irremplazable……… Produciendo con ello adultos que nuevamente cometerán
el mismo error….
Por ello esté párrafo esencial, donde mi
padre niega lugares comunes altamente difundidos: “…No, la escuela es algo
distinto, la escuela no es exactamente igual que la familia, que la Iglesia,
que las demás instituciones sociales. La escuela, por ejemplo, por más que nos
halague el oído, no es ni puede ser segundo hogar, ni la maestra puede ser
segunda madre, porque la madre tiene que cumplir su papel y la maestra el
suyo, que no es el mismo. La escuela tiene un papel absolutamente diferente
del que concierne al hogar, porque si tuviera que hacer lo mismo que el hogar
no haría falta la escuela. Si ha nacido la escuela es porque tenía otras cosas
que hacer. La escuela debe decir: no, segundo hogar no, porque segundo hogar
será siempre hogar imperfecto, hogar defectuoso, y si se me pide que cumpla lo
que el hogar y la familia hacen, lo haré siempre a medias, irregularmente;
pídaseme lo que yo debo hacer, y esto sí debo comprometerme a realizarlo”.
(Las itálicas son nuestras).
Es TAN importante esto que intentaremos
graficarlo:
Pero, ¿y entonces? La cuestión es
que, por ende, el método de la enseñanza formal no invada a todos los aspectos
de la vida y menos aún al aprendizaje espontáneo, informal, que va cambiando
según las diversas tecnologías del conocimiento. Esto tiene esencial relación,
de vuelta, con la libertad de enseñanza y un sistema que esté él mismo abierto
a su propia oxigenación. Por eso….
2.
Implicaciones
para la “educación continua”, el dinamismo educativo, los límites de los
métodos y la libertad de enseñanza.
En esa época recién comenzaba a
hablarse de la aceleración de la Historia[1]. Pero mi padre ya la tenía
muy en cuenta, sobre todo por sus consecuencias educativas. Desde fines del s.
XIX y hasta mediados del s. XX (antes también, obviamente, pero mi padre está
pensando en las etapas históricas de la Política Educativa en Argentina y en el
mundo), el título universitario podría considerarse como una educación formal
“terminada”, luego de la cual podrían seguir cursillos, seminarios, de
“perfeccionamiento docente”, o actualización profesional. El caso es que se
tenía una visión estática de lo cultural. Pero eso ya estaba cambiando: “…En una palabra: llegamos a lo que constituye el nudo
central del pensamiento que deseamos exponer. La cultura de nuestro tiempo ha
dejado de poseer un carácter “estático” para pasar a un carácter “dinámico”.
Muy interesante el ejemplo de los libros
impresos como símbolo de ese saber que “ya está”, pues con ello mi padre
vislumbraba el gran cambio cultural posterior a su muerte: “…Todos tenemos
presente, por otra parte, la visión del bufete del gran abogado, o del
consultorio del gran médico de antaño, que ostentaba casi siempre los volúmenes
capitales de su formación y de su caudal cultural, esos volúmenes que en sus
años de estudiante él consumió –valga la expresión– en largas jornadas, y que
posteriormente lo acompañaban como fieles amigos, como fuentes magistrales a
las que podía acudir en cualquier instante”.
Pero…”…Todo eso es una imagen del pasado.
Cada vez tiene esto menor importancia y esas grandes colecciones de
volúmenes….”. Porque la cultura, siempre dinámica, antes lo era con el paso de
los siglos. Ahora los grandes cambios tocan lo esencial de la vida promedio de
un hombre: “…..El carácter dinámico de la cultura –ese carácter que antes, para
poder ser advertido, requería situarse en una perspectiva histórica abarcadora
de siglos– se pone de relieve ahora aún para el breve lapso que abarca la vida
de un hombre…”.
De ese modo, “…Por eso es que aquellas
imágenes estáticas de la cultura tradicional han sido reemplazadas por otras
que pueden llamarse dinámicas. Los grandes volúmenes, los libros de antaño, son
actualmente reemplazados con ventaja por la revista de alto nivel,
especializada, de aparición periódica y regular” (a esta altura de la cuestión
el lector podrá ver que esto de ningún modo tenía que ver, en mi padre, con
menospreciar a los clásicos, como algunos hacen hoy). Cuarenta y ocho años
antes del internet, que no pudo llegar a ver, afirmó: “…Así pues, a la
biblioteca, elemento estático, se opone hoy el centro de documentación. Al
libro, al gran volumen, la revista especializada de alto nivel, o el libro
pequeño, el folleto, de rápida impresión y de rápida circulación”. Y la
predicción fue más específica: “…Entiéndase bien que con las palabras
precedentes no queremos decir que desdeñamos el valor del libro o del gran
volumen, que dentro de otro contexto y dentro de su nuevo papel habrá de llenar
siempre una misión. Tampoco desdeñamos el papel del curso fundamental” (él ya
veía venir las objeciones). “Lo que afirmamos (sigue) es que al lado de todo
eso surge hoy este otro aspecto de la cultura dinámica, estos otros fenómenos
que son las revistas, los cursillos, los folletos, que adquieren una dimensión
nueva y una jerarquía que no tenían tres décadas atrás. Y consideramos un grave
error esa postura despectiva con que ciertas personas o grupos enfocan la obra
que este tipo de procedimientos cumplen”. Destaquemos esto último: “…Y
consideramos un grave error esa postura despectiva con que ciertas personas o
grupos enfocan la obra que este tipo de procedimientos cumplen”. ¿No estaba
adelantando allí la actual lucha del aula contra los celulares?
Pero entonces, frente a estos nuevos modos
de formación continua, se corre el peligro del reglamentarismo y de atentar
contra la libertad educativa, temas que, como hemos visto, mi padre había
previsto en 1960 y 1963. “.. Hasta el momento, puede decirse que esta gran
labor de actualización y de educación continua, tanto en el campo de los
docentes como de otros profesionales y en general dentro del campo empresario,
viene cumpliéndose gracias a los esfuerzos de la iniciativa privada y en un
ambiente de absoluta libertad”. Por supuesto tuvo que aclarar una vez más, en
este país estatista, que él sabía que “…existen quienes lucran mediante cursos
improvisados y carentes de base científica…”, pero “…los problemas de la
libertad los corrige la libertad, y en muy poco tiempo estas improvisaciones se
desprestigian a sí mismas y luego de engañar a unos pocos por poco tiempo
desaparecen y se hunden en el olvido”. En efecto, la libertad, y no la
inmovilidad de la vigilancia estatal, es el oxígeno de una cultura dinámica y
en renovación permanente. “…En cambio, es este ambiente de libertad y este
espíritu que sólo puede surgir de la iniciativa privada el que permite que los
cursos de perfeccionamiento y los sistemas de educación continua cumplan su
verdadera misión de “actualización”; … “…Se corre un riesgo muy grave en cuanto
se piensa en oficializar este tipo de actividades de actualización o de
perfeccionamiento, y también se lo corre cuando las instituciones privadas que
los desarrollan llevan más allá del mínimo necesario la estructura
organizativa, sea porque ellas así lo dispongan, sea por exigencias externas.
Ese riesgo es el “endurecimiento” que toda oficialización o excesiva
organización trae consigo, endurecimiento que puede llevar a los cursos de
perfeccionamiento a perder dinamismo y a recaer en caracteres estáticos que son
lo contrario de su naturaleza. No pidamos a los cursos de perfeccionamiento
esquemas rígidos o sistemas demasiado organizados”. Sin libertad de enseñanza,
el dinamismo cultural se frena en los inamovibles planes estatales. El tema era
obvio, para mi padre, para lo que hoy llamamos post-grado (en español). Más
adelante mi padre lo extendería a todos los niveles. Impresionante: mientras él
iba para adelante, su país iba para atrás. A partir de los 90 el Estado
Argentino planificó absolutamente todo cuanto pudo y encerró a todos los
masters y doctorados en ese soviet llamado Coneau. Mi padre lo preveía antes de
su muerte en 1991. Su desánimo de entonces era entendible. No quiero ni pensar
qué hubiera sentido después.
Pero en 1967 tenía la esperanza de que sus
advertencias fueran escuchadas: “…Muy grave es el riesgo que se hará correr a
las instituciones privadas si, en nombre de presuntos riesgos, se les comienza
a exigir organizaciones y planificaciones y detalles que deban ser
estructurados con larga antelación y que una vez previstos no puedan
modificarse sin previa consulta y quizá no puedan modificarse de ninguna
manera. Solamente la iniciativa privada y un clima de libertad prácticamente
absoluta pueden garantizar el mantenimiento de ese carácter dinámico que es la
esencia de este fenómeno de perfeccionamiento de educación continua”;…. “En
nuestro país todavía seguimos teniendo miedo a la libertad y ante cada peligro,
ante cada riesgo, solemos acudir al Estado para que mediante su fiscalización
nos proteja” (¿Les suena?).
Para escándalo de los estatistas
conservadores, que confundían la Edad Media con su estado weberiano, mi padre
comparaba la libertad de enseñanza con el surgimiento de las universidades.
Cita la definición de “estudio” que aparece en las Partidas de Alfonso el
Sabio: “… “estudio es ayuntamiento de maestros de escolares con la
voluntad y el entendimiento de aprender los saberes”. Y luego, en un sentido
gadameriano, “deconstruye” la definición[2]: “…Pero
véase bien qué dice Alfonso: “con la voluntad”, es decir que libremente quieren
unos enseñar y otros saber, pues no hay voluntad si no hay libertad, y ese
“ayuntamiento”, ese encuentro de maestros y alumnos a que él se refiere es el
encuentro de voluntades libres, sin lo cual no ha habido nunca ni la habrá
enseñanza ni escuela, maestros ni discípulos”.
Repárese: “…voluntades libres, sin lo cual
no ha habido nunca ni la habrá enseñanza ni escuela, maestros ni discípulos”.
Toda una filosofía de la educación, una
visión de la didáctica y de la política educativa en 18 palabras.
[1] Ver al respecto García Venturini,
J.L.: Politeia, Troquel, 1978.
[2] “…Es interesante ver de qué modo
Gadamer explica su noción de “deconstrucción”: “...¿Y qué es en realidad eso de
“lenguaje de la metafísica”? ¿Es realmente un lenguaje? Se entiende, desde
luego, lo que se quiere decir cuando se afirma que un concepto soporta un matiz
metafísico. A este respecto me parece totalmente decisivo el hecho de que el
concepto de “destrucción”, que el joven Heidegger nos transmitía como ese nuevo
gran mensaje, nunca implicase para quien realmente tuviera oído para la lengua
alemana de la época el sentido negativo que le es propio en otras lenguas. Para
nosotros, destrucción equivale a desmontaje, desmontaje de aquello que sirve de
ocultamiento. Cuando queremos decir destrucción en sentido negativo no decimos
‘Destruktion’ sino ‘Zerstorung’. Esta es la manera en que Heidegger introdujo
la palabra en la década de 1920, y supongo que Derrida no era plenamente
conciente de ello, por ello eligió una palabra que según mi sensibilidad
lingüística es extraña y redundante, ya que parece que él percibía
efectivamente sólo el sentido negativo de ´Destruktion´” (en El giro
hermenéutico, op.cit., p. 66). Sigue más adelante: “Heidegger demostró que
los conceptos establecidos por los griegos eran palabras utilizadas en el
lenguaje vivo y que a pesar de toda precisión conceptual recogían una
multiplicidad de significados o, para expresarse según la poetología moderna,
que ocupaban múltiples “espacios significativos” que se mantienen siempre
presentes” (idem). Y más adelante: “...En Heidegger “destrucción” no significa
jamás liquidación, sino desmontaje. A través de esa destrucción se pretende
retrotraer determinaciones conceptuales fosilizadas hasta la experiencia de
pensamiento de la cual nacieron en su momento, y así hacerlas hablar de nuevo.
Una destrucción de este tipo no pretende desde luego remitir a un origen
oscuro, a una ‘arché’ o lo que quiera que sea....” (Idem, p. 81). De mi libro Hacia
una hermenéutica realista, Austral, Buenos Aires, 2005, nota nro. 29.
Simplemente formidable, este escrito es catedra completa. Excelente Dr. Zanotti
ResponderEliminar