CAPÍTULO IX:
LA
ÉTICA DE LOS PRECIOS[1]
Del
libro
https://www.amazon.com/-/es/Gabriel-Zanotti-ebook/dp/B01C8RCW76
Con el espíritu de aceptar
aquello que, aunque originado en escuelas de pensamiento no cristianas, sea
compatible con una antropología cristiana, no podemos dejar de nombrar un
aspecto de la Escuela de Frankfurt, esto es, fundamentalmente, Adorno,
Horkheimer y Habermas (Op.cit. y
Habermas, Jürgen, Teoría de la acción
comunicativa, Barcelona, Taurus,
1987). Como es sabido, en estos autores, la dialéctica de la
Ilustración tiene una fase donde el capitalismo y la industrialización
consecuentes, dada la explotación según Marx, presenta relaciones necesariamente
de dominio de los unos sobre los
otros, al estilo dialéctica amo-esclavo en Hegel. Nosotros no estamos de
acuerdo, aparte de que nos parece no cristiana, con esa visión
dialéctica-marxista de la historia, pero el elemento a rescatar es la sensibilidad
que tienen estos autores por el tema de la alienación, que, descontextualizado
de la “izquierda hegeliana”, presenta algo perfectamente coherente con una
antropología y una ética cristiana. Y es
el tema de la relación dialógica yo-tú, presente en autores
veterotestamentarios como Martin Buber (Buber, Martin, Yo y tú, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1994), pero también
en las condiciones de diálogo de Habermas (Habermas, Jürgen, Teoría de la acción comunicativa, op.cit, vol. I, interludio I), que,
nuevamente, pueden ser enfocadas desde una antropología cristiana (Hemos
trabajado en esto en Zanotti, Gabriel, “Intersubjetividad y comunicación”, en Studium, Tucumán, UNSTA, 2000, t. IV,
vol. 6). Considerando la dignidad humana que se desprende por estar creado a
imagen y semejanza de Dios, la relación adecuada con nuestros semejantes
implica el respeto a su condición de persona, esto es, tratarlo como otro en tanto otro y no en tanto mero
instrumento. Esto es, una relación yo-tu,
en cambio de una relación yo-eso. Una
relación yo-eso es la que se tiene con una cosa-no-persona, que puede ser por
ende un instrumento a nuestro servicio, al cual legítimamente se lo domina, se lo usa, se lo “manipula”, y si es
necesario se deja de lado una vez que ya no funciona. En cambio, nunca una
persona puede ser reducida solo a instrumento, quedando reducida a una mera X
dentro de mi esfera personal: ello es precisamente alienarla, esto es, no
respetar su propio yo y “convertirla en otro”, precisamente, aquel que la manipula.
Ello es contrario a la dignidad de persona, es precisamente la situación a la
cual quedan sometidas las personas en los totalitarismos y autoritarismos
diversos, y por ello es coherente que un autor como Karol Wojtyla haya
considerado cristiano en sí mismo al segundo imperativo categórico de Kant:
“nunca tratarás a otra persona como medio, sino como fin” (Wojtyla, K., Cruzando el umbral de la esperanza,
Barcelona: Plaza y Janés, 1994).
En lo que Habermas ha
colaborado enormemente es en resaltar las condiciones lingüísticas del
tratamiento instrumental del otro o, en cambio, tratarlo dialógicamente
(Habermas, Jürgen, Teoría de la acción
comunicativa, op.cit.). En principio –decimos así porque en estas cosas no hay
normas absolutas– si yo trato de captar lingüísticamente al otro, en una
estrategia de manipulación, ello no es diálogo sino razón instrumental, en
términos de Habermas; en términos de una antropología cristiana, ello no es
tratar al otro confirme a su dignidad de persona creada. Por supuesto, en una
antropología no determinista, esta
posibilidad de manipulación al otro es eso: una posibilidad moral, no una necesidad de una
etapa dialéctica de la historia. Y esa posibilidad
necesita lingüísticamente de un acto del habla, esto es, de una acción que
hacemos con el lenguaje (véase Wittgenstein, Ludwig, Investigaciones filosóficas, Barcelona: Crítica, 1988 y Austin,
John L., Cómo hacer cosas con palabras,
Barcelona, Paidós, 1990), perlocutivo, esto es, que intenta modificar la
conducta o el pensamiento del otro. No hay nada de malo en ello, al contrario,
en las relaciones intersubjetivas siempre nuestro lenguaje tiene efectos en el
otro, y muchas veces tratamos de convencer al otro de un cambio de pensamiento
y/o conducta. La clave ética, para que ello no se convierta en manipulación y,
de ese modo, el otro no se vea alienado, es que el acto perlocutivo sea abierto y que el pacto de lectura sea
relativamente claro, y la importancia de esto crece cuanto más delicada sea la
cuestión y más sensible sea el otro ante el mensaje. Por ejemplo, si vamos a
tratar de convencer a alguien de la verdad del Evangelio, es importante que el
destinatario del mensaje en cuestión esté relativamente advertido de nuestra
intención, no sea que nos escuche por otro motivo y luego se sienta
relativamente engañado. Son normas generales que, por supuesto, hay que aplicar
con prudencia a los casos concretos. Pero yendo a temas que todos conocemos, el
manejo de estos actos del habla ocultos, por parte de personas psicóticas, hacia
personas con un yo debilitado y susceptibles de ser alienadas y caer en el
engaño, es lo que explica en gran medida que la mayor parte de los
autoritarismos comienzan con discursos que luego generan fenómenos de masificación, con diversas hipótesis
psicológicas explicativas sobre las causas por las cuales la psiquis es pasible
de este tipo de manipulaciones (Sobre este tema, véanse Frankl, Viktor (1986), Ante el vacío existencial, Barcelona,
Herder, 1986 y Freud, Sigmund, “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas, Buenos Aires, El
Ateneo, 2008, T. III).
Llega entonces el momento
de preguntar: ¿qué tiene todo esto que ver con el mercado? Que, precisamente,
para muchos, cristianos o no, el mercado sería uno de los mejores ejemplos de
manipulación y alienación, porque, en un acto de compra/venta, el vendedor –es
habitual pensarlo de ese modo pero podría ser al revés– estaría aplicando una
estrategia de venta y por ende tratando de lograr que el comprador compre y, en
ese sentido, estaría tratando de manipularlo. Comprador y vendedor se verían
como medios, uno con respecto al otro, de sus respectivos fines, y no se
trataría al otro conforme a su dignidad.
Es una objeción grave,
porque va mucho más allá de cualquier defensa que se pueda hacer del mercado
por la vía de su mayor eficiencia o productividad. Es una objeción que toca el
núcleo moral de la acción humana en el mercado.
Debemos decir al respecto
lo siguiente:
En primer lugar, la
posibilidad de manipulación del otro, como posibilidad moral, es innegable, o
de lo contrario no habría libre albedrío. Es una posibilidad, por otra parte,
no reducida solo al ámbito del mercado, sino, después del pecado original, a
toda relación humana en sí misma buena. Puede suceder en el matrimonio, en las
relaciones legítimas de poder, etc. Pero por ese mismo motivo, porque es una
posibilidad moral, no es un proceso necesario
de una determinada etapa de la historia, como en el materialismo dialéctico,
y eso es lo que distingue a la alienación dentro de una posibilidad luego del
pecado original y la alienación como proceso necesario del capitalismo como
etapa de la lucha de clases (Ver al respecto, Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe (1984), “Instrucción sobre algunos aspectos de la ‘teología
de la liberación’”, en L’Osservatore Romano, 1984, caps. 7-9.).
En segundo lugar, en ese
sentido, cabe reiterar que “el mercado” del que hablamos es un proceso
espontáneo, connatural a la naturaleza humana que trata de minimizar la escasez
(ya hemos tratado este tema), que tiene sus diversas fases de evolución y que
no se identifica solo con el capitalismo concomitante y posterior a la
revolución industrial, que, por lo demás, tampoco es moralmente indebido en sí
mismo (Nos referimos al punto 101 de la encíclica Quadragesimo anno; ver al respecto Doctrina Pontificia, Madrid, BAC, 1964, p. 672; sin olvidar, por
supuesto, el famoso punto nº 42 de la Centesimus
annus, citado anteriormente.).
En tercer lugar, los actos
de compra/venta en un mercado, y también en las características culturales del
mercado en Occidente, son habitualmente una estrategia abierta, anunciada,
conocida por conocimiento común del mundo de la vida y del horizonte de pre-
comprensión cultural, y en ese sentido no son estrategias maliciosamente
ocultas. El mercado implica, precisamente, personas comunicándose, hablando,
expresando sus preferencias y valoraciones, con pactos de lectura que dependen
de usos y costumbres culturales abiertas. Las normas de regateo cuando se compra o se vende un departamento, o
las normas de regateo en un mercado indígena de Centroamérica, o las normas de
compra/venta en un supermercado occidental, se
suponen conocidas para quienes participan en esos “juegos de lenguaje”. Yo
no puedo denunciar engaño porque vaya a la India o a Nueva York y no conozca
las normas implícitas que manejan sus respectivos mercados. En este sentido, los órdenes espontáneos, en tanto procesos
de comunicación de conocimiento disperso, se manejan con actos del habla
perlocutivos abiertos y no caen, por ende, en el carácter casi
necesariamente manipulador de un acto del habla ocultamente estratégico. O sea:
en los mercados (igual que en la política o en las relaciones entre los sexos)
se manejan estrategias, pero son abiertas y, en ese sentido, parte de pactos de
lectura conocidos implícitamente. Para pasar a otro ámbito, ningún caballero
puede sentirse engañado porque una dama rechace su primera invitación salir
dando cualquier excusa, cuando en un determinado “juego” ello es entendido como
una prueba para ver si el caballero le invita de vuelta. Si el caballero
decodifica “no quiere salir conmigo, punto”, es que no está entendiendo el juego
de lenguaje. De igual modo, si un comprador interpreta “el precio es 100, yo
compro solo por 80, punto”, se produce una situación similar. El mercado es por
ende un juego de lenguaje abierto. Presuponiendo el conocimiento común de un
determinado mundo de la vida y un normal libre albedrío, es un proceso natural
de comunicación y no de alienación.
En cuarto lugar, desde el
punto de vista jurídico, un acto de
compra/venta puede ser perfectamente legítimo
aunque la intención última de
alguno de sus participantes sea “dominar indebidamente” al otro. Ello es así
porque, en los actos de compra/venta donde rige la justicia conmutativa, se
cumple también que en la virtud de la justicia, un acto puede ser justo aunque
la intención última del ser humano sea otra. Y ello es así porque el objeto de
la justicia es lo justo. Si yo devuelvo a otro una suma debida, mi acto es
justo aunque mi intención última sea
indebida, por ejemplo, solo quedar bien con él. Por ende, la justicia humana
–esa ley humana que no puede abarcar, precisamente, todo lo exigido por la ley
natural– (Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica, I-II, q. 96, a. 2c) no puede pedir el control de las intenciones
últimas de las personas intervinientes, donde entra precisamente el fin último
de la acción. O sea, la justicia humana, para seguir la clásica característica
tripartita de un acto moral, cae sobre el objeto,
nunca sobre el fin y a veces sobre la
circunstancia de la acción. O sea, si
yo ejecuto un acto de compra/venta sin atentar contra la justicia pero sin
mirar al otro en tanto otro, ello es moralmente
malo por ese “sin mirar al otro en tanto otro”, pero justo desde un punto de vista moral y legal. Por ello es importante, al realizar un acto de compra/venta, mirar al
otro no solo como aquél que está comprando o vendiendo, sino además como
lo que es en sí mismo, persona, más allá de que “me sirva”. Pero ello está
más allá de lo que la ley humana pueda
contemplar.
Por último, alguien podría decir que en el mercado hay
engaño si se vende o se compra a un precio mayor o menor de lo que la cosa vale en sí misma pero para contestar esa objeción
debemos pasar el punto siguiente, la ética de los precios en el mercado.
***
Recordemos que según Santo
Tomás el deber ser es un analogado del ser. Ello se desprende de la ética de
Santo Tomás y de la filosofía cristiana en general, donde la ley natural no es
más que el despliegue de las capacidades de la naturaleza del ser humano. Por
eso, desde esa perspectiva, la famosa separación de Hume entre ser y deber ser
no tiene sentido.
Por ende, para analizar el deber ser en los precios hay que
analizar el ser en los precios, esto
es, la naturaleza de esa relación intersubjetiva que llamamos precios (norma
que se cumple, mutatis mutandis, para
todas las cuestiones de ética económica).
Hasta ahora hemos dicho
algo que creemos importante, esto es, que los precios son síntesis de
conocimiento disperso, pero hay que extender el análisis de dicha
caracterización para el tema que nos compete.
Repasemos dos cuestiones:
propiedad y teoría del valor.
Analicemos para ello un
caso simple: Juan decide vender su automóvil por 10.000 dólares y Roberto no lo
quiere comprar por más de 8.000 dólares. Por supuesto, una consecuencia muy
importante, a efectos de teoría económica, es que en ese caso no habrá intercambio,
pero a efectos de lo que estamos analizando, hay dos cuestiones previas.
En
primer lugar, que Juan decida vender su automóvil presupone la propiedad de su automóvil. Por ende
la oferta, la demanda y los precios presuponen la propiedad de los bienes y
servicios que se intercambian. La propiedad de la que hablamos aquí está
justificada como precepto secundario de la ley natural, según lo afirmado por
Santo Tomás en Suma Teológica, I-II, q.
94 a. 5 ad 3, por su utilidad, como un “adinvenio”
del intelecto humano, que, como hemos visto en todo lo que venimos diciendo, en
la economía actual pasa por minimizar el problema de la escasez. La propiedad
es sencillamente una institución evolutiva para minimizar el problema de la
escasez y por ello es precepto secundario de la
ley natural (he desarrollado en detalle ese aspecto en Zanotti, Gabriel
J., Crisis de la razón y crisis de la
democracia, Episteme, Buenos Aires, 2015, e id, “La ley natural, la cooperación social y el orden espontáneo”,
en Revista de la Facultad de Derecho Nº
19, Guatemala, Universidad Francisco Marroquín, 2001).
En segundo lugar, cuando dijimos que los precios son
síntesis de conocimiento disperso, dijimos que ello permite leer en el mercado
la escasez relativa de los bienes, esto es, cuán escaso es un bien. Pero esa
escasez no es objetiva, sino, como todos los fenómenos sociales, intersubjetiva
y subjetiva. ¿Qué quiere decir ello? Que el valor de los bienes en el mercado,
que se traduce en los precios, no es una propiedad de la cosa en sí misma independientemente de su intercambio humano,
sino de la cosa en tanto intercambiada y valorada por las personas (“subjetivo”) que intercambian. Esto es muy
conocido por los economistas como teoría
subjetiva del valor, como ya se ha analizado, pero habitualmente choca con
la noción escolástica de bien cuyo valor, en tanto “bonum”, es “objetivo” (“la cosa es apetecida por ser buena y no
buena por ser apetecida”, hemos mostrado su complementariedad en el capítulo
sobre los bienes económicos); y por
ello ahora la estamos presentando de modo tal que no se produzca ese conflicto,
pero no por nuestro modo de presentación sino porque verdaderamente no consideramos
que lo haya (hemos desarrollado esto en detalle en nuestra tesis de doctorado
de 1990, Zanotti, Gabriel, Fundamentos
filosóficos y epistemológicos de la praxeología, Tucumán,
UNSTA, 2004).
Por supuesto que el valor
moral es “objetivo”, en tanto que el bien moral de una acción humana depende de
un objeto, fin y circunstancias que no son decididos arbitrariamente por la
persona actuante. Por supuesto que además puede haber otro tipo de valores
involucrados en una mercancía (artístico, afectivo, etc.,) independientes del acto
de intercambio. Por supuesto que el “bonum”
es un trascendental del ente y como tal el grado de bondad de una cosa depende
de su “gradación entitativa”, dependiente de su esencia. Pero nada de ello
obsta a que, como hemos visto, la escasez de la que hablamos es intersubjetiva,
en relación a lo humano, y por ello si un bien o servicio no es demandado en el
mercado no tiene valor –a ello llamamos subjetividad del valor en el mercado–.
Puede ser que algo “deba” ser demandado por los consumidores, pero lo que
determina su precio en el mercado es que efectivamente sea demandado y
ofrecido. Por ello los economistas saben que la teoría subjetiva del valor
soluciona la famosa “paradoja del valor” de los economistas clásicos: algo tan
importante como el agua puede tener menos valor en el mercado que una pepita de
oro en la medida de que el agua en determinadas situaciones (no en un desierto)
sea más ofrecida en el mercado y el valor de cada unidad de agua (que los economistas llaman “utilidad marginal”) sea menor.
Por ende algo vale en el
mercado (repetimos: en el mercado) en
la medida que una persona valore lo que ofrece y lo que demanda. Pero el precio
implica el encuentro entre las valoraciones de oferente y demandante. Si yo
valoro mi teléfono móvil en 5000 dólares y nadie me compra por esa valoración,
tendré que ir bajando mis pretensiones hasta encontrar un comprador. Pero si mi
celular comienza a ser altamente demandado por mucha gente, puede ser que lo
venda por esa valuación o más. Esto es, recién en el momento del intercambio se
establece el “precio”, que depende, como vemos, del encuentro de las valuaciones subjetivas de oferentes y demandantes, y
por eso los precios indican la “escasez relativa”: porque la escasez en el
mercado no depende de la cantidad
objetivamente contable del bien, sino de cuánto sea demandado y ofrecido por personas. Y esto es importante
porque, a su vez, como ya explicamos, permite que las expectativas se ajusten:
si yo soy oferente (tal vez empresario) de teléfonos celulares/móviles y “leo”
que los precios de los celulares suben, tal vez me decida a hacer inversiones
adicionales en ese sector, lo cual aumentará luego la oferta de teléfonos celulares/móviles
y su precio comenzará a bajar. Todas estas explicaciones, que para algunos economistas
(no todos) son muy conocidas, las estamos resumiendo a fines de comprender la
naturaleza de esas relaciones intersubjetivas llamadas precios y por ende poder
analizar bien su “deber ser”.
Las conclusiones respecto a
la ética de los precios, dado en el análisis anterior, son las siguientes:
1. La
decisión de vender o no vender, comprar o no comprar (A), que es lo que implica que aumente o no la oferta y la demanda,
depende de la propiedad como precepto secundario de la ley natural (B). Por
ende, si B es éticamente correcto, A lo será también. Luego, si, por ejemplo,
yo decidiera NO vender mi auto, y este, a su vez, fuera altamente demandado, su
precio potencial tendería a infinito,
o sea, “no se vende”. Pero si la propiedad de mi auto es éticamente correcta,
entonces que el precio sea “alto” en el sentido de tender al infinito, también
lo es. Por ende un “precio alto” no es fruto de una acción inmoral, sino de una
propiedad éticamente justificada, frente, a su vez, de una demanda del bien en
cuestión.
2. La
pregunta de si es lícito vender o comprar en el mercado por más o menos de lo
que la cosa vale está mal planteada en cuanto que el valor en el mercado es
subjetivo en el sentido que lo hemos explicado. La cosa en el mercado vale lo
que vale en el mercado. Es casi tautológico. Si tiene algún otro tipo de valor, no es el valor que conforma los
precios.
3. Cuando
aumenta la demanda de un bien, alguien con buena voluntad puede decidir
mantener el precio como está o bajarlo, pero la cantidad ofrecida del bien se
acabará rápidamente. Un convento de benedictinos puede estar vendiendo miel por
10 dólares el frasco. Supongamos que la demanda de miel aumenta repentinamente
porque las personas están convencidas de sus propiedades curativas o lo que
fuere. Los benedictinos pueden decidir bajar el precio o más aún, repartir todo
su stock, y ello parecerá muy meritorio. Pero ese stock se acabará rápidamente.
Tienen que producir más cantidad, lo cual requiere más inversión por parte de
ellos, lo cual no es nada sencillo y, mientras tanto, si no quieren agotar el
stock, deberán (con “necesidad de medio”, no “ontológica”) ver si pueden obtener un precio más alto, si la demanda les responde, para que no
haya largas filas de demandantes alrededor del convento que luego se queden sin
miel, y para, a su vez, obtener un margen
adicional de rentabilidad que les permita obtener nuevos créditos para
re-invertir en la producción de miel. Nada de ello se produce por la maldad
moral de los benedictinos. A su vez, ese nuevo precio de la miel, más alto,
atraerá a otro oferentes (excepto que los
benedictinos tengan una licencia exclusiva para producir miel concedida por el
gobierno) que lentamente harán que el precio de la miel tienda nuevamente a
la baja.
Dado el corazón humano después
del pecado original, puede ser perfectamente que alguien saque provecho de un
precio alto, de un bien que es su propiedad, sin importarle en absoluto el
prójimo, sobre todo en situaciones tales como ser vendedor de agua en un
desierto, etc. Ello, obviamente, no sería correcto moralmente. Pero entonces,
¿qué hacer? La tentación es que los gobiernos (esto es, otras personas con
poder de coacción) intervengan ese mercado y expropien la producción o fijen
precios máximos, etc. Pero ello produciría los siguientes resultados: a) como
explicamos antes, al intervenir en un precio se borra la fuente de
interpretación de la escasez relativa en el mercado y la situación es peor; b)
la expropiación de la producción en cuestión desalienta los incentivos para la
producción y la situación es peor, atentando contra el principio de
subsidiariedad.
Desde el punto de vista de la ley humana, hemos visto ya que Santo Tomás deja bien en claro que
dicha ley no abarca todo lo prohibido por la ley natural. Por ende, vender al
precio de mercado puede ser perfectamente bueno desde el punto de vista del
objeto, fin y circunstancias de la acción, o
no, pero en este último caso, por los motivos a y b, no es conveniente que
la ley humana interfiera en el proceso de mercado. Lo inteligente es, desde el
punto de vista de la ley humana, en un caso de emergencia, que una agencia
gubernamental compre el bien en cuestión y lo venda más barato o lo regale y
con ello no interfiere con el delicado proceso de precios. Por supuesto, esta
propuesta es alto opinable, y depende de condiciones que los economistas han
estudiado para los casos de “decisión pública”; en este caso se requerirían
condiciones harto difíciles como que el gobierno
sea preferentemente municipal, tenga sus cuentas en orden, no se financie con
emisión monetaria o impuestos a la renta (Hayek, Friedrich A. von, Nuevos estudios, op.cit., cap. 8), etc.
4. Los
precios en el mercado se manejan en una franja de máximo y mínimo: el límite
máximo de venta es aquel más allá del cual no se encuentran compradores, y
límite mínimo de compra es aquel por debajo del cual no se encuentran
vendedores. Yo puedo querer que mi computadora se venda a 10.000 dólares pero
es muy factible que más allá de 500 dólares no se encuentren compradores; de
igual modo, yo puedo querer comprar un ordenador (usado) por 1 dólar pero es
muy factible que por debajo de 400 dólares no se encuentren vendedores. Esos
límites están determinados precisamente por la oferta y la demanda del bien en
cuestión y no se pueden pasar so pena de que no haya intercambio. Por ende la
voluntad del vendedor o comprador en el mercado no “fija” los precios sino que depende de la interacción con
la otra valoración. Esa franja es lo que implica el “precio de mercado”. Ahora
bien, un cristiano debe tener en cuenta el bien de su prójimo y por ende puede
ser perfectamente bueno que, al vender algo, en determinada circunstancia, no
busque el límite máximo de venta sino el mínimo, pero más allá del mínimo no va
a poder bajar. Yo puedo ser farmacéutico y propietario de mi farmacia y ante
determinada circunstancia, bajar mi valuación de un medicamento de 100 a 80, pero
si lo sigo bajando, por un lado aumentará enormemente la demanda y no voy a
poder satisfacerla y, por el otro, los vendedores del medicamento en cuestión
dejarán de proveerme. En ese caso, es
perfectamente cristiano seguir vendiendo a 80 y, por otro lado, en una
acción fuera de mercado, distribuir
gratuitamente medicamentos que yo haya podido adquirir con mis recursos, ayuda
de una fundación, etc. Hacemos todas estas aclaraciones precisamente para que
se vea que la ética de los precios no tiene autonomía absoluta en la
determinación de los precios. El nivel de los precios no depende de la buena o
mala voluntad de las personas; esta última puede incidir pero hemos visto que
el factor básico es la demanda subjetiva de los bienes y todas las
consecuencias de la interacción de las valoraciones cuyos ejemplos hemos
explicado.
Conclusión: la cosa “en sí misma”, esto es, independientemente de su intercambio en el
mercado, puede tener tal o cual valor, pero ese valor no tiene que ver con los precios. Estos últimos surgen de las
valoraciones intersubjetivas de las personas en el mercado, y hay que tener en cuenta esto último para
analizar la ética de oferentes y demandantes en el mercado.
Pero este mercado, como
hemos visto, no es un mecanismo, que se mueva por acción y reacción, sino un
proceso, una interacción entre personas. Y el factor que lo mueve hacia una
mayor coordinación de expectativas es la referida tendencia al aprendizaje, que
se traduce en el factor empresarial. Pero ese papel –el empresario, la empresarialidad–
ha quedado muy desdibujado ante una ética cristiana. Será objetivo de estos
artículos encaminar nuevamente esa cuestión.
[1] Lo que sigue es una
versión ligeramente modificada, de este mismo tema, incluida en nuestro
reciente libro Antropología cristiana y
economía de mercado, Unión Editorial, Madrid, 2011.
Me parece que una persona que dice aceptar la existencia de un orden moral objetivo, asumiendo las consecuencias que esto implica, "no puede autoproclamarse liberal en sentido pleno"; en todo caso sería liberal con reservas en lo político y jurídico, acentuando solo su liberalismo en el área económica. La ética, el derecho natural y el derecho positivo fundado en éste último, restringen significativamente la libertad de acción de los individuos. Por ejemplo el derecho a la vida es un valor absoluto que está por encima de la libertad irrestricta, y ud. Gabriel considera al embrión con un valor intrínseco, lo cual se fundamenta en la metafísica, la filosofía de la naturaleza y la ética, y en este caso no existe liberalismo lo cual me parece correcto. Como estudioso que es ud de la escuela austríaca de economía, sabe que sus autores con diferencias, no son tomistas, ni iusnaturalistas y por lo tanto su liberalismo lógicamente no considera los límites antedichos.
ResponderEliminarCon respecto al precio subjetivo fijado por el libre mercado, no es los mismo que esto se de en un estado derecho en que sus leyes tengan vigencia social efectiva, que en un estado como la Argentina en que se vive en medio de la anomia. Por eso es cierto que en el mercado no existen relaciones virtuosas y por lo tanto la justicia como virtud en el intercambio económico es un utopía, pero al derecho y leyes humanas les compete garantizar la justicia entendida en términos de conducta exterior justa, sin importar la intención, pero esto es imposible en medio de un estado en que ninguna ley, ni siquiera humana se respeta.
David, ¿qué quiere decir "liberal en sentido pleno"? Creo que allí estás asumiendo sólo UNO de los significados históricos del liberalismo. Pero hay otros.
ResponderEliminarPor lo demás, para aceptar como verdadero el núcleo central de la EA NO se necesita que sus autores sean iusnaturalistas ni NO iusnaturalistas. Ellos vieron bien cómo funciona el sistema de precios. ¿Puede ser ello compatible con la ley natural cristiana? Sí, lo he explicado en todos mis libros, no sólo en este.
Y en la Argentina más que nunca se deberían respetar los precios como indicadores de la escasez relativa de los bienes en el mercado. El control de precios sólo lleva a faltantes y desabastecimiento. Con católicos o con shintoístas, con agnósticos o marcianos.
Un abrazo.
En sentido pleno, me refiero a aquella posición que define al liberalismo, sosteniendo que la libertad es el valor absoluto, e incluso fuente de los demás valores. Con esta actitud intelectual y de vida se termina haciendo de esta doctrina una ideología, al pretender aplicar los presupuestos liberales a toda la realidad en su conjunto, (propiedad de mi cuerpo, libertad de abortar, libertad de elegir la identidad sexual, matrimonio como libre contrato, etc). Dicho sea de paso, la encíclica Veritatis Splendor, critica esta concepción de la libertad antedicha. En realidad las consecuencias éticas terminan siendo las mismas que se derivan de la ideología materialista-marxista.
ResponderEliminarTambién creo que esa es la posición liberal, que condena expresamente la iglesia católica, en sus encíclicas; el liberalismo como sistema económico-ideológico.
Ahora si de lo que se trata es de comprender la libertad como condición para el eficaz funcionamiento del mercado, de los precios, la libertad de las empresas, de los consumidores, etc, todo corresponde a la autonomía de la economía como ciencia en tanto conocimiento, y en esto no corresponde un juicio ético. Por otra parte en la práctica económica, tanto la propiedad privada, la libertad contractual, en tanto se respete la justicia conmutativa, no hay problema y si además se respeta el principio de subsidiaridad, creo que no es esto lo que condena la iglesia. Me parece que son posiciones no solo cuantitativa, sino cualitativamente distintas.
Ma hago cargo de que yo no he leído lo suficiente todos sus escritos y para terminar; ¿qué me recomienda leer acerca de los diferentes significados históricos del liberalismo?. Saludos.
".......Ahora si de lo que se trata es de comprender la libertad como condición para el eficaz funcionamiento del mercado, de los precios, la libertad de las empresas, de los consumidores, etc, todo corresponde a la autonomía de la economía como ciencia en tanto conocimiento, y en esto no corresponde un juicio ético. Por otra parte en la práctica económica, tanto la propiedad privada, la libertad contractual, en tanto se respete la justicia conmutativa, no hay problema y si además se respeta el principio de subsidiaridad, creo que no es esto lo que condena la iglesia. Me parece que son posiciones no solo cuantitativa, sino cualitativamente distintas."
ResponderEliminarESO es la economía de mercado. Lo demás es una cuestión de términos.
Para la cuestión del término liberalismo, te recomiendo en clásico libro de J. L. García Venturini, "Politeia".
Si me envías un email a gabrielmises@yahoo.com te puedo enviar algunos PDFs.
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ResponderEliminarGabriel:
ResponderEliminarCoincido con casi todo lo que decís. Yo mismo advierto que muchos católicos no saben distinguir entre el valor objetivo de un bien y su valor subjetivo en el mercado (sin que por eso todo el orden económico deba regirse sin límites por los deseos de los consumidores). Lo que afirmás respecto al trato del otro como fin y no como medio, a la comunicación inter-subjetiva, a la manipulación, a los precios como indicadores de las preferencias de los consumidores, al rol del empresario, etc. lo comparto plenamente. Entiendo que tu referencia a Hayek/Buchanan acerca de la provisión no monopólica de ciertos bienes públicos por parte de los municipios (Hayek habla también, subsidiariamente, de entidades regionales) es muy importante frente a la acusación que se te ha hecho de defender un orden económico que sólo tiene en cuenta los deseos individuales y no en primer lugar las necesidades fundamentales (en cuestiones como alimentación, vivienda, salud pública, educación, medio ambiente, etc). El admitir como lícito y según los casos como necesario, ese accionar subsidiario del estado municipal/regional, supone que SÍ ESTÁS DISTINGUIENDO ENTRE NECESIDADES FUNDAMENTALES Y DESEOS INDIVIDUALES MENOS IMPORTANTES. Sólo que aplicás el principio de subsidiariedad según unas exigencias perfectamente opinables (con las que coincido).
La única objeción que te haría (suponiendo que se comprenda la reciprocidad en los cambios en relación con las características de una economía dinámica como la moderna, al modo como lo explica Meinvielle en su "El poder destructivo de la dialéctica comunista") es que ciertos factores sí pueden facilitar la manipulación y deberían ser corregidos desde lo moral y lo cultural, pero también desde lo jurídico-político, en el caso que atenten contra la justicia conmutativa y/o la justicia legal. Me refiero por ej. a las técnicas conductistas utilizadas por cierta publicidad, al abuso de posición dominante que puede realizar una empresa que goza de un monopolio espontáneo (no me cierra en esto el análisis abstracto de algunos economistas austríacos acerca de la probable existencia de un competidor potencial, la inexistencia en el mercado libre de un monopolio natural y demás), la aparición de fenómenos imprevisibles que afecten de modo grave una relación contractual (de allí mi apoyo a doctrinas de derecho civil como las de la imprevisión, la lesión enorme o el mal llamado "abuso de derecho", contra la opinión de Risolía o López de Zavalía),etc. Y es por eso que en estos asuntos me inclino más por lo que defiende la Economía Social de Mercado que la Escuela Austríaca. Tal vez un mejor conocimiento de la historia (aún admitiendo el revisionismo histórico sobre la Revolución Industrial) ayude a complementar los principios e instituciones de una economía de mercado con el conocimiento de situaciones objetivas de explotación, dumping, engaño al consumidor, etc. que deben ser prohibidas para evitar graves injusticias. Por lo demás (y esto ya no es una crítica a tus ideas) aun dentro de los principios del liberalismo económico, ciertas demandas que podrían realizarse contra empresas o comercios que engañan a los consumidores no es posible en la Argentina dada la inexistencia de tribunales municipales que podrían actuar ante violación de contratos por montos pequeños o de mecanismos de arbitraje previos a una demanda judicial para situaciones de esa naturaleza. En relación a lo laboral, te recuerdo el Informe Bialet Massé, hecho durante el segundo gobierno de Roca, acerca de situaciones de explotación de campesinos y obreros, en tiempos en que regía para esto sólo la locación de servicios del derecho civil, un concepto individualista de propiedad privada y de libertad contractual, y sin ninguna exigencia de seguros o indemnizaciones por despido, convenciones colectivas de trabajo, condiciones dignas de labor, jornada de 8 horas, prohibición del trabajo de menores, etc., mucho de lo cual en cambio sí había estado presente en la legislación hispano- indiana, ya desde el siglo XVI. La defensa de este tipo de instituciones no significa justificar la fijación de precios máximos, salarios mínimos, regulación directa de la tasa de interés, expansión monetaria, moneda fiduciaria, personería gremial, cogestión y demás medidas intervencionistas. Por último, creo que sería bueno que se conociera mejor la crítica de algunos pensadores de la Escuela Austríaca al sistema bancario de reserva fraccionaria, al monopolio de marcas y patentes, a instituciones como el FMI o el Banco Mundial, a la existencia de organismos internacionales como la ONU (y todas sus agencias) o al colonialismo de ciertas potencias, todo lo cual explica mejor cómo se fortaleció el "imperialismo internacional del dinero" después de la Primera Guerra Mundial y del cual son representativos filántropos como Soros o Bill Gates, ciertos laboratorios y empresas farmacéuticas, "big tech" que colusionan con los mencionados organismos internacionales, multinacionales que gozan de privilegios fiscales o de otra naturaleza, etc.
ResponderEliminarFernando
"..............Por último, creo que sería bueno que se conociera mejor la crítica de algunos pensadores de la Escuela Austríaca al sistema bancario de reserva fraccionaria, al monopolio de marcas y patentes, a instituciones como el FMI o el Banco Mundial, a la existencia de organismos internacionales como la ONU (y todas sus agencias) o al colonialismo de ciertas potencias, todo lo cual explica mejor cómo se fortaleció el "imperialismo internacional del dinero" después de la Primera Guerra Mundial y del cual son representativos filántropos como Soros o Bill Gates, ciertos laboratorios y empresas farmacéuticas, "big tech" que colusionan con los mencionados organismos internacionales, multinacionales que gozan de privilegios fiscales o de otra naturaleza, etc." Exacto. Gracias Fer. Con respecto a lo demás, bueno, habría que analizar bien uno por uno los temas referidos..............
ResponderEliminarGabriel realmente creo que la postura de la determinacion del "precio" no debería tener objecion alguna, ya qe la experiencia de subir a un colectivo un día de paro de trenes permite conocer a cualquiera la diferencia entre llegar a casa y discutir l tarifa.
ResponderEliminarVeo una idea muy atractiva en el liberalismo de la escuela austriaca y creo que los críticos de esa libertad, que refieren economica, pero sólo es libertad, la única es la que Dios nos regalo al crearnos. El problema de la libertad en el hombre pecador, es que la Redencion no cambio sus debilidades ni la ccion tentadora de satán.
Dios en su infinita sabiduria no regalo libertad y su infinito Amor se vio traicionado por ella cuando Adan y Eva quisieron ser dioses. Hoy ese pecado se multiplica en cada uno de los criticos de la Libertad como principio. Cada vez que argumentan una limitante crean un dios que decidirá que es bueno o malo ypor consiguiente una multitud de injusticias queriendo justificar una medida suelen transformarse en autoritarismo.
Dios acepta y respeta nuestra libertad hasta el limite maximo que es la condenacion, la negacion total de su Amor.
La aceptacion de limites por Amor a Dios, (los 10 Mandamientos) con la única e invariable fuente de justicia que es Él, es la única garantía de una relacion socio economica justa. Toda intervencion deberá realizarse en paralelo con esa Ley para la subsistencia social.
El respeto de la vida, la propiedad privada, del trabajo, de la voluntad de contratar, de la familia, la educacion, la salud y la libertad religiosa, han de ser fundamentales, pero nunca serviran para avasallar el derecho de cada individuo. Fuimos creados individualmente, únicos, amados, provistos de un alma capaz de amar como Dios ama y eso solo si disponemos de la libertad inherente al Amor.
Creo que su planteo permite dividir claramente a aquellos de izquierda y derecha que se creen con ideas superadoras de la voluntad Divina, fantaseando que el resultado de sus controles terminaran haciendo FELICIDAD. Cosa que Dios no ha logrado y que Jesús ha asegurado taxativamente nunca el interes del asalariado sera igual al del dueño y los pobres los tendran siempre.
Carlos Guanziroli