@antoninidejimenez
Universidad Católica de Pereira
Si
solo fuésemos un conjunto de moléculas adosadas a un cuerpo tendría sentido
celebrar el ejemplo de Asia y de sus “exitosos” programas de aislamiento y
vigilancia digital. Solo entonces uno aplaudiría las reflexiones de tipos como
Byung-Chul-Han (La emergencia viral y el
mundo del mañana) que apelan a una radicalización de las medidas de
confinamiento y de estricto control social para Europa. Fue la temerosa Europa
que hoy admira los resultados del “estado policial digital” chino la que
demostró tiempo atrás que la ventaja del esclavo (nunca se equivoca) es
inferior a la virtud del hombre libre (arriesga su vida). No es solo de salvar
vidas de lo que se trata con el COVID-19 sino de salvar al hombre del
autoritarismo y la vergüenza. ¿O es que esas ventajas “asiáticas” que anhela la
izquierda posmoderna para mitigar el virus (reclusiones masivas, video vigilancia;
¡el Big data!) no busca la
restauración del viejo Leviatán que nos confina a la estricta obediencia y
sumisión? ¿No es este sistema de control social la mayor amenaza que pende
sobre una Europa confundida por el miedo? ¿No servirá la sombra del COVID-19 de
alimento a un estado de alerta permanente donde las libertades serán recurrentemente
suspendidas (se habla de que en octubre llegue otro brote) en favor de
cataclismos sobredimensionados?
La
pandemia ha demostrado no ser mortífera. Sus ratios serían muy bajos si
conociésemos todos los infectados y distinguiéramos las muertes por coronavirus de las muertes con coronavirus. No es al número de
fallecidos como al colapso del sistema sanitario lo que instiga la mente de los
políticos (el famoso achatamiento de la curva). Por eso es incomprensible que
la autoridad médica haya asumido las labores de gestión y dirección pública. El
miedo del pueblo les ha facilitado las cosas. El médico analiza la realidad en
términos absolutos; para él una vida es igual a todas las vidas. Pero cuando la
sociedad entra en escena la vida resulta ser más que la suma de cada una de
ellas. La salud es un asunto individual (absoluto a cada vida) y la sanidad relativo
(trabaja por el bienestar de cada uno en
relación al de todos). Es un error interpretar los desafíos generales como
si fueran situaciones que perjudican a cada uno. La política de hoy está presa
de la ideología de la intimidad (los
problemas de la sociedad son los problemas que afectan a cada uno). Así, la
figura del médico se eleva y asume la función que en otros tiempos se reservaba
al sacerdote. La sociedad se medicaliza
como si de un cuerpo enfermo se tratara. Su diagnóstico no se guía por los
principios de la razón pública y convierte la sustancia social en una sumatoria
de conflictos particulares. Esta política irresponsable de confinamiento masivo
hace de la sociedad un paciente moribundo. Su obsesión por evitar que nadie
muera pone en riesgo la vida de todos.
A
todo ello se une un costo de oportunidad muy elevado en países donde la
libertad está garantizada (el esclavo no tiene otra cosa más que su vida). Confinar
a todo un país sin ningún plazo y en función de la tendencia que muestra una
estadística cogida por los pelos nos coloca ante riesgos inasumibles. ¿Por qué la
reducción de los efectos secundarios es esencial para el éxito de la vacuna y
no para las políticas de contención de daños? No somos un cuerpo sometido al
peligro de un virus, nuestra vida exige de la reactualización de infinitos acontecimientos
solo satisfechos en el mundo que nos empeñamos en aislar.
Todo
se hace más dramático en los países en desarrollo. En ellos, la política de
aislamiento no solo generará destrucción de empleo, cierre de empresas, y caída
de la producción. La dificultad económica se une a la gran debilidad de las
instituciones públicas, incapaces de llegar a una gran mayoría excluida de los
mecanismos formales de asistencia. Justificada la política de #yomequedoencasa
en nombre de los más débiles serán estos finalmente los que paguen el precio
más alto. No es cierto que el virus suponga una paralización del capitalismo en
los términos que sostiene Slavoj Žižek
(el COVID-19 es un golpe a lo Kill Bill
al sistema capitalista), sino todo lo contario. Los desequilibrios del sistema
se harán más acuciantes y en América Latina problemas de seguridad y orden
público extenderán hasta sus límites las consecuencias de la hiriente
desigualdad. Hubiese sido suficiente multiplicar temporalmente el gasto público
para sostener la infraestructura sanitaria de emergencia unida a programas de
asistencia social para los grupos más vulnerables en lugar de enfrentar el
virus a martillazo.
De
esta crisis se pone en evidencia el vacío ideológico de la izquierda posmoderna.
Muchos intelectuales han criticado el fuerte eurocentrismo que pesa sobre el
destino de Latinoamérica. Una Europa férrea los postergaba a seguir
recomendaciones ajenas a la idiosincrasia de sus pueblos (críticas al FMI,
Banco Mundial, OMC, etcétera). No han ponderado la diferencia de sus modelos
económicos, tampoco lo han hecho en vista de las dificultades materiales que
supone una política de reclusión prorrogable, ni de los efectos sociales que implicará
para la salud y el bienestar general. Paradójicamente, vemos ahora como
intelectuales de la talla de Martín Caparrós abrazan sin vacilación las medidas
europeas más extremas de confinamiento. Ya pasó el tiempo del pánico; es hora
de repensar con urgencia las políticas de confinamiento antes de que lamentemos
no poder volver atrás.
Ojalá los apesebrados y sus rebaños despierten.
ResponderEliminarQué vigente está aún este post! Tal vez aceptemos que lo que queremos ser es ser esclavos bien tratados. Qué lugar queda para los que no aceptan ese destino?
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