Si hay algo que define
al liberalismo clásico, desde un punto de vista institucional, es el poder
judicial.
Cuando Hayek escribió Law, Legislation and Liberty, estaba
pensando en algo no muy conocido ni por adherentes ni por detractores del
liberalismo, que habitualmente se cree que tuvo su origen en la Revolución Francesa.
No. Hayek explica, precisamente, que el Law es el Common Law, defendido por los Jueces, “contra” la “legislación” que
emanaba del Rey y de la Cámara de los Comunes. Los Lores eran precisamente los
encargados no de “legislar” sino de custodiar el Law, de donde emergen las libertades individuales inglesas que
luego se hacen carne en las colonias norteamericanas. La evolución del sistema
constitucional en los EEUU significó precisamente que la Suprema Corte asumió
el papel aristocrático de la Cámara de los Lores, transformada en el Senado. La
Suprema Corte es (fue) así la suprema instancia de la defensa de las libertades
individuales, del Bill of Rights, contra los abusos de poder del Poder Ejecutivo
y del Legislativo (los Comunes, transformados en “The House”, los diputados). La evolución del sistema constitucional
norteamericano se transformó así en la vivencia concreta de la teoría del
gobierno mixto del medioevo. El Rule of
Law era efectivamente posible por el control
de constitucionalidad ejercido efectivamente por una Suprema Corte
aristocrática e independiente.
El poder judicial es,
en ese sentido, la única garantía contra el abuso del poder y, a la vez, el
símbolo de la limitación al poder, el ideal regulativo del Limited Government.
El poder judicial es
por eso la esencia del liberalismo político, la real garantía a la libertad
individual.
Por eso, cuando
facciones totalitarias llegan hitlerianamente al poder por medio de elecciones,
siguen teniendo en todo ese sistema, aunque comiencen a violarlo, un real
problema para sus reales intenciones de poder. En última instancia, es
incoherente que lo mantengan, y esa incoherencia es el error que cometieron los
kirchneristas y que dejó a su “jefa espiritual” a merced del
poder judicial, que para ellos no es más que una supervivencia del liberalismo
político burgués al servicio de las clases dominantes.
Y desde su perspectiva
marxista, tienen razón.
Por eso, ahora sí que
vienen por todo. Ahora, con terrible coherencia, destruirán los reales límites
que quedaban. Límites que en Argentina, sí, ya casi no funcionaban, límites que
el Emperador Nestor I había sabido impedir con el apriete mafioso hacia los
jueces, pero ahora sus coherentes intelectuales aprendieron la lección. Así
como para los que somos partidarios del libre mercado el problema es la existencia
misma del Banco Central o del “Ministerio de Economía”, para los totalitarios
el problema es la existencia misma del Poder Judicial.
Porque aunque casi
inexistente en la praxis, era al menos un símbolo.
Al menos alguien podía decir que tal
medida violaba el control de constitucionalidad en teoría vigente. Ahora se acabó. Coherentemente, quieren derribar
el símbolo. Ya no, ya nadie podrá decir, aunque no tenga resultado, que algo es
“contra la Constitución”, porque se acabará la Constitución. Habrá sí pirámide
jurídica, como la hubo en el nazismo y la Unión Soviética, pero “Constitución”
como limitación del poder, aunque simbólica, ya no. Back to 1949. Coherente.
Terriblemente coherente.
La Argentina nunca fue
Mises y Hayek, pero por lo menos Alberdi quedaba como símbolo, como ideal
regulativo, como una utopía inspiradora hacia un futuro difícil. Ahora ya no,
gente. Ahora vienen en serio. Ahora son Mempo Giardinelli y Zaffaroni, y si es
necesario hilar menos fino, siempre tendremos las sabias enseñanzas de D´Elía y
Bonafini. Liberales, como ven el debate en Argentina no es –ni en ningún otro
lado- Hayek o Rothbard.
Es la supervivencia simbólica de instituciones
que nunca fueron contra la barbarie política que siempre fue.
Estrictamente cierto
ResponderEliminar