Una vez más,
gracias a Dios, Benedicto XVI ha hablado. Con toda paz ha puesto el punto sobre
las íes, y con toda furia, una vez más, se le responde. Porque Benedicto habla
desde la Fe Católica, una fe cuya defensa es el origen de la armonía razón Fe,
una fe que puede ser entendida por la razón pero sólo en armonía con la Gracia.
Una fe, por ende, que no se entiende habitualmente pero que, sobre todo, se la
odia, porque es todo lo que la naturaleza humana, herida por el pecado
original, rechaza. De allí que el odio a la Iglesia no sólo tiene su origen en
los pecados de los católicos, sino en la naturaleza misma de la Iglesia: Cuerpo
Místico de Cristo.
“Pero los suyos no
lo recibieron”. Ello suena hoy más que nunca pero ya no es el paganismo contra
el cual luchaban los primeros Padres de la Iglesia. Hoy el paganismo está en la
Iglesia misma. Son los propios católicos, en su gran mayoría, quienes han
perdido el sentido de la Fe y lo Sobrenatural, y por eso fueron sobre todo
ellos, en su momento, quienes odiaron terriblemente a Benedicto XVI y lo
dejaron solo ante las víboras que habitan el Vaticano. Y no hablamos de la fe
de la gente sencilla, que puede estar deformada pero no muerta. Hablamos de
quienes se erigieron a sí mismos en grandes maestros y cual ciegos guías de
ciegos creyeron que la fe tenía que diluirse para dialogar con el mundo, cuando
un Santo Domingo dialogaba hasta con las piedras si era necesario sin disminuir
un milímetro la esencia de la fe.
Por eso lo que
fundamentalmente no se ha entendido, tanto por parte de no creyentes como por
parte de supuestos creyentes, es la referencia a la corrupción de la moral
católica cuya respuesta tuvo que venir en la magnífica Veritatis splendor. Los que no están al tanto de esto hablan sin
saber de lo que hablan, no entienden nada y acusan precisamente a Benedicto de
sacarse la responsabilidad de encima, cuando precisamente él y Juan Pablo II
elaboraron esa encíclica para luchar contra la debacle de la moral católica que
tanto en teoría como en praxis corrompió, nada más ni nada menos, que la vida
en los seminarios.
“….En varios seminarios se establecieron
grupos homosexuales que actuaban más o menos abiertamente, con lo que cambiaron
significativamente el clima que se vivía en ellos. En un seminario en el sur de
Alemania, los candidatos al sacerdocio y para el ministerio laico de
especialistas pastorales (Pastoralreferent) vivían juntos. En las comidas cotidianas, los seminaristas
y los especialistas pastorales estaban juntos. Los casados a veces estaban con
sus esposas e hijos; y en ocasiones con sus novias. El clima en este seminario
no proporcionaba el apoyo requerido para la preparación de la vocación
sacerdotal. La Santa Sede sabía de esos problemas sin estar informada
precisamente. Como primer paso, se acordó una visita apostólica (N. del T.:
investigación) para los seminarios en Estados Unidos.”
“….De hecho, en muchos lugares se
entendió que las actitudes conciliares tenían que ver con tener una actitud
crítica o negativa hacia la tradición existente hasta entonces, y que debía ser
reemplazada por una relación nueva y radicalmente abierta con el mundo. Un
obispo, que había sido antes rector de un seminario, había hecho que los
seminaristas vieran películas pornográficas con la intención de que estas los
hicieran resistentes ante las conductas contrarias a la fe.”
“Hubo –y
no solo en los Estados Unidos de América– obispos que individualmente
rechazaron la tradición católica por completo y buscaron una nueva y moderna
“catolicidad” en sus diócesis. Tal vez valga la pena mencionar que en no pocos
seminarios, a los estudiantes que los veían leyendo mis libros se les
consideraba no aptos para el sacerdocio. Mis libros fueron escondidos, como si
fueran mala literatura, y se leyeron solo bajo el escritorio.”
Y los que
no entienden nada de nada, y se erigen ahora como los grandes Catilinas de la
moral y pretenden ser fiscales de Benedicto, ignoran que fueron él y JPII los
que lucharon por nuevas disposiciones penales dentro de la Iglesia ante un
excesivo garantismo: “… había un problema
fundamental en la percepción de la ley penal. Solo el llamado garantismo (una
especie de proteccionismo procesal) era considerado como “conciliar”. Esto
significa que se tenía que garantizar, por encima de todo, los derechos del
acusado hasta el punto en que se excluyera del todo cualquier tipo de condena.
Como contrapeso ante las opciones de defensa, disponibles para los teólogos
acusados y con frecuencia inadecuadas, su derecho a la defensa usando el
garantismo se extendió a tal punto que las condenas eran casi imposibles.”
Y más adelante: “…En principio, la
Congregación para el Clero es la responsable de lidiar con crímenes cometidos
por sacerdotes, pero dado que el garantismo dominó largamente la situación en
ese entonces, estuve de acuerdo con el Papa Juan Pablo II en que era adecuado
asignar estas ofensas a la Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo el
título de “Delicta maiora contra fidem“.
Esto hizo posible imponer la pena máxima, es decir la expulsión del estado
clerical, que no se habría podido imponer bajo otras previsiones legales. Esto
no fue un truco para imponer la máxima pena, sino una consecuencia de la
importancia de la fe para la Iglesia. De hecho, es importante ver que tal
inconducta de los clérigos al final daña la fe.”
Obsérvese
que habla como protagonista directo de quien ha hecho todo lo posible, siempre,
para defender la fe y a los fieles. ¿De dónde sacan algunos de que es él quien
tiene que asumir la culpabilidad? Algunos desde una ingenua ignorancia, pero
otros precisamente desde su propia culpa: he allí a los grandes apóstoles de la
moral laxa y relajada diciendo ahora de todo contra, precisamente, quien máximamente
los combatió: “…El Papa Juan Pablo II, que
conocía muy bien y que seguía de cerca la situación en la que estaba la
teología moral, comisionó el trabajo de una encíclica para poner las cosas en
claro nuevamente. Se publicó con el título de Veritatis splendor (El esplendor de la
verdad) el 6 de agosto de 1993 y generó diversas reacciones vehementes por
parte de los teólogos morales. Antes de eso, el Catecismo de la Iglesia
Católica (1992) ya había presentado persuasivamente y de modo sistemático la
moralidad como es proclamada por la Iglesia.” Por santa humildad no dice
Benedicto el papel protagónico que tuvo en esta encíclica, que tuvo la “osadía”
de decir sencillamente que “…Hay valores que nunca deben ser abandonados por un
valor mayor e incluso sobrepasar la preservación de la vida física”.
Y como la fe es precisamente lo que no se entiende, se ríen ahora casi todos
–excepto los actuales pobres de Yahvé- de alguien que pone los remedios en la
vuelta a Dios como creador, como fuente de toda razón y justicia, como centro
de la existencia del ser humano; la vuelta a la Eucaristía como el centro de la
“praxis” del cristiano, la vuelta a la Santa Comunión, recibida con reverencia
y santo temor de Dios, y la vuelta al misterio de la Iglesia, que vive aún en
comunidades santas y pequeñas que no hacen ruido porque hacen bien. “…Vivo en
una casa, en una pequeña comunidad de personas que descubren tales testimonios
del Dios viviente una y otra vez en la vida diaria, y que alegremente me
comentan esto. Ver y encontrar a la Iglesia viviente es una tarea maravillosa
que nos fortalece y que, una y otra vez, nos hace alegres en nuestra fe”. ¡Qué atrevimiento, Benedicto!!!!!!!!!!! En medio
de todas las aberraciones litúrgicas, en medio de la ecología y la
redistribución de ingresos como el primer mandamiento, en medio del ecumenismo
confundido con relativismo, en medio de la libertad confundida con
indiferentismo, en medio de los teólogos latinoamericanos que creen que “el
pueblo” es Cristo y odiaron a más no poder a Ratzinger y a Benedicto XVI, en
medio de todo ese cambalache total y completo, Benedicto XVI se atreve a volver
a lo esencial. “…Existe el martirio. Dios es más, incluida la sobrevivencia
física. Una vida comprada por la negación de Dios, una vida que se base en una
mentira final, no es vida”. Hoy el mártir es él. Con Benedicto, con gusto, nos
inmolamos varios. Que Dios te bendiga Benedicto XVI, y que sigas sosteniendo tu
firme voz en medio de la apostasía de los nuevos sacerdotes de su propia ley.
Genial.... más claro imposible
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