domingo, 4 de febrero de 2018

EL TERRIBLE SILENCIO DE DIOS, UNA VEZ MÁS

En medio de un agotamiendo espiritual muy profundo, y de un infinito dolor por la Iglesia -únicamente consoldado por la promesa de su indefectibilidad-  no tengo fuerzas sino para reiterar una vez más lo escrito en el 2016:


http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/06/es-la-hora-del-silencio-de-dios.html

Si en este momento yo hiciera la provocativa pregunta de si la Iglesia Católica debe pedir perdón por ser Iglesia Católica, seguramente habría miles de respuestas diversas en mi muro, y muchos terminarían peleándose absolutamente, como siempre. Lo que ocurre es que esa pregunta remite a qué es la Iglesia, y qué es ser católico. Y es allí donde surgirán los desacuerdos más inverosímiles. Ahora bien, no me preocupa que los no católicos contesten, cada uno, millones de cosas distintas. Lo que me preocupa es que son los católicos los que contestarán millones de cosas distintas. Y lo que más me preocupa es que infinidad de teólogos responderían millones de cosas distintas, acusándose mutuamente de las cosas más horribles (conservador, relativista, progresista, intolerante, inmisericorde, etc.). Y muchos obispos también, con la diferencia de que la mayoría de ellos callarían, por ese muro de silencio que tienen por no desentonar con la opinión pública dominante de la conferencia episcopal respectiva. No vaya a ser que terminen como Mons. Rogelio Liviéres, claro…

Esta total crisis de identidad, de puertas para adentro, no es una riqueza. Claro que el pluralismo es una riqueza, pero no saber quién se es, no. Claro que hay muchas habitaciones en la Iglesia, pero Juan Pablo II dijo habitaciones, no Iglesias. Las crisis de identidad nunca son una riqueza, sino un período de oscuridad. Pero parece que hay que pasarlo. Ya no hay un pastor universal, que, en la Fe, sea una riqueza: “…confirma en la fe a tus hermanos”, fue lo que Cristo dijo esencialmente a Pedro luego de que Pedro afirmara su condición de salvador. Pero parece que ya no hay Pedro, ya no hay hermanos. ¿Qué pasó? ¿Fue un problema de Pedro, de los demás fieles, de ambos, qué? ¿Qué sucedió para semejante caos? Yo podría tener un diagnóstico, claro, pero será otro más entre miles más. Mientras tanto, ya no hay Roma, ya no hay nada. Ojalá la Iglesia fuera un pequeño rebaño entre los lobos, pequeño pero grande en su Fe. Pero no. Sólo hay caos. Ni siquiera es noche del espíritu, porque en la noche del espíritu lo que hay es, precisamente, Fe en medio de la noche. Aquí no hay nada. Todo humano, todo demasiado humano. Mientras tanto cada uno seguirá su conciencia –eso como siempre, por supuesto- en medio del caos. Pero en medio de ese humano caos, mi Fe me dice que la Iglesia es indefectible. Y que seguro Dios, en su Providencia, tiene por allí a otros pobres de Yahavé. Sólo Dios sabe su tiempo. Por ahora es el tiempo del silencio de Dios, del silencio de Dios para su propia Iglesia.

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