Tuve una vez un grupo
de alumnos que defendían, según creo yo, una ideología autoritaria. Resultaron
ser tan absolutamente buenos, tan llenos de vida y de buen humor, que hicimos
amistad enseguida. Entonces nos permitíamos el humor. Yo les decía, “¿pero esto
que estoy diciendo según ustedes debería estar prohibido no?”. “¡Claro!!!!!!!!”,
me respondían muertos de la risa, tan muertos de la risa que en realidad se
veía perfectamente que no serían capaces ni de encarcelar ni perseguir a la más
molesta cucaracha. Entonces yo seguía: pero si no me van a prohibir, son
liberales!!! ¡Nadie es perfecto!”, me respondían, muertos de la risa otra vez. Y
verdaderamente eran liberales de espíritu; varios de ellos siguen siendo mis amigos hasta
el día de hoy y son uno de mis más gratos recuerdos de mi vida docente.
¿Eran incoherentes? No
creo, pero, tal vez, incoherentes como los tantos liberales que tratan a los demás
de modo autoritario. Ellos eran autotitulados XX que trataban a los demás con total respeto y caridad. Finalmente, lo que piensas se juega en lo que haces.
Porque si somos
coherentes, hay ideologías y pensamiento que en su contenido mismo no pueden
admitir el diálogo.
Que esas ideologías
sean parte del juego democrático es imposible, pero es sin embargo la situación
en la mayor parte del mundo.
Porque le democracia
constitucional implica, sí, diálogo, debate, sobre “cómo administrar la cosa
pública”, supuesta la aceptación de ciertos principios en común, como los
derechos individuales y los modos procedimentales de una República, que ya
están en la Constitución Federal.
Esa fue la situación
originaria de los EEUU.
Movimientos fascistas,
como Mussolini o Perón, que se atribuyen a ellos mismos la representación de la
patria entera versus el anti-patria, el traidor, o movimientos marxistas –que luego
se juntan- que se atribuyen a ellos mismos ser la encarnación de la clase
explotada versus la clase explotadora, son intrínsecamente incompatibles y
des-estabilizadores de una democracia constitucional, donde los demás no son ya
otro modo opinable de administrar la cosa pública, sino los traidores, los
vende-patrias, los explotadores, los vendidos al imperialismo, etc. Para ellos,
los demás son malos o tontos. Por eso, coherentemente, no admiten dialogar,
sino monologar e imponer la nación, la raza, la clase, etc. Por eso dialogar
con ellos es verdaderamente imposible. Por eso quiebran a la democracia. Y
cuando no sólo en Argentina, sino en muchos lugares del mundo, estos
movimientos participan de la democracia deliberativa sin tirarla abajo
totalmente, porque la quieren conquistar al estilo Hitler en 1933, entonces
imposibilitan el diálogo. Cuando están en el poder, todos los demás son los
enemigos a vencer y cuando por milagro dejan de ser poder – como en Argentina-
denuncian a los otros como la clase dominante explotadora, y todos sus
movimientos y palabras son para sacar del poder a lo que consideran un poder
ilegítimo.
Esto último es
fundamental. En la democracia deliberativa puede no gustarte el presidente, pero
es el presidente. Yo, como soy un liberal, llegué a decir que Cristina Kirchner
era, aunque lamentablemente para mí, mi presidente. Pero ellos no pueden hacer lo
mismo. Por eso en EEUU, donde la grieta ha llegado –ya hace mucho-, cuando ganó
Trump los de la izquierda del partido demócrata gritaban desesperados “este no
es mi presidente”. Gravísimo. Lejos quedaron los tiempos de Al Gore, cuando la
Corte Suprema decidió que Bush había ganado en el Colegio Electoral. Gore dio
el mejor discurso de su vida. Avanzó solo hacia un micrófono y dijo: “no estoy
de acuerdo, pero este es nuestro sistema”. ESO es democracia constitucional deliberativa.
ESO es imposible para todos los pensamientos autoritarios, que ahora se llaman
indigenismo, ecologismo, teoría del género, lobby LGTB y además todos ellos son
marxistas en lo económico y fascistas en lo político. Por eso sus
manifestaciones son violentas y niegan al otro su derecho a la libertad de
expresión. El otro no tiene derecho a existir ni a expresarse: necesariamente
es un asesino de indígenas, un miserable contaminador del medio ambiente, un
discriminador hetero-patriarcal, un explotador, un anti-patria. Sólo merece ser
silenciado y si se atreve a hablar, debe ir preso bajo delitos inventados al solo
efecto de demonizarlo y excluirlo al ostracismo social.
La situación no podría
ser más grave. Por un lado tenemos psicóticos totalitarios e histéricos como los Kim
Jong-un, los Maduro, los Castro y por el otro democracias constitucionales
debilitadas por estos movimientos autoritarios que, al estilo Gramsci y Hitler,
las quieren finalmente voltear. Argentina estuvo a milímetros de ser Venezuela
y por ende un estado títere de Cuba, pero lo peor es que casi todos los argentinos o ni se
dieron cuenta o lo niegan. Siguen felices en su Matrix jugando al futbol,
tomando mate, vistiendo camisetas del Che y yendo al odioso EEUU a comprar
computadoras que luego pasan de contrabando, protestando por el estado
controlador que sin embargo votan con total y completa devoción.
El diálogo sólo es
posible con otro que nos respete. La grieta surge en cambio de un odio
ideológico fruto de un contenido de pensamiento que considera al otro como un
enemigo irreconciliable.
En medio de eso, el
liberalismo clásico tiene que abrirse paso respetando al otro que lo odia y no
lo respeta. ¿Eso lo hará desaparecer?
Puede ser. Pero cuando
la Almirante Cornwell le dice a Michael Burnham que para ganarle a los klingon
había que olvidarse de los principios, Burnham le responde que ellos son “all
we have”.
Y sí. El liberalismo es
civilización. Como tal, es una rara avis que surgió en medio de la barbarie de
la especie humana después del pecado original. Y como tal, tal vez esté
destinado a perecer, cuando sus partidarios se aterren ante el poder de la
barbarie.
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