Anexo 5 de los puntos 17 a 27 del libro I de mi Comentario a la Suma Contra Gentiles (http://www.amazon.com/Comentario-Suma-Contra-Gentiles-Biblioteca-ebook/dp/B019JYEXAK/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1450622389&sr=8-1&keywords=GABRIEL+ZANOTTI+MARIO
)
Ya hemos visto, aunque aún no hemos completado
nuestras reflexiones al respecto, que Santo Tomás tiene una rica “filosofía de
la física” que permite hacer fértiles conexiones con la filosofìa de la física
actual. Pero su filosofía de la ciencia está un poco más escondida. Un lugar
clásico al respecto es la Q. 6ta. de In
Boethium De Trinitate. Ahí Santo Tomás se pregunta sobre los métodos que
Boecio atribuye a las tres ciencias especulativas, que en la tradición de Aristóteles
eran la física, la matemática y la “metafísica”, dice ya Santo Tomás. Cuando
comienza el tema de la física, Santo Tomás dice algo extraño y poco comentado[1]: “… a
veces la pregunta de la razón no puede llegar al término antedicho (se refiere
a la intelección de los primeros principios), sino que permanece en ella; por
ejemplo, cuando se pregunta y queda en suspenso pendiente de distintas
respuestas, lo cual acontece cuando se procede por razones probables que
producen por sí mismas opinión o creencia, pero no ciencia”. Este pequeño
parrafito es extraordinario. Santo Tomás dice, refiriéndose precisamente a la
física, que “a veces” (no siempre) la razón humana hace preguntas (la
traducción española citada decía “inquisición”, que era la traducción
ultra-literal de inquisitio), y no
puede llegar a respuestas que tengan la certeza ya de los primeros principios,
ya de sus conclusiones, sino que “permanece en la pregunta”; a la pregunta hay
diversas respuestas “probables”, en las cuales la razón “queda” por ello en la
“opinión” y no en la “ciencia”, ya que para Santo Tomás “ciencia” implica
certeza.
¿Serán esas preguntas sobre fenómenos
astronómico-físicos? ¿Serán esas “respuestas” diversas posiciones astronómicas
ya conocidas en su tiempo? Puede ser. Para ello recurramos a un parrafito mucho
más conocido, curiosamente en el contexto de las explicaciones trinitarias. Se
pregunta Santo Tomás si la Trinidad puede ser conocida por la razón. Contesta
que la sola razón humana no llega hasta ahí, pero se pone a sí mismo una
objeción, la segunda, según la cual se podría probar a partir de la bondad
infinita de Dios. A lo cual contesta[2] que
hay dos modos de entender que la razón “pruebe”. Y curiosamente recurre a la
cosmología de su tiempo. La velocidad uniforme del movimiento del cielo podía
“probarse”, según Santo Tomás, pero otros aspectos no; en esos casos, lo que la
razón hace es “mostrar posiciones congruentes con los efectos”; esto es,
razones no necesarias que, sin embargo, son coherentes con los fenómenos
observados, como, por ejemplo, la teoría (ptolemaica) de los epiciclos y las
excéntricas “salvan las apaciencias sensibles” sobre los movimientos de los
cuerpos celestes; esto es, se adecuan a lo observado pero no por ello son
“posiciones” probadas necesariamente.
¿Es eso un adelando del método hipotético-deductivo
Hempel/Popper? Si, porque es claro en ese caso que la teoría ptolemaica de los
epiciclos aparece como algo que explica las apariencias —esto es, lo que
aparece en los cielos—, pero no por ello queda “probado”. Es decir: “si” la
teoría de los epiciclos, “entonces” los movimientos de los cielos que
“aparecen”. Ahora bien: estas apariencias “ocurren”, luego… ¿El antecedente? No
necesariamente, porque si p entonces
q, y q, no necesariamente p.
Por eso la pregunta (“¿se explicarán así los movimientos de los cielos?”) queda
en la pregunta misma, porque no tiene una respuesta con certeza, sino una
“opinión” (las teorías ptolemaicas). Ya sabemos que para Popper la ciencia
actual no es certeza, sino precisamente opinión —u opiniones, que Popper llama
conjeturas, de las cuales se infieren consecuencias (método
hipotético-deductivo), pero no por ello las conjeturas son “probadas”. Lo más
interesante, volviendo a Santo Tomás, es que él habló de las “apariencias”
sensibles (el término latino es apparientia)
lo cual implica que tampoco da a los fenómenos observados el status de verdad
con certeza: son apariencias, no certezas. Por lo tanto, el grado de verdad,
tanto de las opiniones como de las apariencias que salvan, queda en Santo Tomás
muy difuso, lo cual es interesante para quienes creen encontrar en la
metodología de la física de Santo Tomás un realismo que sería mayor que el
realismo moderado de Karl Popper.
Pero este “método” ¿es compatible con ese conocimiento
cotidiano de las esencias del que hablaba Santo Tomás? No, porque, al ser ese
conocimiento limitado, no llega precisamente a resonder con certeza esos
problemas que precisamente la cosmología occidental se preguntaba y que tenía
en Ptolomeo, como después tendrá en Copérnico, Galileo, Kepler, Newton,
Einstein, etc., grandes elaboradores de “conjeturas” (independientemente del status epistemológico que ellos se hayan dado a
sí mismos). Que el conocimiento de las esencias sea limitado y que por lo
mismo no llegue a responder con certeza las preguntas de la tradición
cosmológica-física occidental, tiene las siguientes razones:
a. Solo Dios conoce totalmente lo creado. El intelecto
humano, no, y menos aún después del pecado original.
b. La sustancia, y por ende su esencia, se conoce a
través de sus accidentes, la mayor parte de los cuales son sus dinamismos
operativos propios. Y esos dinamismos operativos solo permiten en un solo caso
llegar a cierta certeza, como veremos luego (la forma sustancial subsistente
humana a través del dinamismo de la inteligencia y la voluntad), pero en los
demás casos, que atañen a las preguntas que retrospectivamente consideramos
científicas, no. Si sabemos a priori que toda operación y acción emergen
antológicamente de una naturaleza, pero ello no nos permite conocer dicha
naturaleza con una certeza tal que podamos colocarla como una premisa mayor
suficiente para todos los movimientos y acciones de las cosas, evitando así el
método hipotético-deductivo. En la vida cotidiana sabemos con certeza que, si
tropezamos “nos caemos” o podemos caernos, pero de ahí no se puede elaborar
deductivamente la Física I. Sabemos también con certeza que si dejamos de
respirar podemos morimos o nos morimos sin más, pero de ahí no podemos derivar,
deductivamente, el intercambio oxígeno / anhídrido-carbónico en los alvéolos
pulmonares; y así sucecisamente en incontables ejemplos.
c. Cuando Santo Tomás explica que la sustancia primera
no es “directamente” conocida por el intelecto, no lo hace porque la sustancia
primera sea individual, sino porque es material[3]. O
sea: para Santo Tomás, cuanta mayor es la materialidad, como materia de la
forma sustancial (veremos eso después), menor es la inteligibilidad, porque lo
que se entiende se entiende en tanto está en acto, no en tanto está en
potencia, y para Santo Tomás materialidad es potencia en referencia a la forma.
Por tanto, es totalmente coherente con la “gnoseología” de Santo Tomás que
cuanto más nos adentremos en los misterios de la naturaleza física, menor sea su intelibilidad “directa” y mayor nuestra necesidad de recurrir a
hipótesis que, como vimos, según el mismo Santo, nunca van a tener “certeza”.
Algunos podrán decir que esto es compatible con el
método hipotético-deductivo actual, pero en su versión inductivista, que es más
adecuada a la noción de “inducción en materia contingente”, desarrollada por la
escuela tomista de Laval (Simard, De Koninck)[4].
Respatemos plenamente esa posición. Pero me parece que no se alcanza a ver que
las razones de Popper para rechazar la inducción en el sentido de que primero
es la teoría y luego la observación (una observación, por lo demás, cargada de
teoría) no es solo aquella parte de neokantismo de su pensamiento que pudiera
ser incompatible con Santo Tomás. Que Popper haya rechazado la inducción en el sentido actual del término,
incluyendo esto la primacía de la teoría sobre una observación que nunca es
neutra, es totalmente compatible con razones que Popper no expuso, pero que sí
son compatibles, como vimos, con la fenomenología actual, y compatibles
asimismo con Santo Tomás. Siempre interpretamos el mundo físico, ya sea en la
vida cotidiana o en nuestros supuestos “científicos”, desde los presupuestos
del mundo de la vida, lo cual implica horizontes que incluyen teorías
científicas. La teoría, en este sentido, siempre es previa, porque es un
elemento del mundo de la vida que siempre es “lo primero conocido”, si cabe tal
expresión. Por consiguiente, la “comprensión” hermenéutica del mundo de la vida
incluye: a) la pre-comprensión de teorías que ya están interpretando los
supuestos “datos” (de la ciencia o de lo que fuere); b) la re-creación de
nuevas conjeturas desde el mundo de vida históricamente habitado.
No es casualidad, por otra parte, que Husserl, que
rescata el tema de las esencias a partir de Brentano, haya dicho explícitamente
que el error del positivismo es precisamente ignorar el mundo de la vida de
donde nace la ciencia[5], y no
es de ningún modo casualidad que Alexander Koyré haya sido miembro del cículo
de Gotinga[6], los
discípulos realistas de Husserl. Koyré afirma dedicidamente la primacía de la
filosofía (la teoría) como origen de toda teoría científica[7], y
ello influye fuertemente en Kuhn[8], en
quien se acaba totalmente la ilusión de alguna observación “neutra” de teoría,
cuestión que ya había sido afirmada también por Popper[9],
quien se pelea arduamente con Kuhn por otras cuestiones en nuestra opinión
menores[10]. La
línea Husserl-Koyré-Kuhn, que en última
instancia tiene su origen en la línea Aristóteles-Santo Tomás-Brentano-Bolzano,
es una línea que parece haberse escapado del análisis del tomismo actual, al
menos que yo sepa. Y todo por el tema de si Kuhn o Popper son kantianos, o si
Husserl fue “idealista trascendental”, cosas que, a la luz de las aclaraciones
efectuadas, carecen totalmente de importancia.
Una conclusión adicional de todo lo anterior, en
función de que ya sabemos que Dios ha creado un mundo ordenado (aunque con un
grado de falla y casualidad), es que la ciencia, como método
hipotético-deductivo, podría interpretarse como una pregunta permanente sobre
cómo será realmente y con toda certeza ese mundo creado, con independencia de
la falibilidad de nuestras conjeturas. Pero precisamente como esa pregunta es
imposible de contestar, o solo la puede contestar Dios, y Él no la ha revelado,
el “precio” que pagamos por preguntar sobre lo incognoscible es la falibilidad
de nuestras conjeturas, que son fruto de nuestra creatividad; creatividad que
intenta cubrir la ignorancia propiamente humana y en la que quedamos aún, más
después del pecado original. La ciencia es como una oración permanente hacia
cómo es la creación, con una respuesta obviamente falible. O sea: al esquema
anterior sobre el agua podríamos agregar ahora lo siguiente:
Y una conclusión final. Según todo esto, el grado de
verdad que Santo Tomás establece en su propia versión relativa a las
“opiniones” en la física queda muy difuso, y lo mismo sucede con el método
hipotético-deductivo actual. Ello es así porque ese grado de verdad no puede
deducirse de las mismas premisas metodológicas de dicho método[11]. Lo
que sí podemos hacer es relacionar el grado de verdad con la filosofía de la
física de Santo Tomás, y ahí la cosa cambia. Esto es, dado que sabemos que el
universo físico es creado por Dios y por tanto es ordenado —y por tanto, en sí
mismo—, características como la simplicidad, coherencia y fecundidad son
características ontológicas del universo en sí mismo; entonces, cuando esas
propiedades son valores epistémicos de conjeturas científicas, podemos decir
que cuanto más simple, coherente y fecunda es una conjetura en relación a lo
anterior, se acerca más a la verdad, porque se acerca a propiedades ontológicas
del mismo universo. La noción de verosimilud, o grado de verdad, que Popper
intentó tan noblemente, relacionar con la operatoria del método
hipotético-deductivo no se puede sacar de ahí. Hay que basarla en una filosofía
y teológia de la física donde el universo es creado por Dios según un orden.
¿Cuál es concretamente ese orden? No lo sabemos, pero se trata de una conjetura
y un acercamiento constante. Contrariamente a lo que pasa en la vida interior,
donde sí podemos tener certeza, sobre el mundo físico exterior solo podemos
tener conjeturas. Por eso el conocimiento de las cosas interiores será siempre
el consuelo ante la permanente incertidumbre de las cosas exteriores (Pascal).
Y por eso siempre estaremos más seguros del Dios que nos sostiene que del piso
que pisamos. El gran mérito de Popper et
alia (especialmente Feyerabend) es que pusieron a la física en su lugar (la
incertidumbre), para dejar abierto nuevamente el paso a una metafísica
cristiana que ocupará por tanto el lugar de la certeza, donde positivismo y
neopositivismo quisieron poner a la física.
[2] ST, I, Q. 32, a. 1 ad 2.
[3] Santo Tomás I, Q. 86, a. 1 ad 3.
[4] Simard, E.: Naturaleza
y alcance del método científico; Gredos, Madrid, 1961; Beltrán, O.: El conocimiento de la naturaleza en la obra
de Ch. De Konninck; Tesis de
licenciatura, inédita, UCA, 1991.
[5] En The Crisis of European Sciences
[1934-1937 aprox.]; Northwestern University Press, 1970.
[6] Solís, C.: Introducción a Koyré, A.: Pensar la ciencia, Paidós, 1994.
[7] En La influencia de las concepciones filosóficas en las teorías
científicas, en op. cit.
[9] En La lógica de la investigación científica, cap. V, op. cit.
[10] Ver al respecto Lakatos and
Musgrave, Editors: Criticism and the
Growth of Knowledge; Cambridge University Press, 1970.
[11] Lo hemos explicado en Zanotti, G.:
“Filosofía de la ciencia y realismo: los límites del método”, en Civilizar, 11 (21): 99-118,
Julio-Diciembre de 2011.
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