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El enseñar no
surge (como sí la creación de Dios) de la nada. Nace del apasionamiento por la
verdad, por haberla buscado a fondo y seguirla buscando, nace de leer con ese
espíritu, con un programa de investigación in mente. De allí surge el querer
conversarlo con los demás, y ese acto de conversación es enseñar.
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La seguridad del
educador no nace, pues, de su soberbia, sino de la tranquilidad que tiene el
que ha buscado la verdad y la sigue buscando. Ello, sencillamente, se nota, se
expande como la luz.
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Querer enseñar
surge no sólo del propio entusiasmo, sino del amor a los demás, y no en forma
abstracta, sino concreta, personal: amor a cada uno de los alumnos que tenemos
delante. Amor que se expresa en todas las enseñanzas que sobre él nos dejó San
Pablo.
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Cuando entres al
aula, entra entonces con esa seguridad, con ese entusiasmo, en ese afecto. No
se adquieren por ningún método. O lo has vivido, o no.
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Di tu nombre, y
aclara que todos pueden estar en desacuerdo contigo, incluso, con eso último.
Ello, para que todos se sientan invitados a expresar su propio pensamiento.
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No se sabe para
opinar, se opina para saber, esto es, esa libre expresión del pensamiento es la
que el educador tiene que ir dirigiendo socráticamente hacia la verdad. Nunca
digas no: reconduce, observa la parte de verdad, fíjate desde dónde el alumno
habla, y desde allí sigues.
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Si hay algún
desacuerdo que no se soluciona, no forcejees. Déjalo como un tema que hay que
seguir meditando entre todos.
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No preguntes
“alguien sabe qué es”, o “alguien sabe cómo se llama”, o “alguien sabe cómo se
dice”………….. Etc. Porque cuando escuches las respuestas, tendrás que corregir,
decir no, y entonces los demás tendrán miedo de equivocarse. Y lo peor es que
el primer equivocado puedes ser tú.
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Expone,
sencillamente, tu posición sobre el tema, dejando claro que todos te pueden
preguntar y disentir. Así el diálogo surge solo. La verdad os hará libres, sí,
pero en este caso la libertad conducirá hacia la verdad. Si no admites
desacuerdos, si sólo buscas que el otro repita lo que tú dices, y si lo repite
bien lo premias y si no lo castigas, vivirás, tú y los demás, en una gran
ilusión óptica. La verdad no emerge del que repite lo tuyo por premio o
castigo. Solamente el propio convencimiento conduce a hacer propia la verdad. Y
ese convencimiento surge sólo de argumentos.
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Que tu apertura
al diálogo sea verdadera. No es sólo un método, es un convencimiento de que no
lo sabes todo y te puedes llevar una sorpresa.
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No te preocupes
por exponer “todo”. Siempre es algo. Es más, lo habitual es que una clase sea
como abrir el ropero que conduce a narnias infinitas. Tú muestra con el
entusiasmo del viajero los mundos que ya recorriste. Pero no los metas por la
fuerza. Muestra las puertas abiertas del fascinante ropero, y deja que la única
magia genuina, el entusiasmo del alumno, se introduzca. Y haces eso para que,
precisamente, ellos recorran más que tú.
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Si alguien, al
ejercer el derecho al disenso que tú le respetas, te agrede, te insulta, se
burla de ti o de los demás o sólo escupe su soberbia, deja pasar todo ello como
el agua deja pasar la hoja del cuchillo. Haz como que nada pasa, protege, sí, a
los demás, y sigue adelante. La humildad, por lo demás, también se transmite.
En general si estás calmo, obtendrás calma. Como dice un proverbio oriental: si
tocas suavemente un tambor, sonará suave, si lo golpeas con violencia,
responderá con estruendo.
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La única
autoridad que tienes es la moral: la que surja de tu bondad y camino recorrido.
No tienes otra. La tentación de obtenerla merced a premios, castigos y etc. es
muy fuerte pero por favor no cedas, porque en ese mismo instante dejarás de ser
educador para pasar a ser entrenador de animales.
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Si “el sistema”
ya “es” así, cuidado con entrar. Y si entras, mantén la fortaleza de ser
educador o vete.
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Tu “mundo” es tu
aula. Eso es lo que puedes cambiar. Toda palabra que surja de ti es
performativa: la palabra es tu herramienta fundamental. Las palabras construyen
los imperios o los destruyen; las palabras forman personas o las destrozan.
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Nada es fácil o
difícil, todo es, sencillamente, fascinante, todo es algo que debe hacerte
erizar el cabello, sea un poema de Borges, un texto de Santo Tomás de Aquino o
un artículo de Plank sobre la física cuántica. Que sea fácil o difícil es una
cuestión de hábito.
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No los dejes
solos con textos que no entiendan. Lee con ellos, y si no puedes, de vuelta, no
los dejes solos.
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Si alguien se
siente demasiado cuidado por ti, y es partidario de otra filosofía de vida, donde hay
que entrenarse para este mundo cruel, dile que tiene razón, pero que TU mundo
no es cruel. Y que el mundo es lo que nosotros hacemos, pensamos, decimos.
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Por lo demás,
cada alumno es él mismo. Conócelo y singulariza lo que él necesita.
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Tú no hablas
sólo con tus palabras. Tú hablas, emites mensajes, desde que apareces, caminas
y en el modo en que te diriges a ellos por primera vez. Tú hablas con tus
miradas y gestos, con tus manos y con el tono de tu voz. Nada de ello se puede
añadir artificialmente: los alumnos se dan cuenta en una milésima de segundo.
Si algo de ello falla, es que algo de ti mismo está fallando.
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Por lo demás,
¿quién dijo que tienes que ser Dios? Admite con sinceridad tus falencias, pide
perdón si alguna de ellas daña a alguien; nunca hables de caminos que no has
recorrido y que todo saber sea el fruto de tu vida, porque entonces tu saber
será tan auténtico, limitado y falible como es tu vida misma, que es una luz
finita, que ilumina no por su finitud sino por haber sido vivida con sinceridad
y pasión.
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Habría tanto
más…………………………… Pero la enseñanza no es un método que se enchufa a un circuito
de cualquier cerebro. La enseñanza es simplemente la irradiación de tu vida.
Vive apasionado por la verdad y por tus alumnos, confía más en la misericordia
que en la humana justicia, y todo lo demás se dará por añadidura.
¡Excelente!
ResponderEliminarExcelente, Gabriel.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por reunir en estos párrafos tu experiencia magisterial.
Destacaría dos aspectos que tú vives muy bien: 1) el respeto a cada uno de los estudiantes; 2) el reconocimiento de que el pluralismo es enriquecedor, pues de cualquier parecer formulado seriamente hay algo que podemos aprender.
Un fuerte abrazo,
Jaime
Un honor para mí, Jaime, tus comentarios...........
ResponderEliminarExcelentes líneas, inspiradoras para nosotros los profesores. Muchas gracias.
ResponderEliminarExcelentes líneas, inspiradoras por cierto para los educadores. Muchas gracias.
ResponderEliminarTe agradezco que hayas compartido estas ideas, Gabriel! Me pareció muy útil para meditar mi labor docente. Un abrazo! Fausto.
ResponderEliminarGracias Gabriel!! =) tus palabras siempre iluminan, dan fuerzas y recuerdan el camino sincero del docente!
ResponderEliminary, además, siempre son un fiel retrato de lo que vos sos! gracias por tus palabras y agradezco enormemente haber estado del otro lado de todas estas palabras como alumna!
Un abrazo grande!
Pato Calvo
Estimado: celebro su docencia militante y su inquebrantable esperanza de sembrador. Agradezco a Dios el haber podido experimentar que sus conceptos no son abstractos, son carne, mirada, escucha atenta, capacidad de asumir comentarios inverosímiles y en particular esa paz y libertad, tan característica, de no encontrarse aferrado a los conocimientos o a la verdad, sino en actitud de escucha y descubrimiento; esto ha sido posible tanto a través de sus escritos que circulan en la web, como en una humilde Jornada de Filosofía Para no filósofos en Córdoba allá por el año 2003. Una vez más muchas gracias.- Juan José Soria.-
ResponderEliminarSimplemente GRACIAS
ResponderEliminarY te comparto algo, que en sintonía con lo escrito por vos, aunque distante en el tiempo, aún vigente.
http://www.orlandosuarez.net/archivos/memorial_al_cardenal_tonti.pdf