Contrariamente a lo que
pueda parecer, no tengo nada contra la educación formal. Mi padre, en “La
misión de la pedagogía” (http://www.luiszanotti.com.ar/misionpeda.htm)
aclaró bien que la escolaridad no es más
que un mayor grado de metodología y planificación en la acción de educar, acción
que se da informalmente siempre en toda situación cultural, llamada por mi
padre “La ciudad educativa” (http://luiszanotti.com.ar/ciudadedu.htm)
y que ahora ha ampliado su margen de
acción con el internet, que está demandando nuevos modos de organización a la
educación formal.
Lo que yo siempre he
criticado es la educación formal positivista,
esto es, aquella que cree que el conocimiento humano es igual a información, y
trata al ser humano como alguien que, cual computadora viviente, tiene que
grabar paradigmas, memorizarlos sin comprensión y repetirlos, sin razonamiento
crítico (Popper) ni creatividad; al contrario, penalizándolos. Esta concepción de
educación formal se basa en una falsa concepción del ser humano y del
conocimiento. Para colmo, se ha vuelto coactiva, obligatoria, por el estatismo,
y de ese modo, es una especie de corrupción intelectual y personal sin salida.
O sea que para colmo, como Feyerabend denunció siempre, la educación formal
positivista tiene el apoyo del estado y se ha vuelto con ello una nueva
esclavitud que pocos advierten y menos aún denuncian.
La universidad es uno
de los grandes logros de la civilización cristiana occidental. Surgida tras el
renacimiento carolingio, ella ha sido el lugar donde el pensamiento teorético
ha encontrado su lugar. Ello no implica que las universidades hayan sido el
lugar del pensamiento crítico: con estado o sin estado, los paradigmas se
comportan como Kuhn lo describe y por ende siempre los creadores de teoría
tendrán un alto precio que pagar. La cuestión es la libertad de opción; la
cuestión es que, aún corriendo el riesgo de quedar marginado por el paradigma
dominante, el pensamiento crítico no corra necesariamente el destino de la
guillotina.
Por lo tanto no es
cuestión de escandalizarse ante el avance de cierto rigor con el cual los
paradigmas, sean cuales fueren, se protegen. Cada uno de ellos tendrá sus
autores admirados, sus seguidores, sus criterios de seriedad, sus revistas
consideradas serias, sus congresos, sus simposios, sus criterios de prestigio
académico. El que tenga ideas nuevas, como dice Kuhn, no las habría tenido si
no hubiera sido educado en el paradigma (la tensión esencial) y por ende
llevará siempre la cruz de tener que convencer a sus contemporáneos de la
visibilidad de la crisis. Pero habrá una esencial diferencia entre el que
practica el pensamiento crítico y el que sigue fielmente el paradigma. La
diferencia es que el primero sabrá distanciarse sanamente de los rigores del paradigma.
Los conoce, los sabe actuar, es un juego que juega cuando es necesario, pero
sabe que el eje central del progreso no pasa por allí. En cierto juego de
lenguaje rioplatense, “no se la cree”.
El problema actual de
las universidades, de los journals con sus referatos, de los rankings
universitarios, no es que se comporten cual kuhnianos paradigmas, sino que se
han convertido en un soviet, porque están unidos a la coacción de los estados,
que para colmo tienen convenios entre sí, y el problema radica también en que
sus practicantes creen que ello es lo único serio, y se convierten en
victimarios, en nuevos inquisidores, que persiguen, vigilan y castigan, y para
colmo sin conciencia de ello, como el cocodrilo que cierra sus fauces sin saber
lo que hace y sin poder sentir la más mínima piedad. Son personas que se han
convertido en burócratas, que han perdido el humor, la misericordia, la
comprensión, se han convertido en robots, en servidores del soviet, porque
creen en ello y no advierten la importancia del pensamiento crítico, la
creatividad intelectual, no entienden para nada la libertad de enseñanza,
participan gozosos de comités estatales de evaluación y se ponen contentos
cuando el soviet les da a ellos o a otros el permiso para existir.
Yo recomiendo a los más
jóvenes que sean mansos como palomas y astutos como serpientes, que no ha sido
mi caso. Están en una época difícil, de unificación universal-estatal y coactiva
de estándares sobre lo que se considera “serio”. Por ende, aprendan a jugar el
juego: a escribir como los journals lo demandan, a obtener su doctorado según
los cánones formales, pero no por egoísmo, sino por caridad y comprensión:
tanto ante los nuevos inquisidores, que
no saben lo que son ni lo que hacen; pero sobre todo para, desde la cátedra
obtenida, poder estimular el pensamiento crítico, rescatar a los genios sueltos
que el sistema no admite, educar en blogs, en bares, casas y nubes, y, de ese
modo, marcar la diferencia. Y si pueden, luchen por la libertad de enseñanza,
para poder crear nuevos espacios de libertad frente a la racionalización del
mundo de la vida, esto es, nuevos espacios de libertad ante el constructivismo
y el estatismo. Feyerabend tiene razón: la separación entre ciencia y estado
debe ser el ideal regulativo. Pero mientras tanto, no se queden fuera del
sistema, rasguen sus paredes desde dentro, como Copérnico hizo con el paradigma
tolemaico. Tengan humor, comprensión, paciencia y, por favor, no hablen tanto
como yo.