Es impresionante lo habitual que muchos medios de comunicación, que NO son precisamente “Página 12”, e incluso algunos liberales, utilizan la expresión “extrema derecha” para referirse indistintamente a Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei, Le Pen, e incluso a algunos think tanks liberales-conservadores como Instituto Juan De Mariana, Cato Institute, etc.
Pero políticos como Macron o Biden
serían “democráticos”.
Es necesario aclarar entonces
algunas cuestiones.
Obviamente no voy a ser el primero
en decir que los términos izquierda, derecha, centro, son altamente confusos y
dependen de contextos históricos muy cambiantes. No sirven para definir filosofías
más específicas, sobre las que también, para colmo, hay confusiones y también
son necesarias aclaraciones: libertario, liberal, liberal clásico, conservador….
O sea que sobre llovido, mojado.
El mundo y la geopolítica han cambiado
mucho y la distinción mundo libre versus mundo totalitario ya no corre más. La globalización,
al principio un noble ideal de libre comercio internacional y amistad entre
repúblicas democráticas (ideal de noble abolengo, como Kant) ha girado, desde
los 90 en adelante, a un autoritarismo o totalitarismo light (adelantado por
Tocqueville) de la mano de las Naciones Unidas y sus principales agencias, como
OMS u UNESCO. La ONU se ha constituido hoy, en términos de Hayek, en la agencia
internacional “constructivista” que, de
la mano de internet y la colusión con el crony capitalism, ha logrado un
grado de coacción inimaginable apenas 30 años atrás. Ya no se trata ni siquiera
del debate Rawls-Nozick, ya no se trata de liberales auténticamente liberales
en lo político, aunque partidarios del Estado Providencia en la redistribución
de ingresos. Se trata de un control absoluto en todos los ámbitos de la vida
social que, al igual que en Rusia o en China, es compatible con un ese crony
capitalism en grados diversos. No se trata de que algunos objetivos de la
Agenda 2030 (no todos) podrían tener buenas intenciones. Se trata del
intervencionismo y autoritarismo total que las autoridades de la ONU pretenden
y su grado de presión y control. Es increíble que incluso después de la
experiencia de la llamada pandemia en el 2020, muchos liberales sigan viendo el
mundo como si fuera sencillamente EEUU versus Rusia.
Ante este nuevo panorama, las
reacciones son variadas y confusas. Pero son sobre todo dos:
-
Un
nuevo nacionalismo que rescata el valor de ciertas tradiciones nacionales
contra la ONU;
-
Una
reacción libertaria/liberal clásica que intenta defender a las libertades
individuales ante el intervencionismo de la ONU.
Las dos, en la política concreta,
aparecen mezcladas y las alianzas, como siempre, son prudenciales y delicadas.
Pero es totalmente erróneo suponer
que, al otro lado de estas reacciones, los demás son “liberales y democráticos”.
Macron, Biden, Trudeau, Sánchez, para nombrar los casos más evidentes, y todos
los funcionarios de la OMS y la UNESCO, son autoritarios de pura cepa.
Llamarlos de izquierda o de derecha, ante su convivencia con el crony
capitalism, ya no tiene sentido. Violan permanentemente las libertades
individuales más básicas. Barren con la libertad de expresión en nombre de
la “información verdadera”; anulan las libertades de asociación y religiosa en
nombre de la salud reproductiva; terminan con la libertad de enseñanza en
nombre del derecho a la educación. Persiguen a sus opositores con los lobbys
woke que los acusan de delitos de odio y discriminación, y utilizan contra esos
opositores fuerzas de inteligencia y presiones financieras. Su diferencia con
el partido comunista chino es sólo de grado.
Ante todo eso, ¿qué justicia, qué
verdad hay en llamar a esos países o a esos líderes “democráticos” contra un
grupo indiferenciado de resistencia, a la cual se la llama “extrema derecha”
asimilándola con Hitler?
Efectivamente, en ese movimiento
anti-ONU hay líderes nacionalistas que efectivamente de libertarios no tienen
nada. Pero otros líderes y otras “reacciones”, lejos de ser autoritarias, están
respondiendo a graves amenazas a la libertad.
Comenzando con la inmigración, se
podrán imaginar que, con Mises in mano, siempre he sido partidario de la libre
entrada de capitales y personas en una situación de libre comercio. El pacto
constitucional liberal clásico, además, no se establece sobre la base de razas
o nacionalizadas, sino sobre la base de “all men” que son los sujetos de
las libertades individuales bajo el mismo Estado de Derecho. Pero las
políticas postmodernas de izquierda de esos líderes países “democráticos”, lo
que han favorecido es una inmigración de colectivos que se consideran
explotados por el Estado de Derecho de los mismos países que los acogen, y se
comportan como bandas delictivas organizadas pensando que tienen derecho a
violar y asesinar simplemente porque su cultura se los admite. Eso quiebra las
bases del Estado de Derecho y está destruyendo en este mismo momento a la
Civilización Europea.
Otro punto que confunde es lo del
cambio climático. No es cuestión de negar que hay problemas climáticos “man-made”.
Pero la solución es el libre mercado y no las medidas intervencionistas que la ONU está
proponiendo en materias de energía y agricultura. Oponerse a esas medidas no
tiene nada de autoritario. Se trata de defender al mercado libre como clave para
el medio ambiente.
Lo mismo con la “mis-information”.
Claro que puede haber mentiras. Pero en una sociedad libre lo que sea o no un
hecho se debate libremente. Los gobiernos no son la agencia que debe dictar
lo que sea verdadero o falso; eso se discute libremente SIN intervención
del Estado. Todo el tema de las fake news y la misinformation,
en colusión estatal con las big tech, es la anulación completa de la
libertad de expresión y el dominio totalitario más extremo. Oponerse a todo
ello no tiene nada de totalitario, y es increíble que este tema no sea siempre
tenido en cuenta por los que dicen dedicarse
a la comunicación social, enfrascados sólo en “estrategias comunicativas” que
se venden como sistemas de dominio de audiencias en el mercado de empresas,
políticos y gobiernos.
Lo mismo con los temas educativos.
Imponer por la fuerza del Estado una agenda educativa, anulando casi las
opciones de los padres, es totalmente coherente con ese autoritarismo. Defender
el school-choice o bregar para que la educación sexual sea decidida por los
padres no es ser Mussolini. Es ser liberal. Valga la diferencia….
Y ni que hablar de la cultura woke
que convierte en un “domestic terrorist” a un sencillo padre que no
quiere que su nena de ocho años comparta el baño con un varón de 50 que se
autopercibe como una niña de siete.
Frente a todo esto pido, por favor,
un mayor cuidado en las palabras, que no son meras palabras sino juegos de
lenguaje que conforman la realidad política. Extrema derecha fueron en su
momento Franco y Mussolini. Pero oponerse a la agenda autoritaria de la ONU no
es anular la división de poderes, eliminar la Suprema Corte o dar golpes de
Estado, que, by the way, habría que ver quiénes, precisamente, de qué modo
sutil los han dado en su momento.
No me caso con Le Pen, Orbán, el
complejo caso de VOX y definitivamente no tengo nada que ver con Bukele y su pertinaz
negación teórica del debido proceso. Y (lamentablemente hay que aclararlo) saltar
del horror de la izquierda woke occidental a la KGB de Putín es como saltar de
un acantilado a un volcán de lava hirviente.
Pero llamar a Meloni o Trump “extrema
derecha” y presentar a los Bidens del mundo como los “democráticos” (estén
lúcidos o no 😊) es realmente el truco del hombre
de paja más elaborado de los últimos tiempos.
De acordo, Gabriel Zanotti. Distinções fundamentais.
ResponderEliminarDe acordo, Gabriel Zanotti. Distinções fundamentais.
ResponderEliminarExcelentes consideraciones, Gabriel!
ResponderEliminarDejando de lado mis obvias diferencias con el liberalismo clásico, celebro tu artículo. Hay una coincidencia general de fondo importante, sobre todo frente al peligro que implica este totalitarismo progresista a nivel mundial. Sólo dos observaciones:
ResponderEliminar1. Más allá de sus buenas intenciones, que son obvias al leerlo, una de las fuentes del globalismo ideológico está precisamente en Kant. Concretamente en su "Sobre la paz perpetua", al exigir (aunque no por vía coactiva) que todos los estados nacionales sean republicanos y en la aspiración a una ciudadanía mundial. Lo primero supone desconocer que pueden haber varias formas de gobierno en las cuales el poder político esté limitado y en eso hay que tener en cuenta las tradiciones de los distintos pueblos. Y lo segundo pues, aunque el procedimiento sea federativo y pactista (no unitario y coercitivo), la mera posibilidad de una organización supranacional mundial (no necesariamente un Estado mundial) que vaya más allá del objetivo de la paz mundial (pues el otro objetivo de Kant era el respeto por los "derechos humnanos"), contiene "in nuce" el peligro de que esa organización termine ocupándose de asuntos que por derecho natural le corresponde a entidades infra-políticas como los municipios, las provincias/estados/bundesländer o las comunidades políticas soberanas. Está claro que Kant descartaba la alternativa de un Estado mundial, pero su fundamento "universalista" de los derechos humanos abrió una "caja de Pandora" en relación a qué conductas podrían ser "universalizables". Que los derechos humanos en Kant fueran sólo libertades negativas (a diferencia de los "derechos sociales" post 1917) nada garantizan, pues la ausencia de una fundamentación filosófica realista permite que puedan considerarse "derechos humanos" conductas como el divorcio vincular pactado, la eutanasia voluntaria o las operaciones de "cambio de sexo" y por lo mismo, viendo a las comunidades políticas que no los garanticen como "violatorias de los derechos humanos". La deriva totalitaria (ajena a las intenciones de Kant) que han tenido tanto la ONU como la Unión Europea (a partir de Maastrich) parece corroborarlo, y en especial la política global sobre "derechos humanos". Recomiendo al respecto la conferencia que dio Agustín Laje sobre el globalismo en el Congreso de la República Argentina en abril del presente año. Se puede ver aquí: https://www.youtube.com/watch?v=y_VZmAh5N8Y
2. Seguir acusando en 2024 a Franco de "extrema derecha" (lo que equivale a considerarlo totalitario y fascista) parece un prejuicio anclado en una visión liberal comprensible fuera de España en 1975 pero que no resiste la refutación de la crítica histórica más seria y reciente. Está claro que el régimen de Franco fue autoritario más no totalitario. El "Estado franquista" no estaba dominado ni confundido con el Movimiento Nacional (único partido, más no "partido único", dada las distintas "familias del Régimen" que allí convivían, es decir, falangistas, monárquicos "alfonsinos", tradicionalistas carlistas, liberal-conservadores, tecnócratas, demo-cristianos, etc); subordinaba su orden jurídico-político a la ley divina y natural, aunque había restricciones a ciertas libertades civiles y políticas; era un orden autoritario que progresivamente se fue autolimitando para dar lugar a una Monarquía tradicional y una democracia orgánica; etc. La transición pensada por el Régimen finalmente no ocurrió por ingerencia de la CIA; presiones del Vaticano post-1965 y sobre todo de la Conferencia Episcopal Española, bajo la dirección del Cardenal Tarancón, de triste memoria; la conspiración de la opinión publicada y progresista occidental; la alianza de católicos democráticos con comunistas, socialistas y separatistas; y sobre todo la conjuración masónica en colusión con el régimen soviético. Sobre todo esto han escrito libros de obligada consulta historiadores filo-franquistas pero también no franquistas e incluso antifranquistas. Baste mencionar a Stanley Payne, Paul Johnson, Pío Moa, Luis Suárez Fernández, Gonzalo Fernández de la Mora, Juan Velarde Fuertes, Lino Camprubí Bueno y Fernando Paz. Recomiendo al respecto el siguiente artículo escrito para el público estadounidense: https://www.thepostil.com/franco-freed-from-leftist-myths/
ResponderEliminarFelicitaciones, Gabriel. Excelente artículo.
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