domingo, 1 de octubre de 2023

LA BANALIDAD DEL MAL DE TODOS NOSOTROS (*)

 El Martes pasado, Matías Ilivitzky dio una clase sobre Hannah Harendt en el curso "Lo esencial del liberalismo". Entre varios temas, expuso la famosa pero difícil tesis de Harendt para explicar el caso Eichmann: la banailidad del mal. 

Esto es, Eichmann no era un psicópata o el mal viviente. Era una persona común y corriente que obedecía órdenes. Entonces, ¿por qué las obedeció? Porque el mal es así en muchos casos: superficial, banal.

La tesis de Arendt fue muy discutida. De mi parte quisiera agregar lo siguiente.

Sin darnos cuenta, estamos casi todos formados en un horizonte cultural que exalta la racionalidad instrumental. Esto es, la eficiencia en la relación medios-fin, el cálculo. Esa racionalidad no es mala, es un aspecto necessario de nuestro actuar; el problema es que no puede llegar de ningún modo al tema más profundo de nuestra existencia: el sentido de la vida. No alcanza lo que los antiguos llamaban sabiduría. Y es un tipo de racionalidad que no necesita del pensamiento crítico. No está acostumbrada a cuestionar, y es facilitada, como dice Hugo Landolfi (1), por un sistema educativo formal que al obligarnos a repetir nos acostumbra a obedecer órdenes y a ser el empleado perfecto. 

Esta racionalidad instrumenral es compatible con la inteligencia técnica. Es compatible con personas que tienen 8 doctorados, manejan 16 idiomas y se pasean por el mundo como si fueran los dioses del Olimpo, cuando su reflexión interior es sencillamente cero. 

Esto explica la banalidad de todos nosotros. Explica de algún modo que votemos a imbéciles, que seamos alienados por los cantos de sirena de futuros dictadores, que seamos soldados que cumplen las órdenes más abyectas, que nos creamos las propagandas gubernamentales mejor preparadas, y que la agenda estatista de casi todo el mundo y de la ONU no encuentre casi resistrencia. 

Y en eso estamos todos nosotros. Gente sencilla, que queremos a nuestos hijos, salimos a pasear a nuestro perro y saludamos al vecino, pero luego obedecemos las estupideces y atrocidades más profundas sin cuestionar, sin darnos cuenta, en un grado de conciencia difuso, en un limbo existencial etéreo e irresponsable, sin tener el timón de nuestras vidas, como veletas que giran al correr de vientos aleatorios, de modas transitorias, de manipulaciones e ideologías perversas que se presentan como atractivas bajo una planificada propaganda. 

Despertemos por favor. Eichmann somos todos. Lo terrible es que para advertirlo hay que salir de la banilidad del mal que por sí misma nos mantiene en la banalidad, en la exisrtencia inauténtica, en la soberbia del ignorante, en la prepotencia del que vive en la superficie de su existencia (2). 


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(*) Just in case, aclaramos que esta entrada no hace referencia a ningún episodio de esta última semana.

(1) Landolfi, H.: Educación para la fragilidad; Dunken, Buenos Aires, 2015,

(2) Zanotti, G.: Existencia humana y misterio de Dios; Unsta, Tucumán, 2009.

2 comentarios:

  1. Profesor: no leí la tesis de Arendt. Sólo diría 2 cosas: 1ro que es cierto lo del horizonte cultural, pero creo que tiene más que ver con el pecado original que con la educación estatista. En ninguna época se ha verificado que la mayoría de la gente se pregunte más por el sentido que por la practicidad de algo. 2do que creo uqe la resistencia muchas veces tiene más que ver con querer a los hijos (1ro tenerlos), saludar al vecino y pasear al perro que con otras formas más heroicas que muy injustamente podrían ser exigidas a otros.
    Un saludo, espero que se encuentre bien

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