Otro de los debates que está
sacudiendo hoy a los católicos es que, aparentemente, no hay que enseñar,
mostrar, predicar la Fe al prójimo, porque eso sería “proselitismo”, “adoctrinamiento”,
“imposición”, etc.
Por ende, debemos hacer algunas
clarificaciones.
Gracias a Dios, la filosofía del
diálogo del s. XX ha trabajado mucho estos temas.
En Buber y Levinas, queda clara la
diferencia entre instrumentalización y diálogo. Lo primero reduce al otro a un instrumento
a nuestro servicio. El otro es un insecto dentro de nuestras redes, nosotros
somos la araña. En el diálogo, en cambio, el otro es respetado en tanto otro,
esto es, alguien cuya dignidad racional no puede ser reducido a un instrumento.
Para decirlo en términos de Kant: debo tratar al otro como fin y no como medio.
Habermas, tomando la herencia de
Wittgenstein, ha aclarado que los actos del habla perlocutivos ocultamente
estratégicos son precisamente el medio lingüístico para la manipulación del
otro. O sea, lo que hacía todo el tiempo el famoso Frank Underwood de House
of Cards. Un acto del habla perlocutivo es aquel por el cual quiero
convencer a alguien de un pensamiento o una acción. Ningún problema, siempre
que el otro lo sepa (ello es un acto del habla perlocutivo abierto)
y además sea respetada su distancia crítica, esto es, su derecho al desacuerdo,
a la interpelación de lo que estamos diciendo, cosa en la cual Habermas y
Popper coincidían, a pesar de las apariencias. Pero si no, hay engaño. Se puede
“engañar” lícitamente a un bebé que está gateando, para que deje de ir hacia el
enchufe y gire hacia nosotros, pero ello es una excepción. El objeto de la
educación es que dejemos de ser bebés. Mala noticia para los autoritarios.
El diálogo implica, también,
ponerme en el horizonte del otro (Gadamer) para comprender que, aunque no coincidamos
en todo, desde su tradición no es un absurdo lo que dice, y para tratar luego
de encontrar algún punto en común que permita una fusión de horizontes.
Todo ello, y mucho más, es
dialogar. La manipulación lingüística, en cambio, es una forma no física
de coacción; una manera, mediante el lenguaje, de engañar al otro para que no
se de cuenta de que está cayendo en nuestro pensamiento sin espacio para el
pensamiento crítico, la pregunta, la conversación, su pensamiento.
La diferencia es, por ende, entre
diálogo y manipulación lingüística. Diálogo es enseñar, comunicar.
La manipulación es, en cambio, la
coacción lingüística, el engaño, el tratar al otro como un mero medio, aunque
los fines sean lícitos.
Adoctrinamiento, proselitismo, son
otros términos para esa manipulación lingüística.
Y el asunto no es privativo del
ámbito religioso. Todo, sencillamente todo, debe ser dialogado, desde la Física
hasta la doctrina de la Santísima Trinidad. Ni una cosa ni la otra debe ser
coaccionada desde el lenguaje. Claro, el sistema educativo formal es
manipulación, y eso lo sufren tanto educadores como educandos que creen que
pueden “enseñar” Física o Catequesis desde ese sistema: no pueden. Adoctrinan
porque no hay diálogo. Para NO adoctrinar, se debe dialogar.
El contenido es otra cosa. Yo puedo
estar hablando de cosas muy buenas, con diversos niveles de certeza, desde la Física
de Newton, la metafísica de Sto. Tomás o el Catecismo de la Iglesia, pero si no
respeto el derecho del otro a la pregunta, a la crítica, estoy adoctrinando en todos
los casos.
Ahora bien, Buber, Levinas,
Gadamer, Habermas, todos ellos eran muy bien conocidos por cualquier
universitario europeo después de la Segunda Guerra, y por ende también por los
teólogos. No de causalidad, no de la nada, Pablo VI escribe Ecclesiam suam,
sobre el diálogo, en 1964, un año antes del cierre del Vaticano II que, no de
casualidad tampoco, declara documentos sobre el diálogo con los no creyentes,
con las religiones no cristianas, con los hermanos separados, y declara el
derecho a la libertad religiosa, basado en el derecho a la ausencia de coacción
sobre la conciencia, derecho que debe ser respetado sobre todo a nivel
espiritual: nunca recurrir a un lenguaje engañoso, manipulador, para invadir la
conciencia del otro (y por eso hay tantos “otros” que no quieren saber nada
con los “cristianos” que los “educaron”).
Por ende, la Iglesia Católica tiene
clara la diferencia entre transmitir la Fe y el adoctrinamiento. La verdad
brilla por sí misma, se impone por la sola fuerza de la verdad, por la belleza
y calma de la verdad. La predicación, la evangelización, por ende, son diálogo
o pasan a ser adoctrinamiento. Pablo VI, los Padres del Vaticano II, y también
Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo tenían muy claro. Otros católicos no lo
tienen claro. Bueno, que se detengan y reflexionen sobre el anti-testimonio que
están dando y sobre los no-creyentes que están produciendo en masa.
Pero que también lo tengan en claro
todos. Profesores de Física, de Matemática, de Filosofía, de lo que fuere: si
no dialogan, esto es, si no respetan el horizonte del otro y su distancia
crítica, incurren en proselitismo, adoctrinamiento y autoritarismo, y no educan
de ningún modo.
En la novela Las Llaves del
Reino, su protagonista, un joven sacerdote escocés misionero en China, el
Padre Francisco (el relato se sitúa antes de la Primera Guerra) cura al hijo
del mandarín de la zona de una gran infección. Al día siguiente, el mandarín se
presenta en los humildes aposentos del P. Francisco. Este le pregunta sobre el
motivo de tan honorable visita. “Naturalmente”, responde el mandarín, el Sr.
Chia, “para hacerme cristiano”, en retribución a la curación de su hijo. Con lo
cual, toda la comarca se haría cristiana.
Pero el P. Francisco le responde
que eso no es Fe. La Fe no es un pago por servicios prestados, debe ser una
convicción personal, profunda, íntima, libre.
El mandarín emprende el regreso.
Pero a mitad de camino, vuelve. Y le dona al P. Francisco varios acres de
tierra y todos los materiales y recursos necesarios para levantar un digno
edificio para su misión, porque el P. Francisco vivía en las ruinas de una
misión anterior.
El sacerdote católico vuelve a
rechazar la oferta, pero el mandarín, perspicaz, lo convence de que ese agradecimiento
sí es pertinente.
El mandarín no se convierte al
Catolicismo, a pesar de mantener una gran amistad con el P. Francisco.
Ya anciano, al sacerdote católico
se le ordena regresar a Escocia.
Un día antes de su partida, el
mandarín aparece nuevamente por los jardines de su amigo.
Le dice que ha estado pensando en
la otra vida.
Pero su estilo oriental le impide
ser directo.
Y le dice algo así como que
extrañará caminar con su amigo sacerdote por esos bellos jardines. Pero que
luego de su muerte, querría encontrarse otra vez con él, en el mismo jardín.
Y pide el bautismo.
Lean esta novela de A.J. Cronin (elogiada
por Castellani, amigos tradis) quienes quieran comprender qué es realmente la
evangelización y la conversión.
Y mientras tanto, despreocúpense.
La Fe, la conversión, no es cálculo, no es planificación, no tiene criterios de
calidad, no tiene evaluación. No tiene estrategias. La predicación es sólo el
testimonio de vida, aunque no se tenga el don de la palabra. La predicación es
sólo la paz de un cafecito hablando de bueyes perdidos, sin estrategias, ni
cálculos, ni nada más allá de la amistad. Lo demás lo hace Dios.
Magnífico!
ResponderEliminarAdmirable. Gracias Profesor
ResponderEliminarMe encantó Gabriel!
ResponderEliminarGabriel, genio !!!! Abrazo grande.
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