martes, 28 de febrero de 2023

RICARDO ROJAS: ON BUKELE

 Un error muy frecuente -y con consecuencias gravísimas- es pensar que las acciones penales del gobierno tienen por objeto proteger derechos de las personas. Ni siquiera en los primeros tiempos de los Estados Unidos, cuando tenía la pretensión de estar fundado en la preexistencia de los derechos individuales, se pensó eso. La Corte Suprema de Estados Unidos, desde sus primeros fallos, sostuvo que las acciones de los funcionarios de instituciones tales como la justicia, el ministerio público o la policía, no tienen por objeto proteger derechos concretos, sino hacer cumplir la ley. Desde entonces hasta hoy lo ha dicho invariablemente. Si en el camino de cumplir la ley protege derechos, mejor, pero no es esta última su función.

Cuando las instituciones vinculadas a la persecución del delito reprimen a un ladrón o a un asesino, no lo hacen para proteger a sus víctimas, sino porque el robo o el homicidio son bienes jurídicos tutelados por la ley penal. Es decir, hacen cumplir la ley penal. Mañana el Congreso podría eliminar esos bienes jurídicos de la tutela penal, y entonces el robo y el homicidio ya no serían perseguidos y penados. Y como ocurre habitualmente desde hace un siglo, el Congreso puede agregar nuevos delitos que no tienen que ver con la protección de derechos individuales concretos, sino por el contrario suponen violarlos (tales como todas las regulaciones económicas, sociales y morales que van acompañadas de sanciones penales).
En los países de fuerte estatismo, este último tipo de normas abunda, y entonces todos los ciudadanos estamos siempre al borde de convertirnos en delincuentes, si queremos vivir una vida normal. La famosa ley de abastecimiento, que nunca pudo ser derogada y con la cual el gobierno cada tanto amenaza a la gente, prevé penas de prisión para quienes violan las regulaciones estatales a los precios, la producción, el abastecimiento, etc. Comprar a precio de mercado podría estar hoy en una situación similar a ser marero, al menos formalmente ambos serían delincuentes.
Quienes se alegran y entusiasman viendo a Bukele maltratando y denigrando personas en las cárceles, piensan que lo que hace es proteger derechos. En realidad lo que hace es ejercer el poder cada vez más grande que tiene, en la medida en que su demagogia y populismo le permiten tener amplia aceptación popular.
Mañana, cuando quienes estén arrodillados y azotados en las cárceles de Bukele no sean los mareros sino los que no respetaron un precio máximo u osaron criticar al gobierno -es decir, cualquiera de nosotros-, entonces lo de Bukele no va a parecer tan bueno.
Quienes hoy dicen que los delincuentes no tienen derechos, deberían pensar en ellos mismos, presos en esas mismas cárceles por no respetar una ley que le prohibe traer un iphone de USA, y preguntarse si siguen pesando que, eventualmente, ellos mismos no deberían tener derechos en tal situación.
Ciertas doctrinas penales -como la de Günter Jackobs-, han tratado de justificar los regímenes estatales penales violentos que relajan las garantías de los imputados, cuando se trata de delitos graves. Eso habitualmente ha merecido el aplauso de quienes consideran que esas reglas no van a ser aplicadas para uno -porque uno es un buen ciudadano-, sino para narcos, mareros, terroristas o corruptos.
Pero a la larga, una vez que se justifica el camino de darle al gobierno un poder absoluto, cualquiera puede ser víctima.
Por eso la única alternativa es mantener siempre controlado al gobierno, no importa la excusa que esgrima para abusar de su poder.
Por eso es tan grave esta idea de la "batalla cultural", que es una batalla por ver a quién le vamos a quitar los derechos en nombre de nuestra ideología. Cada bando de esa "batalla" coincide en una cosa: otorgarle poder irrestricto al gobierno para hacer lo que ellos piensan que está "bien". Por ese camino se pierden a la larga las libertades de todos.
Bukele ya está muy avanzado en ese camino. No es que sea muy importante él. Es simplemente un dictador más como hay tantos otros. Lo grave del ejemplo de Bukele es ver la fascinación y la tozudez con que es defendido por quienes desde la "derecha" se dicen equivocadamente liberales y alientan el autoritarismo porque se ejerce invocando principios que les gustan.

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