domingo, 12 de diciembre de 2021

EL PROBLEMA DE LA PAPOLATRÍA DENTRO DEL CATOLICISMO


El pontificado de Francisco tiene muchas ventajas desde el punto de vista de la Providencia. Una de ellas es que nos permite reflexionar sobre un grave problema.

La cantidad de gente ahora enojada, preocupada y prácticamente al borde del cisma, que antes estaban tranquilos con Juan Pablo II y Benedicto XVI, la cantidad de gente que siempre pensó y dijo lo que ellos decían pero ahora, por decir eso mismo, son los nuevos herejes, y ahora están perplejos, auto-silenciados o explotando de indignación, es impresionante.

Pero en esas mismas épocas tranquilas, cuando algunos explicábamos los grados del Magisterio, el tema de la distinción entre lo doctrinal y lo prudencial… En esas épocas tranquilas éramos los malos.

Para algunos eran épocas muy felices. La distinción entre pecado mortal y venial y la teoría de Juan Pablo II sobre el “salario en sentido objetivo” estaban al mismo nivel.

AHORA han descubierto que hay cuestiones de Fe y otras…. Que no, aunque las diga un Pontífice.

En buena hora.

La infalibilidad del Pontífice en materia de Dogma nunca fue mi problema. Todos los concilios dogmáticos lo tuvieron al Pontífice como primus inter pares, su presencia y su aprobación eran necesarias y estaba bien.

La declaración de infalibilidad del Vaticano I extiende esa autoridad del pontífice fuera de los concilios y… Está bien. Nada por aquí, nada por allá, en principio.

Pero las circunstancias políticas y eclesiales del Vaticano I no son tan fáciles.

Todos sabemos que Pío IX vio en su momento la necesidad de dialogar con la modernidad, pero luego se echó para atrás. Las fuerzas napoleónicas y del Risorgimento se cerraban sobre Roma, y Pío IX cerró filas con los ultramontanos, permitió la condena de Rosmini, promulga la Quanta cura, y en ese contexto se promulga la infalibilidad. Dollinger hizo severas advertencias pero el caso sigue silenciado in aeternum. El Cardenal Guidi le propuso a Pío IX una fórmula superadora pero casi es enviado a Siberia[1].

Con las condenas cuasi absolutas a la modernidad y al liberalismo, los ultramontanos tomaron la declaración de la infalibilidad como un triunfo político donde la autoridad del pontífice era religiosa pero también temporal. Ellos lo negarán. Pero la autoridad de Pío IX fue absoluta, alguien llegó a decir que si Pío IX (quien dijo “la tradición soy yo”) llagaba a decir que Dios era uno y cuatro, así hubiera sido.

¿Por qué también temporal? Porque desde Pío IX en adelante, los pontífices no dejaron de reinar en lo temporal. Los Estados Pontificios fueron eliminados pero ellos manejaban con poder absoluto sus encíclicas y las conciencias de los fieles. La famosa Doctrina Social de la Iglesia se presenta (aunque no lo sea) como el programa político de cada pontífice en particular. En esos documentos sociales la distinción entre lo permanente y lo contingente, entre lo doctrinal y prudencial, casi brilla por su ausencia. De vez en cuando alguna distinción (http://www.institutoacton.com.ar/comentarios/15artzanotti83.pdf  ), pero luego, la bajada de línea política. Tal vez algunas estuvieron mejores que otras. Pero el asunto es que eran opinables y el que se oponía atentaba contra “el Magisterio ordinario”, que cuándo era definitivo y cuándo no, fue siempre un caos.

Cada época tuvo su doctrina social cuasi infalible. Con Pío IX, toda la modernidad es pecado mortal. Con León XIII, la tesis e hipótesis. Benedicto XV fue un santo pero una gripe (¿habrá sido coronavirus?) no le permitió lucirse. Con Pío XI, el famoso orden corporativo profesional y, de paso, mandar a la miércoles a Luigi Sturzo. Desde Pío XII hasta Benedicto XVI, la república constitucional. Y ahora, la Teología del Pueblo.

Por supuesto, en casa caso diversos grupos de católicos estuvieron los enviados al ostracismo y al silencio, aunque no excomulgados formalmente. Con Gregorio XVI y Pío IX, los liberales católicos. Con Pío XI, igual. Con Pío XII, los ultramontanos comienzan a preocuparse. Desde Juan XXIII en adelante, son los cuasi-lefebvrianos o casi-sedevacantistas. Con Juan Pablo II y Benedicto XVI, se calmaron un poquito, excepto los marxistas de las teologías de la liberación. Y ahora, los silenciados son los que se atrevan a citar, oh paradojas, la Veritatis splendor.

La pura verdad es que cada uno de estos grupos es papólatra cuando le conviene y perplejo cuando las cosas cambian. Y los papas son, en general, popólatras también. Ellos hablan, hablan y hablan pero es raro que adviertan que están hablando de cosas opinables. Los católicos que están bien formados saben que no tiene ninguna importancia lo que el Papa haya dicho sobre plantar tomates en Venus pero mientras lo hace, callan. Y los demás, ni noticia, o no les importa ni los tomates en Venus ni la Trinidad, o los tomates en venus son tan dogmáticos como la Trinidad.

Caos.

¿Hasta cuándo vamos a seguir así? Una iglesia papólatra y por ende caótica, por un lado; por el otro, una iglesia muy minoritaria, en silencio, que es Católica pero no papólatra, y finalmente  los no creyentes que se ríen de nosotros.

Me parece bien que ahora, con Francisco, algunos hayan descubierto que se puede prender el aire acondicionado sin caer en pecado mortal.

Que les sirva del lección. Tal vez estemos ahora en mejores condiciones de descubrir que ser católico no es ser un imbécil (http://gzanotti.blogspot.com/2019/12/ser-catolico-no-es-ser-un-imbecil-ii.html), https://eseade.wordpress.com/2019/01/17/ser-catolico-no-es-ser-un-imbecil/



[1] “…In a last-ditch, memorable effort to mediate between the two sides, the Dominican Cardinal Filippo Maria Guidi of Bologna approached the Pope in mid-June, suggesting to him that the papal office did not necessarily depend on the bishops for his authority, but rather on their collaborating witness “in order to learn from them what the faith of the entire Church is and what traditions exist in the various individual Churches regarding the truth in question.”  Pius was none too happy about the distinction and gave the now infamous response: “La tradizione sono io,” I am the tradition”. En Howard, Thomas Albert. The Pope and the Professor (p. 150). OUP Oxford. Edición de Kindle.

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