(Extracto del cap. 7 de https://puntodevistaeconomico.com/2018/02/11/judeocristianismo-civilizacion-occidental-y-libertad-ensayo-sobre-el-origen-esencialmente-judeocristiano-de-la-libertad-en-occidente-biblioteca-ia-no-17-version-kindle/)
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3. La recuperación de lo
opinable
Ha sido evidente que a
lo largo de todo este libro hemos tratado de aclarar qué cosas son opinables en
relación a la Fe y por eso, cuando algunas intervenciones especiales del
Magisterio se inclinaban por un tema opinable que nos favorecía, hemos aplicado
la categoría de “acompañamiento” para respetar la libertad de opinión del
católico. Ya nos hemos referido a ello y en ese sentido no habría más nada que
agregar.
Sin embargo, si estamos
hablando de la recuperación del laicado, este es uno de los temas más graves
desde fines del s. XIX hasta este mismo año (2018) y lo seguirá siendo, temo,
muchos años más, y constituye uno de los problemas más graves de la Iglesia.
3.1. El
tema en sí mismo
La cuestión en sí
misma no debería presentar ningún problema. Es obvio que “…Lo sobrenatural no
debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo
natural “, pero ello implica justamente que el ámbito de las realidades temporales debe ser fermentado directamente por los laicos e indirectamente por la jerarquía a través
del magisterio que le es propio (me refiero a obispos y al Pontífice). Es obvio
también que aunque lo natural sea elevado por la Gracia, ello no borra la
distinción entre lo sacro, en tanto el ámbito propio de los sacramentos, y lo
no sacro, donde puede haber sacramentales pero según las disposiciones internas
de los que los reciban.
En ese sentido, puede haber, a lo largo de los siglos,
una enseñanza social de la Iglesia en tanto a:
a)
Los preceptos primarios de la ley natural que
tengan que ver con temas sociales (como por ejemplo el aborto)
b)
Los preceptos secundarios de la ley natural en
sí mismos, donde se encuentran los grades principios de ética social (dignidad
humana, respeto a sus derechos, bien común, función social de la propiedad,
subsidiariedad, etc.) con máxima universalidad, sin tener en cuenta las
circunstancias históricas concretas.
El magisterio actual ha aclarado bastante
sus propios niveles de autoridad sobre todo en la Veritatis splendor[1] y Sobre la vocación eclesial del teólogo[2].
Tanto a
como b pueden ser señalados por el
magisterio ya sea positivamente (afirmando esos grandes principios) o
negativamente, cuando advierte o condena sistemas sociales contradictorios con
ellos (como fueron las advertencias contra los estados y legislaciones
laicistas del s. XIX, o las condenas contra los totalitarismos en el s. XX).
Ahora bien, hay otras cuestiones sociales
que no se desprenden directamente de
a y b. ESE es el ámbito “opinable en relación a la Fe”: opinable no porque no pueda haber ciencias o filosofía social sobre ellos, sino porque
esas ciencias y-o filosofías sociales corresponden a los laicos y no se desprenden directamente de las Sagradas Escrituras, la Tradición o el
Magisterio de la Iglesia.
A partir de lo anterior se desprende
deductivamente que esos ámbitos opinables son:
a)
El estado de determinadas ciencias o
conocimientos sociales en una determinada etapa de la evolución histórica;
b)
la evaluación de una determinada circunstancia
histórica a partir de a,
c)
la aplicación prudencial de los principios
universales a una situación histórica específica, a la luz de a y b.
Ejemplo: nuestros conocimientos actuales
sobre democracia constitucional (a); el diagnóstico de la falta de
instituciones republicanas en América Latina (b); las propuestas de reforma
institucional para América Latina (c).
Todo lo cual muestra toda la hermenéutica implícita cada vez que
hablamos de estos tres niveles en los temas sociales, y por ende la ingenuidad
positivista de recurrir a “facts”
para estas cuestiones.
3.2. ¿Señaló el Magisterio este ámbito de
opinabilidad?
Por
un lado, si. Los textos son
relativamente claros:
a)
León XIII,
Cum multa, 1882: “... también hay que huir de la equivocada opinión de los
que mezclan y como identifican la religión con un determinado partido político,
hasta el punto de tener poco menos que por disidentes del catolicismo a los que
pertenecen a otro partido. Porque esto equivale a introducir erróneamente las
divisiones políticas en el sagrado campo de la religión, querer romper la
concordia fraterna y abrir la puerta a una peligrosa multitud de
inconvenientes”.
b)
León XIII, Immortale
Dei, 1885: “Pero si se trata de cuestiones meramente políticas, del mejor
régimen político, de tal o cual forma de constitución política, está permitida
en estos casos una honesta diversidad de opiniones”.
c)
León XIII, Sapientiae
christianae, 1890: “La Iglesia, defensora de sus derechos y respetuosa de
los derechos ajenos, juzga que no es competencia suya la declaración de la
mejor forma de gobierno ni el establecimiento de las instituciones rectoras de
la vida política de los pueblos cristianos”…. “...querer complicar a la Iglesia
en querellas de política partidista o pretender tenerla como auxiliar para
vencer a los adversarios políticos, es una conducta que constituye un abuso muy
grave de la religión”.
d)
León XIII, Au
milieu des sollicitudes, 1891: “En este orden especulativo de ideas, los
católicos, como cualquier otro ciudadano, disfrutan de plena libertad para
preferir una u otra forma de gobierno, precisamente porque ninguna de ellas se
opone por sí misma a las exigencias de la sana razón o a los dogmas de la
doctrina católica”.
e)
Pío XII, Grazie,
1940: “Entre los opuestos sistemas, vinculados a los tiempos y dependientes de
éstos, la Iglesia no puede ser llamada a declararse partidaria de una tendencia
más que de otra. En el ámbito del valor universal de la ley divina, cuya
autoridad tiene fuerza no sólo para los individuos, sino también para los
pueblos, hay amplio campo y libertad de movimiento para las más variadas formas
de concepción políticas; mientras que la práctica afirmación de un sistema
político o de otro depende en amplia medida, y a veces decisiva, de
circunstancias y de causas que, en sí mismas consideradas, son extrañas al fin
y a la actividad de la Iglesia”.
f)
Vaticano II, Gaudium
et spes, 1965: “Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de
la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero
podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles,
guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta
manera. En estos casos de soluciones divergentes aun al margen de la intención
de ambas partes, muchos tienen fácilmente a vincular su solución con el mensaje
evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido
reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia.
Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la
mutua caridad y la solicitud primordial pro el bien común”.
g)
Juan Pablo II, Centesimus annus, 1991: “Es superfluo subrayar que la consideración atenta
del curso de los acontecimientos, para discernir las nuevas exigencias de la
evangelización, forma parte del deber de los pastores. Tal examen sin embargo
no pretende dar juicios definitivos, ya que de por sí no atañe al ámbito
específico del Magisterio”.
Podríamos citar
algunos textos más, pero, como vemos, la noción en sí misma de lo opinable es
clara.
3.3. Pero
por el otro lado...
Pero, sin
embargo, habitualmente las cosas no han sido tan claras. Los textos pontificios
sobre temas sociales están inexorablemente adheridos a las circunstancias históricas,
a su interpretación según criterios de la época y a recomendaciones y
aplicaciones en sí mismas prudenciales. Nadie
pide que no sea así, el problema es que los pontífices no se han
caracterizado por aclararlo bien. Y no porque “se descuenten los principios
hermenéuticos de interpretación teológica”. Hemos visto que, comenzando por el
tema político, Gregorio XVI y Pío IX unieron
indiscerniblemente a la recta
condena de los estados laicistas con el intrínsecamente
contingente régimen de ciudadanía = bautismo, que tantos problemas trajo
para la posterior declaración de libertad religiosa. Hemos visto cómo ello fue
aprovechado por los católicos que apoyaron a Mussolini (comenzando por Pío XI)
y Franco, que tuvieron el atrevimiento de presentar eso como “doctrina social de la Iglesia”. Hemos visto cómo ese
error comenzó a remontarse desde Pío XII en adelante, cómo este último tuvo que
“acompañar” al surgimiento de las democracias cristianas de la post-guerra
europea precisamente porque desde ese error se pretendía condenar por hereje al
que pensara lo contrario. Hemos visto que el mismo, clerical e integrista error
siguió en Lefebvre y pasa luego, de peor modo, a la horrorosa mezcolanza que
hacen los teólogos de la liberación entre el comunismo de los medios modernos
de producción y el “pueblo de Dios”. Hemos visto cómo Benedicto XVI tiene que
salir a aclarar qué es lo contingente y qué es lo esencial, y cómo tuvo que
“acompañar” nuevamente a los elementos más contingentes de la modernidad
católica, para ver si la institucionalidad republicana penetraba en la mente de
los integristas católicos de derecha o
izquierda, y hemos visto que casi nadie lo escuchó ni lo entendió. Y todo eso por no haber distinguido en su
momento lo opinable de lo que no lo era.
En el plano económico, temas que son intrínsecamente opinables
en relación a la Fe, han pasado a ser parte de una especie de pensamiento único
que todo católico debería aceptar so pena de ser un mal católico entre aquellos
que recitan de memoria las encíclicas. La leyenda negra de la Revolución
Industrial, desde León XIII en adelante; el capitalismo liberal como el
imperialismo internacional del dinero, desde Pío XI en adelante; un programa
casi completo de política económica, en la última parte de la Mater et magistra de Juan XXIII; la redistribución de ingresos y
la llamada justicia social, desde Pío XI en adelante; la teoría del deterioro
de los términos de intercambio, desde Pablo VI en adelante, y así… hasta hoy. Para colmo gran parte de esas encíclicas son
redactadas por asesores que así convierten sus
personales opiniones (que deberían haber sido debatidas académicamente) en
“Doctrina social de la Iglesia”. La situación no se solucionó porque San Juan Pablo II haya hablado de economía
de mercado en la Centesimus annus:
era obvio que fue un párrafo incrustado por un asesor desde fuera del
pensamiento real de Karol Wojtyla, que, por ende, ni él se lo creyó. Y además
tampoco la solución pasaba porque entonces la economía de mercado pasara a ser,
sin distinciones, otro tema opinable convertido en no opinable…
El problema NO consiste en que un católico considere que
todas esas cosas son verdaderas. El problema es que desde los pontífices para
abajo, sin casi distinciones y aclaraciones, se consideran parte de la
cosmovisión católica de la vida. O sea, el problema NO consiste en que un
católico, sea el pontífice o Juan católico de los Palotes, opine así, el
problema es que lo piense como cuasi-dogma social. Ese es el problema.
3.4. ¿Por
qué? Diagnóstico
¿Pero por qué ha
sucedido esto? Fundamentalmente por
dos razones.
Primera: en el
plano político y económico, los pontífices no
han dejado de gobernar. Fueron casi 17 siglos de clericalismo. La
desaparición forzada de los estados pontificios los dejó sin territorios pero
sí con el arma moral de la conciencia de los católicos. Y abusando de su
autoridad pontificia –un problema previsto por Lord Acton– no sólo condenaron
rectamente lo que tenían que condenar, sino que además cada uno de ellos
propuso su “plan de gobierno” en encíclicas que comenzaron a llamarse “Doctrina
social de la Iglesia”. Cuidado, no digo que ello no haya sido históricamente
comprensible o que en esos “gobiernos” no haya habido cosas buenas aunque
opinables. Lo que digo es que, al excederse de los tres temas señalados como no
opinables, “gobernaban” en lo contingente, según visiones también contingentes,
y lo peor es que su territorio era el mundo entero.
En un mundo
paralelo imaginario, los pontífices deben tener la “denuncia profética” de la
injusticia a nivel social, rechazando lo que sea contradictorio con la Fe y la
moral católicas, pero las cuestiones afirmativas –qué sistema social seguir, qué
hacer in concreto- deben ser dejadas a los laicos, que, por ende, tendrían
opiniones diferentes entre ellos, ninguna “oficialmente católica”. Pero no: los
pontífices, hasta hoy, hablaron y hablan sencillamente de todo y prácticamente
presentan todo ello como obligatorio para el laico. Y no como la filosofía, que
habla “de todo” pero desde las causas últimas y los primeros principios. Hablan
de todo en cuanto concreto: opciones concretas, interpretaciones concretas, de
política y economía, desde los sistemas concretos de redistribución de
ingresos, pasando por la política exterior, monetaria, fiscal, agrícola,
industrial, cambio climático, medio ambiente, seguridad, etc. Hasta hoy. El
famoso “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia” (op.cit.) es un buen ejemplo: prácticamente no hay tema que no esté
allí contemplado, y entregado al laico como “tome, esto es lo que tiene que
pensar y decir”.
La segunda razón es el radical
desconocimiento del ámbito propio de la ciencia económica, esto es, las
consecuencias no intentadas de las acciones humanas. Casi todos los documentos
pontificios están escritos desde el paradigma de que si hubiera gobiernos
cristianos, y por ende “buenos”, ellos redistribuirían la riqueza, que se da por supuesta; ellos
implantarían la justicia con diversas medidas intervencionistas cuyas consecuencias no intentadas no se
advierten. El mal social proviene de personas malas, no católicas, que
defienden la maldad de un sistema liberal que sólo puede ser defendido desde el
horizonte de la defensa de los intereses del capital.
Con ello, ¿qué
lugar queda para la economía como ciencia? Ninguna, excepto la del contador que
hace las cuentas para el obispo. Como mucho, un laico sabrá de diversos
“tecnicismos”, pero las grandes líneas de gobierno ya están planteadas porque,
frente al paradigma anterior, no hay economía como ciencia sino más bien gobiernos
buenos, que harán caso a las encíclicas, o gobiernos malos, que no. Y punto.
Pero la realidad
de la escasez no es así. Como hemos visto cuando analizamos a los escolásticos,
las medidas supuestamente “buenas” de los gobiernos tienen consecuencias no intentadas por el “buen” gobernante.
Los precios máximos producen escasez; los mínimos, sobrantes; los salarios
mínimos producen desocupación; el control de la tasa de interés, crisis
cíclica; el control de alquileres, faltante de vivienda; las tarifas arancelarias,
monopolios legales e ineficiencia, la emisión de moneda, inflación, y la
socialización de los medios de producción, imposibilidad de cálculo económico. Siempre es así pero siempre se vuelven a
hacer las mismas cosas suponiendo que alguna vez un gobernante “más bueno”,
“más lector del magisterio”, lo va a hacer “bien”. Y el que piense lo
contrario desconoce o desobedece a “la doctrina social de la Iglesia”; por ende
es un mal católico y un manto de silencio lo cubre en ambientes eclesiales,
como un cadáver al cual se le cubre caritativamente el cuerpo.
Mientras no se tenga conciencia de esto, los pontífices seguirán hablando como si la
economía dependiera de las solas y bienintencionadas órdenes de los gobernantes
cristianos, escritas por ellas en sus encíclicas sociales.
3.5. ¿Cuáles
son las consecuencias de todo esto?
Son desastrosas,
por supuesto. Comencemos por la primera: la des-autorización del magisterio
pontificio.
De igual modo
que, a mayor emisión de oferta monetaria, menor valor de la moneda, a mayor
cantidad de temas tratados, menor valor. O sea, se ha producido una inflación
de magisterio pontificio en temas sociales[3],
en cosas totalmente contingentes, que deberían ser tratadas por los laicos. Con
lo cual se ha violado el principio de subsidiariedad en la Iglesia: el
pontífice no debe hacer lo que los obispos pueden hacer, y los obispos no deben
hacer lo que corresponde a los laicos. La invasión directa de la autoridad del pontífice en temas laicales implica que
el pontífice se introduce cada vez más en lo más concreto, donde ha más
posibilidad de error[4].
De igual modo que los preceptos secundarios de la ley natural demandan una
premisa adicional que no está contenida en los preceptos primarios, mucho más
cuando de los primarios y secundarios se pasa a cuestiones políticas y
económicas irremisiblemente históricas y prudenciales.
Ante esta
inflación de magisterio pontificio, se produce un efecto boomerang. Es
imposible una estadística, pero algunos –ya jerarquía o laicos– no tienen idea
de lo que ocurre ni les interesa. Otros, guiados por un sano respeto al
magisterio, repiten todo, desde la Inmaculada Concepción hasta la última coma
de la entrevista del Papa en el avión sobre las marcas dentífricas. Eso produce
un caos total, porque los laicos, inconscientemente, van adaptando una multitud
cuasi-infinita de párrafos pontificios a su ideología opinable concreta, y van
armando una Doctrina Social de la Iglesia a la carta que luego además se echan
los unos a los otros con acusaciones mutuas de infidelidad al magisterio. Ante
este caos, muchos finalmente optan por decir lo que quieren ante un magisterio
que en el fondo se ha metido en lo que no le corresponde. Otros, finalmente, en silencio, obedecen al magisterio en
sus ámbitos específicos y mantienen en reserva mental (y en silencio) su
posición en temas opinables.
Lo que ha
sucedido también es el avance de teologías de avanzada en temas sociales y
dogmáticos. Esto ya fue visto por Pío XII, en su famosa Humani generis, con el intento de frenarlo[5].
Pero no pudo. Esas teologías habitualmente desobedecen al Magisterio en todo lo
que sea fe y costumbres pero lo siguen cada vez que el Magisterio avanza en
temas sociales más para la izquierda. Así, en los 60’ y los 70’, los teólogos
de la liberación proclamaban exultantes a la Populorum progressio mientras ocultaban y silenciaban a la Humanae vitae y al Credo del Pueblo de Dios. Y así sucesivamente. Y con ello se ha
producido una especie de consenso, un casi pensamiento único en la Iglesia,
ante el cual, si eres un teólogo o pensador católico “de avanzada”, dices
absolutamente lo que quieres en temas de Fe y costumbres, pero en cambio sigues
a pie de juntillas el plan más estatista establecido en la Populorum progressio, en las Conferencias episcopales latinoamericanas
y en las primeras dos encíclicas sociales de Juan Pablo II[6].
Eso sí: sobre esto, entonces, ya no hay
libertad de opinión. Si no sigues al los nuevos dogmas estatistas, entonces sí que
estás excomulgado. O sea, en lo opinable, pensamiento único; en Fe y
costumbres, lo que quieras.
Todo esto es un
caos, del cual no se ha salido en absoluto.
El laicado, ante esto, ha quedado, o totalmente indiferente, con lo cual lo
que digan los pontífices en temas de Fe y costumbres ya no importa, o totalmente
clerical, integrista y dividido. Cada grupo se ha armado su propia versión de
la Doctrina Social de la Iglesia, sin conciencia de lo opinable, cortando y
pegando los párrafos que les convienen –porque la cantidad de párrafos en los asuntos
contingentes es tan amplia que da para ello– y acusando al otro grupo de
infidelidad a la Iglesia.
La corrección de
todo esto va a tardar mucho. Pero los
laicos no deberían pedir a los pontífices expedirse en temas contingentes, ni
estos últimos deberían hablar sobre esos temas. La cuestión ya no pasa por
interpretar lo que dijo Pablo VI sobre comercio internacional: la cuestión pasa
por reconocer que sencillamente no
debería haber dicho nada. La cuestión ya no pasa por interpretar los
párrafos de Juan XXIII sobre industria, comercio e impuestos: la cuestión es que no debería haber dicho
sencillamente de eso, igual que San Josemaría Escrivá de Balaguer, que
nunca invadía los ámbitos propios de los laicos.
La solución del
famoso tema de la economía de mercado no pasa, por ende, por tener un Papa que
bendiga y eche agua bendita a las teorías del mercado. La cuestión pasa por
callar y dejar actuar y pensar a los laicos. Establecidos principios muy
generales como propiedad y subsidiariedad, hasta
dónde llega la acción del estado es materia de libre discusión entre los laicos.
Si un laico basado en Keynes está de acuerdo con una política monetaria activa
y yo, basado en Mises, estoy de acuerdo con el Patrón Oro, la solución del
problema no pasa porque venga un Papa “aurífero”. Yo no necesito que el Papa se pronuncie en ese tema. En ese tema, y en
la mayor parte de los termas, que se calle y que deje actuar a los laicos. Así
de simple. Y cuando los laicos opinen, que no tengan párrafos diversos del
magisterio para sacralizar, clericalizar su posición y echársela por la cabeza
al laico que piensa diferente.
Así, cuando Roma hable, será importante.
Así, cuando Roma hable, será porque verdaderamente hay que confirmar en la Fe.
Así, cuando haya un concilio ecuménico o una encíclica, será sobre temas de Fe
y no sobre cuántos impuestos haya que cobrar o cuántas empresas haya que
estatizar o privatizar. Pueden los pontífices “acompañar” a una cuestión
temporal legítima, si –como sucedió y sucede– un pontífice anterior y/o los
laicos la hubieran convertido en una herejía, para dejar lugar a la libertad de
los laicos en ese tema. Exactamente como tuvo que hacer Pío XII con la
democracia constitucional. Pero ese “acompañamiento” debería ser la excepción y
no la regla.
Para que todo
esto pase de la potencia al acto, se necesitan nuevas generaciones, formadas en
todo esto, capaces de hacer y vivir estas distinciones. No sabemos cuándo y
cómo puedo ello ocurrir. Los tiempos de la Iglesia son de Dios. Humanamente, un
cambio así de hábitos intelectuales puede tardar cientos de años.
[1] http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_ jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html.
[2]http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19900524_theologian-vocation_sp.html.
[3] Como hemos denunciado en nuestro artículo La devaluación del magisterio pontificio,
op. cit.
[4] Santo Tomás explica perfectamente el grado de falibilidad mayor a medida que vamos descendiendo en
las circunstancias concretas de una conclusión moral-prudencial: “…Por tanto, es manifiesto que,
en lo tocante a los principios comunes de la razón, tanto especulativa como
práctica, la verdad o rectitud es la misma en todos, e igualmente conocida por todos.
Mas si hablamos de las conclusiones particulares de la razón especulativa, la
verdad es la misma para todos los hombres, pero no todos la conocen igualmente.
Así, por ejemplo, que los ángulos del triángulo son iguales a dos rectos es
verdadero para todos por igual; pero es una verdad que no todos conocen. Si se
trata, en cambio, de las conclusiones particulares de la razón práctica, la
verdad o rectitud ni es la misma en todos ni en aquellos en que es la misma es
igualmente conocida. Así, todos consideran como recto y verdadero el obrar de
acuerdo con la razón. Mas de este principio se sigue como conclusión particular
que un depósito debe ser devuelto a su dueño. Lo cual es, ciertamente,
verdadero en la mayoría de los casos; pero en alguna ocasión puede suceder que
sea perjudicial y, por consiguiente, contrario a la razón devolver el depósito;
por ejemplo, a quien lo reclama para atacar a la patria. Y esto ocurre tanto
más fácilmente cuanto más se desciende a situaciones particulares, como cuando
se establece que los depósitos han de ser devueltos con tales cauciones o
siguiendo tales formalidades; pues cuantas más condiciones se añaden tanto mayor
es el riesgo de que sea inconveniente o el devolver o el retener el depósito” (Suma Teológica, I-II, q. 94 a. 4 c).
[5]Véase: http://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/documents/hf
_p-xii_enc_12081950_humani-generis.html.
[6] Nos referimos a Laborem exercens y Sollicitudo
rei sociales. Cuando salió Centesimus
annus, oh casualidad, los ultra pro-Juan Pablo II callaron repentinamente…
Muchísimas gracias
ResponderEliminarMuchísimas gracias
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