domingo, 4 de octubre de 2020

A PROPÓSITO DE WOODY ALLEN (Una reflexión sobre su autobiografía: A propósito de nada, Alianza Editorial, 2020).



Woody Allen acaba de escribir su autobiografía. Creo que es un buen momento. Acaba de cumplir 85, ha hecho unas 50 películas, está afectivamente estable, y su carrera como director parece haber llegado a un impasse por motivos que son de público conocimiento.

El libro, al menos la versión española (lamenté no poder leer su Inglés, o sea, lamento no haber podido leerlo a él) dice ya mucho en su formato. Tapas negras, el título y nada más, sin introducción, sin capítulos, sin índice, en epílogo, sin fotos. Sin nada excepto él.

Por supuesto no vamos a relatar su autobiografía al lector. Allí está el libro. Simplemente vamos a destacar algunos aspectos.

Me llamó la atención que, desde el comienzo, Woody tiene una alta conciencia de la no necesidad de su existencia, conforme a ese existencialismo agnóstico que siempre lo acompañó. Destaca que estuvo a punto de no nacer tres veces, sin que el universo se perdiera nada por ello. La primera vez porque su padre fue uno de los pocos sobrevivientes de un naufragio. La segunda, porque la boda de sus padres estuvo a punto de suspenderse dado que a su padre se le ocurrió robar el diamante de una prima. El tercero fue cuando una niñera lo envolvió en pañales y lo amenazó con asfixiarlo y tirarlo a la basura. Saque el lector las consecuencias psicológicas de esto último.




Otro tema interesante es la opinión que Woody tiene de sí mismo: un analfabeto misántropo al que sólo le gusta el béisbol, el jazz que toca mal, que no leyó nada importante en su vida y un mal aficionado a la magia. Lo único que hace bien es escribir chistes. ¿Intelectual? No, la gente está loca. Nada más lejos. Comenzó a leer algunas cosas para poder salir con chicas; puede intercalar algunas frases sueltas de filosofía, literatura o psicología de modo tal que parezca que él las entiende, y leyó algo de filosofía contemporánea sólo para acompañar los estudios de su primera esposa, Harlene, que obtuvo un Mayor en Filosofía. Filmar películas es una estupidez. Hay que tomar una cámara y tener cuidado de destapar la lente, contratar a buenos actores, dejarles improvisar y hacer lo suyo, y listo. Ah, claro, él escribe el guión, que es lo más importante. Pero nunca ha hecho, según él, una gran película. Genios son Bergman y otros. El no. Jamás ensaya, excepto una vez y le fue mal, nunca ve sus películas, a las 17 se va a ver beisbol o tocar (mal) jazz. Lo único que disfruta es hacer el guión y rodar la película. El éxito no está en sus planes. Lo que diga la gente tampoco. La Rosa Púrpura de El Cairo, Zelig, Broadway Danny Rose, Misterioso asesinato en Manhattan y Sombras y nieblas, son tal vez algunas de las que menos le disgustan. Pero ninguna es una gran película. El Séptimo Sello, esa es una película. Las de él fueron intentos de acercamiento.





La escuela era por supuesto una absoluta estupidez, el Instituto Hebreo también (él quería comer cerdo y las chicas de la sinagoga eran más interesantes que los aburridos rabinos)  y la universidad también.  El sólo escribía chistes. A partir de allí, una cosa fue llevando a la otra, con mucha gente buena en el camino. De los chistes en los diarios a guionista de comediantes, de guionista a comediante monologuista a guionista de una película que él no dirigió y, por supuesto, le arruinaron el guión. Nunca más. Desde entonces jamás filmó nada donde no tuviera total libertad de decidir sobre el guión, aunque nadie fuera a ver el resultado, como le ocurrió varias veces. Sus demás películas siempre tuvieron un público muy limitado, aunque algunas tuvieran gran repercusión, para su total asombro. Cuando terminó de ver Manhattan rogó a los productores que destruyeran el film.




Es impresionante el agradecimiento y la caridad de la que habla de todos: actores, productores, comediantes, escritores y hasta políticos que conoció a lo largo de toda su vida (una vida que, seguramente por el tercer episodio, transcurre en la seguridad de las ciudades y sus restaurantes, bares y clubs). Woody Allen es una persona sensible y empática a pesar de su timidez, que lamenta profundamente los pocos amigos que perdió.




De sus mujeres habla con total amor, respeto y admiración. A sus dos primeras esposas, (Herlene Rosen y Louise Lasser) de las que siguió siempre siendo amigo, las salva totalmente de cualquier responsabilidad en el fracaso de los respectivos matrimonios. Tuvo luego tres relaciones más aunque sin casarse: Diane Keaton, Stacey Nelkin y Mia Farrow. Y finalmente, su tercera esposa, Soon-Yi, con quien afirma tener su verdadero matrimonio, desde 1997, con dos hijas adoptadas.











A Diane Keaton, su amiga eterna, la idolatra, como mujer y como actriz. De Stacey habla con una conmovedora ternura. Pero dedica mucho tiempo a explicar sus problemas con Mia Farrow y la falsedad de sus acusaciones, y se disculpa al final por ello. Es que aunque diga que no le importe, le importa, y creo que sospecha que a algunos también nos importa escuchar su versión.

Nunca vivió con Mia Farrow ni tampoco fue padre adoptivo de la mayor parte de hijos adoptivos de Mia (a quien admira como actriz apenas un poquito por debajo de Diane Keaton). Excepto de Dylan, y además de Moses, que no se sabrá nunca si es hijo de él o de Frank Sinatra.

O sea que nunca fue padre adoptivo de Soon-Yi.

Sobre las desavenencias entre él y Mía, sobre las rarezas de Mía como madre, sabrá el lector en quién confiar. Yo confío en Woody, lo considero una persona honesta, afable, generosa e incapaz de mentir, pero veremos al final por qué la mayor parte de la gente puede admirarlo pero no confiar en él.

Lo que es independiente de la palabra de Woody son los dos informes sobre el supuesto abuso de Dylan Farrow. Creo que Woody merece que el lector los lea. El primero es de la Clínica de Abuso Sexual infantil del Hospital Yale-New Haven: “…Según nuestro dictamen, Dylan no fue sexualmente abusada por el Sr. Allen. Más aún, creemos que las declaraciones videograbadas de Dylan y las que efectuó ante nosotros durante nuestra evaluación no hacen referencia no hacen referencia a sucesos reales que hayan ocurrido el 4 de Agosto de 1992 (…) Para llegar a esa opinión, hemos considerado tres hipótesis como explicación de las declaraciones de Dylan. Primero, que esas declaraciones eran ciertas y que el Sr. Allen había abusado sexualmente de ella; segundo, que las declaraciones de Dylan no eran ciertas sino que habían sido inventadas por una niña emocionalmente vulnerable atrapada en una familia perturbada y que estaba reaccionando a las presiones que tenían lugar en el seno de esa familia; y, tercero, que Dylan fue aleccionada o influida por su madre, la señora Farrow. Si bien podemos concluir que Dylan no sufrió abusos sexuales, no podemos asegurar que el segundo o el tercer supuesto sean ciertos separadamente. Creemos que lo más probable es que una combinación de esos dos supuestos sea lo que mejor explique las acusaciones de abuso sexual efectuadas por Dylan”.

El segundo corresponde al Centro de Bienestar Infantil del Estado de Nueva York:  “No se ha hallado ninguna evidencia creíble de que la niña haya sufrido abusos o malos tratos. Por lo tanto esta denuncia se considera infundada” (7 de Octubre de 1992).

Es debido a estos informes que la acusación nunca llegó a juicio. Sin embargo en el juicio por la tenencia de los niños, a Woody se le prohibió ver a Dylan para siempre, y el dolor que eso significó para él fue terrible.

Mi opinión es que Woody es un genio que, como todos los genios, se ignora. Sabe más de filosofía y de psicoanálisis mucho más de los que tienen 8.000 doctorados en ambas cosas, pero él no se da cuenta. Tampoco se da cuenta de la creatividad que tiene. Para él escribir y filmar una película como las de él es una trivialidad. Y bueno, sí, a Mozart también le era fácil componer y a Unamuno escribir. Al resto de los mortales sólo nos queda admirar y gozar de la belleza regalada por Dios hacia nosotros por medio de estos casi no mortales tocados por la vara del infinito. Justo a Woody, precisamente, que, según sus propias palabras, nunca soportó ser finito.






Por supuesto, a Woody se le acercaba gente muy capaz sin mayores envidias. Pero mi hipótesis es que el público que lo sigue tiene con él una relación amor-odio, y mucho más la gente que no sabe nada de él, escucha algún medio amarillista o ha visto apenas 10 minutos de alguna de sus películas.

Mi falible hipótesis es que así como Toulouse-Lautrec retrataba los cabarets de París, Woody retrata neuróticos. O sea, a todos nosotros, como somos (no como deberíamos ser) con todos nuestros conflictos y debilidades. Por un lado nos divierte, pero por el otro, no nos gusta. Sobre todo, dado que el inconsciente es poderoso, no le perdonamos a Woody que describa, aunque con mucha misericordia, los dramas y a veces ridiculeces de nuestra vida sexo-afectiva. Tampoco esta época contradictoria, de supuesta libertad sexual, le perdona a Woody que haya puesto tanto acento y humor en el tema de nuestras desventuras sexuales. La gente ignora, por lo demás, los profundos valores morales defendidos por Woody en sus películas, sobre todos los temas y también los sexuales, en particular la fidelidad. Lo que ocurre es que los considera muy difíciles en el mundo real. Cualquiera puede opinar lo contrario, por supuesto, especialmente si NO ha visto en profundidad sus casi 50 películas.

Por eso, cuando surgió la acusación de Mía Farrow, muchos dijeron, en su inconsciente, en su discurso latente: “y, claro….. Tenía que ser”.

El último episodio, del de Dylan hablando de su abuso, fue particularmente terrible para Woody. Un Woody que, a pesar de ser un líberal (con tilde en la i) que vota a los demócratas, se dio cuenta del extremo al que había llegado el movimiento me too[1] y el pánico que producía en muchos actores y etc. que le confesaban que creían en él pero no podían hacerlo público. Por supuesto, Woody se encarga de agradecer, uno por uno, a todos los que resistieron ese embate final. Alec Balwin, Blake Lively, Scarlett Johansson, Joy Behar, Waly Shawn, sus dos ex esposas, y por supuesto Diane y Stacey. También Bod Weide, cuyo heroísmo merece una mención a parte por Woody Allen. A la lista se agregan Ray Liotta, Catherine Deneuve, Charlotte Rampling, Jude Law, Isabel Huppert, Pedro Almodovar y Alan Alda.




Pero todo esto lo ha reconcentrado más en sí mismo y ha acentuado esa visión escéptica que siempre tuvo de este mundo cruel. Dice que nada de esto le importa -lo dudo- y vive concentrado en su matrimonio, sus hijas, y sigue escribiendo en su máquina de escribir Olympia que tiene hace desde sus 16 años. No sabemos cómo será el resto de la vida de Woody, pero estamos ahora ante un genio recluido en el refugio de su matrimonio y de su arte. Sus películas son eternas y con eso ha alcanzado su no finitud. Por ahora tenemos a un Woody “triste y melancólico”, que vive con un regalo de Dios, Soon-Yi, y que, según sus propias palabras, más que en los corazones y la mente del público, prefiere seguir viviendo en su casa[2].




 

 

 



[1] Woody afirma, oh herejía, que no necesariamente todo lo que diga una mujer es verdad, y para ello cita el episodio de los chicos de Scotssboro.

[2] Así termina el libro, con otro de sus chistes. Le regalo al lector algunos de los que aparecen en este libro, aunque el humor de Woody es eminentemente contextual y muchos de ellos sólo tienen sentido en el contexto de las anécdotas relatadas:   “…No habrán experimentado lo que es la vida hasta que hayan tenido que esperar en una sala de urgencias con un roedor a las dos de la mañana junto a un hombre que tiene un loro que estornuda” (p. 68; me estoy permitiendo sacar el Español madrileño del traditore/traductor). “…En aquellos tiempos los aviones tenían hélices, lo podían hacer vuelos directos de esa distancia y, lo peor de todo, se desplazaban en el aire” (p. 99). “…¿El universo se está deshaciendo a la velocidad de la luz y a ti te preocupa que un tipo de Sheboygan ponga objeciones al ritmo de tu filme?” (p. 210). Sobre los actores: “Lo cierto es que su no hacen nada desquiciado, como abalanzarse hacia mí con una navaja, tiendo a contratarlos”(p. 214). Sobre su juego de química de la infancia: “…Aún así, logré crear una tintura naranja y teñí de ese color el abrigo marrón de castor de mi madre. Por alguna razón, eso la molestó y trató de matarme con un tenedor para ensaladas…” (p. 311). Sobre la invitación que Bergman le hizo para ir a su isla: “Lo veneraba como artista, ¿pero quién desea subirse a un avión minúsculo para viajar a una isla propiedad de los rusos donde no hay más que ovejas y donde te dan yogur para comer? No soy tan fanático” (p. 340). Sobre cuando practica el clarinete en su casa con Soon-Yi: “Más tarde, ella se pone unas orejas insonorizadas como las que usan los operarios de los aeropuertos supersónicos y yo practico el clarinete” (p. 362). “Es cierto que Soon-Yi tiene una personalidad fuerte y avasalladora y toma todas las decisiones que tienen repercusión en nuestras vida, como dónde vivimos, cuántos niños tendremos, a qué amigos vemos y cómo gastamos nuestro dinero, pero yo sigo siendo el que manda en lo referente a los viajes espaciales” (p. 377). “Desayunamos, almorzamos y cenamos juntos casi todos los días. Cualquiera está tentado a pensar que a estas alturas ya hace tiempo que nos habríamos quedado sin nada que decirnos, pero como el clima cambia constantemente, nunca nos falta un tema de conversación” (p. 379). “Si muriera ahora mismo no podría quejarme…. Como tampoco se quejaría mucha otra gente” (p. 380). “Jamás acepto ningún galardón cuya concesión depende de que yo esté presente en el acto” (p. 392). Sobre Carla Bruni: “Ella miró a su marido en busca de alguna señal sobre qué pensaba de que ella se involucrara con un sucio plebeyo, y como él dijo que no veía nada malo en ella, Bruni aceptó” (p. 399). Sobre Roberto Benigni: “El no hablaba Inglés y yo no hablaba Italiano, de modo que no pude arruinar su intervención con mis instrucciones” (p. 402). “A mí me parece que la única esperanza de la humanidad reside en la magia. Siempre he detestado la realidad, pero es el único lugar donde se consiguen alitas de pollo” (p. 407). “…No puedo negar que encaja con mis fantasías poéticas ser un artista cuya obra no puede verse en su propio país y se ve obligado, debido a circunstancias injustas, a buscar su público en el extranjero. Pienso en el gran Henry Miller. En D.H. Lawrence. En James Joyce. Me veo de pie entre ellos, con actitud desafiante. Es más o menos en ese momento cuando mi mujer me despierta y dice: estás roncando” (p. 431). 

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