Por Fernando Romero Moreno.
Una política conjunta entre liberales
clásicos, conservadores y nacionalistas, dadas las circunstancias actuales
y los condicionamientos que siempre existen en la vida política, se puede
lograr del siguiente modo, sin caer en un sincretismo confuso: diseñar una
plataforma partidaria con propuestas de mínima, sin desconocer las de máxima y
cediendo cada uno en algo por vía de tolerancia. Un programa que defienda los
valores tradicionales (religión, patria, familia), el federalismo republicano,
la descentralización político- administrativa, la autonomía municipal, una
economía social de mercado, el fomento de los cuerpos intermedios, la ley
natural, y todo teniendo como punto de referencia la Constitución Nacional (sobre
todo sus “contenidos pétreos”) y la Doctrina Social de la Iglesia (como
autoridad normativa para los católicos o como una autoridad moral cualificada
para los no católicos). En todo caso, las diferencias de máxima que existen
en varios temas (proteccionismo/librecambismo, confesionalidad/laicidad
aconfesional, derechos individuales/derechos sociales, corporativismo/partidos
políticos, distinta concepción acerca del bien común o la libertad religiosa, constitucionalismo
tradicional vs constitucionalismo liberal, etc) serían parte del pluralismo
"de hecho" (no de derecho, al menos en temas que objetivamente no
son opinables) hacia adentro de esta alianza política. Dicha convergencia de mínimos,
de naturaleza táctica, permitiría además
enfrentar de manera conjunta la dictadura del relativismo, la cultura de la
muerte, la ideología de género, el marxismo cultural, el progresismo, el
setentismo como política de estado, el garantismo abolicionista, el globalismo
mundialista, la democracia totalitaria de origen rousseauniano, el Socialismo
del Siglo XXI, el populismo, el capitalismo prebendario (nacional o
internacional) y los totalitarismos de izquierda como de derecha. Pero antes
de proseguir, aclararemos a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de liberalismo
clásico, conservadorismo y nacionalismo.
El
liberalismo clásico
El
liberalismo clásico nació entre los siglos XVII- XVIII como reacción frente al
absolutismo monárquico, siendo sus referentes fundacionales John Locke, Adam
Smith, Adam Ferguson, Hamilton, Madison, Jay y Benjamín Constant, entre otros.
Se trata de una corriente política que defiende la dignidad y las libertades
de la persona humana mediante un orden político basado en la democracia
republicana, el constitucionalismo, la descentralización político-
administrativa, la división de poderes, el capitalismo y el control de
constitucionalidad, pudiendo estar enmarcado axiológicamente en distintas y aun
opuestas concepciones filosóficas (sobre todo el individualismo, el utilitarismo
o el personalismo cristiano). Hemos hecho nuestras críticas al liberalismo
clásico en dos escritos: Los neomaritaineanos[1] y Liberalismo
clásico, constitucionalismo y orden social cristiano[2]. Pero a pesar de ello, hay que decir que esta
corriente tiene enormes diferencias y ventajas frente al liberalismo
progresista o constructivista de Rousseau y los iluministas franceses, cuya
confluencia con el socialismo ha dado lugar a la socialdemocracia. El
liberalismo clásico está expresado en la actualidad por la Escuela
Austríaca, la Economía Social de Mercado, la Escuela de Chicago y la del Public
Choice. Con el liberalismo conservador de inspiración cristiana (que
es el que nos interesa), cuyos representantes más importantes son Alexis de
Tocqueville, Mons. Dupanloup, Lacordaire, Montalembert, Antonio Rosmini,
Federico Ozanam, Lord Acton y Maritain tenemos grandes diferencias, pero en
esta propuesta de mínima hay coincidencias importantes como el rol de la
Iglesia Católica en la vida pública (más allá de la disputa entre maritaineanos
y antimaritaineanos acerca de la catolicidad del Estado), la defensa de la vida
humana inocente y la familia, el reconocimiento de valores tradicionales no
negociables ni sujetos a las decisiones de mayorías populares o parlamentarias
y la oposición a la agenda globalista, sea neoconservadora o socialdemócrata.
En tal sentido, referentes actuales como Agustín Monteverde, Gabriel Zanotti
o Agustín Laje son aliados importantes
El conservadorismo
El conservadorismo
moderno, por su parte, nació en
Inglaterra con la figura de Edmund Burke (1729- 1797), el primer gran
crítico del racionalismo iluminista y laicista de la Revolución Francesa de
1789. Burke defendía la importancia de los valores tradicionales (religión,
patria, familia, propiedad privada) junto con la necesidad de un gobierno
limitado, de libertades concretas de personas y cuerpos intermedios, y de una
sana economía de mercado. Su influencia fue importante en algunos Padres
Fundadores de los EE.UU como John Adams, en el tradicionalismo europeo
contrarrevolucionario, en la vertiente conservadora del liberalismo clásico
(Tocqueville, Bertrand de Jouvenel, W. Röpke, Hayek) y en el renacimiento del
conservadorismo anglosajón a partir de los años 50, a través de pensadores como
Russell Kirk, Robert Nisbet, Wilmoore Kendall, Roger Scruton y políticos al
estilo de Barry Goldwater, Richard Nixon, Ronald Reagan o Pat Buchanan. También
está presente en la actual “ola conservadora” antiglobalista, todo lo confusa y
heterogénea que se quiera, pero que expresa el hartazgo del hombre común
ante las ideologías (liberalismo progresista, socialismo, comunismo o
nacional-socialismo) y ante el Nuevo Orden Mundial que quiere derribar las
sanas murallas de la religión, del patriotismo, de la familia tradicional, de
la moral cristiana y de las legítimas libertades que todavía frenan, en cierta
medida, la instalación de un Estado totalitario mundial. No hay que
confundir el conservadorismo tradicionalista o “paleoconservadorismo” (enemigo
de hacer de los EE.UU un Imperio global para extender la “democracia”, los “derechos
humanos” y el “american way of life”, crítico de la alianza con Israel y
contrario al Nuevo Orden Mundial) de los “neoconservadores” (imperialistas,
pro-sionistas y globalistas). Podemos ubicar dentro de esta corriente a dirigentes
y pensadores argentinos del pasado inmediato (algunos vivos y otros ya
fallecidos) como Ricardo A. Paz, Carlos Manuel Acuña, Juan Rafael Llerena
Amadeo, Eduardo Ventura, Ricardo de la Torre, Cosme Beccar Varela y a jóvenes
actuales como Nicolás Márquez, Andrés MacLean y Segundo Carafí.
El nacionalismo tradicionalista
Por fin, tenemos que decir algo
acerca del nacionalismo argentino: se trata de un movimiento político que incluye
en su seno variadas y disímiles corrientes de pensamiento. No podemos igualar
el peculiar nacionalismo de Leonardo Castellani con el de Julio Irazusta y
menos aún con el de Arturo Jauretche. Aquí sólo haremos referencia al llamado nacionalismo
tradicionalista, objeto de estudio de varios pensadores (argentinos y extranjeros)
en los últimos años. Haciendo una primera aproximación, podemos decir que se
trata de un fenómeno preferentemente intelectual, aunque no haya dejado de
tener una lógica proyección en la vida política. Su aparición alrededor de los
años 30 coincide con la crisis de la democracia liberal, del capitalismo y con
el auge por entonces creciente de tendencias totalitarias de diversos matices.
Podemos fijar incluso su fecha de nacimiento en el 1° de diciembre de 1927 con
la aparición del periódico La Nueva
República. Nos
ocupamos hace 25 años de analizar y valorar el Nacionalismo[3],
resaltando sus méritos, sobre todo en defensa de la Tradición, la Soberanía
Política, la Independencia Económica, la Justicia Social, la República federal
con representación corporativa y el Revisionismo Histórico. El Ideario del
Nacionalismo fue sintetizado por el político y escritor
argentino Hugo Wast con estas palabras: “Nuestros
ideales son los que dan sentido a la vida cuando se vive por ellos y los que
dan sentido a la muerte cuando se muere por ellos: Dios, Patria y Familia”. Pero al hacer nuestra valoración nos
ocupamos también, en aquella ocasión, de señalar los errores de algunos de
sus referentes: entre ellos el militarismo lugoniano (el error
"esencialista" de considerar que las FF.AA podían salvar al país,
como si fueran ajenas a la crisis de valores de la misma sociedad argentina a
la que pertenecían), el integrismo religioso (no la sana subordinación
relativa de lo político a lo espiritual sino la confusión indebida entre lo
sacro y lo profano), el peligro de "hipostasiar" el concepto de
Nación (con una posible “deriva” totalitaria), el maniqueísmo de ciertos
revisionistas, el estatismo económico y la crítica rigorista a insertarse
dentro del sistema democrático, no para convalidarlo, sino para atenuar
algunos males. Grandes referentes del nacionalismo tradicionalista argentino
han sido Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, Alberto Ezcurra Medrano,
Tomás Casares, Vicente Sierra, el Padre Julio Meinvielle, Jordán B. Genta,
Carlos Ibarguren (h), el Padre Leonardo Castellani y Carlos A. Sacheri,
solo por nombrar algunos de los más importantes. Hoy podemos señalar como
referentes de un Nacionalismo dispuesto a colaborar con liberales clásicos y conservadores
a Jorge Scala, Enrique Díaz Araujo, Mario Meneghini, Néstor Sequeiros,
Cristián Rodriguez Iglesias, Lis Genta de Caponnetto, Augusto Padilla, Carlos
A. Robledo, Gerardo Palacios Hardy y Héctor H. Hernández.
La
Economía Social de Mercado
En
cuanto a la Economía Social de Mercado, hay que decir que “se basa en la organización de los mercados
como mejor sistema de asignación de recursos y trata de corregir y proveer
las condiciones institucionales, éticas y sociales para su operatoria eficiente
y equitativa. En casos específicos, requiere compensar o corregir
posibles excesos o desbalances que puede presentar el sistema económico moderno
basado en mercados libres, caracterizado por una minuciosa y extensa
división del trabajo y que, en determinados sectores y bajo ciertas
circunstancias, puede alejarse de una competencia funcional. Descarta
como sistema de organización la economía planificada centralmente. Esta
definición de una Economía Social de Mercado como modelo
sociopolítico básico proviene de las ideas desarrolladas por Alfred
Müller- Armack (1901-1978). En su obra Dirección
económica y economía de mercado (Wirtschaftslenkung und
Marktwirtschaft), escrita en 1946, no sólo acuñó el término Economía
Social de Mercado sino que contribuyó, en colaboración con otros
pensadores, a la fundamentación de su concepción teórica. Según la
definición de Müller-Armack, el núcleo de la Economía Social de
Mercado es la “combinación del principio de la libertad de mercado con el
principio de la equidad social”. El marco referencial es el concepto de
la libertad del hombre complementada por la justicia
social. El sistema de la Economía Social de Mercado surge del intento
consciente de sintetizar todas las ventajas del sistema económico de
mercado: fomento de la iniciativa individual, productividad, eficiencia,
tendencia a la auto-regulación, con los aportes fundamentales de la tradición
social cristiana de solidaridad y cooperación, que se basan
necesariamente en la equidad y la justicia en una sociedad dada. En este
sentido propone un marco teórico y de política económico-institucional que
busca combinar la libertad de acción individual dentro de un orden de
responsabilidad personal y social (…). Müller-Armack plasmó la idea
fundamental de la Economía Social de Mercado en una breve fórmula conceptual,
cuyo contenido tiene que ser aplicado tomando en cuenta las respectivas condiciones
sociales de implementación política. Asimismo, diseñó el
concepto político de la Economía Social de Mercado como una idea
abierta y no como una teoría cerrada. Por un lado, este enfoque
permite adaptar el concepto a las condiciones sociales cambiantes. Por otro
lado, se pone de manifiesto que la dinámica de la Economía Social de Mercado
exige necesariamente una apertura frente al cambio social. Las aplicaciones
y adaptaciones conceptuales no deben, sin embargo, contradecir o diluir la idea
fundamental del concepto”[4].
Dentro de esta corriente es muy importante la figura de Wilhelm Röpke,
quien proponía límites al libre mercado para custodiar valores humanos que
están “más allá de la oferta y la demanda” como la justicia, la moral, la
amistad, la belleza, la poesía, la elegancia, la caballerosidad o la
espiritualidad, en el marco de nuestra cultura occidental greco-latina y del
derecho natural cristiano. A su turno, con o sin influencia de esta
corriente, hubo pensadores tradicionalistas y/o conservadores que
propusieron un modelo de organización profesional de la economía acorde con el
capitalismo de mercado. Es el caso de Johannes Messner, Michel de Penfentenyo,
Julio Meinvielle, Roberto Gorostiaga y Carlos A. Sacheri. Vemos aquí que la
Economía Social de Mercado ofrece un modelo intermedio entre el individualismo
que podrían exigir algunos liberales y el corporativismo no estatista al que aspira
el nacionalismo tradicionalista. Y probablemente sea el que tenga más
posibilidad de ser aplicado si se quieren evitar los males del
intervencionismo keynesiano, del populismo y del socialismo, sin caer en el
liberalismo más radicalizado. Sobre todo si logra verse que el modelo de
capitalismo adecuado para la Argentina parece ser el renano más que al anglosajón,
adaptándolo eso sí a nuestra realidad sociológica, histórica, cultural,
política y religiosa.
Hacia un Frente Nacional de Derecha
En cuanto a la legitimidad de una alianza política de esta naturaleza, vale
la pena leer o releer El comunismo en la Argentina del Padre Julio
Meinvielle, libro de los años 60 en el cual explica los peligros de la
izquierda nacional marxista como del liberalismo masónico, del sionismo como
del nasserismo y en el cual aprueba con reservas cierta alianza con EE.UU,
alentando una Revolución Nacional y anticomunista como etapa previa de una más
profunda Restauración católica y tradicional. Léase la siguiente cita,
cámbiese comunismo por "progresismo populista" y liberalismo
antinacional por "progresismo republicano" para encontrar el
paralelismo con la situación que hoy estamos viviendo. A su turno, al poner
en alerta contra el "nacionalismo marxista", invitaba al peronismo a
purificar sus errores en la doctrina más ortodoxa del nacionalismo católico,
pero no lo demonizaba. No se olvide que, al mismo tiempo, el Padre
Meinvielle alertaba contra el modernismo teológico (hoy enmascarado detrás de
la "Iglesia de la Misericordia"), la Sinarquía (hoy Nuevo Orden
Mundial) y el Imperialismo Internacional del Dinero (actual oligarquía
financiera internacional). Además, no padecía del virus del "derechismo"
para el cual no hay otro enemigo serio más que el comunismo. Pero sí decía
que el liberalismo "occidental y cristiano", cuyos errores
denunciaba, era mil veces preferible al marxismo. “Las cosas se han puesto tan difíciles – afirmaba Meinvielle
-, y cada día se han de poner peor (...) que una
Revolución Nacional Auténtica pura, se hace difícil; es necesario hoy que todos
los que están en posición anticomunista, sean nacionales, sean liberales, aúnen
sus esfuerzos para hacer frente al comunismo que se cierne sobre nuestras
cabezas (...) Hoy no está en cuestión una lucha entre azules y colorados,
peronistas y anti-peronistas, nazis y masones, gorilas ni antigorilas. Hay que
advertir que se trata de una lucha contra el comunismo ateo por la salvación de
la Patria. En consecuencia, todos los hombres patriotas, sean nacionales, sean
liberales, conscientes de la responsabilidad de la hora y del peligro que nos
amenaza, deben unirse para salvar al país”[5]. Algo similar afirmaba Castellani cuando
decía: “Actualmente hay quienes trabajan, con pocos recursos por desgracia
(es decir, heroicamente) por la formación de una fuerza política nacional; con
la alianza, por ejemplo (es una suposición) de los democristianos, los
nacionalistas y el peronismo – o una parte dél. Si esa fuerza puede
constituirse a pesar de las enconadas divisiones personales de los argentinos,
y puede llegar a las urnas (…) ya sería un gran paso adelante. Aunque perdiese las
elecciones, queda constituido un núcleo político nacional, con diputados y
senadores (…) o sea, con altavoces desde donde educar e informar al pueblo”[6]. Puede objetarse
que Castellani no era simpatizante de una alianza con liberales, a diferencia
de Meinvielle, lo cual es verdad. Sin embargo Castellani hacía ciertos
elogios al liberalismo conservador anglosajón representado por los Padres
Fundadores de los EE.UU y Alexis de Tocqueville, además de simpatizar con
dos católicos liberales como Rosmini y Cronin. De todos modos justificaba
una alianza de nacionalistas, demócratas cristianos (liberales en cierto modo)
y peronistas ortodoxos (como había sido la Unión Federal de Mario Amadeo). Volviendo
a nuestro tiempo, recordemos que Juan José Gómez Centurión ha
sintetizado intuitiva y didácticamente todo esto (probablemente siguiendo a
Nicolás Márquez) al hablar de la convergencia de estas corrientes políticas
dentro del Partido NOS: “Mi visión de la derecha es convocar a todos
los liberales que respeten la vida, a los conservadores que no confundan la
llama de la tradición con las cenizas y a los nacionalistas que no confundan a
la Nación con el Estado”. Además ha reconocido la
importancia para NOS del voto peronista clásico, que es un voto cristiano, a
diferencia del kirchnerismo. De hecho uno de sus mejores aliados en la
Provincia de Santa Fe es el abogado y actual legislador provincial Nicolás
Mayoraz, católico practicante y ortodoxo, que viene de los sectores
nacionalistas del peronismo. Un Frente Nacional de
estas características sería similar a lo que significó FET de las JONS en
España (donde había falangistas, carlistas, tradicionalistas alfonsinos,
demócratas cristianos y liberal-conservadores) pero en un contexto republicano.
O algo parecido a la llamada “revolución conservadora” de los EE.UU. A quienes
esto pueda parecerle heterodoxo, recuerdo unas notas de San Pío X que son
pertinentes para entender nuestra propuesta: “No acusar a nadie como
no católico o menos católico por el solo hecho de militar en partidos políticos
llamados o no llamados liberales, si bien este nombre repugna justamente a
muchos, y mejor sería no emplearlo. Combatir «sistemáticamente» a hombres y
partidos por el solo hecho de llamarse liberales, no sería justo ni oportuno;
combátanse los actos y las doctrinas reprobables, cuando se producen, sea cual
fuere el partido a que estén afiliados los que ponen tales actos o sostienen
tales doctrinas (…). No sería justo ser de tal manera inexorables por los
menores deslices políticos de los hombres afiliados a los partidos llamados
liberales que por tendencia y por actitud política sean ordinariamente más
respetuosos con la Iglesia que la generalidad de los hombres políticos de otros
partidos, que se creyera obra buena atacarles sistemáticamente, presentándoles
como a los peores enemigos de la Religión y de la Patria, como a «imitadores de
Lucifer», etc., pues semejantes calificativos convienen al «liberalismo
doctrinario» y a sus hombres en cuanto sean sostenedores contumaces y habituales
de errores y doctrinas contrarios a los derechos de Dios y de la Iglesia, abusando
del nombre de católicos en sus mismas aberraciones, y no a los que quieren ser
verdaderos católicos, por más que en las esferas del Gobierno o en su acción
política falten en algún caso práctico, por ignorancia o por debilidad, a lo
que deben a su Religión o a su Patria. Combátanse con prudencia y discreción
estos deslices, nótense estas debilidades que tantos males suelen causar; pero
en todo lo bueno y honesto que hagan déseles apoyo y oportuna cooperación,
exigiendo a su vez por ella cuantos bienes se puedan hic et nunc alcanzar en
beneficio de la Religión y de la Patria” (Autorizadas
instrucciones a los católicos, publicadas en “El Siglo futuro”, 30
de enero de 1909). Y también lo que sigue: “Para evitar mejor cualquier
idea inexacta en el uso y aplicación de la palabra «liberalismo», téngase
siempre presente la doctrina de León XIII en la Encíclica Libertas, del 20 de
Junio de 1888, como también las importantes instrucciones comunicadas por orden
del mismo Sumo Pontífice, por el eminentísimo Cardenal Rampolla, secretario de
Estado, al Arzobispo de Bogotá y a los otros Obispos de Colombia en la Carta
Plures e Columbiae, del 6 de Abril de 1900, donde, entre las demás cosas, se lee:
«En esta materia se ha de tener a la vista lo que la Suprema Congregación del
Santo Oficio hizo saber a los Obispos de Canadá el día 29 de Agosto de 1877, a
saber: que la Iglesia al condenar el liberalismo no ha intentado condenar todos
y cada uno de los partidos políticos que por ventura se llaman liberales. Esto
mismo se declaró también en carta que por orden del Pontífice dirigí yo al
Obispo de Salamanca el 17 de Febrero de 1891, pero añadiendo estas condiciones,
a saber: que los católicos que se llaman liberales, en primer lugar acepten
sinceramente todos los capítulos doctrinales enseñados por la Iglesia y estén
prontos a recibir los que en adelante ella misma enseñare: además, ninguna cosa
se propongan que explícita o implícitamente haya sido condenada por la Iglesia:
finalmente, siempre que las circunstancias lo exigieren, no rehúsen, como es
razón, expresar abiertamente su modo de sentir conforme en todo con las
doctrinas de la Iglesia. Decíase, además, en la misma carta que era de desear
el que los católicos escogiesen y tomasen otra denominación con que apellidar
sus propios partidos, no fuera que, adoptando la de liberales, diesen a los
fieles ocasión de equívoco o de extrañeza; por lo demás, que no era lícito
notar con censura teológica y mucho menos tachar de herético al liberalismo
cuando se le atribuye sentido diferente del fijado por la Iglesia al
condenarlo, mientras que la misma Iglesia no manifieste otra cosa»” (Normas
de San Pío X a los católicos españoles, Secretaría de Estado de Su Santidad,
20 de abril de 1911). Por último, sabiendo que esta alianza de propuestas
mínimas no es el ideal de máxima para un católico, pero tal vez sí el único
bien posible, es oportuno recordar lo que también enseñó al respecto el
Papa San Pío X: “En los casos prácticos, o con esta unión per modum actus o sin ella, todos debemos
cooperar al bien común y a la defensa de la Religión; «en las elecciones,
apoyando no solamente nuestros candidatos siempre que sea posible vistas las
condiciones del tiempo, región y circunstancias, sino aun a todos demás que se
presenten con garantías para la Religión y la Patria», teniendo siempre a la
vista el que salgan elegidas el mayor número posible de personas dignas, donde
se pueda, sea cual fuere su procedencia, combinando generosamente nuestras
fuerzas con las de otros partidos y de toda suerte de personas para este
nobilísimo fin. «Donde esto no es posible, nos uniremos con prudente
gradación con todos los que voten por los menos indignos», exigiéndoles las
mayores garantías posibles para promover el bien y evitar el mal. Abstenernos no conviene, ni es
cosa laudable, y, salvo tal vez algún rarísimo caso de esfuerzos totalmente
inútiles, se traduce por sus fatales efectos en una casi traición a la Religión
y a la Patria. Este mismo sistema seguiremos en
las Cortes, en las Diputaciones y en los Municipios en los demás actos de la
vida pública. «Nuestra política será de penetración, de
saneamiento», «de sumar voluntades, no de restar y mermar fuerzas», «vengan de
donde vinieren». Cuando las circunstancias nos
lleven a votar por candidatos menos dignos, o entre indignos por los menos
indignos, o por enmiendas que disminuyan el efecto de las leyes, cuya exclusión
no podemos lograr ni esperar, una leal y prudente explicación de nuestro voto
justificará nuestra intervención. En las cosas dudosas que directa o
indirectamente se refieren a asuntos religiosos, consultaremos nuestras dudas
con los Prelados”(Autorizadas
instrucciones a los católicos, publicadas en “El Siglo futuro”, 30
de enero de 1909)
Fernando Romero Moreno
[2]https://centropieper.blogspot.com/2019/02/liberalismo-clasico
constitucionalismo.html?fbclid=IwAR296ZD2Bj4zaTxjF3lhskmt7EhHKm-B9Qr7NTJtpZk-pTV18YgeIYkPJIc
[5] Meinvielle, Julio, El
comunismo en la Argentina, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Volumen
III, págs. 461, 472- 473.
[6] Castellani, Leonardo, Perspectivas
argentinas, en Notas a caballo de un país en crisis, Biblioteca del Pensamiento
Nacionalista Argentino, Volumen IV, pág. 558.
Todo bien con que muchos "referentes" liberales (las comillas son porque algunos se creen que lo son pero no es así) estén deseando que se junte el conservadurismo, el nacionalismo (si es que en Argentina se puede separar) y el liberalismo. Pero sacando todo el palabrerío y yendo a lo político que es el poder, cómo se haría para que un partido nacionalista integre y de lugar real a los liberales? Ninguno de los referentes liberales que inducen a los demás liberales a sumarse a un partido ya conformado tiene idea de política o está dispuesto a meterse en política. Todos estos deseos no sirven sin una estrategia para pelear el poder dentro del partido. No digo que tomen el partido sino que estén siempre en la mesa de decisiones y que puedan impulsar sus ideas y sus candidatos. Hasta hoy todos los partidos que se acercaron a liberales con intención de hacer política han ofrecido lo típico de la vieja política: Vos te sumás a nosotros, nos traés a tus votantes y te hacemos candidato o te damos un puesto de asesor. Para eso nos quieren llevar con los partidos no-liberales? Para hacer lo mismo que hace la podrida UCeDé hace décadas, que sólo existe como un sello fantasma para beneficio personal de su presidente?
ResponderEliminarCualquier tipo de propuesta sin una base estratégica seria para conseguir poder dentro de un partido ya existente es perder el tiempo. Mientras tanto nada hacen los "referentes" liberales para conformar un partido nuevo que sea realmente liberal. Yo los veo que siguen con el mismo sesgo del liberal de canapé que tanto mal hace al movimiento liberal. No es un ataque personal, es una generalización que veo todo el tiempo.