La última temporada de Designated Survivor tiene un último
capítulo donde sucede algo muy interesante (atención: peligro de spoiler). El
presidente Kirkman hace algo que no había hecho antes: miente. Tiene muchas
justificaciones, claro, porque miente para que el otro candidato, malo malo
malo, Moss, no gane las elecciones. Pero lo que gana es la vieja tentación de que el
fin justifica los medios. Y él nunca lo había hecho. Era un hombre dubitativo a
veces, equivocado otras veces, testarudo de vez en cuando, colérico de tanto en
tanto, pero siempre honesto. Siempre honesto en el nido de víboras de Washington. Pero
pisa el palito. Se convierte en un político más. Perdió el aurea, el encanto
que hacía al personaje, a pesar de la mirada triste y resignada de Emily, la
voz de su conciencia. Finalmente cedió a los cantos de sirena de una durán
barba local.
Los guionistas, por
supuesto, cedieron a otra tentación. La dualidad entre los hechos y la ficción.
Un personaje así es demasiado ficticio. Vamos a darle a la audiencia algo de
“realismo”.
Pero la misión ética
del escritor de ficción no es la mera descripción de los hechos, que además es,
gracias a Dios, imposible. Su misión es darle símbolos inspiradores a la
audiencia, símbolos de virtudes. Virtudes realistas, claro, virtudes de gente
común en medio de circunstancias difíciles. En última instancia, es el camino del
héroe. Lo que atrae de Luke Skywalker es que finalmente asume su papel de Jedi.
Lo que atrae de Chijiro es que de niña común se convierte en la valiente ante
las tentaciones de los monstruos imaginarios de su inconsciente. Lo que atrae
de Shinji Ikari en Evangelium es que
asume su destino aún siendo un adolescente confundido. Lo que atrae del Capitán
Picard es su visión clara, su liderazgo, su inquebrantable adhesión a los
principios de la Federación. Lo que atrae de Micheal Burnham es que impide que
la Federación se convierta en una dictadura para vencer a los Klingon. Y así…
Pero, de vuelta, ¿eso
no es “irreal”? No, ni falso ni fáctico: simbólico. Tienen la verdad del
símbolo. Tienen la verdad del mensaje moral que quiera dar el personaje.
Y la moral no es
cuestión de estadísticas o de cuántas veces. Se basa, sí, en la posibilidad de
que el ser humano resista a ser el jefe de la horda, resista al malestar en la
cultura, resista a la alienación, pero más allá de esa mínima posibilidad
antropológica, la moral no es cuestión de que tal cosa exista o no, sino de un
deber ser que no es más que el mismo ser humano llevado a la plenitud de su ser.
Y los escritores tienen
la responsabilidad de inspirar todo ello en su audiencia. Porque finalmente, en
la aleatoriedad de la historia real, tan carente de personas de principios, la
posibilidad de que el héroe aparezca tiene que ver también con lo que podamos
inspirar. Sí, son pocos. Washington, que renunció al poder; Lincoln, que evitó la deshonra del sur; Kennedy, que impidió la tercera
guerra, Gandhi, que libera sin matar, Mandela, que impide la venganza. Con todas sus imperfecciones, ellos existieron.
Los escritores y los filósofos
no podemos crear de la nada a personas buenas, pero podemos llamar a la bondad.
Podemos relatarla como posible. Podemos despertar al héroe dormido entre
personas corrientes. Podemos mostrar la belleza de la bondad, su ternura, su
fascinación. No despreciemos la oportunidad. No tenemos la, a veces triste, misión
del historiador. Tenemos la apasionante misión, siempre, de hacer soñar.
Muchas gracias, Gabriel, por tu sabio post. En esta misma línea escribí un post en marzo del 2018 "La familia no es lo primero". Por si a alguno de tus lectores le interesa copio aquí el enlace: https://filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com/2018/03/01/la-familia-no-es-lo-primero/
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Jaime
Muchas gracias, Gabriel, por tu sabio post. En esta misma línea escribí un post en marzo del 2018 "La familia no es lo primero". Por si a alguno de tus lectores le interesa copio aquí el enlace: https://filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com/2018/03/01/la-familia-no-es-lo-primero/
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Jaime
Qué bueno que vos, como escritor filosófico, me proponga con tanta claridad esta función simbólica! Siempre la intuí; ahora la podría explicar.
ResponderEliminarExcelente =)
ResponderEliminarExcelente =)
ResponderEliminarMuy reflexivo su comentario. ¿Pero es misión del escritor o el guionista propalar o defender virtudes o el camino recto? ¿No es encorsetarlo?
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